miércoles, 30 de mayo de 2007

¿Corrupción? Eran las de antes

Los que hemos pasado el punto de inflexión de la curva de la vida tenemos una tendencia a creer que “todo pasado fue mejor”. Una expresión que horroriza a los jóvenes es “¡Qué tiempos aquellos!” Mostramos, en ese modo de pensar y sentir, una tendencia melancólica que confunde los tiempos de nuestra juventud, pletóricos de vida, con los tiempos históricos. En éstos los procesos se deben apreciar y comprender dentro de la parábola que describen los procesos civilizatorios. Así, no son los mismos tiempos los que se viven en los inicios de esos procesos, con mucha pujanza y certeza de que se han resuelto todos los problemas de la etapa anterior. En esos momentos históricos prevalece la certeza de que ha comenzado una etapa de progreso indefinido que, poco a poco, se irá aproximando al reino de la felicidad. Después se llega a la maduración de esa etapa de la historia en que se va adquiriendo una cierta calma, una actitud más comprensiva de las finitudes humanas. Muchas cosas son posibles, pero no todas, se dice con algo de sabiduría.
Y, finalmente, se transita por la etapa de la decadencia de esa cultura en la que se percibe cuántas de aquellas hermosas intenciones quedaron en el camino, cuántas frustraciones se han acumulado en el alma. Es, entonces, cuando un tibio escepticismo se anida en la conciencia, pero con un talante de “claro realismo”. Como demostrando que “uno ya ha aprendido y no se engaña fácilmente”. Se mira con condescendencia a aquellos que creyeron infantilmente que era posible un mundo mejor. Y se cita, con aire del que ya se las sabe todas, a Discépolo: “me he vuelto pa’ mirar y el pasao me ha hecho reír, las cosas que he soñao, ¡me cache en die qué gil!”.
La última etapa es la más triste, el escepticismo ya es un frío sentimiento que se afirma en la certeza de que todo idealismo no fue más que vanas ilusiones de quien ha querido creer, incapaz para ver la realidad “tal cual es”. Entonces ya entona con toda amargura: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé”. Siempre ha sido así y no hay Dios que lo cambie. Y si hay un Dios se le puede decir, desgarradamente: “El seguirte es dar ventaja”. Estamos ante el espectáculo decadente de la pérdida de la creencia en los valores, ya nada vale la pena, y “cada cual atiende su juego”.
¿Para qué me mandé toda esta parrafada? Para que sepan que “Chiquito Reyes no es ningún gil”. Yo no me engaño fácil y tengo el ojo siempre abierto para ver que pasa a mi alrededor. Por eso qué me vienen con que hay tanta corrupción, que nunca como ahora se ha robado tanto. Maestros de este tema hemos tenido y de los grandes. Ya en los comienzos tuvimos al muy admirado Don Bernardino, el del sillón, que hizo maravillas con el primer empréstito, ese sí que fue de avanzada, un pionero. Más tarde vino Don Julio, el general, que salió de safari por la provincia de Buenos Aires y repartió hectáreas a manos llenas (claro, entre sus amigos, como debe ser). Lo siguió el otro Julio, el doctor, que arregló con don Runciman, el inglés, algunos dinerillos. Y sierro, para no cansar, con Don José, el estanciero de la hoz, que la primera medida de gobierno que tomó fue eliminar el impuesto a la herencia, porque tenía que arreglar un tema familiar.
Así que hoy hay corrupción. ¡Por favor! Corruptos eran los de mis tiempos.

