miércoles, 26 de diciembre de 2007

Está bien, pero falta bastante

En esta página, en diversas oportunidades, he defendido a nuestra actual presidenta. Sobre todo cuando se ponía en duda su capacidad para gobernar. No porque yo tuviera certeza de que tiene una capacidad probada, sino porque me parecía percibir que se colaba en las críticas un aire machista muy bien encubierto. A esto debe agregarse un dato que me sorprendió, sobre todo por quienes hacían este análisis: se habló después de las elecciones de un voto “gorila”, palabra casi en desuso. Estos dos aspectos, de la realidad social y política de nuestro tiempo, merecen una reflexión más detenida que, por ahora, se la cedo al lector.
Yo me he dicho que los cuatro años anteriores tienen logros que no se pueden ocultar. Para quienes se resisten a ello los invito a hacer un ejercicio intelectual: colóquense mentalmente en el 2002 y traten de recordar los pronósticos que se hacían desde los distintos ámbitos del arco político. Luego compárese con el estado actual de cosas. Sé que van a aparecer los que digan que nos ha tocado una situación internacional muy ventajosa que ha favorecido el logro de esos resultados. Bien, aceptémoslo. Ahora hagamos un segundo ejercicio: coloquemos en la presidencia a cualquiera de los contendientes del 2003 e imaginemos los resultados que hoy veríamos. Si les da igual o mejor no sigan leyendo estas líneas, es muy poco de lo que podemos hablar. Esto no significa acreditar todos los méritos al presidente saliente, pero…
Llegados a este punto volvamos a la situación en que nos encontramos y a nuestra presidenta. Yo voy a decir, y me preparo para recibir tomates (a pesar del precio que tuvieron) más otras hortalizas por la cabeza, que valorando su capacidad intelectual y su formación hace décadas que no tenemos a alguien de este calibre sentado en el sillón presidencial. Lo demuestra en cada intervención que le toca hacer uso de la palabra, y ¡cómo la usa! No es sólo una cuestión de oratoria, también la exposición doctrinaria que hace de los temas que aborda, comenzando por su mensaje a la Asamblea. Todo ello está hablando de capacidad de estadista.
Claro, falta nada más que ponga en realizaciones todo lo que promete, ¡nada más y nada menos! Y entonces, estaremos allí con mejores elementos en la mano para completar el juicio. Debemos acordar que venimos “saliendo del infierno” y que un camino de esta naturaleza no es ni sencillo ni corto. Pero, en algún momento se tiene que acabar. Empezaremos a remontar la cuesta del crecimiento, que no debe ser entendido solamente como económico, es mucho más importante que recuperemos la honestidad, la responsabilidad, la solidaridad, la equidad, el asumir y cumplir nuestros deberes, y asentarnos sobre la defensa de nuestra cultura nacional. Y esto vale para todos los “hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Porque sólo así tendremos el derecho de reclamar, denunciar, exigir que nuestros “representantes” cumplan con lo suyo.
Del camino del infierno todavía nos falta bastante. Porque hoy podemos oír a nuestros comerciantes contentos hablar de cómo ha aumentado el consumo, y esto es bueno, habla de un mayor poder adquisitivo. Pero, ¿para cuántos? Paralelamente al crecimiento de la producción y de las ventas ¿se sigue ampliando la brecha entre los que más tienen y los que menos tienen? Si es así ¿cómo se explica esto? Entonces, Sra. Presidenta a seguir avanzando, pero incluyendo a todos o, por lo menos por ahora, a muchos de los más necesitados. Todo ello ¡Por un mejor 2008!

jueves, 20 de diciembre de 2007

Educación, responsabilidad de todos

En el curso de una semana apareció el tema e la educación con un subrayado interesante. Primero, la presidenta lo incluyó en su discurso de asunción del mando ante la Asamblea Legislativa. Allí hizo un señalamiento respecto de dónde había estudiado la pareja presidencial que puede ser considerada como una afirmación de principios: “somos hijos de trabajadores y él es Presidente y yo soy Presidenta; somos eso, producto de la educación pública”. De modo que coloca en un primer plano a este tipo de educación en tiempos en los que se habla tan mal de la función que se realiza. Pero agregó de inmediato: “Pero también quiero decir que aquella educación pública no es la de hoy. Yo me eduqué en una escuela donde había clases todos los días, donde los maestros sabían más que los alumnos, donde nosotros teníamos que estudiar todo el día para poder aprobar y pasar, porque creíamos en el esfuerzo, porque creíamos en el sacrificio”.
Esto debe ser tomado, en mi opinión, como un punto de partida para la discusión del problema educativo. Porque yo encuentro una recurrencia en afirmar que la educación es un problema de presupuesto, como si con más dinero solamente se resolviera el estado de la educación actual. “Porque no hay financiamiento estatal que valga. Podemos destinar no seis puntos del Producto Bruto, podemos destinar diez, pero si no hay capacitación y formación docente, si los alumnos no estudian, si la familia no se hace cargo, en fin si todos no trabajamos y nos esforzamos y cooperamos en lograr el bien común, va a ser muy difícil no solamente lograr una mejor calidad de educación sino también seguramente un mejor país”.
Me pareció un acto de sinceramiento del problema al colocar los factores intervinientes y las diferentes responsabilidades que se debe asumir. El Estado deberá poner el dinero necesario, los docentes deberán incorporar las capacitaciones necesarias que financiará el Estado, pero además, y esto lo digo como docente de treinta y cinco años de experiencia, también deberán recuperar una vocación que muchas veces no se la ve en ellos. Con gremios excesivamente sindicalizados, quiero decir que centra sus luchas en el tema salarial, que son necesarias pero no suficientes. Debieran encontrar otros modos de protesta que el simple paro que perjudica al alumno y convierte a los padres en rehenes. No aparecen de las organizaciones gremiales propuestas de cursos de capacitación, estudio, debate, etc.
Para ello “entonces todos los que formamos y forman parte de la escuela pública debemos encontrar formas dignas de lucha por los derechos que cada uno tiene pero esencialmente defendiendo con inteligencia a la escuela pública”. Porque los padres que tienen dinero resuelven por el lado de la escuela privada, pero ella no es mejor que la pública, sólo asegura más días de clases, pero ello no alcanza.
Preguntado el ministro de educación sobre las palabras de la presidenta que defendió la vieja escuela dijo: “Lo que ella quiso decir es que efectivamente el maestro no es lo mismo que el alumno. ¿Qué quiere decir hoy saber más? No es que sea el poseedor de la información, porque la información hoy se puede transmitir por muchas modalidades. Lo que el maestro tiene que saber más es en valores y tiene que transmitir algunos valores porque es el adulto y el alumno es el joven… El aprendizaje es asimétrico y esta verdad hay que sostenerla… Si queremos una sociedad justa tenemos entonces que traducir esta idea de justicia en términos concretos: tenemos que aprender a convivir con el otro, a resolver nuestros conflictos por vía no violenta, a respetar al diferente. Acá reside la diferencia con la escuela anterior”.
Si la presidenta y el ministro lo tienen claro, llegó la hora de las realizaciones. Pero la de todos: padres, hijos, maestros, funcionarios, dirigentes políticos, etc. Así será posible avanzar, caso contrario deberemos llorar sobre la leche derramada, pero asumir que hemos ayudado a derramarla.

martes, 11 de diciembre de 2007

Hablar no es fácil

Hace unos seis meses escribí una nota en la que llamaba la atención del “distinguido público” respecto a las reflexiones, notablemente “sesudas”, referidas a las capacidades que podría tener una mujer, y no cualquier mujer, para ejercer la Presidencia de la Nación. Si la persona que estuviera en cuestión fuera Valeria Mazza (con todo respeto, como se dice cuando uno va a faltarle el respeto a alguien), o lo mismo da Moria Casán, etc. el tema podría ser sometido a debate. Si Gran Hermano y Tinelli tienen el público que tienen, si Macri ganó en Buenos Aires, uno debería aceptar que “hay gusto para todo”, como afirma la sabiduría popular.
Decía yo, en aquella oportunidad, que un debate de tal calibre debería imponerse la totalidad de la ciudadanía cada vez que enfrentemos una elección presidencial, y ¿por qué no de las otras? Sin embargo, hemos tenido cada presidente que “supimos conseguir” que no da para hacernos los inteligentes y exquisitos. Pero si saqué a relucir la cuestión de género es porque la candidata de aquel entonces estaba recibiendo un trato que no se le había dispensado a otras que también lo fueron y hasta a algunas de ellas que fueron elegidas. Ruego hacer un ejercicio de memoria histórica y colocar a cada quien en su casillero. Entonces, el problema residía para mí en las condiciones de cualquier candidato, por ello escribía:
“Por lo que creo que deberíamos centrarnos en qué piensa, qué dice que va a hacer, qué propone. Y cuando se escribe, se habla por radio o televisión, tanto sobre este tema lo que no aparece es lo que voy a proponer: a) que se le revise el “currículum” (o como se deba llamar) a todo candidato a la presidencia, b) que se le tome luego un test de inteligencia y un examen de conocimientos generales, c) que redacte ante un jurado, debidamente seleccionado, una mínima monografía sobre por qué cree que tiene condiciones para ser presidente, y d) que se habilite a presentarse a elecciones a los que hayan aprobado. Y dejemos de lado si es hombre o es mujer”.
Ha pasado el tiempo y aquella candidata se ha sentado ahora en el Sillón de Rivadavia (con perdón de la palabra). No sólo se ha sentado, antes de ello, ha tenido el coraje de dirigirse a la Asamblea Legislativa sin un papel en la mano e improvisar su discurso de asunción del mando, como le dicen. Y, para colmo, tuvo la osadía de improvisar una pieza oratoria de calidad tal que si fuera condición para sumir el sillón hubiera quedado vacante muchísimas veces. Y, para completarla, esa pieza oratoria tocó temas cruciales con una profundidad doctrinaria digna de más de una cátedra.
¿Por qué vuelvo sobre el tema de esta mujer? Porque debo decir, como viejo docente, que en un final yo le hubiera puesto 10 (diez) Felicitado! No faltarán las voces de siempre que me dirán “hablar es fácil”, el problema es si es capaz de hacerlo. Primero, debo decir a tal opinador que hablar no es fácil, si no póngase Ud. a hablar 45 minutos, con coherencia, con conocimiento del tema, con la certeza que sólo da la convicción profunda y luego seguimos avanzando. Segundo, lo que sea capaz de hacer sólo depende de ella en parte, la otra depende de todos nosotros. Pero si Ud. es uno de esos que va a la cancha de fútbol a criticar como juega su equipo y Ud. nunca patió una pelota, y sin embargo, ello no lo inhibe para que arme y desarme el equipo varias veces proponiendo idealidades irrealizables, todo lo que pueda hacer le parecerá defectuoso. No estoy seguro de haber sido claro. Bien: llegó la hora de que ella cumpla con lo dicho.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

