miércoles, 28 de mayo de 2008

Democracia y esperanza (I)

Un sacerdote español, reflexionando sobre la participación de los cristianos en la política, se decía, con cierta ironía, que recibe las consultas más absurdas respecto de si ciertas conductas son pecaminosas, muchas de ellas realmente muy graciosas. Y, a continuación agregaba: «Pero lo que nadie me ha preguntado jamás es si se comete o no se comete pecado cuando uno se abstiene de votar en unas elecciones. Por lo visto, a los cristianos se nos enseña una moral en la que entra todo, menos la política». Me pareció una aguda cuestión que apunta a un tema acuciante hoy. La participación en la política, que no debe ser confundida con ser parte de un partido político, aunque esto no significa ningún menosprecio por esa decisión, por el contrario. Dado que en estos tiempos se ha convertido en un tema repetido el hablar mal de los políticos, de sus corrupciones, sus inmoralidades, etc. Decimos que las cosas van mal porque los políticos son unos ineptos o unos sinvergüenzas. Y nos quedamos muy tranquilos. Pero no tomamos nota de una consecuencia tremenda: que muchas cosas siguen mal y algunas muy mal, y que los pronósticos podrían no ser alentadores, de seguir siendo sólo un espectador.
Pero, lo sorprendente es que nuestra conciencia se queda tranquila porque estamos convencidos de que todo depende de los que gobiernan. Cuando debiéramos saber que, en realidad, todos somos responsables de lo que pasa. Y somos responsables ante todo por lo que hacemos, pero también por nuestra pasividad. Detengámonos en este aspecto del tema. Hay personas que dicen, con tono moral, poniendo énfasis: "yo no me meto en política", subrayando el mérito de no hacerlo, como si dijera yo no soy un delincuente. El que dice eso, en realidad, está lejos de advertir que en política nos metemos todos y estamos metidos todos, por más que estemos lejos de comprender que eso sea así. Hacemos gala de un falso apoliticismo que, no debe escapársenos, es nada más que un modo del desentendimiento de los problemas sociales, bajo pretexto de no ser parte de la corrupción política. El sacerdote José María Castillo afirmaba hace muchos años, desde una España muy buena para algunos y que empeora para otros:
Lo que pasa es que, normalmente, el que dice que no se mete en política, es una persona a la que le va bien con la política que hacen los que mandan, sean funcionarios o poderes internacionales. O sea, es un individuo que está de acuerdo con el gobierno de turno. Y, por tanto, no se preocupa para que las cosas mejores, cambien o se hagan de otra manera. Por otra parte, el que asegura que es apolítico, lo que realmente dice es que está de parte del status quo, por más que, cuando habla con los amigos, critique a los gobernantes. No nos engañemos. Es verdad que, cuando el sistema político es una dictadura, las posibilidades de participación se reducen a la protesta o a actuar en la clandestinidad, cosas que entrañan riesgos evidentes y que suponen vencer el miedo por encima de lo que suele dar de sí la condición humana. Pero es evidente que, en un sistema democrático, al menos cuando llega el día de las elecciones, es una responsabilidad muy seria la que pesa sobre la conciencia de cada ciudadano. Sobre todo, si tenemos en cuenta que hay demasiadas cosas que pueden ir mejor y tienen que ser mejor gestionadas por el que salga elegido en las urnas.
Es muy duro Castillo con sus juicios, pero no le falta verdad. Cuando se habla de responsabilidad no significa sólo la participación el día de las elecciones, aunque esto no deja de ser importante, pero los problemas de la gente que lo pasa mal, por causa de un mal gobierno o un gobierno deficiente, o por los impedimentos que se le interponen, no se arreglan sólo con ir a votar.

