jueves, 26 de junio de 2008

Un profeta de estas tierras

Hay hombres que tienen la capacidad de comprender el mundo en que viven con una profundidad tal que les permite pronosticar lo que sucederá, de no cambiar algo. Tienen ese algo que tiene el profeta, una habilidad especial para escudriñar en los tiempos que vienen. La palabra profecía ha adquirido, por una mala comprensión de su etimología, un sentido adivinatorio (pro = delante o hacia adelante; femi = el que habla: profeta es el que habla delante de la gente y se refiere a los tiempos por venir). El profeta no adivina, intuye, deduce de las conductas humanas los caminos que esperan a los que se comportan de ciertos modos. Por ello el profeta no habla de lo natural ni de lo cósmico, habla de lo humano.
Hace poco se han cumplido 49 años de la desaparición de un hombre que reunía estas características. Nacido en 1898, pasó su niñez en tiempos del centenario, gobierno de los conservadores, fraude descarado, mucha riqueza en pocas manos y miseria para la mayor parte de los hombres de nuestra patria. Las razones de tanta injusticia le preocupó siempre y su vida fue una búsqueda incesante para encontrar una explicación para un país que se lo llamaba el granero del mundo y en el que una gran parte de su población era muy pobre. Se dedicó al periodismo y a la investigación social, política y económica. Su pluma aguda le permitió ganar cierto prestigio en los salones literarios. En su búsqueda llego a una primera síntesis que desarrollo en El hombre que está solo y espera, con él ganó en consideración y buena respuesta de público a sus treinta años.
La crisis de Wall Street llegaba hasta nuestras tierras y la miseria, la desocupación, el hambre, se habían acentuado. Entonces cambia de rumbo y desde las meditaciones metafísicas se pasa a la investigación política y económica. Dice «Sonreí, luego, de mis ingenuidades cuando percibí que la razón de nuestra incapacidad era más presente y concreta. Así entré al estudio de los constituyentes económicos de mi país, no porque la economía y su cotización de materialidades me atrajera particularmente, sino porque no es posible la existencia de un espíritu sin cuerpo y la economía es la técnica de la auscultación de los pueblos enfermos».
Esa investigación lo llevó a la convicción de que «No hay posibilidad de un espíritu nacional en una colectividad cuyos lazos económicos no están trenzados en un destino común. Así enfocada, la economía se confunde con la realidad misma». Descubre que todo lo que le habían enseñado era “una mentira descomunal”, que «todo lo que nos rodea es falso e irreal, falsa la historia que nos enseñaron, falsas las perspectivas mundiales que nos presentan, falsas las disyuntivas políticas que nos ofrecen, irreales las libertades que los textos aseguran».
Esa Argentina de hace casi ochenta años ha cambiado en parte, pero siguen muchas de las falsedades que nos contaron. Si bien algo se ha hecho y algo se está haciendo, las palabras de Raúl Scalabrini Ortiz vuelven hoy como un eco del pasado reclamando el cumplimiento de programas que están todavía pendientes. Parte de lo que escribió se podría volver a publicar como crónica de este presente todavía irredento