La ignorancia sobre la Nación - II

Avanzando en la lectura, encontré en Fichte otras semejanzas con nuestra historia, dignas de ser mencionadas. Ese “hundimiento paulatino” que él observa en aquella Alemania no es muy diferente al de nuestras últimas décadas. Alemania venía de una etapa en que la comunidad había logrado grandes progresos, según él: «Para sí mismos necesitaban poco, para empresas comunes efectuaban ingentes gastos. Raras veces sobresale y se distingue aisladamente un nombre; todos mostraban el mismo sentido y entrega a la comunidad». Aun aceptando que haya una gran dosis de idealización en la descripción de ese pasado, debemos rescatar de esa historia el sentimiento colectivo de comunidad, identificada con una patria, que empujaba al emprendimiento de grandes realizaciones en pos de un destino común.
Todavía en aquella Alemania no había penetrado la idea del individualismo burgués de cuño anglosajón. Por ello Fichte exhorta al cuidado y protección del mercado interno, que no es sólo un objetivo económico, es fundamentalmente la preservación de la cultura nacional sostenida por su base de pueblo, como él defiende. Advirtiendo que: «Ciertamente entre nosotros hubo pensadores de segunda fila y faltos de originalidad que imitaron doctrinas del extranjero –mejor la del extranjero, según parece, que la de sus compatriotas- tan fácil de conseguir, pues lo primero les parecía más selecto; estos pensadores intentaron convencerse a sí mismos de ello en la medida de lo posible. Pero allí donde se movía el espíritu alemán de manera autónoma, surgió la tarea de buscar crear una filosofía propia, convirtiendo, como debía ser, el pensamiento libre en fuente de verdad independiente».
Pareciera que este filósofo alemán nos habla a través de los siglos de lo que nos ha ocurrido a nosotros. No deja de sorprender cuántas semejanzas, a pesar de la distancia en tiempo y geografía. Pensadores (¡!¿?) de “segunda fila” abundan por estas tierras y “faltos de originalidad” absorben extasiados doctrinas extrañas a nuestra idiosincrasia, pero muy afines con los propósitos de los “dueños del mundo”, muchas veces ocultos a su ignorancia. La importación de ideas ha sido una de las tareas más fructíferas en los medios intelectuales. Citar lo último que se escribió o dijo en cualquier lugar de los países centrales, importando muy poco la calidad de lo afirmado, da patente de persona culta y bien informada (¿o deformada?).
Podríamos parafrasear diciendo: “pero allí donde se movió el espíritu indoamericano de manera autónoma, surgió la tarea de crear la filosofía de la liberación, convirtiéndose en un pensamiento libre, fuente de verdad independiente”. Y diagnostica nuestro autor: «Mientras no volvamos a producir nada digno de tenerse en cuenta, entre los medios concretos y específicos para elevar al espíritu alemán, uno muy eficaz sería disponer de una historia fascinante de los alemanes de esa época que fuese libro nacional y popular… Sólo que una historia así no tendría que narrar los acontecimientos a modo de crónica, sino que tendría que meternos dentro de la vida de aquella época impresionándonos profundamente… y esto, no mediante invenciones infantiles, como tantas novelas históricas han hecho, sino mediante la verdad; de su vida deberían dejarnos entrever los hechos y acontecimientos como testimonio de la misma».
Nos está hablando de nuestra “historia oficial” y de la necesidad de reescribir la “historia de nuestra patria y la de nuestro continente”, para reencontrarnos con un pasado que nos devuelva la dignidad de ser lo que prometíamos ser. En esa senda descubriremos nuestra originalidad como pueblo que nos devolverá nuestra identidad y nuestra autoestima.

martes, 27 de noviembre de 2007

La ignorancia sobre la Nación

Después de haberme repuesto de mi sorpresa inicial pude leer en Fichte el papel que le asignaba a lo que él denominaba “el Estado racional”. Éste «no se construye con disposiciones artificiosas a partir de cualquier material existente, hay más bien que formar primero y educar a la nación para este estado. Sólo la nación que haya resuelto la tarea de formar al hombre perfecto mediante el ejercicio real, resolverá a continuación también la tarea del estado plenamente desarrollado». Las “disposiciones artificiosas” pueden ser pensadas, tanto entonces como ahora, como la imposición de ideas, doctrinas, métodos políticos, formas institucionales ajenas a la cultura de la nación. El ideal del “hombre perfecto” debe ser entendido como un horizonte hacia donde caminar, no como un objetivo alcanzable.
Por ello dice en otra parte, argumentando desde su patria que «La nación alemana hasta ahora ha estado siempre de hecho en relación con el progreso de la especie humana en el mundo moderno. Hay que aclarar aún algo más de la observación que hemos hecho acerca del proceso natural que esta nación ha seguido a saber: en Alemania toda formación ha partido del pueblo». La importancia que le otorga a la cultura popular me lleva a pensar en la necesidad de una educación que se sostenga en valores como la de: «Los alemanes que se quedaron en la patria habían conservado las virtudes extendidas ampliamente en su tierra: lealtad, sinceridad, honradez, sencillez… Pronto se desarrollaron y florecieron en las ciudades todas las actividades de la vida culta. En ellas nacieron constituciones e instituciones ciudadanas, si bien pequeñas no obstante acertadas, a partir de las cuales se extendió por todo el país una imagen de orden y un amor hacia el pueblo».
Siguiendo esta línea de pensamiento deberíamos detenernos a pensar si la influencia, determinante hoy en las “capas cultas” de nuestra sociedad, del pensamiento económico de origen anglosajón, distante de lo alemán, no invierte el orden del planteo. Primero “desarrollar” lo económico para después estructurar la nación en torno a sus resultados. Como si este pensamiento no contuviera ya valores que sabotean la posibilidad de constituir una comunidad organizada. “El hombre que va al mercado a maximizar sus beneficios está muy lejos de preocuparse por el bienestar del conjunto”. Ese curso de acción es advertido por Fichte y por ello señala que: «Es ese período único de la historia alemana en que esta nación consigue esplendor y fama al nivel que le corresponde como pueblo originario; a medida que la codicia y ansia de poder de los príncipes va destruyendo este esplendor y pisoteando la libertad, se va hundiendo paulatinamente la totalidad y a abocando al estado actual».
Invito al lector a traducir a términos de la historia de Argentina, o de la América toda, cambiando los personajes y la época, pero reteniendo la esencia del proceso, para comprender en parte lo que nos sucede. La doctrina económica que recibimos de los clásicos, Smith, Ricardo, entre otros, se elaboró sobre la historia que escribía Inglaterra del siglo XVIII y principio del XIX, después del impacto de la Revolución industrial. La expansión de ultramar, el dominio de los mares que resultaba al mismo tiempo el dominio de los mercados exteriores la colocaba en un plano de privilegio. Sostenida por ese proyecto de poder la doctrina económica no hacía más que legitimarlo y proyectarlo hacia el futuro. El problema no radica en ellos sino “en la codicia de nuestros príncipes locales” que se unieron a ese proyecto de dominación. Sus nietos enseñan en nuestras universidades.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Las dudas de mi ignorancia

Yo me sentía seducido por el desarrollo del tema tal como lo exponía Smith, me sonaba a cierta música celestial. Todos los hombres cumplían con su deber, hacían lo mejor que podían y ponían lo mejor de sí para satisfacer del mejor modo posible las necesidades de los demás. Si bien esto no impedía que cada cual velara por su interés personal, al contrario ello era necesario para un mejor funcionamiento del mercado, dado que así todos saldrían satisfechos con la conciencia del deber cumplido y con el bolsillo lleno con sus ganancias. Nadie salía disconforme ni daba lugar a conflictos. “Todos eran felices”, me sonaba a final de cuento infantil.
Volví a encontrarme con mi viejo profesor y le manifesté mis dudas. Le pregunté si en la Inglaterra del siglo XVIII no había gente mala que pudiera dar lugar a disturbios o a pretender quedarse con lo que no era de ellos. Me tranquilizó afirmando: “Hombres así ha habido en todas partes, por lo menos desde que hay historia escrita. Por tal razón, si bien Smith apela a la conciencia moral de los hombres postula también la necesidad de la presencia del Estado, y a su fuerza policial para recomponer el orden allí donde fuera alterado, vea como lo dice: «Si un soberano se ve sostenido, no sólo por la aristocracia del país, sino por un ejército permanente y bien disciplinado, las protestas más anárquicas, infundadas y violentas no le causan la menor inquietud. Puede tranquilamente despreciarlas o perdonarlas»”.
Me aclaró: “Si bien ningún funcionario debe inmiscuirse en el libre funcionamiento del mercado, como ya le leí el otro día, esto no significa que todo el sistema productivo y de cambio en el mercado no esté protegido por la fuerza del Estado. Éste es el que debe velar, como dice Smith, por el cumplimiento de los contratos, sobre todo el que se realiza entre el trabajador y el capitalista, y por la protección de la propiedad privada, sin la cual no hay mercado capitalista”.
Partiendo de lo que sucede hoy en las relaciones laborales, entre el que compra la mano de obra y el trabajador, y dadas las disparidades de fuerza y poder entre unos y otros, me atreví a plantearle otra duda. Dije que lo que yo observaba era que los fuertes se aprovechan de los débiles en la fijación del precio de la mano de obra, y que el Estado no interviene, o lo hace poco, en esos contratos que, por regla general, benefician al contratante.
Me contestó el profesor: “El tema de las necesidades de los trabajadores lo trata como un problema al final de su estudio, no es para él un tema relevante. Smith sostiene que debe pagarse respetando un límite «lo necesario para el propio sustento». Pero esto lo soluciona remitiendo el tema a la «armonía del mercado». Sin embargo Smith no ignora que «en ciertos lugares mueren los niños antes de la edad de cuatro años, esta gran mortalidad se advierte generalmente entre los niños de las clases bajas, en las cuales la mortalidad es todavía mayor». Sin embargo, estos problemas, lo que podríamos denominar los resultados no armoniosos, no pueden ser solucionados por el hombre porque superan el conocimiento humano sobre la totalidad del mecanismo y su saber es finito. La «mano invisible» se encargará de ello”.
Ya había comprendido hasta donde llegaba Adam Smith, no alcanzaba, por lo que debería seguir estudiando.

sábado, 17 de noviembre de 2007

La ignorancia sobre el mercado

Como seguí leyendo a Smith, pero con las dudas de haber comprendido mal, recurrí a mi viejo profesor para preguntarle sobre el famoso egoísmo que asegura el buen funcionamiento del mercado. Puesto que yo había entendido que el autor, como moralista cristiano, había postulado la simpatía entre los hombres, lo cual los llevaba al cumplimiento del deber de producir lo mejor que pudieran para satisfacer las necesidades de los demás. El profesor me aclaró: “Él no sostiene que el origen del intercambio sea el egoísmo, ni rechaza la benevolencia como sentimiento moral como motivo del intercambio. Indica que las relaciones de mercado, además de esos sentimientos de benevolencia, debe saber manejarse el amor a sí, el interés de la «conservación de sí mismo», que se entendió como egoísmo, porque este interés mueve con mayor fuerza el mercado”.
Y me leyó una cita de Smith: «Como cualquier individuo pone todo su empeño en emplear su capital en sostener la industria doméstica y dirigirla a la consecución del producto que rinde más valor, resulta que cada uno de ellos colabora de una manera necesaria en la obtención del ingreso anual máximo para la sociedad. Ninguno se propone, consciente o explícitamente, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta que punto lo promueve. Pero… es conducido por la mano invisible a promover un fin que no estaba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al seguir su propio interés promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios».
Y agregó el profesor: “Para Smith el conocimiento de cómo funciona la totalidad del mercado es imposible, no está al alcance humano. Escuche lo que dice: «El propietario del capital industrial no debe angustiarse de no conocer el funcionamiento total del mercado. Ese conocimiento es imposible y además innecesario. El mercado funciona con «armonía» llevado por la providencia como si compusiera un reloj la mano experta de un relojero. Hay que hacer con conciencia moral responsable lo que toca obrar como deber, en la especialidad de la que pueda tener conocimiento, respetando el derecho a la propiedad del capitalista y el contrato de trabajo, lo demás funciona automáticamente. Este automatismo produce un resultado armónico: el bien para todos». Por ello, para Smith: «El gobernante que intentase dirigir a los particulares respecto de la forma de emplear sus respectivos capitales, tomaría a su cargo una empresa imposible, y se arrogaría una autoridad que no puede confiarse a una sola persona, ni a un senado o consejo».
Comprendí que Smith transmitía, como buen cristiano puritano, una fe inconmovible en el cumplimiento de las leyes del mercado, la famosa ley de la oferta y la demanda, puesto que estaban gobernadas por la mano de la Providencia. Esta «mano invisible» garantizaba la «armonía del mercado» cuyo resultado aportaba a la felicidad de todos los ciudadanos. Me quedé pensando en los resultados de ese mercado libre en nuestros días y una duda me recorrió desde los pies a la cabeza: ¿qué había pasado con la «armonía» para que hoy haya tantos pobres. Pero comprendí la fatiga de mi viejo profesor y decidí volver otro día.