jueves, 22 de mayo de 2008

Vacas y chacareros gordos en un mundo de hambre

La Argentina tiene una larga historia de vivir por carriles separados, desde su misma intención de ser patria soberana. Intereses contrapuestos de los que querían y de los que no querían, se fueron perpetuando en ese doble estándar a lo largo de estos siglos. El 28 de octubre pasado mostró nuevamente esa contraposición: se enfrentaron dos proyectos posibles de ser una Nación, adscribir a uno de ellos corta el escenario político actual. Ahora lo vemos en los dos 25 de Mayo que se celebran. Esto no debería ser un inconveniente sino el acicate a enfrentar un gran debate sobre qué futuro deseamos, y construir a partir de allí una mayoría sólida y madura que estabilice un ámbito en el que se vayan acordando los pasos a seguir. Una sola condición, creo, debería tener ese proyecto: incluir a todos en una vida digna.
Desde esta perspectiva, estoy preocupado por la mediocridad y chatura de nuestra dirigencia social, política, institucional, empresaria y académica, que se permite jugar a hacer equilibrios peligrosos tras la mezquina intención de hacer prevalecer sus privilegios. El gobierno no está exento de errores, algunos de ellos muy gruesos, que han sido utilizados para propósitos que se esconden. En un mundo global que vive dentro de una conciencia autista, dado que la globalidad que existe da cabida a cada vez menos y se desentiende del resto, seguir el camino trazado nos empuja hacia un horizonte de negros nubarrones.
La crisis social, y ahora alimentaria, del mundo ha llegado a un extremo intolerable. Hay organismos responsables de esta situación, el BM, el FMI, la FAO, CEPAL, etc. El alza escandalosa de los precios de los alimentos coloca a millones de personas al borde de la muerte. Según el FMI, los precios de los cereales sumirán en el hambre a 100 millones en el mundo, que se suman a los 2,000 millones de personas que ya vivían por debajo de los dos dólares diarios. La CEPAL calcula que 10 millones de personas más se sumarán a esa lista en América Latina. En realidad, la actual "globalización" no ha derivado en mayor competencia, sino en el control imperialista del mundo por 7 potencias y sus 200 transnacionales.
Podemos leer muchas causas en los medios: el cambio climático, los altos precios del petróleo y el aumento de la demanda de energía, pero todo ello encubre un perverso motivo: los biocombustibles. Al frente de esta campaña se puso Al Gore ¿se entiende? Para no contaminar hay que hacer morir a millones de personas pobres. Pareciera que están demás en este mundo.
¿Cómo se refleja esto en nuestro país? En una disputa despiadada por la distribución de la riqueza por parte de los que no hace mucho lloraban por la pérdida de sus campos y hoy viajan en avión privado. Utilizando argumentos como la pérdida de dinero esconden utilidades extraordinarias. Porque frente a precios internacionales excepcionales se quieren apropiar de una sobreganancia, no debida a su pericia, a su esfuerzo, ni a la magnitud de sus inversiones –por más valiosas que sean-, sino por obra y gracia de la generosidad de los mejores suelos del mundo. Las extraordinarias condiciones climáticas y de fertilidad de la pampa húmeda son la causa de las sobreganancias, surgen de las condiciones naturales y son de carácter permanente.
De allí que debemos comprender una diferencia: la ganancia normal que se obtiene del producto de la tierra tributa en el mercado interno, pero la que se obtiene por las condiciones extraordinarias del mercado internacional, nos dice la investigadora Cecilia Nahón, la sobreganancia, se ve afectada por las retensiones. «Las retensiones, por lo tanto, no gravan las ganancias del productor –que tienden a su nivel medio o normal- sino la renta de la tierra basada en las extraordinarias condiciones agroecológicas del suelo argentino, más la situación internacional».
Como las argumentaciones de un sector de los dirigentes del campo se basó en el riesgo de perder la rentabilidad agrícola, pasemos a leer lo que nos dice esta investigadora: «La evidencia empírica desmiente de manera contundente estos argumentos, al menos en la región pampeana, que concentra cerca del 85% de la producción de cereales y oleaginosas. El margen bruto por hectárea –es decir, los ingresos menos los costos- de los cuatro principales cultivos no sólo no ha disminuido, sino que es hoy un 38% superior al margen de la campaña 2006/2007 y un 88% superior al ,período 2005/2006, aun bajo la aplicación de las retensiones móviles. La comparación con el margen en la década de 1990 es todavía más favorable: con la aplicación de retensiones la rentabilidad actual es un 138% superior a la vigente entre 1991/2001».
Si no protegemos nuestro mercado interno, sobre todo al sector de menos recursos, seguiremos el camino que nos muestra el cuadro de la pobreza extrema del mundo actual. Luego discutamos qué se hace con los recursos de las retensiones, pero no pretendamos que quede en unos pocos bolsillos.
El informa completo “Una aproximación a la comprensión del problema político actual” en http://www.geocities.com/ricardovicentelopez/