viernes, 20 de junio de 2008

Dicen que una vez…

A lo largo de la historia los pueblos han atesorado gran parte de la sabiduría ancestral en formas de cuentos que guardaban una enseñanza. Así la tradición oriental nos legó pequeñas historias que nos hablan de actitudes, gestos, conductas, ejemplos, que trasmiten valores éticos que pueden orientar nuestro pensamiento y nuestra vida. En las fábulas Esopo puso en boca de animales lo que su esclavitud no le permitía decir como hombre; la tradición hebrea compuso midrash y la tradición cristiana nos legó las parábolas de Jesús. Yo quiero dejarles un pequeño cuento que nos habla de estos tiempos.
En una ciudad del interior de nuestro país, hace unos cuantos años atrás, comenzaban a modificarse los hábitos de los jóvenes por la influencia de la gran capital y de la televisión. Los tradicionales bailes del fin de semana se extendieron desde le jueves hasta el domingo, por lo que de los siete días de la semana cuatro podían ser de trasnochadas. También se fue modificando el horario de inicio de esos encuentros, postergándolo con el tiempo hasta llegar a encontrarse a las dos, tres o cuatro de la madrugada. Esto dio lugar a otra novedad en las conductas: para ese tiempo de espera se citaban en casa de alguno de ellos y tomaban alcohol como preparación. Por lo que el estado en que llegaban a los boliches era lamentable.
El alcohol, más el uso de algunos estimulantes, excitaba de tal modo a los concurrentes que las peleas comenzaron a ser un condimento infaltable de esas reuniones, que terminaban ya comenzado el nuevo día. El tema fue generando preocupación en los vecinos de esos boliches, se fueron agregando algunos padres que ya no podían manejar el problema, luego se oyeron las voces de los docentes que denunciaban las condiciones en que llegaban los alumnos a los colegios el día lunes y sus pobres rendimientos.
Las quejas llegaron hasta las autoridades y dieron lugar a reclamos por el vacío de normas legales sobre el funcionamiento de esos “centros de diversión”. Comenzaron los debates y en ellos aparecieron diversos argumentos tendientes a lograr una reglamentación que pusiera límites a esos desvíos de conducta. Había voces que se inclinaban por el cierre de esos lugares de encuentros, otras más moderadas pedían que se fijara edades mínimas para permitir el acceso y se prohibiera la venta de alcohol, de los estimulantes se decía poco porque se suponía que estaban prohibidos, aunque todos sabían que en esos lugares se conseguían.
Los dueños de esos lugares bailables se unieron ante la posibilidad de que la nueva reglamentación tuviera una consecuencia lesiva para sus rentas. La cámara que los agrupaba pidió ser una voz escuchada en esos debates, lo que dividió a las autoridades entre los que abogaban por los “consensos” y los que se negaban a que estos empresarios interesados en preservar su negocio fueran aceptados. Una gran parte de los jóvenes hablaron de autoritarismo, de recortes a la libertad, de imposiciones dictatoriales, etc.
Para esclarecer las implicancias del tema se convocó a médicos y psicólogos para que dieran sus puntos de vista sobre el problema. Entonces se oyó hablar de la salud, de los trastornos del sueño, de las alteraciones de las conductas por trasnochar y por la ingesta de alcohol. Las autoridades policiales advirtieron sobre la necesidad de tener que llegar a reprimir con dureza, para poder contener los desmanes que producían a la salida de esos bailes los jóvenes en estado de ebriedad. Los empresarios hablaron de la libertad de mercado, de la libertad de comerciar, del perjuicio que ocasionaría a los propios jóvenes modificar hábitos ya arraigados en las conductas juveniles.
No se pudo llegar a ningún acuerdo porque los intereses privados se contraponían con los de la comunidad. Pero quedó en evidencia que los primeros tenían mayor fuerza que los otros, y que los medios de comunicación los apoyaban en “defensa de las libertades públicas”. Todo quedó igual, pero fue empeorando poco a poco. El viejo Esopo terminaba una de sus fábulas diciendo: «Si el sabio no aprueba malo, si el necio aplaude peor».

sábado, 14 de junio de 2008

Hambre en el mundo II

Las consecuencias de este proceso no perdona al mercado interno norteamericano: «C. Ford Runge y Benjamin Senauer, dos distinguidos académicos de la Universidad de Minnesota, en un artículo publicado en la edición en lengua inglesa de la revista Foreign Affairs, cuyo título lo dice todo: “El modo en que los biocombustibles podrían matar por inanición a los pobres”. Los autores sostienen que en Estados Unidos el crecimiento de la industria del agrocombustible ha dado lugar a incrementos no solo en los precios del maíz, las semillas oleaginosas y otros granos, sino también en los precios de los cultivos y productos que al parecer no guardan relación. El uso de la tierra para cultivar el maíz que alimente las fauces del etanol está reduciendo el área destinada a otros cultivos».
Como tampoco puede sustraerse el resto del mundo de lo que ocurre en ese país: «Al estallar la burbuja inmobiliaria, entre 150.000 y 270.000 millones de dólares se lanzaron a especular con los precios a futuros (commodities) de las materias primas agrícolas (fuente: la consultora norteamericana Lehman Brothers), en los últimos meses de 2007. En el primer bimestre de 2008 la especulación sumó otros 40.000 millones de dólares más. Por el contrario, en el año 2000 tan sólo 5.000 millones de dólares especulaban con los precios de los alimentos. Con el estallido de la burbuja inmobiliaria a partir de agosto 2007, pues, muchos capitales especulativos se han trasladado del “ladrillo” a los futuros de los precios de los alimentos. Y estos precios se han disparado. Estas operaciones tienen su centro en Chicago. Y en una sola entidad: el Chicago Board of Trade (Bolsa del Comercio de Chicago), la mayor bolsa del mundo en compraventa de commodities. La mayoría de las cosechas de los próximos años ya están cotizadas a futuro como commodities y, lógicamente, a precios cada vez más altos”.
Ante un mercado internacional tan despiadado, en el que un dólar vale más que la vida de un niño, debemos sacar las consecuencias posibles que pueden arrastrarnos en nuestro país. Toda la discusión, cansadora ya, sobre el tema campo esconde, como dije anteriormente, una discusión muy dura sobre cómo distribuir las riquezas y de allí se desprende un primer borrador sobre el país que debemos construir entre todos. Dentro de ese debate en el que se plantea la inseguridad alimentaria deberíamos recordar nosotros otra inseguridad que nos atemorizó desde los títulos de los diarios: la inseguridad social. Aquí viene a cuento una advertencia que la presidenta le hizo a los poderosos del mundo, en la reunión de la FAO en Roma, pocos días atrás:
«Creo entonces que esto obliga a soluciones diferentes y a una apertura de cabezas, fundamentalmente en el diseño de estrategias eficaces, eficientes, no solamente en el corto plazo sino en el mediano y largo plazo para hacerlas sustentables, porque la política es resultado, más allá de las intenciones. Todos podemos tener las mejores intenciones, pero al cabo de un tiempo tenemos que ver si esas políticas que aplicaron tuvieron buenos resultados. Si no tuvieron buenos resultados, más allá de las intenciones, más allá de los objetivos, que pueden haber sido los mejores del mundo, las políticas han sido ineficaces e ineficientes. Ustedes, todos hombres y mujeres de la política, saben que en definitiva el éxito de esto tiene que ver con los resultados concretos.
Por eso creo que es muy positivo lo que hemos hecho hoy, un abordaje de distintas perspectivas, muchas veces visiones que parecieran antagónicas, pero que estoy segura que con inteligencia y con apertura podemos articular estrategias concurrentes para los fines que es tener un mundo más seguro. Porque la seguridad no se logra únicamente con estructuras militares, está visto esto claramente. La seguridad en el mundo va a tener andamiento en serio cuando podamos asegurar una vida digna a todos y cada uno de los ciudadanos de este mundo. Esta es la verdadera seguridad, por lo menos la que nosotros concebimos como la más eficiente y la más duradera». Los subrayados son míos, porque dan para pensar.