martes, 13 de noviembre de 2007

La ignorancia preguntona

Después de haber pensado que tipo de lectura me sería útil para comenzar a entender un poco de economía, habiendo comprobado que los especialista de hoy hablan en una jerigonza incomprensible, pregunté a un viejo profesor. Esta hombre, con una sonrisa bonachona ante la confesión de mis cuitas, me recomendó una perogrullada: comience por el principio. Debo confesar que, con no poca vergüenza, me vi obligado a volver a preguntar: cuál es el principio. Entonces se levantó, fue a su biblioteca y me entregó un grueso volumen cuyo título era “Una investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones”, escrito en 1776 por Adam Smith.
No podía salir de mi sorpresa por lo grande y por lo antiguo del libro, pero una vez planteada mi situación y habiendo encontrado una sabia respuesta no podía retroceder. Así que me dediqué un tiempo a su lectura. Por ello quiero compartir lo que fui comprendiendo. Debo decir que aprendí que este señor no fue un economista, tal como se entiende esto hoy, era un escocés profesor de filosofía moral y rector de la Universidad de Glasgow. Por lo tanto sus preocupaciones intelectuales fueron de orden moral. Pero, siendo testigo directo de los cambios que estaba produciendo la Revolución industrial, comenzó a estudiar economía leyendo a las figuras más representativa de su época. El resultado de estos estudios quedó plasmado en el libro que estoy leyendo. Debo decir que aprendí que antes había escrito “La teoría de los sentimientos morales” donde sostiene la necesidad de la «simpatía» entre los ciudadanos para el buen funcionamiento de la sociedad.
La Revolución industrial despertó su admiración por los avances que produjo como proceso civilizatorio que camina hacia la «armonía universal», que incluía el «cosmos y sus leyes naturales» además de las leyes que rigen la naturaleza humana y la sociedad a través de «la mano invisible». Esta mano, que era una metáfora de las leyes de la Providencia, gobernaba las acciones de los hombres sin que éstos lo percibieran, dado que sus designios escapan al conocimiento humano. El mundo de lo cotidiano que es un «mundo armónico», se presenta ante los hombres como un mundo aparentemente caótico. Sin embargo, está ordenado por la «mano invisible, es decir Dios. Este Dios actúa en «el tribunal interno» de nuestra conciencia con reglas de moralidad que permiten «sujetar la fuerza de la pasión» y en especial «el amor propio», despertando el sentido del deber en los hombres.
La moral que rige los actos de los hombres se manifiestan como reglas generales «del sentido del deber y de las virtudes, que ordenan las pasiones morales positivamente y las restantes negativamente, restringiéndolas hacia la concordancia con el movimiento uniforme y armonioso del sistema». Así veía Smith al sistema del capitalismo industrial naciente. Para que este sistema funcione correctamente debe sustentarse en «la división del trabajo, la propiedad y el cumplimiento de los contratos, que por ello mismo hay que garantizar por medio de la institución mercado, bajo el ejercicio del poder del Estado».
Por ello las reglas generales de la ética, que había estudiado primero, se transforman después en las leyes del mercado, o de la economía capitalista. De allí se deriva la necesidad de la «división del trabajo» por la cual cada ciudadano se ocupará de producir lo que mejor sepa hacer y que le garantice la mayor utilidad, acompañado por la necesidad de «fijar la propiedad» (unos son propietarios del dinero y otros lo son del trabajo). Así los poseedores de dichos productos diferentes pueden cambiar lo que producen por lo que necesitan. La ética, que ahora es mirada como regla desde el mercado, obliga al cumplimiento del deber que se desprende de la «división del trabajo», cada uno debe hacer lo que le corresponde, puesto que de no hacerlo no se dispondría de bienes para el cambio.

martes, 6 de noviembre de 2007

La soberbia y la ignorancia

Terminé afirmando, en una nota anterior: el principio de la sencillez, que tiene una extraña proximidad con la ignorancia. Sólo el que se sabe ignorante de algo, poco o mucho, está dispuesto a escuchar, estudiar, reflexionar, y por ello puede aprender. Por el contrario, el que se sabe poseedor de la verdad, toda o de una parte, no encuentra ninguna inclinación por el aprendizaje. Nuestro Alfredo Zaiat, ya cita en otras oportunidades, sostiene: “La soberbia del saber económico convencional se enfrenta a problemas que no encuentran respuestas en las tradicionales ecuaciones… En la actual etapa del desarrollo, la ciencia económica tal como se la difunde ha llegado a la frontera del conocimiento, síntoma que se expone cada año en los premios Nobel a esa disciplina… Todo lo que tenía para dar esa ciencia ya fue entregado” (Página 12 – 28-10-07).
Lo que yo había insinuado con mucha timidez, dada mi confesión de ignorante, parece ser una constante en ciertos economistas, que parecen saber mucho de economía salvo que está va en vías de agotarse tal como se presenta en sus saberes. Saben todo, o casi, menos el corto alcance de ese saber. Por eso nos explica Zaiat: “Mientras tanto, la dinámica del sistema capitalista, ya extendido a todo el planeta, va presentando desafíos, nuevas situaciones, que la mayoría de los economistas hoy no dan cuenta de ellos enfrascados en sus viejos debates”. Creo que hemos llegado al momento de la “iluminación”. Esos “viejos debates” están refiriéndose a los manuales que se regodean del saber de Adam Smith, quien pensó y escribió hace más de dos siglos, partiendo de la observación y el estudio del mercado inglés. La famosa “Riqueza de las naciones tiene nada más que 231 años. Me dirán que mucho avanzó la teoría económica, pero nunca abandonó su punto de partida, el decir de su padre.
Tal vez, esto lo lleva a decir a Zaiat: “… el impresionante avance de la tecnología aplicada a la producción y el proceso de globalización de la economía mundial ha desencadenado un fenómeno de transformación de las estructuras productivas acerca del cual se sabe relativamente poco. Por lo pronto, los economistas dan constancia de que ese proceso está sucediendo, pero en general no ofrecen elementos muy convincentes de por qué ocurrió de esa manera”. Posiblemente, y esto lo digo yo, una ciencia que nació dentro del marco del capitalismo moderno no está en condiciones de revisar el supuesto sobre el que está parada: la existencia de la sociedad capitalista como condición de su razón de ser. El horizonte de su aparición posibilita un conocimiento acotado a ese tiempo pero, al mismo tiempo, delimita el ámbito de su posibilidad de comprensión,.
Como toda reflexión sobre la actividad humana, es siempre un saber de la ya acontecido. Se le puede aplicar lo que Hegel decía de la filosofía que era “como el ave de Minerva que remonta su vuelo al atardecer”, es decir puede hablar de lo que ya pasó nunca está en capacidad de dar cuenta de las nuevas situaciones. Si esta ciencia estuviera en condiciones de conocer el futuro los miembros de esa cofradía serían todos millonarios. Pueden acertar las carreras del domingo con el diario del lunes. Lo que estamos viendo es que leen periódicos de más de un siglo atrás.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Ventajas de la ignorancia

He estado dándole vueltas al problema de la economía por razones que están lejos de ser inquietudes académicas. Como se ha dicho algunas veces, Argentina es una excepción a las reglas de la economía. Varias décadas atrás nada menos que el Nobel de economía Paul Samuelson escribía en su famoso manual las categorías en que podían clasificarse los países. El nuestro quedaba fuera de competencia. El tema es saber si esto es bueno o es malo. Como los economistas tienden a resolver todo metiendo cada caso en una de las categorías, se parecen a los médicos con las enfermedades. Creen resolver de este modo cualquier dificultad que pueda presentárseles. Cuando la realidad no se aviene a tal metodología, pues “peor para ella”, algo está mal en ella. Equivale a decir que el manual es el “cristal” a través del cual se estudia la realidad.
Pero, he aquí la “madre” del problema: la realidad social se presenta con particularidades culturales, políticas, económicas, propias de cada pueblo (perdón por el arcaísmo) que se impone como una verdad irreductible a la abstracción teórica simplista. No es la realidad la que se debe adaptar al concepto, sino todo lo contrario. Esto me lleva a afirmar la mayor de las “herejías” científicas: es necesario desarrollar ciencias nacionales, es decir que partan de la realidad única e irrepetible que es cada pueblo y, a partir de allí, intentar llegar a conclusiones generales.
Me tranquiliza el saber que una brillante economista inglesa Joan Robinson se preguntaba “si lo que la economía estudia y afirma sirve para otra sociedad que no sea la de los países altamente desarrollados”. Es decir que ella pensaba que lo que servía a su país podía no ser útil para otro. La economía que se estudia en nuestras universidades está hecha “a imagen y semejanza” de los centros imperiales. ¿Es demasiada agudeza suponer que, por lo tanto, deben estar al servicio de sus intereses? Puedo decir esto porque también expresó, en otra oportunidad, que la economía “ha sido siempre, en parte, vehículo para la ideología dominante en cada período”. El pecado de pretender ser ciencia, como lo es su modelo paradigmático, la física, la empuja a pensar en términos de un universalismo abstracto, a lo que se le suma poder ser así un instrumento de dominación económica.
Afortunadamente, la historia no es estudiada en esos mismo términos, de haber sido así tendríamos sólo una historia universal que se repetiría como un calco en todos los pueblos. Como esto sería demasiado evidente no se ha operado así, aunque esto no impide que la historia también esté contada desde la mirada de los centros del poder, es decir, los vencedores. La “liberación”, mentada en el marco de la cultura occidental desde el Génesis hasta nuestra versión amerindia, no debería dejar de lado la “liberación científica e ideológica”, que debería producirse en la cabeza de muchos de nuestros intelectuales, investigadores y científicos.
Sólo desde la ignorancia del saber “dominante”, respetando aquel comienzo de la sabiduría: “sólo sé que nada sé”, es decir el principio de la sencillez, creo que es posible retomar el camino de un pensar liberador.

martes, 30 de octubre de 2007

Mi insistencia en la ignorancia

Para continuar con mi confesión, que no habla bien de mí, debo seguir afirmando que hablo de lo que no sé. Esta afirmación, en sí misma infamante, me desprestigia pero al mismo tiempo me libera de decir cosas inteligentes. La confesión me coloca en estado de impunidad intelectual. Y como de economía estamos hablando voy a aprovechar un privilegio muy común en ciertos estratos de nuestra sociedad: los inimputables. Habiendo asumido esta condición puedo seguir avanzando con tranquilidad de conciencia, la misma tranquilidad que exhiben aquellos que no han ahorrado esfuerzos en hacer las peores trapisondas.
Bien, como dijo Clinton: “Se trata de economía, estúpido”. Pero como pretendo estar atento a lo que dicen los especialistas y sus asesorados debiera modificar ligeramente la frase clintoniana: “Se trata de economía, hipócritas”. Y si me atrevo a hacer esta acusación pública es porque me baso en lo que dice el economista Alfredo Zaiat: “La hipocresía del discurso del poder económico es uno de sus rasgos característicos, pero en Argentina asume una particularidad que no deja de llamar la atención. Con la cuestión de los precios se parece al zorro que está cómodo en medio del gallinero pidiendo protección para la granja mientras se va comiendo a los pollitos” (Página 12, 21-10-07).
Esto viene a cuento por el debate acerca de la supuesta explosión inflacionaria que se está produciendo en nuestro país y que tan preocupados tiene a nuestros dirigentes. Partiendo de lo que leí alguna vez en un manualcito de economía, cuando estaba intentado entender algo de esta materia, la ley de la oferta y la demanda es la reina del mercado. Bajo su imperio el precio es inversamente proporcional a la oferta, o dicho de otro modo es directamente proporcional a la demanda. Por lo que podemos concluir que hay dos modos de resolver el aumento de precios: se aumenta la oferta o se achica la demanda. La primera condición depende de los productores, producir más, la segunda (¡que casualidad!) también de ellos, puesto que si congelan los aumentos de sueldos baja la capacidad adquisitiva y disminuye la demanda.
Ya estoy oyendo a algún especialista que está diciendo ¡qué bruto! Debo recordarle que ya me declaré en ese estado, y es precisamente esa condición la que me permite estar diciendo barbaridades, ya que sólo un bárbaro puede ser tan ignorante. Bárbaro es todo aquel que está fuera del ámbito de los cultos, es decir los especialistas. Pues bien desde esa situación pregunto: ¿aumentar la producción exige mayor inversión? ¿se puede acusar a los consumidores de no invertir más?, entonces ¿quiénes deben invertir, los mismos que se quejan de que no hay inversión? Si no son los productores/inversores los que lo deben hacer no puedo explicarme cómo se sale de este problema.
Aparecen, ahora, las razones de las dificultades para invertir: la inseguridad jurídica, la desconfianza en las reglas que no son estables, la presión de los costos, etc. De todo ello saco como conclusión, y los lectores perdonarán la barbaridad, que los compradores extranjeros de las grandes empresas, que siguen llevándose las estrellas productivas de nuestra industria, son más brutos que yo en materia económica: no se dan cuenta del pésimo negocio que están haciendo. Esto me deja tranquilo, somos muchos los brutos ignorantes.