lunes, 28 de mayo de 2007

Una historia de la corrupción

La corrupción no es un mal que haya aparecido hace un tiempo. Es un problema que lleva siglos en esta humanidad débil. Probablemente desde la aparición de este “homo sapiens-sapiens” que somos nosotros, equivale a decir unos quince o veinte mil años o, tal vez un poco más, pero por allí. Alguno podrá sorprenderse por la cifra, pero debe ser colocada dentro de la historia del hombre, unos dos millones de años. Alguna pista podemos encontrar dentro de la tradición judeo-cristiana, que está en la base de la cultura occidental moderna. No debe confundirse con una muletilla de hace unos treinta años que repetía que “somos occidentales y cristianos” y predicaban de noche con las armas en la mano.
Los rabinos de hace unos tres mil años tuvieron la intuición de que algo debió haber pasado para que el mal existiera sobre la tierra. No podía ser creado por Dios, porque éste era bueno. No podía ser la consecuencia de la existencia de un dios del mal, porque había un solo Dios. Por lo tanto, miraron en derredor y vieron a los hombres, ellos mismos. Por lo tanto, algo había pasado en ellos para que vivieran del modo en que lo hacían. Recordemos que estamos ya en épocas de Salomón (el que se hizo famoso por las minas), que éste era un rey que construyó palacios, templos, ejércitos, trajo esposas de Egipto, etc. Y como dijo el filósofo Barrionuevo “nadie se hizo rico laburando”. Por lo tanto, si tenía tanto ¿cómo lo había conseguido?
También veían los rabinos que había mucha pobreza, mucha explotación, mucha desigualdad, y al mismo tiempo, oían a los profetas advertir: “Acuérdate Israel que tú también fuiste esclava”. Les recordaba que por ello unos siglos antes habían huido de Egipto y al llegar a las tierras de la Palestina (¿justo allí tuvo que ser?) se había realizado el Pacto de la Alianza (cualquier parecido con nuestra Argentina es mera coincidencia). Por este Pacto se había adoptado el Decálogo como regla de vida comunitaria. Pero, como en estos tiempos, en aquellos esto no se cumplió, a pesar de que todavía no se habían inventado los abogados. Se les hacía evidente que la “carne es débil” y las tentaciones muy fuertes. Entonces construyeron un relato que catorce siglos después san Agustín denominó “el pecado original” (en el texto hebreo no existe la palabra pecado, se habla de errar el camino). ¿Qué nos dice hoy el relato?
Nos cuenta que durante mucho tiempo los hombres y mujeres (en plural: Adam y Eva son sustantivos colectivos, ver El Libro del Pueblo de Dios) vivían en paz recogiendo alimentos en el Jardín del Edén. Este Jardín se hallaba ubicado entre los ríos Éufrates y Tigris. Los muy cristianos soldados del muy cristiano Busch, que parece leen otra Biblia, fueron a destruir lo que quedaba del Edén, no sea cosa que los hombres pretendan volver a esa tierras y ser felices. Pero, como en los mejores cuentos, un día se les apareció la tentación encarnada en una serpiente que les propuso hacer justo lo que no se debía hacer, violar la ley. Esta violación convertiría a los hombres en dioses y quien se puede resistir a tamaña tentación. Así fue que, como dijo Vacarezza “entró la envidia a roer”, y se terminó la paz, la armonía y la felicidad. Fueron expulsados del Jardín y tuvieron que empezar a trabajar. (Continuará)

Sigue la historia de la corrupción

No debe entenderse de esta historia que el laburo fue un castigo, como alguna interpretación que anda por allí dice. El relato en este aspecto no hace más que reproducir en un mito la historia de la evolución humana. Prueba de ello es que poco más adelante habla de Caín y Abel (que tampoco son personajes reales sino que representan a los agricultores y a los pastores - ver Libro del Pueblo de Dios). Es decir, un acontecimiento de la historia entre pueblos que se habían hecho sedentarios, los agricultores, y pueblos que eran nómades, los pastores. Las diferencias entre esas formas de vida crearon conflictos. Y si los agricultores “mataron” a los pastores es porque así lo muestra la “civilización”, cultura de ciudad, los sedentarios se impusieron sobre los nómades. De no haber sido así hoy andaríamos tras las cabras y las ovejas caminando por el mundo. Probablemente hubiera sido una vida más sana, pero ¿quién quiere tanta salud?
Y como una cosa trae la otra, pelea va pelea viene, el mal se aposentó sobre la tierra. Parece que le gustó esta vida, y aquí lo tenemos. Ahora que me detengo a pensarlo, no eran nada tontos aquellos rabinos, entendieron cómo fue la historia mucho mejor que otros. Supieron colocar el problema donde debió estar siempre entre nosotros los humanos, los que inventamos el mal y lo cultivamos con un empeño digno de mejor causa. Es cierto que esto de culpar a todos hace que los que son malos de verdad se escuden en el mal de todos y safen. Nosotros los argentinos decimos con aire de tipos experimentados: “Si vos hubieras estado en ese lugar ¿no hubieras hecho lo mismo?”. Y el guiño que acompaña la pregunta, con mucho de cómplice, deja afirmado que en el fondo la diferencia entre el chorro y el decente no es más que la oportunidad. Nosotros los decentes (tengan la bondad de permitir colocarme entre éstos) no hemos tenido suerte, caso contrario seríamos un Gostanián, un Cavallo, un Kohan, un Daniel Marx, para no abundar. Esos sí que fueron “vivos”.
Así fue transcurriendo la historia hasta que Dios, cansado de ver que el mal se había apoderado de los hombres y que daba patente de “piola”, sino miren a Tinelli, tuvo conciencia que lo que había predicado Jesús no alcanzaba para el mundo globalizado. Y comenzó una nueva etapa. Tenemos entonces a la segunda enviada del Señor. Primero nos había enviado a Jesús pero como el movimiento feminista se quejó nos envió a una mujer: la inefable Lilita. Esta enviada pertenece a una especie desconocida: la de los abogados honesto e incorruptibles, claro viene del cielo. Si bien no anda por la calle con la espada flamígera en la mano, por pura modestia, no deja pasar delito de corrupción sea del tipo que fuera. Si Escasany hizo alguna tramoya con el Banco de Galicia aparecía la “chapulín colorada” y denunciaba; si en Mendoza el criador de caballos había hecho algo incorrecto ella denunciaba;… y denunciaba y denunciaba. Nunca probó nada, pero esta no es tarea “divina”.
Pero ello no le llevaba todo el tiempo del que disponía. También se ocupaba de los maltratados, de los perseguidos, de las campañas sucias. Y encontró a un personaje que bien podía ser un héroe de historietas, como Batman, Superman, Spiderman, todos ellos son tan puros que no tienen pareja (por lo del pecado, se entiende ¿no?). Pero éste era un personaje porteño, por lo que podía ser un digno representante de la “viveza criolla”. Se llama Telerman, no se si siguiendo la tradición este nombre quiere decir “el hombre de la tele”. Pero éste en lugar de ser un perseguidor es un perseguido. ¡No podemos ganar una! Conseguimos un héroe, pero es un perdedor. Los malos, que existen en todas las historietas, quieren convencer a la gente que se hizo pasar por Licenciado. Él, en realidad lo tomó del chapulín, sin ninguna mala intención. (Espero que continúe)