martes, 13 de mayo de 2008

Reconstruyendo la memoria

La idea de la hora es la de reconstrucción. Ésta debe comenzar por las decisiones para la inclusión de los más desposeídos, y aquí esta palabra adquiere todo el peso de su significado. Si bien no se puede afirmar que hayamos tenido un pasado de esplendor, algo así como una edad dorada (dejamos esa añoranza a los melancólicos nacionalistas oligárquicos de la “organización nacional”), sí se puede sostener que la riqueza que producía la Argentina era distribuida con una mayor atención de las necesidades de los más desfavorecidos. Tal vez, esa distribución haya mostrado su punto culminante en la década del setenta, como lo registran las estadísticas, al alcanzar un nivel de 50% para el capital y 50% para el trabajo.
Debe recordarse también que, en aquella época, las clases populares se hallaban todavía protegidas por un estado benefactor, aunque bastante debilitado pero no por ello menos denostado por las corrientes liberales del pensamiento económico. Éste garantizaba, junto a una distribución más justa de la riqueza, la prestación de los servicios básicos que aseguraban el desarrollo integral para todos. Con una preferencia por aquellos que no contaban con medios suficientes. Así se aseguraba una educación gratuita, en el más amplio sentido de la palabra en todos los niveles, por lo cual aparecía como posible el ascenso social de los más pobres y la igualdad de oportunidades. La salud pública mediante un sistema que, extendido a lo largo de todo el territorio de la nación, cumplía con la protección de la salud corporal y psíquica para todos. Una legislación laboral que respaldaba los derechos de los trabajadores y mediaba en los conflictos entre el capital y el trabajo. La defensa de la cultura nacional que apuntaba a la preservación de la salud espiritual de la nación, de sus tradiciones, de sus manifestaciones culturales de todas las regiones, para consolidar el modelo nacional para todos sus habitantes, sin que esto supusiera una xenofobia excluyente.
No debe olvidarse que todos estos logros no fueron el fruto repentino de un solo gobierno, sin olvidar que hubo una época excepcional, sino el resultado de sucesivos gobiernos que, aunque contradictoriamente, fueron colocando las capas de ladrillos que fueron construyendo el proyecto de una nación justa, libre y soberana. Tampoco se debe creer que esos logros fueron perfectos y que no hubo en esos tiempos abusos y corrupciones (el paraíso no es terrenal). Salvo momentos de extravío político, desde los albores de nuestra emancipación, el proyecto de una nación para todos estuvo siempre presente en la conciencia de los argentinos.
En esos momentos de extravío, con mayor o menor fuerza, aparecieron los intentos de desviar ese destino de nación. Se hicieron manifiestos los intereses sectoriales que pretendían una nación para pocos. Las corrientes oligárquicas nunca desaparecieron y, aunque tuvieron épocas de sueños letárgicos, se mantuvieron agazapadas a la espera de oportunidades propicias para sus propósitos. Puedo atreverme a señalar, con riesgo de ser injusto, que en el siglo XX la década del treinta, los años de la pretendida Revolución Libertadora, (que nunca aclaró que quería liberar), la posterior Revolución Argentina que comenzó a abrir las puertas a la intromisión extranjera, y finalmente el Proceso de (Des)-Organización Nacional que consolidó para su posteridad el predominio del capital financiero internacional, han sido años perdidos de nuestra historia.
Si se habla de hacer arqueología de la Historia es para revisar las causas de nuestros olvidos, recurrir a la memoria es un modo constructivo para no dejarnos arrastrar por caminos de dolor y de exclusión. Entonces, debemos preguntarnos ahora qué es lo que se está discutiendo. Creo que radica allí la llave que nos permitirá abrir la puerta del un futuro mejor.