viernes, 26 de octubre de 2007

La opción por la ignorancia

La ciencia que se fue encargando de estudiar los fenómenos económicos se fue convirtiendo, con el paso del tiempo en estos dos últimos siglos, en un problema semejante al de la física cuántica. Uno intenta leer y comprender pero es una tarea penosísima. En algún momento se me ocurrió estudiar economía para tener una visión más clara de esta fundamental problemática. Pero desistí, tal vez por incapacidad, por falta de volunta, etc., pero yo me dije que lo hice por “salud espiritual”. Aunque esa respuesta no haya sido muy clara, ni para mí, la acepté como buena. Entonces, me declaré ignorante, por las ventajas que otorga poder preguntar todo, aún lo más trivial y obvio, debiendo soportar la mirada superior de los especialistas. Ellos, con un lenguaje cargado de anglicismos, pueden responder con suficiencia.
Como la ignorancia otorga impunidad permite volver los intrincados problemas a su status más simple, al nivel de la discusión de la feria. Todos sabemos que estamos ante un proceso inflacionario. Según entiendo, esto se puede definir como un aumento de precios de los bienes que el ciudadano de a pie compra cotidianamente. Digo esto porque la propiedad inmobiliaria ha aumentado significativamente en los últimos años pero nunca apareció en los grandes titulares con caracteres de catástrofe, sin embargo el tomate si logró ese notable triunfo.
Ahora bien, por qué aumentan los precios. La pregunta nos remitiría a los que fijan los precios, es decir a los grandes productores o distribuidores. Por lo tanto, si algunos de los actores del mercado no deberían quejarse éstos serían los empresarios de esos rubros. Sin embargo, si leemos o escuchamos sus declaraciones (hechas por ellos o por los economistas que hablan en su nombre) nos enteramos de las preocupaciones que ellos tienen sobre este problema. Preocupaciones que les presentan a todos los candidatos que se reúnen con ellos. Éstos, como están en campaña, repiten esas preocupaciones textualmente. Lo insólito es que algunos funcionarios oficiales se dejan arrastrar por esta corriente y hablan desde los mismos problemas.
Por lo que todo el tema de los empresarios gira alrededor del aumento de costos de su producción, lo cual los obliga a aumentar sus precios. El sentido común, arma a la que apela la ignorancia, diría que entonces ellos están disgustos a reconocer que esos aumentos deben ser trasladados a los salarios. Perdón, una vez más mi ignorancia. Esto no se puede hacer porque aumentaría la inflación, ya nos lo explicó un economista serio como es el Dr. Lavagna.
Ahora bien, si el aumento de los insumos es el determinante del aumento de precios, la energía y demás servicios, en caso de aumentar agravarían la situación. Nuevamente la ignorancia mía. No puedo explicarme cómo los empresarios y sus asesores aconsejan el aumento de las tarifas de los servicios públicos.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Pensando hacia adelante

Estamos muy cerca de la definición electoral y, aunque todo pareciera decir que la “elección” ya está hecha, no debemos quedarnos con la mente en octubre y pensar qué deberíamos exigirle al próximo gobierno dado las materias que estamos lejos por debajo de cuatro, es decir no aprobadas. Y el uso de la primera persona del plural intenta introducirnos en un pensamiento de tipo comunitario, que nos incluya a todos y nos permita asumir la cuota de culpas, irresponsabilidades, desidias, desentendimientos, en la que hemos caído como comunidad nacional. Continuar depositando en los dirigentes las falencias que asolan a nuestra Argentina es, por lo menos, caer en un autismo político que es una parte importante de las causas que nos ha depositado en este presente.
Nuestra realidad de hoy, aunque es conocida por todos, requiere de un recordatorio de temas fundamentales. Creo que en primer lugar debe colocarse la miseria reinante para una parte nada despreciable de nuestra población, y aquí despreciable tiene varias acepciones. Si bien se puede decir que no es despreciable en cantidad, lo es también por el desentendimiento que de ella hacemos. Hay datos que lo demuestran: la colecta “más x menos” de Caritas cada año recibe menos aportes en un país que ha mejorado notablemente su promedio de ingresos. Si bien es cierto que el promedio siempre engaña respecto de su distribución, por lo menos aquellos que más han recibido no lo reflejan en lo que aportan. El consumo ostentoso, el aumento del turismo interno, la facturación de los grandes centros comerciales, son un indicativo de que un sector de la población, aunque no sea importante si lo es el nivel de sus gastos, dispone de un plus que lo dedica a sí mismo. No estoy hablando de privarse de todo, simplemente recordar que hay otro sector que no recibe nada.
Esto está ligado directamente a cómo percibe la situación ese sector privilegiado cuando refleja su modo de entender el problema son su voto. Si dirigentes que exponen el tema de la seguridad sosteniendo que se resuelve con la policía recogen una cantidad importantes de votos queda claro que para aquellos el problema les es ajeno. No relacionan miseria con delito. Olvidan que la fiesta de los noventa fue para algunos mientras otros perdían sus puestos por fábricas cerradas. Cuando hoy comienza a verse que estamos frente a la tercera generación de niños que no vieron trabajar a sus padres ni a sus abuelos y que el trabajo perdió el carácter de dignificador de la persona, acusar a aquellos que caen en la delincuencia es, en el mejor de los casos, una liviandad.
Entonces, creo que la Argentina del 2008 en adelante debe ser pensada como un problema de todos, superando las parcialidades políticas pero acordando prioridades comunes, encontrando o construyendo espacios de debate político que nos permita hablar y escucharnos a todos a partir del compromiso de pensar para todos, incluyendo pensar en aquellos que perdieron la posibilidad y la voluntad de hacer oír sus reclamos. El futuro es el resultado del esfuerzo compartido o es el fracaso de todos como Nación. Debiendo recordar que este mundo globalizado ya no es el receptor de los emigrantes, sino, por el contrario es el expulsador de aquellos que intentan resolver su futuro en el extranjero.

martes, 16 de octubre de 2007

Las derechas y las izquierdas

Es necesario detenernos a pensar el contenido de las palabras que utilizamos en nuestra habla cotidiana. Prestando una atención especial en las que hacen referencia al quehacer político. Las palabras en las que me voy a detener en esta nota son dos: derecha e izquierda. Debemos señalar que la palabra derecha está asociada a lo correcto, a lo bien recibido, a lo que se debe acordar. De allí la expresión “hay que darle la derecha” queriendo significar que se le otorga razón o veracidad a lo afirmado; o “hay que andar por la derecha” lo que indica estar en lo correcto o por el buen camino. Por el contrario, la palabra izquierda parece referirse a lo opuesto. Alguien que no se comporta como es esperable “ha tomado por la izquierda”; el que compra ilegalmente lo hace “por izquierda”, o el que “trucha” una firma se dice que “firmó con la izquierda”, entonces queda asociada a lo falso. Si recordamos el idioma del Dante aparece la siniestra, de la que deriva lo siniestro y estamos ya en lo repudiable.
Por lo que vemos cada una de estas palabras contienen valores opuestos que definen lo que está bien o lo que está mal. Podríamos decir que se reservan para sí un valor moral sobre el bien y el mal. Se podría conjeturar que, si la mayoría de los humanos tienden a utilizar su mano derecha como la más hábil, y algo parecido sucedería con las regiones del cerebro, la izquierda sería menos hábil, es decir menos útil, lo que equivaldría a decir que quien no usa la derecha algo tiene que no anda bien. Dicho esto con todo respeto por los zurdos, me refiero a los que utilizan la mano o el pie izquierdo. Aunque, pensándolo un poco, se ha hecho famoso y muy respetable en fútbol el puesto de “el diez” que está colocado a la izquierda del ataque y por lo tanto debe ser ocupado por un zurdo. Y me viene a la memoria que Vilas era zurdo, que el pibe Messi también lo es, etc. Bueno serán excepciones que no atentan contra la sabiduría de la norma. Pero en el box los zurdos son los más peligrosos porque alteran la técnica de la defensa al pararse al revés de lo que “corresponde”. ¿Será de allí que viene el cuidado que hay que tener con los que cultivan la izquierda? Ya me desvié de lo que quería tratar.
El tema es la política. Hablar en política de las derechas y las izquierdas es una herencia de la Convención de la Asamblea francesa en la que ubicando a la presidencia en el centro del salón se sentaron a cada lado de ella unos y otros. Dándose la particularidad de que los “revoltosos” estaban a la izquierda y la “gente razonable” estaba a la derecha. Precisamente éstos eran los que se oponían a seguir cambiando el mundo porque lo fundamental ya se había logrado. La burguesía había desalojado del poder a la monarquía que era lo que se habían propuesto. Lo demás no era necesario: los derechos de la “gente de bien” ya se habían conseguido, pero la “chusma” pretendía más. Es decir, la misma historia de siempre.
Creo que, ahora que hemos podido desentrañar el más oculto misterio de porque unos son buenos y los otros son malos, es mucho más fácil entender la política en este mundo. Todo lo que está a la izquierda debe ser rechazado, salvo los que están en el centro-izquierda (debiéndose descifrar cuánto de centro y cuánto de izquierda tienen). Está también el centro-derecha (acá me parece más fácil saberlo, porque siendo la derecha lo correcto en todo caso sería lo casi correcto, que no está mal). Nos queda la derecha que no parece presentar problema alguno para definirla: debe ser mala porque nadie es de derecha. Por último, el centro que me cuesta pensarlo porque el centro debe ser el punto medio. Aristóteles lo definía como el ideal, claro que él no tuvo que pensar la política como nosotros, le tocó un momento más sencillo. Antes los esclavos eran esclavos y se terminó. Hoy todos creen que tienen derechos y es esto lo que complica las definiciones.
Si ser de izquierda se caracteriza por las demandas vociferadas y ser de derecha por el discurso razonable se podría resolver sin muchas dificultades el tema: con hablar bajo y pausado se adquiriría el derecho a la verdad. Sin embargo, parece que esto no alcanza para remediar la situación. Si tuviéramos una derecha vociferante, como había en otros tiempos, resolveríamos el asunto despreciando los extremos. Esto nos dejaría un espectro menos amplio que iría desde el centro-izquierda al centro-derecha, con lo cual los matices nos obligarían a hacer un análisis mucho más fino de las diferencias entre unos y otros. Puesto que de no hacerlo nos parecería que todos son lo mismo y dicen cosas semejantes.
Creo estar arribando a un pensamiento más sereno. Si la dificultad del análisis radica en lo fino de los matices el problema no radica en los políticos sino en un público que no es capaz de percibirlos con nitidez. Pero como es muy difícil asumir la culpa lo más sencillo es acusar a los otros y quedarnos en paz. No son los políticos los que no presentan un discurso comprensible y coherente, es la gente que no está en condiciones de entender lo expuesto. Por ello he oído a muchos políticos quejarse de la ignorancia de la gente cuando expone lo mejor para la sociedad y ésta no lo acompaña en sus propuestas. Cuando tengamos un público preparado nuestros políticos podrán resolvernos los problemas. Mientras tanto no nos quejemos, la culpa es nuestra.