sábado, 26 de mayo de 2007

La Patria quiere ser Nación

Necesitamos sacudir nuestro espíritu nacional en esta semana maya. No hace tanto tiempo corría una advertencia ante el peligro en que se encontraba nuestra Nación. Esto iba acompañado de denuncias sobre la gama de problemas que nos embargaban, problemas que de algún modo todos conocemos, pero que sorprende a la mirada del extranjero la impasividad con que los padecemos y sobrellevamos. Pareciera que el sólo verlos no alcanza para que sintamos la imperiosa necesidad de hacer oír nuestra palabra, la de todos, y comprometernos en las propuestas y acciones necesarias que deben seguir a las denuncias.
Pareciera que el dolor de tanta sangre vertida inútilmente en nuestra historia, pasada y presente, no basta. Digo sangre y no debe leerse en clave blumberiana. Todos los días, todavía, se producen muertes evitables, se siguen desnutriendo niños, siguen abandonando el colegio, etc. Debemos abrir los ojos a tiempo: una sorda guerra se está librando en nuestras calles, la peor de todas, la de los enemigos que conviven entre nosotros y no se ven. Los que lucran con la decadencia, aunque se llenen la boca con grandes palabras.
Nos encontramos ante una oportunidad histórica, como no se había dado en los últimos treinta años. Estamos ante la posibilidad de refundar nuestro vínculo social, de reconstruir los lazos fraternales. Es posible que todo esto pueda sonar a delirio romántico, pero creo que si no modificamos el modo de pensar, si no nos alejamos de la necesidad de soluciones inmediatistas, si no levantamos la mirada hacia un horizonte más lejano, poco es lo que podemos esperar de nuestra Argentina. Digo nuestra porque no es de los dirigentes políticos, empresariales, sindicales, eclesiásticos, etc. Es nuestra. Como reza una frase de moda hoy: “Argentina somos todos”. No importa con que intención la pongan, hagámosla nuestra, de todos.
La gran dificultad que debemos enfrentar es la renuncia a querer tener toda la razón; a mantener las privilegios; a la vida y la renta fácil,... con el grave riesgo de seguir tinellizándonos. Se percibe en nuestra patria una sensación de hartazgo, por una parte, y de esperanza, por otra. Hoy la consigna ya no puede ser “el pueblo quiere saber de que se trata”, hoy debemos reclamar la participación en la cosa pública y definir lo que se debe tratar. La conmemoración de aquel 25 de Mayo, es una oportunidad más de memorar con los otros, partiendo de las cosas pendientes que todavía no solucionamos y agregando las que el tiempo fue acumulando. El presidente nos recuerda que “todavía estamos en el infierno”. Lo que debemos decirnos, los unos a los otros, que del “infierno” no nos sacan “los demás”. Tal vez ellos puedan salir, y no hay duda de que muchos salían mientras nos metían a todos dentro. De allí se sale tomados de la mano con el propósito de construir una nación que contenga a todo su pueblo.
La esperanza sigue estando al alcance de nuestras manos, porque sobran energías y voluntades dispuestas a un sacrificio más, pero al servicio de recuperar la felicidad perdida y los derechos abandonados en el camino, bajo los argumentos falaces de que "atraería los inversores", que generarían trabajo. Y la confianza se fortalece al recordar que la historia nos enseña que muchos pueblos que tocaron fondo, al que nosotros no llegamos, se levantaron de sus ruinas y abandonaron sus mezquindades. Esto no se logra en plazos inmediatos, pero podemos ponernos en camino. Hay que dar lugar al tiempo y a la constancia organizativa y creadora, y dedicarnos a la acción firme y perseverante. No todo está perdido, pero no nos sobra el tiempo. No queda lugar para demoras ni dilaciones. La patria nos convoca a convertirnos en una Nación. Pongamos como meta el bicentenario para celebrar todos juntos un paso hacia delante, para todos y entre todos.