viernes, 2 de mayo de 2008

Las palabras y los hechos

Los economistas hacen gala de una gran inventiva cuando cincelan nuevos conceptos para poder dar cuenta, según ellos, de las nuevas realidades. Los manuales nos enseñaban, décadas atrás, que el crecimiento económico que daba lugar a una suba de la demanda podía provocar un alza de los precios. Cuando éstos se descontrolaban se decía entonces que había inflación. De manera tal que estos dos conceptos crecimiento económico e inflación formaban una especie de dupla por la cual ante la aparición de uno debía rastrearse la posibilidad del otro. Esto posibilitaba las explicaciones, generalmente post factum, de los fenómenos económicos.
Tiempo después se observa que era posible que se dieran procesos inflacionarios en momentos de recesión económica lo que alteraba la sabiduría de la academia. Fue entonces que se comenzó a hablar de la estanflación (stagflaction). Jobless Recovery la define “como una situación en la que coinciden elementos aparentemente antagónicos: una desaceleración económica, o recesión, y un aumento de los precios, o inflación”. Este concepto permitió la explicación de nuevas situaciones de mercado no previstas dentro de la terminología en uso. Nada tiene de reprochable la creación de nuevos conceptos, es una metodología en uso en todas las ciencias. Siempre que estos conceptos, que se acuñan con un propósito específico, no adquieran patente universal y su uso se haga extensivo para dar explicación a una gama mucho mayor de hechos. Cuando estas cosas suceden, y no son excepcionales, se diluye la capacidad explicativa del concepto para convertirse en un lecho de Procusto, en el cual se corta lo que sobra y se agrega (estira) lo que falta.
Estas reflexiones encuentran cierta justificación ante la aparición de un nuevo concepto económico: la aginflación, es decir la inflación producida por el incremento de los productos del agro. No está mal y si responde a fenómenos reales comprobables, circunscriptos a una cierta serie de variables medibles y analizables, tendremos un enriquecimiento del lenguaje científico. Pasos como estos van posibilitando una inteligencia cada vez mayor de los fenómenos de nuestro tiempo.
“En las últimas semanas hemos dado cuenta de los más importantes indicadores económicos a la hora de reflejar el pesimismo reinante a la hora de interpretar los datos del Producto Interno Bruto (PIB). Ahí están las encuestas sobre la confianza del consumidor, la actividad manufacturera o el desplome en las ventas de casas. Hoy se destaca el alza de la inflación; ahí tiene usted, por ejemplo, el 1% de incremento en el precio de las computadoras, uno de los productos que hasta la fecha han dado la impresión de ir costando menos cada día a medida que aumenta su poder de computación. Pero no sólo son las computadoras las víctimas de la inflación. También lo son la energía (20% en un año), los alimentos (5% en 12 meses), el tabaco, las materias primas, el cuidado de la salud y ¡cómo no!, el petróleo que ya esta semana rebasó la mítica barrera de cien dólares el barril”. Esto lo transcribo de una revista de negocios refiriéndose a los EE. UU. “En todas partes se cuecen haba”.
Y viene a cuento por la razón de que nuestros economistas tienen una gran dificultad para ver el bosque, porque piensan y escriben detrás de un árbol. (Tarea para el hogar: ¿cómo se llama ese árbol?) Deberíamos seguir sus consejos y acuñar un término que nos permita hacer referencia a esto con toda claridad: ¿Estupidanflación? ¿Distorsionanflación? ¿Corrupcionanflación?