jueves, 11 de octubre de 2007

El tomate periodístico

La vorágine informativa nos arrastra a someternos a la lógica del periodismo. Debe entenderse por periodismo eso que se hace hoy en los medios masivos, muy lejos de lo que hayan sido en otros tiempos las plumas que se podían leer en los periódicos como, por ejemplo, Ortega y Gasset escribiendo en La Nación. Pero dejémonos de nostalgias. Sin embargo, esta sensación deprimente que le ataca a uno cuando abre un periódico, escucha la radio o ve televisión no es algo que sólo me pase a mí. Por ello me sentí mejor cuando leí las palabras que Ignacio Ramonet dijo, hace pocos días, en la clausura de la Bienal Iberoamericana de Comunicación en Córdoba (Argentina). Después de detallar el estado actual de los medios masivos y las consecuencias que ello tiene en la conformación de la “opinión pública” (sobre ello hablaré en otra nota) nos alentó a seguir teniendo esperanzas porque el público comienza a darse cuenta de sus juegos. Según este profesor de la Sorbona de París ha comenzado a generarse un gran descrédito de “las verdades” de estos medios.
Dijo entonces: “En la mayoría de los países – no sé si es el caso en Argentina- se han desarrollado ediciones cómicas que tienen vocación por hacer reír en los que los tema es el telediario, y los periodistas son los personajes más payasos de la sociedad”. A partir de allí dio unos cuantos ejemplos acerca de cómo funciona el humor como modo de expresar el descreimiento sobre algún tema. Sostuvo que cuando se toman satíricamente las afirmaciones que circulan en la información pública esto indica que el gran público ya no cree en ella. Bien, esto abre un ámbito de espera para ver estas manifestaciones en nuestro país.
Como cierre de sus palabras exhortó a que deberíamos iniciar un nuevo camino para que circule la información y que ésta sea creíble: “Hay que desarrollar la comunicación comunitaria, hay que crear una nueva generación de periodistas –no estar condenados a hacer lo mismo que sus predecesores- porque el mundo mediático está viviendo una revolución radical y esa nueva generación debe utilizar Internet con sentido de la creatividad, con sentido de la imaginación para inventar el periodismo de nuestro tiempo. Una información mejor es posible y entre todos lo vamos a lograr".
Todo esto viene a cuento de los dolores de cabeza que les estamos dando al tomate. Nunca este pobre fruto se ha sentido más vapuleado, más desprestigiado, más insultado, que en estos días. Pero me he encontrado con un comentario radial en el que uno de los periodistas de la mesa le propuso a sus compañeros que trataran de adivinar de cuándo era la noticia que les iba a leer. Esta noticia hablaba de una suba del tomate del 360% debido a dificultades climáticas en la zona. Ninguno pudo acertar con la respuesta. Entonces, el que proponía el acertijo informó: apareció en diario Los Andes de Mendoza en noviembre del 2006. Para completar el juego les pidió a sus compañeros que buscaran en Internet los diarios y revistas de aquella época y se fijaran si alguno de ellos había hecho algún comentario en lugar destacado de semejante aumento.
Ahora bien, un alimento que puede ser sustituido por otros, que hasta no hace tanto tiempo era un fruto estacional que se consumía en período muy corto del año, ¿a qué se debe que se haya convertido en noticia relevante de todos los medios? Noticia que dentro de unos pocos días desaparecerá. No quiero avanzar con conjeturas, se las dejo al amable lector.

martes, 2 de octubre de 2007

La concentración de medios y la “libertad de prensa”

Hace más de un año el director del periódico Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, analizaba la situación de las publicaciones periodísticas en Europa y decía: “La disminución de la difusión de periódicos, su cada vez mayor concentración en un puñado de grupos industriales y su mayor dependencia de los intereses económicos de esos grupos caracterizan a la prensa escrita actual [esto es extensible a todos los medios - RVL]. Un fabuloso desarrollo tecnológico pone a la información al alcance de un público cada vez más extenso y con mayor rapidez. Pero simultáneamente se incrementa un periodismo complaciente en menoscabo de un periodismo crítico, lo que pone el riesgo la noción misma de prensa libre y perjudica y degrada a la democracia”.
De este párrafo se pueden sacar varias conclusiones. Los medios de comunicación, deberíamos decir de información, o tal vez de desinformación, han sido acaparados por un “puñado de grupos industriales” (otro tanto ocurre en nuestro país), capitales que hasta no hace más de 25 años no se ocupaban de este negocio. La consolidación de los grandes conglomerados económicos permitió que dieran un paso hacia el control de la opinión pública, ahora desarrollada dentro del marco de las reglas de la democracia. Pero como democracia es hoy el reino del mercado la vía utilizada fue la compra de esos medios y su concentración. Por tal razón se puede comprender, aunque no justificar, que por razones de conservación de sus puestos de trabajo haya proliferado “un periodismo complaciente”. Paralelamente se fue disolviendo el “periodismo crítico”.
Esto nos coloca en la pista del proceso que se ha ido dando dentro de esos medios. La censura estatal burda en el mundo occidental ha casi desaparecido, pero ha sido reemplazada, entre otras, por la censura interna que se verifica en las redacciones. Y la censura interna es más fácil de aplicar cuando los periodistas han asumido los valores que los medios pregonan: pero que están todos ellos subordinados al claro objetivo de la mayor rentabilidad: la censura se convirtió en autocensura. Agreguemos a esto que la rentabilidad se obtiene por la venta de espacios publicitarios y que estos son definidos por las empresas y las agencias de publicidad (muchas veces pertenecientes a los mismos grupos empresario). Ambas están regidas por objetivos comunes: llegar a la conciencia del mayor número posible de consumidores por los caminos más efectivos. Esta mercantilización penetra en los medios que apelan a todo tipo de trucos para vender (CD, DVD, revistas, juegos con premios).
Ramonet nos advierte: “Lo cual refuerza la confusión entre información y mercancía, con el riesgo de que los lectores ya no sepan qué es lo que compran. Así es como los diarios enturbian más su identidad, desvalorizan el título y ponen en marcha un engranaje diabólico que nadie sabe en que acabará”. Creo que hoy todo ello describe la situación actual de los medios, hasta tanto no seamos capaces de convertirnos en, por lo menos, consumidores críticos y selectivos. Esto podría hacer sentir las preferencias de un público que demanda bienes culturales y no camuflaje de mercado. Me pareció impactante la figura del “engranaje diabólico” utilizada por quien sabe mucho de ello porque se encuentra en el corazón mismo de este proyecto devastador.
Planteado lo anterior se puede comprender la conducta de un diario “serio”: La Nación”. Habiéndose hecho público que uno de sus abogados es el Dr. Roberto Durrieu, que fue funcionario del Proceso Militar. Héctor Timerman, envió una carta a ese diario, publicada el 16-9-07 en la sección “cartas de lectores”, denunciando el papel de este abogado en el secuestro de su padre. El diario “serio” mutiló esa carta, censurando los pasajes que comprometían a este funcionario y a opiniones editoriales que se habían emitido con anterioridad. ¿Es eso libertad de prensa? ¿Con qué autoridad este diario habla de libertad de prensa? ¿No se le podría decir que “el que está libre de pecados arroje la primera piedra”?

jueves, 27 de septiembre de 2007

La “universidad” de la corrupción

Debemos tener en cuenta que en Internet abunda la “basura informática”. Sin embargo, y esto es altamente rescatable, aparecen intersticios a través de los cuales se cuela muy buena información, por lo general inexistente en los grandes medios. Éste es el caso de www.rebelion.org. Allí encontré la reproducción de una entrevista que hizo Amy Goodman, periodista graduada en Harvard, a dos periodistas de investigación, James Steele y Donad Barlett, ambos premiados con el Pulitzer por sus investigaciones. Esta entrevista fue emitida por una FM de New York en un programa que se llama Democracy Now, considerado en aquel país como el más progresista.
El título que encabeza este programa, como pregunta inicial de la entrevista es: “¿Cómo se evaporaron 9.000millones de dólares en efectivo aerotransportados de la Reserva Federal de EE.UU. a Iraq?”. La entrevistadora afirma que: “Un mes después de la invasión de Iraq, EE.UU. comenzó a aerotransportar aviones repletos de cargas de dinero efectivo a Bagdad. Entre abril de 2003 y junio de 2004, un total de 12.000 millones de la moneda estadounidense fueron enviados a Iraq, donde debían ser utilizados por la Autoridad Provisional de la Coalición para la reconstrucción. Pilas de billetes de 100 dólares fueron empaquetados en bloques, amontonados sobre grandes paletas llevadas a aviones de carga rumbo a la capital iraquí. ¿Qué pasó con el dinero? Hasta la fecha, por lo menos 9.000 millones no pueden ser ubicados”.
En una sorprendente nueva denuncia en Vanity Fair, los periodistas de investigación siguen el rastro del dinero de la Reserva Federal a Iraq. Contestan de este modo: “El dinero que fue a Iraq consistía básicamente de fondos confiscados: Activos iraquíes del tiempo de la primera Guerra del Golfo, dinero del petróleo que había estado bajo el control de Naciones Unidas. Y estaba básicamente confiado al gobierno de EE.UU., en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York. Y cuando quisieron hacer este embarque, lo que nos fascinó tanto fue precisamente como llegó allí, de dónde provino. Y lo que descubrimos fue que hay un almacén a 16 kilómetros al oeste de Manhattan. Es una instalación inmensa y está repleto de efectivo. De hecho, una de las cosas más divertidas que ocurrieron a algunos de los que estaban cargando el dinero fue que un día abrieron la puerta de atrás de uno de esos camiones, y el dinero se desparramó como si se tratara de frijoles creando todo tipo de caos mientras trataban de volver a colocar el dinero sobre esas paletas.
Lo que nos impresionó fue el increíble control, supervisión en este país, y luego llega a Iraq, y desaparecen todos los controles, toda la supervisión. Quiero decir, montones inmensos de dinero fueron al palacio en Bagdad. Otra parte fue a otros palacios, todos palacios de Sadam Husein en todo el país. Y luego fue distribuido, y una gran parte del dinero fue a los contratistas estadounidenses, otra fue a contratistas iraquíes. Todo fue sobre la base de llévate-lo-que-te-puedas-llevar”.
La Autoridad Provisional de la Coalición, que nos fue presentada como el gobierno provisorio, que creó esa ilusión de que se trataba de una fuerza multinacional, fue básicamente dirigida por el Pentágono. La mayoría de los contratos fueron otorgados con la aprobación del Pentágono. Y se convirtió en un colador perfecto para ese dinero en efectivo, porque sólo existió durante catorce meses y se disolvió. Luego se le entregó toda la autoridad a Iraq. Y durante el período en el que tuvo a su cargo el gobierno, “porque no era una agencia del gobierno de EE.UU., porque no era realmente una entidad de la ONU, nadie fue realmente responsable por lo que sucedió con ese dinero. Y, de hecho, parte de la litigación que ha tenido lugar en este país, lo relacionado con denunciantes, ha fracasado básicamente hasta ahora, porque no se trata de una mala conducta dentro de una agencia normal del gobierno de EE.UU.”.
Para poder comprender los “errores” cometidos dicen: “Y lo otro es que el Pentágono estableció una auditoria para que se pudiera rastrear el dinero, para asegurar que se gastaría correctamente. ¿Y quién recibe el contrato de auditoria, NorthStar Consultants, que trabaja desde una casa de un millón de dólares en La Jolla, California, con un apartado de correos en Nassau, Bahamas, que por casualidad es el apartado de correos establecido para una estafa con acciones por 200 millones de dólares unos pocos años antes. Y la compañía fue realmente para controlar el dinero, para garantizar que fuera bien gastado. Fue creada por un hombre de las Bahamas. Pero el tipo de Bahamas que la estableció también había establecido, y participado en, compañías vinculadas a la estafa de 200 millones. Y a este grupo el Pentágono lo puso a cargo de ver adónde iba el dinero, lo que significa una de dos cosas: el Pentágono no quería que se supiera adónde iba el dinero, o quería que fuera a un cierto sitio del que nadie sabe nada”.
Podemos legar a la conclusión que en materia de corrupción tenemos mucho que aprender. Aquí podemos ver a simples aficionados que realizan estafas por unos pocos cientos de millones. El curso de postrado, para operaciones de miles de millones, se dicta en el Pentágono. Lo que no he podido averiguar hasta ahora cuáles son las exigencias y requisitos para ingresar en esa carrera. Pero a no desanimarse, en cuanto lo sepa lo publico.