martes, 10 de junio de 2008

Hambre en el mundo I

Si nos detenemos a pensar en la crisis actual (mal llamada del campo, es la disputa por la distribución de la riqueza) sin relacionarla con el estado actual del problema alimentario en el mundo, poco entenderemos del tema. Nos hemos acostumbrados de escuchar el problema del hambre en África como si fuera un cataclismo natural (un tsunami, un terremoto). Es necesario comenzar a establecer relaciones entre distintos factores de la sociedad internacional, que inciden sobre los mercados locales. Veamos algunos datos:
«Prácticamente la mitad de la población mundial vive con menos de dos dólares diarios y gasta el 80% en comida. De ellos, 1.300 millones de personas viven con menos de un dólar diario (el mínimo que fija el Banco Mundial como límite de pobreza extrema), de los que 1.000 millones padecen desnutrición crónica, de los cuales 158 millones son niños. De estos 1.000 millones con desnutrición crónica, el 85% pasa hambre. Hay que remarcar que de este grupo 34 millones de personas viven en el llamado mundo desarrollado. Además, la población se hacina en las ciudades, buscando -paradójicamente- un porvenir mejor: el 50% de la población urbana de África y el 40% de la de Latinoamérica, está desnutrida; en Calcuta, la cifra llega al 70%. La población mundial crece en 76 millones de personas cada año, la mayoría en países pobres».
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), 34 países están en estos momentos en crisis alimentaria (la mayoría en el África subsahariana). La ONU advierte sobre el peligro de hambruna para 100 millones de personas, o que sus programas de ayuda alimentaria a 90 millones de personas pueden quedarse en nada como consecuencia de la subida de precios. Jean Ziegler, comisario de la ONU para la Alimentación, habla de “asesinato masivo silencioso”. Pero el problema es aún mucho más serio: la crisis alimentaria está haciendo ya estragos en esos 1.000 millones de personas con desnutrición crónica, en áreas de Latinoamérica y Caribe y África subsahariana; conforme la crisis avance, el siguiente colectivo es el de menos de dos dólares de ingresos diarios, con lo que en pocos años el hambre crónica afectará a la mitad de la población mundial. Para la otra mitad, las dificultades económicas para comprar alimentos serán crecientes. Estamos ante una verdadera tragedia para toda la Humanidad.
Podemos terminar de escandalizarnos al saber que la capacidad de producir alimentos es, sin embargo, mayor que nunca. Un reciente informe de la Food Policy Research Institute, de 30-4-04, citado por el periodista Toni Solo, dice que: «podemos producir alimentos de sobra para toda la población mundial. En realidad, hoy se producen alimentos para alimentar al doble de la población actual del Planeta». El disparate sobre el nos movemos con mucha inconciencia nos dice que: «Los países del Tercer Mundo importarán en 2008 alimentos por valor de 38.700 millones de dólares; sólo en 2007 los EEUU han gastado en la guerra de Irak (seguramente las cifras son superiores) 137.600 millones de dólares, tres veces el importe de los alimentos importados por los países pobres».
Ante semejante tragedia podríamos pensar que está afectando el mundo de la economía concentrada. Pues no. «Las multinacionales de la alimentación tienen beneficios astronómicos. Los beneficios de Nestlé crecieron un 7% el año pasado; también crecieron sustancialmente los beneficios de la Carrefour francesa y de la Wal-Mart americana. Wal-Mart en México controla el 30% de las ventas totales de alimentos; han incremento un 11% sus beneficios en el primer trimestre de 2008, mientras la gente no puede comprar las tortillas. Las empresas de semillas y agroquímicas también tienen buenos resultados. Monsanto tuvo un 54% más de beneficios en 2007, Dupont un 21% y Syngenta un 28%. Monsanto, Bayer, Syngenta, Dupont, Basf y Dow controlan el total de las semillas trasgénicas del mundo. Cargill, ADM, ConAgra, Bunge, Dreyfus controlan más del 80% del comercio mundial de cereales».