jueves, 13 de septiembre de 2007

El IPC, los bancos y los medios

He leído en Página 12 del 2-9-07, en su suplemento Cash, una nota de Alfredo Zaiat que me sorprendió. Ya su título anticipa algo que incita a la lectura: Doble Moral. Es probable que mi poca inclinación por la economía y las finanzas sean la causa de mi sorpresa y que lo que leí no sea algo tan extraño. Paso a comentarlo suponiendo que no son muchos los que leen tal suplemento. Todo parte del “escándalo” que provocó la burda intromisión del Sr. Moreno en el INDEC, con el aparente objeto de alterar el índice IPC. Todos hemos leído la ola de indignación que se levantó y no hubo medio que no se hiciera eco de ella. Los más “serios” periodistas le han dedicado largos comentarios al hecho con las consabidas “indignaciones”. Algunos de los economistas del grupo Fénix, que me merecen mucho más respeto, tomaron el tema desde otra óptica señalando que hace más de dos décadas que el IPC ofrece distorsiones que debieron ser corregidas hace tiempo. Sin embargo, no dejaron de decir que los métodos del Secretario de Comercio son bastante primitivos.
También comentaron que no debe ser separado de este tema cómo incide el índice IPC en el ajuste de los bonos que en cantidades enormes atesoran los bancos privados y financieras (locales y de los otros). Esa pérdida de utilidades es cuantificada, según la nota, en unos 1.300 millones de pesos. Lo que dará lugar a una demanda de esos tenedores al Estado para resarcirse de las pérdidas. Hasta acá todo se desenvuelve en la tónica habitual de los grandes medios. Empieza la segunda parte.
La turbulencia financiera que se generó por la probabilidad del estallido de una de las tantas burbujas de Wall Street, que se inflan más allá de la tolerancia que tienen sus resistencias, tuvo un efecto desvastador sobre los valores de mercado de los títulos públicos. Y acá viene la otra cara de la historia. Un informe de la consultora Qualitas estimó las pérdidas en 5.275 millones de pesos, es decir cuatro veces superior a la pérdida tan publicitada en la que entra la “culpa” del IPC. Para compensar esta última pérdida, y tal vez también la otra, la autoridad monetaria modificó las reglas del “mecanismo de valuación de esos activos, para salvar a los bancos de ese fabuloso quebranto”, puesto que les permitió a los bancos “contabilizar los bonos a su valor técnico y no a su valor real”.
He aquí la sorpresa (¿sorpresa?). Los medios, tan rigurosos en sus comentarios sobre las “imprudencias” del “cowboy” de la Secretaría de Comercio, no hicieron comentarios (excepto Página 12) sobre tamaña desmesura y la irregularidad que tal alteración de las reglas implica. Seguro que algún desconfiado estará pensando que se debe a que estas medidas fueron, esta vez, a favor de los tenedores de bonos. El autor de la nota nos informa que hay en poder de los bancos, sólo de los Lebac y Nobac, más de 60 mil millones de pesos que se actualizan por el CER. El que tenga una pequeña calculadora a mano haga cuentas.
Es notable como ilumina nuestro entendimiento comprender los criterios que utilizan los medios para seleccionar de cuáles temas se van a ocupar. ¿Habrá en ello alguna incidencia de los intereses compartidos?

martes, 4 de septiembre de 2007

El FMI y los naufragios

En una nota reciente publicada en Red Voltaire.net, que lleva por título Brasil vs. Banco del Sur, cuyo autor es el economista peruano Oscar Ugarteche, del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, México, e integra la Red Latinoamericana de Deuda, Desarrollo y Derechos (Latindadd), incursiona en algunos temas que deben ser mantenidos en la primera plana de la conciencia de los pueblos. Claro está que esa no es tarea que se pueda esperar hagan los grandes medios de (in)comunicación. Lo que lo lleva a escribir es la cantidad de idas y vueltas que va mostrando la creación del Banco del Sur. No es novedad que en esto, como en cuanto tema que roce los intereses financieros de los centros de poder, el debate sobre las formas jurídicas y administrativas que se deben adoptar aparecen enmarañadas en una serie de cuestiones, aparentemente técnicas. Éstas van empujando los términos de dicho debate hacia un laberinto dentro del cual se hace muy difícil encontrar la salida.
Y no faltan en esta discusión las opiniones de personalidades relacionadas, dependientes, financiadas, sostenidas, o como se desee llamar a los economistas, financistas, académicos en general, que están ligados a las entidades internacionales en la materia. Muchas veces, a través de una telaraña no fácil de detectar a simple vista. Pero, no debemos desesperar. Siempre aparece alguien, que con esa mezcla extraña hoy de honestidad intelectual y compromiso con los intereses de los pueblos, hace oír su voz y despeja la neblina que se esparce sobre la información pública. El autor de la nota que comento está dentro de esa categoría, y acompaña su pensamiento con títulos académicos y publicaciones en las que va dejando su posición. Sólo quiero citar dos pequeños párrafos, por lo agudo y preciso de su formulación:
“… el FMI, ya sabemos, primero deja que se ahogue el pasajero mientras estudia las condiciones con las que lo irá a rescatar y luego recoge el cadáver de la orilla, normalmente echándole la culpa de haberse ahogado”.
La analogía es estremecedora pero, no por ello, menos impactante y clarificadora. Ante tanto parloteo, que se sigue oyendo en todos los medios sobre la necesidad de mantener buenas relaciones con la benemérita entidad de crédito, estas palabras obligan a pensar. Con escuchar atentamente a personeros como los señores Morales Solá, M. Grondona, etc. se podrá tener una clara idea de lo afirmado. Para que no queden dudas de las palabras anteriores nuestro autor vuelve a la carga:
“Una lección aprendida en el siglo XX es que los gobiernos republicanos tienen un manejo poco responsable de la economía y que le cargan al resto del mundo sus problemas económicos de forma que los pobres del Tercer Mundo terminamos pagando por el gasto de los ricos estadounidenses cuando estos pagan progresivamente menos impuestos y su gobierno hace una guerra. Esto es verdad desde Coolidge, Harding .y Hoover pasando por Nixon, Reagan y ahora Bush Jr.”.
Entonces ¿quién presta a quién? ¿quién paga por quién? Debemos empezar a decidir sobre estas cosas porque debemos entender, parafraseando la advertencia de W. Churchil que: “La economía es una cosa demasiado seria para dejarla en manos de los economistas”.

lunes, 13 de agosto de 2007

Tengo un pecado nuevo que no debo estrenar contigo

Nuestros abuelos y bisabuelos (y tátara… y choznos, etc.) vivían en un mundo en el que el tiempo transcurría muy lentamente. Por ello, los cambios sociales se iban preparando paulatinamente, se producía en la generación siguiente cuando la gente ya estaba avisada de que algo se venía y lo iba adoptando de a poco. Pero llegó el siglo XX, cambalache, y todo se disparó. Es cierto que el siglo anterior venía avisando que se producirían modificaciones sociales pero, aquí en la periferia, nosotros los vimos sentados en la tribuna del mundo. Esas cosas les pasaban “a ellos”, gente muy distinta a nosotros.
Se produjeron dos guerras y ya no fue tan fácil quedarse sentado mirando. Una inmigración que escapaba de aquel infierno fue llegando a nuestras tierras y el relato de aquellos dramas nos metió en medio de la turbulencia del mundo. Paralelamente, el tiempo fue tomando una velocidad mayor. En los cincuenta y los sesenta comenzamos a bailar al compás de una música que nos parecía un poco loca (al lado de la que llegó después eran canciones de cuna).
Comenzando los ochenta sentimos que nos metían con patas y todo en medio de la debacle financiera mundial. Un cowboy se subió al caballo de la Casa Blanca, sacó su Colt 38 y comenzó a disparar por el mundo (claro, después vino otro tejano y disparó con calibres superiores, pero es otra historia). Finalmente, llegamos a los noventa, meta pizza y champaña, vedettes en la Casa Rosada, valijas con no se sabe qué (o mejor es no saberlo) entraban y salían de esa casa y del país. Hasta que las tablas de multiplicar saltaron por los aires y resultó que 1 x 1 no era 1, sino tres o cuatro, o… qué se yo.
Por suerte, ahora estamos en el siglo XXI y todo eso quedó atrás. Hemos entrado en otro mundo, llegó la hora de “cumplir con los deberes”, porque el siglo de los derechos ya fue superado, según dijo el nuevo jefe. No hay dudas de que el asesoramiento del ex-ingeniero dio sus frutos. Pero sospecho que la prédica de este apóstol de “los deberes” no se circunscribe al ámbito interno, ya se convirtió en asesor internacional, cono resonancias inesperadas. Vean de qué me enteré.
Días atrás el Diario La Stampa de Milán comenta una novedad vaticana. Ya el título de la noticia me dejó perplejo: Benedicto XVI convierte en pecado los adelantamientos con el coche. Y comenta: “La Iglesia católica pone nuevas trabas para que sus feligreses alcancen el paraíso. Hoy ya no se trata del preservativo ni del aborto, aún en caso de que ponga en peligro la vida de uno de los dos o de ambos. Esta vez hace uso de su capacidad como agente civilizador y se encarga de la educación vial. Adelantarse con el coche se convierte en pecado. Nada indican si poniendo o no en riesgo las condiciones de seguridad de los demás automóviles. Los vehículos, amonesta la Santa Sede, «más que servir a un uso prudente y ético para la convivencia o la solidaridad y al servicio de los demás», son habitualmente un instrumento de «abuso»”.
Qué se puede agregar. Está todo dicho.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Corrupción e información pública

Le gente está tan saturada de oír hablar de la corrupción, es tanto lo que se muestra al respecto, que se oyen quejas porque ya aburre. Esa gente no sabe apreciar el servicio que nos brindan los medios (se llaman así porque se ponen en el medio) poniendo en nuestro conocimiento todo ello. Ya hemos visto que este tema no es nuevo, que tiene larga historia. Pero la diferencia radica en que en aquellos tiempos no había ni diarios, ni radio, ni tele, ni brillantes comunicadores independientes, ni periodistas probos (porque prueban de todo), ni la agudeza que hoy exhiben para comentar el acontecer cotidiano. Aquellos hombres vivían en la ignorancia total. Con decirles que ni sabían leer, salvo “unos pocos elegidos” como dicen Les Luthiers. Por ello, entre su ignorancia y las pocas informaciones que les llegaba de la tradición oral, era muy fácil engañarlos. En cambio nosotros tenemos informaciones en “vivo y directo” de cualquier parte del mundo. Una información instantánea y veraz, descomprometida de cualquier poder que intente ponerla a su servicio, por lo que estamos en conocimiento cierto de todo lo que pasa. Es tal certeza que nos brindan que mucha gente afirma seriamente que “si no pasó por la televisión eso no ocurrió”.
En lo local tenemos un Haddad que ha comprado muchos medios de comunicación en poco tiempo, para evitar que algún poder extraño se le adelante e intente engañarnos con sus informaciones. Él se hizo de una gran fortuna en breve plazo, que la puso en ese objetivo, pero no le alcanzaba. Por ello, fue a buscar a unos amigos que tiene en los EE. UU. y les pidió prestado algún dinero para completar el pago. Miren hasta donde es capaz de sacrificarse por brindarnos una buena comunicación. Su disposición para servir a su gente no siempre es reconocida como merecería. En el nivel internacional una de las figuras señeras, en el mundo de la información, puede ser Ted Turner con su creación de la cadena CNN. El esfuerzo informativo que desplegó llegó al extremo de arriesgar a sus hombres al enviarlos al Medio Oriente, cuando nadie quería ir, para traernos en directo la operación Tormenta del Desierto. Y fue tan minucioso en su trabajo que cuando la transmisión del desembarco no quedó como él deseaba exigió a los marines que subieran a los barcos y volvieran a desembarcar. Todo este esfuerzo para brindarnos las mejores imágenes. Otro que puede nombrarse, entre otros muchos, es el australiano Rupert Murdoch (el de Fox News) que compró cadenas de televisión, radios y revistas en todo el mundo para garantizar el flujo limpio de la información.
Gracias a toda esa voluntad, puesta al servicio de la mejor información, estamos al tanto de todos los actos de corrupción que se producen. Aquí radica la fundamental diferencia con otras épocas de la historia. Eso nos permite dudar sobre si hoy has más corruptos que en otra época. En esto, como en muchas otras cosas, lo que ocurre es que estamos más y mejor informados, y por ello tenemos la “sensación informática” que hoy hay más corrupción. Al contrario, porque la conocemos cada vez hay menos. ¿Quién se atrevería hoy a caer en manos de la justicia por cometer un ilícito, al saber que se conocería de inmediato?

lunes, 23 de julio de 2007

Yo acuso III: confesión globalizada

He leído, en estos días, en los medios de información: “El embajador Rubens Ricupero sabe bastante sobre globalización. De hecho fue uno de quienes la forjaron, no siempre con entusiasmo, es justo decir, desde su puesto en la jefatura de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (conocida como UNCTAD, por su sigla en inglés), como negociador brasileño ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) y como ministro de Economía de su país e influyente cabo electoral de Fernando Henrique Cardoso cuando éste dejó el Ministerio de Economía para disputar la presidencia”. Todo un personaje, como puede verse.
Sin embargo, con semejante currículum a cuestas, que le debía pesar bastante, en uno de sus últimos actos públicos antes de dejar la UNCTAD, (no se dice si se fue o lo fueron) Ricupero: “alertó a los gobiernos de los países pobres que debían pensar dos veces antes de liberalizar sus economías” (a buena hora, nada menos que quince años tarde), ya que dijo: “embarcarse en la liberalización es como entrar a la mafia. Si después uno se arrepiente, no se sale de ella mandando una carta de renuncia”. Le faltó decir: “Que parezca un accidente”. Le faltó decir qué puesto de responsabilidad tenía en la línea de mandos de la mafia. Le faltó decir cómo se hace para salir como él lo hizo. ¿Mandó una carta de renuncia?
Pero, tanta pretensión de sutilezas pareciera borrar el acto de arrepentimiento (¿se habrá arrepentido?). No debemos dejar de agradecerle su confesión, en estas épocas de tantas confesiones y arrepentimientos, porque es “cristiano el arrepentirse” y es “cristiano el perdonar”. Recordándole a él, justo a él, que “perdónanos nuestras deudas” (las deudas grandes) también es “cristiano”.

La Pachamama y la racionalidad económica

Debo confesar que estoy muy confundido. Y creo que la causa mayor radica en que fui un joven en los sesenta y setenta. Ese pasado, que se desarrolló entre emociones intensas, baños de cultura popular y pasiones encendidas, tuve que someterlo al enfriamiento de los ochenta y a la globalización de los noventa. Me convertí entonces en un hombre centrado, racional, analítico, es decir, en un intelectual de la época. Ya no creí que el mundo se podía cambiar, acepté no sin cierto dolor que la historia había terminado, que habíamos llegado a esa meseta que los tiempos habían preparado como final de una larga ascensión. El capitalismo, con su mecanismo de mercado abierto, estaba preparado para resolver todos los detalles que faltaran para un perfecto funcionamiento y la democracia liberal, con sus partidos representativos, le darían el marco legal necesario.
En fin, la racionalidad había tomado el comando del mundo y éste estaba ya colocado sobre los rieles de un cómodo, tranquilo y placentero camino, sin sobresaltos. Me dije: la verdad está en los libros, en los congresos, en las academias. Debía enterrar definitivamente aquellos rescoldos de viejas ilusiones que todavía pretendían chisporrotear en el fondo de mi conciencia. Hasta allí estaba todo claro.
Pero resulta que leo el diario y veo la televisión y me encuentro a un dirigente que reunía todos los atributos para que se ganara mi respeto y mi admiración, un hombre que reunía en sí todos los atributos que lo hacían merecedor de mi envidia: serio, inteligente, atildado, mesurado, moderado en sus apreciaciones, ponderado en sus juicios, fue parte de una ceremonia que puso mi cabeza en descomposición.
Me cuesta decirlo, pero debo afrontar este duro trance para mí: el Doctor Lavagna, rodeado de indígenas vestidos a la usanza quichua, le rindió culto a la Pachamama. “Le ofrendó cigarrillos, alcohol, sahumerios y (escuchen bien) hojas de coca”. Y todo ello “para pedirle protección y hacerle promesas”. Pronunciando estas palabras: “Madre Tierra, que el maíz que estoy vertiendo sea el anuncio de que ningún argentino pase hambre”. ¿Cómo entender que recurra al “pensamiento mágico” como programa de campaña? Si lo necesita, por si gana la presidencia, que mal veo a nuestra patria.
Entonces, se comprenderá cómo me siento. ¿Hemos vuelto a los viejos tiempos en los que imperaba la irracionalidad o es que la posmodernidad todo lo permite? Si rinde culto con toda convicción, este hombre ya no es el que era. Si lo hace sólo como un golpe publicitario, tampoco es el que prometía. “Me he vuelto pa’ mirar y el pasao me ha hecho reír, las cosas que he soñao, me cache en die qué gil”.

jueves, 12 de julio de 2007

Siglo XXI señores, ¡por favor!

Hace muchos años había aparecido una publicidad de un talco que comenzaba preguntando: “¿Será nena será varón…? La respuesta era muy simple: “es lo mismo”. Claro, como se trataba de comprar un talco para bebés no daba lugar a grandes disquisiciones de género al respecto. Pero, ahora se trata del poder y, como todo el mundo sabe, con el poder no se juega. Por el contrario, pareciera que el poder juega con más de uno. Y aquí no parece importar si es nena o varón. (Advertencia: esto no es kitchnerismo; es un desafío a la inteligencia)
He visto que en los medios ha aparecido el problema de la posibilidad de una mujer en el poder. Y las preguntas que se hacen es si estará en condiciones de ejercerlo. Pero, señores, seamos serios (digo “señores” porque parto del supuesto de que las mujeres, o sea las “señoras”, no se hagan estas preguntas, ¿o sí? Esto, entonces, sería grave, gravedad de género ¿no?). Después de haber visto sentado en el sillón de… (perdónenme pero no puedo nombrarlo, la culpa la tiene mi inclinación a leer historia y descubrir quién es quién) a cada personaje sobre los cuales hubiera sido sano preguntarse si estaba en condiciones de ejercerlo, ¿ahora se nos ocurre esta pregunta?
Deberíamos sincerarnos: el problema no es si es capaz de ejercer el poder, el problema real es que es mujer. Claro está, si la comparación se hace con la residente en España, que se molestaba cuando la “atosigaban”, puede dar lugar a las sospechas. Pero pensándolo un poco, la comparación ¿no la favorece y mucho? Por lo que sugiero que cambien el ataque. Porque aquella triste historia tiene más semejanzas con un personaje que también salió en helicóptero: ambos vivían en el topos uranos, para ser compasivos y piadosos. Y si bien de ella se temió por sus capacidades en aquel momento, de él se cantaban loas. Seguro, por parte de aquellos desmemoriados que olvidaron qué había estado haciendo sentado en el senado durante años. Y la desorientación que exhibe el personaje hoy ya la tenía entonces. Es congénita.
Ahora bien si el problema es ser la esposa de…, acá aparece otro olvido. No hace más de cinco o seis años el tema era el inverso: él era el esposo de ella, y esto por más de diez años. Entonces, colegas esposos, preguntémonos cuántos de nosotros se sentiría cómodo con una mujer al lado nuestro tan “dócil” como ella. Y agreguemos más preguntas: ¿Por qué a otra mujer que se llamaba “Ella”, nadie le preguntó si era capaz de ser gobernadora, y a otra bastante más petiza tampoco? ¿“A los argentinos, señor, qué nos pasa…” que caemos en tales confusiones?
Por lo que creo que deberíamos centrarnos en qué piensa, qué dice que va a hacer, qué propone. Y cuando se escribe, se habla por radio o televisión, tanto sobre este tema lo que no aparece es lo que voy a proponer: a) que se le revise el “currículum” (o como se deba llamar) a todo candidato a la presidencia, b) que se le tome luego un test de inteligencia y un examen de conocimientos generales, c) que redacte ante un jurado una mínima monografía sobre por qué cree que tiene condiciones para ser presidente, y d) que se habilite a presentarse a elecciones a los que hayan aprobado. Y dejemos de lado si es hombre o es mujer. Siglo XXI señores, ¡por favor! (El problema, debo confesarlo, es la composición del jurado).

martes, 10 de julio de 2007

Historia ¿qué te pasa?

Después de lo acontecido en la ciudad de Buenos Aires, que por efecto de la escasez de Memorex llegó al Gobierno un determinado personaje, debemos preguntarnos seriamente sobre un tema muy difícil: ¿Cómo distribuye Dios (o la Naturaleza, o la Diosa Razón, o aquel a quien guste atribuir el problema) la inteligencia? A partir de allí volver a preguntarnos si en realidad el problema radica en la inteligencia o en algún otro rincón del alma (perdóneseme el arcaísmo, el problema mío es el tiempo… el tiempo que hace que nací). Volvamos a la inteligencia. Alguien, hace ya tiempo, dijo que la inteligencia era lo mejor repartido, dado que no conocía a muchos que se quejaran de lo poco que le había tocado. Por lo que concluía que se debía haber hecho un reparto democrático (si es que puede ser democrático un reparto de un bien tan escaso).
Estoy adivinando una chispita de agudeza en sus ojos que intenta deslizar la sospecha de que soy un filmusista (¿se dirá así?). Pues bien, no lo soy. Sólo pretendo comprender la historia, y esto ya es suficientemente difícil para el pasado ¿qué le cuento con los hechos tan recientes? Pero, como porteño arrojado a la barbarie del interior, después de tantos años aquerenciado, no puedo dejar de sentir ciertas “nostalgias por los años que han pasado”, y el corazón me reclama explicaciones. Allá voy.
Tal vez, el tema radique en una simple diferenciación entre tener inteligencia o estar politizado. Encuentro aquí una distinción útil. La inteligencia es, por lo menos, un mecanismo de análisis que parte de una simplificación del problema, un desarme de las partes componentes, para luego encontrar alguna solución. ¿Quién de chico no desarmó un juguete y no pudo volver a armarlo? Esto podría ir señalando que la inteligencia no alcanza para encontrar una respuesta al problema planteado. Y si el problema de que se trata es de naturaleza política, como se dice ahora: se complica. De allí se podría descartar el tema de la inteligencia y recurrir a otro más sencillo pero no más fácil: la memoria.
Los tiempos que corren, posmodernos (para usar una palabra a la mano que no dice nada pero suena a intelectual) se aferran a la liviandad de “vivir el presente inmediato”, por lo que se desecha todo pensamiento que pretenda plantear una continuidad con el pasado o se arroje a la temeridad de lanzarse hacia el futuro. (¿Se acuerda de aquellos en que se hablaba de la estrategia? Palabra arrojada al desván de los recuerdos). Ese modo de vivir perpetuamente en el presente ha transformado la profesión de historiador en la de fotógrafo. Todo se reduce a la instantaneidad.
Por ello debemos olvidar a Heródoto y colocar en su lugar a esos fotógrafos de plaza (si es que existen todavía). La verdad no radica en el proceso que da lugar a un resultado, éste borra todo su recorrido y se convierte en un ente metafísico que aparece de pronto y “es lo que es” (perdón Aristóteles). Los hermanos Lumiere estaban locos de contentos por haber transformado la incipiente fotografía en una sucesión que daba movimiento y se convertía en cine. Pues bien, el cine ha muerto, se acabó la historia. ¿Será esta la respuesta? Por las dudas, voy a volver a pensarlo.