martes, 3 de junio de 2008

Democracia y esperanza (II)

En una democracia madura, lo que interesa, sobre todo, es saber "a quién" se vota y "por qué" se lo vota. Lo que supone, entre otras cosas, enterarse antes debidamente del programa que presenta cada candidato y de exigir, después de votado, que cumpla con sus promesas. Fundamentalmente, más allá de simples ideologías, tener claro qué intereses representa. No caer en la actitud facilista de decir que "son todos iguales", que era previsible de que no iba a cumplir con lo prometido. Y, haciendo ostentación de un escepticismo muy a la moda, seguir hablando mal de los políticos y que de ellos no se puede esperar nada. Y, entonces, ¿de quien hay que esperar?, mientras los que están mal lo siguen estando y pueden ir peor.
Es evidente que a todos nos interesa que la economía vaya bien, y no nos quedamos atrás cuando hay que opinar sobre ella. La última década nos convirtió a muchos de la clase media en expertos en economía. Escuchamos con atención a políticos, a comunicadores, a opinólogos sobre esos temas, pero nada de ello nos moviliza con la necesaria indignación como para no permitir que vuelva a suceder lo que sucedió. Que no se dispare el dólar, que no suban las tasas de interés, que no vaya a subir el riesgo país, nos tuvo preocupados a muchos, pero muy pocos manifestaron públicamente sus opiniones. Pasado ese tiempo esos temas van desapareciendo de nuestras charlas. Nos hemos convertido en opinadores de sobremesa. Pero no va más allá de eso. Es que tenemos el convencimiento de que se puede opinar, aunque el opinar no conlleve ninguna exigencia de enterarse, de estudiar, de pensar, pero que los que deben arreglar las cosas son otros. Y, lo que escapa a la conciencia colectiva, es que gran parte de la agenda de nuestras preocupaciones se confecciona en las redacciones de los medios. Si desde allí se nos indica qué está mal también se nos dice quienes no lo han solucionado. Todo lo cual nos da mayores motivos para nuestras críticas y quejas.
No está mal criticar y quejarse, pero es necesario pasar a una actitud más positiva. Para ello, los que tenemos tiempo y posibilidades de leer y pensar tenemos una mayor responsabilidad. Sin embargo ésta no aparece. Los temas de la política, de la economía, los pensamos desde la información de la radio y la televisión. Pero, si algún especialista, que no sea alguien famoso por su actuación mediática, ofrece una charla y debate sobre esos temas la participación del "supuesto ciudadano crítico" es escasa. Ha aparecido una actitud que sostiene que ya está harto de oír siempre lo mismo y que, por ello, no se participa. Y ¿entonces qué? Nuestra inactividad es la más cercana cómplice del "status quo", pero no nos quita el derecho a la crítica desde el living de casa.
Es evidente que ha cundido un profundo escepticismo sobre las posibilidades de la democracia. Hemos creído que con la democracia se comía, se educaba, se curaba, etc. Hemos creído después que lo que hacía falta era "un salariazo" y una "revolución productiva", para pasar a creer en la apertura de los mercados y nuestro "ingreso al primer mundo". También creímos que los “éticos” lo resolverían todo. Nada de ello ocurrió. Hoy terminamos mucho peor que cuando estábamos mal, por ello hacemos gala de nuestro escepticismo como una condecoración bien ganada. La clase media posa con su descreimiento como con una conquista de su sabiduría. Dice, con aire de sabionda: "a mí nadie me engaña más". Y se sienta a mirar el paisaje político con aires de saber lo que va a pasar. Y se demuestra tener razón desde la impasividad crítica, pasa lo que puede pasar, con lo que se profundiza su aire de docta. Lo que es incapaz de comprender es que lo que pasa se debe a la falta de compromiso en cambiar las cosas que están mal, atendiendo sobre todo a los más necesitados.