lunes, 2 de julio de 2007

Si lo nuestro es pasar… que pase pronto

“Todo cambia y todo pasa, pero lo nuestro es pasar…”. Me quedé pensando en este verso del maestro Machado, que las malas lenguas dicen que cantaba por lo bajo, en su versión serratiana, el nuevo jefe porteño. Me preguntaba si no ha sido cambiado, por el desgaste del tiempo, el sentido que quiso darle el vate español. Supongo que no debe faltar el malpensado que sostenga que no fue el desgaste del tiempo sino el desgaste que sufrió la verdad profunda en tiempos posmodernos. Tiempos que, como todo el mundo sabe, dan para todo.
Y, justo en este momento, aparece la imagen de mi viejo que me mira aterrado diciéndome “¿qué te ha pasado que comentás estas cosas como si nada pasara?”. Pero, como le digo a ese viejo socialista (pero de los de antes, romántico, idealista, utópico) que este mundo se dio vuelta de tal forma que poco queda del que él conoció. De aquel tiempo en que me llevaba de la mano a una plaza a escuchar la verba encendida de Palacios o a ver teatro independiente en las salas del centro de Buenos Aires. Le debería decir que hoy ya no está Palacios, cerraron las salas de aquellos teatros, tal vez por falta de rating, o porque los costos no dan. Y tendría que escuchar su tono irónico diciéndome: “ya te olvidaste que no hacía falta la guita porque todo era «por amor al arte»”.
Sin embargo, (hablo despacio para que no me oiga el viejo), algo de verdad deben tener los que dicen que se desgastó la vieja verdad. A aquella verdad había que descubrirla cuando se trataba de denunciar algún hecho escandaloso (claro que al lado de los de hoy, el mayor escándalo podía ser que se le viera la bombacha a la novia del Pato Donald). En cambio ahora todo es posible, porque todo está revuelto “como en la vidriera de los cambalaches”. Y pensar que esto fue dicho hace más de setenta años y nos parecía una humorada.
Cómo podría explicarle que no hace falta buscarlas, hoy se publica en todos los medios: la CIA da a luz documentos secretos en los que se puede comprobar la cantidad de delitos de todo tipo que cometió (y comete hoy), asociada a los peores personajes de la mafia, que el FBI decía que estaba buscando. La gran policía norteamericana, a quien le confiamos muestro ADN, no encontraba lo que ocultaba otra institución de la gran república. Cómo se lo digo.
Peor aún. Como le digo que una representante de la clase obrera, la “clase revolucionaria” que el quería y admiraba, se quiere hacer las lolas. Y lo reivindica como una “conquista social de los pobres” a la que tienen derecho todas las mujeres pobres. Pregunté si cuando decía eso tenía una remera con algún cirujano plástico de sponsor, pero no supieron decirme. Me aferro a la posibilidad de que desde el más allá no se pueda ver a Tinelli porque Pedro lo tiene prohibido, porque no está mal que algunas cosas se prohíban, sobre todo cuando son de semejante falta de respeto a ese pasado de mi viejo.
Pero lo peor que podría decirle, entre antas pavadas como estas, es que su Buenos Aires querido está en manos de… mejor me callo y paro acá.

lunes, 25 de junio de 2007

Ya llegaremos a ser totalmente democráticos

Hemos llegado a disfrutar de una maravillosa democracia en la que se puede opinar sobre todo. Tenemos la tranquilidad que esta democracia está garantizada por Busch (el de la W) que se ha impuesto la titánica tarea de implantarla en todo el mundo. Cierto es que el muy obstinado a veces se pasa de impetuoso, pero no puede negarse que sus propósitos son nobles. La democracia se ha ido desarrollando en los Estados Unidos desde los Padres Fundadores hasta nuestros días. Pero el pragmatismo anglosajón se ha mostrado muy flexible en cuanto a la formulación jurídica de esa democracia. Por ello a aquella acta fundacional le fueron haciendo Enmiendas para adecuarla a las cambiantes situaciones históricas. Las enmiendas vienen a ser como parches que se le van agregando, pequeños retazos que se le colocan a una tela, algo así como sucesivos zurcidos, de modo que algunos ya no recuerdan como era el paño original.
Será, tal vez, por ello que a ciertos islámicos les cuesta tanto entender eso de la democracia occidental. Ellos intentan leer lo que se escribió y luego pretenden corroborar en la práctica que lo escrito se convierta en realidad. En esto demuestran la distancia que hay entre el pragmatismo anglosajón y el idealismo musulmán. Pretender que las leyes se reflejen en la vida cotidiana es suponer que ya llegó el paraíso a la tierra. Ellos son prácticos, sobre todo los norteamericanos. Ellos rezan todos los domingos, agradecen a Dios antes de cada comida, y como ya han limpiado su alma, después le pegan al alcohol en todas sus variantes, se divierten con algunas otras cosas. Pero todo ello no altera su moral puritana.
En cambio, los musulmanes tienen una actitud dogmática ante el alcohol y otras “yerbas”. A uno le cuesta mucho entender tanta rigidez. Se horrorizan ante lo que ellos llaman la “lujuria de occidente” porque ellos enclaustran a sus mujeres dentro de sus casas y las tapan desde la cabeza a los pies. No son democráticos como los norteamericanos que les dan la libertad a sus mujeres de bailar desnudas en el caño en cuanto bar existe. (En esto no han sido muy originales, copiaron todo esto a Tinelli que es el verdadero creador de tanta libertad de expresión).
En occidente se respetan todas las profesiones, y hasta se las incentiva y se las aplaude. Por ello la más vieja profesión es desempeñada en todo el mundo libre a la vista de todos. Y como se pregona el libre mercado se traen chicas de diversos países para que desarrollen su vocación. El libre comercio, que no reconoce fronteras, posibilita que en París, como en muchas otras ciudades europeas, uno pueda encontrar mujeres polacas, rusas, chinas, etc. Ejerciendo su vocación sin ningún impedimento. Acá, en la periferia, se pueden ver dominicanas, paraguayas, colombianas, porque el cambio no nos favorece. Esta es la razón por la que escasean las rubias, pero en cuanto volvamos al “uno a uno” volveremos a importar de todo.
Es cierto que América, la parda, está pasando por un momento de gran confusión por lo que nos cuesta, tal vez como a los musulmanes, comprender todas las virtudes del libre mercado y la democracia estadounidense. Por eso, creo yo, que rechazamos el ALCA. Pero es evidente que es mucho más fácil oponernos a ciertas medidas económicas que a la homogeneización cultural. Nos oponemos al libre comercio con los EE. UU. pero comemos hamburguesas a reventar, usamos un mal inglés y en lo posible reemplazamos el vetusto idioma de Cervantes por el moderno “lunfardo de Harlem”. Pero, por fin, llegó a Buenos Aires la liberación: seremos macrísticamente libres.

jueves, 21 de junio de 2007

El profeta de la amargura

Metidos en un mundo de inmediateces pragmáticas ¿cómo pensar en idealismos? Pareciera que todo eso que se pensaba no hace más de treinta años fue un simple espejismo. En esos tiempos algunos depositaban sus mejores esperanzas en un mundo socialista, otros en una democracia con amplia participación, algunos en un capitalismo con rostro humano que distribuyera equitativamente la renta que iba en aumento, pero casi todos estaban convencidos que caminábamos hacia un futuro mejor.
Una personalidad intelectual como Eric Hobsbawm escribió en uno de sus libros esta reflexión: el más pesimista de los hombres de fines de los años sesenta, que fuera preguntado sobre el peor de los horizontes posibles para el año dos mil, hubiera descrito un futuro paradisíaco comparado al mundo con que nos encontramos al llegar al fin del siglo. Esto habla de la imposibilidad de pensar en aquella época de que podía pasar en el mundo todo lo que pasó. No quiere decir esto que “todo pasado fue mejor”, de ningún modo, sólo pretendo colocarme en una perspectiva que nos permita pensar en qué es lo que pasó y por qué pasó.
Si bien la década de los sesenta tenía razones para estar esperanzada no faltaban hechos que mostraran negros nubarrones sobre el cielo de aquellos tiempos. A pesar de ello, imperaba un espíritu esperanzado cuando se elevaba la mirada hacia el largo plazo. Parecía que, de un modo u otro, el futuro sería mejor. ¿Dónde quedó?
Pero si volvemos la mirada a los años treinta, el profeta de los cafetines, que siempre nos acompaña en el pensamiento, le hacía decir a la mina ya cansada de idealismos: “No puedo más pasarla sin comida, ni oírte así, decir tanta pavada…”. La crisis de 1929 hacía sentir todo su rigor y el ideario de socialistas y anarquistas predicaba la cercanía de la revolución. Por eso, ella harta de todo esa perorata le reprochaba: “¿No te das cuenta que sos un engrupido? ¿Te creés que al mundo lo vas a arreglar vos?”. Y no le faltaban razones a la mina, desde su realismo cotidiano qué podía significar tanto idealismo delirante. Entonces, para que el fulano ponga los pies sobre la tierra, le dice: “Lo que hace falta es empacar mucha moneda, vender el alma, rifar el corazón”. Duras palabras que reflejan la verdad inmediata de las exigencias del mercado, frente a la ensoñación del Sermón de la Montaña.
Hoy, a más de setenta años de haber sido escritas esas palabras, pareciera que toda la razón la tenía la mina. Su profecía se fue cumpliendo con todo rigor a partir de la década de los ochenta y se convirtió en religión diez años después. “¡El verdadero amor se ahogó en la sopa, la panza es reina, y el dinero Dios!”. Pero, en ese triunfo en la carrera del amarroque tenemos que aprender que son muchos más los que pierden. Mirando nuestra vida actual debemos coincidir con esa profeta de feria que advertía: “Que la razón la tiene el de más guita, que la honradez la venden al contado y a la moral la dan por moneditas”. Sin embargo, de aquellas locas ilusiones, creo, que todavía quedan brasitas sin apagar.

lunes, 18 de junio de 2007

Yo acuso II – Confesión de un título

Vuelvo con mi indignación. Hasta dónde puede llegar la impunidad que este tipo de libertad sin límites permite. Cómo es posible que se pueda convertir en una burla las palabras condolidas, emocionadas, sinceras, dichas desde lo más profundo del corazón, de quien se arrepiente en público. ¿No nos enseñó ya el cardenal Bergoglio que debemos aprender a perdonar? Sobre todo a quien tiene la voluntad y la hombría de bien de confesar sin retacear detalles su falta. ¿Por qué estoy indignado? Porque encuentro en uno de esos llamados “blogs” a alguien que, escudándose cobardemente en el anonimato, publica esta atrocidad.

Confesión… de un título - Versión libre blumbergiana

Fue a conciencia oscura
que perdí mi título… nada más que por salvarlo.
Hoy me odian y soy infeliz, me arrincono pa’ llorarlo.
El recuerdo que tendrán de mi será derechoso,
me verán siempre golpeándolos como un represor…
Y si supieran que lo horroroso
fue que pagara así mi deshonor.

Ay de mi vida… soy un fracasao.
Y en mi caída no pude hacerme a un lao,
Porque el poder lo quise tanto… tanto…
que al rodar, para salvarme, sólo supe hacerme odiar.

Como respeto a la gente de bien, esa que ya ha dado muestras de su inteligencia en las elecciones porteñas, me detengo en mis comentarios y cedo la palabra a los “hombres y mujeres de la República”.

Yo acuso

Yo acuo

Estamos viviendo tiempos difíciles. Si hay frases gastadas esta debe estar entre las que ya cuesta trabajo leerlas. No por ello deja de decir una verdad inconmovible. Lo que no estoy en condiciones de afirmar es que estos tiempos habiliten a hacer cualquier cosa, con el asunto de la relatividad de valores ya no hay uno que se mantenga en pie. Sin embargo, esto no impide que gente con firmes convicciones dejen de decir lo que es necesario decir. Traigo de la memoria el recuerdo del escritor francés Emilio Zola quien no pudo dejar de decir que lo que se estaba haciendo con el militar Dreyfus, acusado de “alta traición”, era una injusticia. Por ello publicó en el diario L'Aurore su famoso “Yo acuso (Carta al Presidente de la República)”, con lo cual logró que le fuera restituido el grado al militar y su buen nombre y honor. Pagó con la cárcel su osadía en un proceso por difamación que le condenó a un año de cárcel y a una multa de 7.500 francos (con los gastos). Magnífico ejemplo.
Comprenderán que yo no me atrevo a ser ni la sombra de un Zola, pero no puedo dejar de decir que se está difamando a los prohombres de la patria. Ya vimos que una minucia como ser portador de un título que no habían conseguido echa por el piso trayectorias impecables como la del, ya citado en esta página, ex –Licenciado Telerman, ahora la del ex –Ingeniero Blumberg. Ante tantas cosas importantes que pasan en este país, como dijo otra eminencia de los medios de comunicación, Llamas de Madariaga, se puede perder tiempo en esas minucias. ¿Quién que se acostumbra a que lo llamen Doctor, Licenciado, Ingeniero u otras denominaciones triviales como esas, no puede estar acordándose de si había estudiado la carrera? ¿Qué importancia tiene?
No será que, ante el majestuoso avance de la derecha, imparable en el mundo, otro tanto en nuestro país, hace que esos demagogos del progresismo izquierdoso, esos que pretenden que la gente de bien “viva tras las rejas, mientras los delincuentes andan libres por las calles” (otra frase bastante gastada) se ponga en duda la prosapia de los mejores. Me parece que ya hemos perdido el parámetro de quienes somos gente de bien y quienes son delincuentes. Debe quedar claro que los honestos somos siempre nosotros y los delincuentes son ellos.