viernes, 26 de septiembre de 2008

Quiénes son los responsables de las crisis financieras

Las últimas décadas nos han mostrado que el capitalismo mundial, de tanto en tanto, nos depara algunos sustos. Nuestro desconocimiento de los vericuetos de estos procesos económicos y financieros nos impide tomar una posición que nos coloque en una actitud de defensa. Como no sabemos qué pasa no podemos saber de qué debemos preocuparnos. Por ello una sensación gris nos embarga. Pero, sospecho que la repetición nos va acostumbrando a sobrevivir estas circunstancias con una aceptación cansina. El Dr. Juan Torres, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga dice: «La gente normal y corriente suele tener una idea bastante difusa de las cuestiones económicas. Como los grandes medios de comunicación las presentan de forma oscura e incomprensible la mayoría de las personas piensa que se trata de asuntos muy complejos que solo entienden y pueden resolver los técnicos muy cualificados que trabajan en los gobiernos o en los grandes bancos y empresas. Y siendo así, es también normal que se desentiendan de ellos», afirmación que parece coincidir con mi sospecha.
Él sostiene que también contribuye a ello el que no se proporcione a los ciudadanos información relevante sobre lo que sucede en relación con las cuestiones económicas. «Todos oímos en los noticieros de cada día, por ejemplo, cómo evoluciona la bolsa, las variaciones que se producen en el índice Nikei o los puntos de subida o bajada de unas cuantas cotizaciones pero casi nadie los sabe interpretar ni nadie explica de verdad lo que hay detrás de ellos». Por lo que este juego perverso de informarnos a sabiendas que ello no nos dice nada es un modo de mentirnos aunque los datos sean correctos. Gracias a eso, los que controlan los medios de comunicación (propiedad a su vez de los grandes bancos y corporaciones) hacen creer que informan cuando lo que hacen en realidad es lo peor que se puede hacer para lograr que alguien esté de verdad informado: «suministrar un aluvión indiscriminado de datos sin medios efectivos para asimilarlos, interpretarlos y situarlos en su efectivo contexto. Nos ofrecen sesudas e incomprensibles declaraciones de los ministros y presidentes de bancos pero no proporcionan criterios alternativos de análisis y, por supuesto, presentan siempre el mismo lado de las cuestiones, como si los asuntos económicos solo tuvieran la lectura que hacen de ellos los dirigentes políticos, los empresarios y financieros más poderosos o los académicos que cobran de ellos para repetir como papagayos lo que en cada momento les interesa. Lo que está ocurriendo en relación con la actual crisis es buena prueba de ello».
Es así que nos movemos frente a información contradictoria: primero decían que no había que preocuparse con los sacudones del mercado, que no era para tanto y que no convenía “exagerar”. Y todo ello mientras al mismo tiempo se estaba informando de que algunas de las entidades financieras más grandes del mundo estaban quebrando o cuando los bancos centrales estaban inyectando en los mercados cientos y cientos de miles de dólares, realizando así la intervención en los mercados financieros quizá más grande de toda la historia. «Luego decían que era solo una crisis de liquidez que tendría un desarrollo fugaz, que pasaría pronto. Yo mismo, que soy probablemente el más modesto de los analistas económicos, escribía en agosto que eso era mentira, que nos encontrábamos con toda seguridad ante una crisis de solvencia. Ahora leo que la Reserva Federal (en donde se supone que están los economistas mejor informados del mundo) se ha dado cuenta de eso: ¡cinco meses después que yo!»
Por momentos la información sobre economía parece una reflexión metafísica de la más alta abstracción: «Para engañar a la gente suelen hablar “de los mercados”. Como si los mercados pensaran, tuvieran alma y preferencias, decidieran o resolvieran por sí mismos». Pero para que existan los mercados (que no son otra cosa que personas que se comunican para comprar, vender, incluso especular) y para que funcionen de cualquier manera que sea, más o menos eficazmente, es necesario que haya normas. Y esas normas no las establecen para sí mismos los mercados sino los poderes públicos a través del derecho. Las normas jurídicas son las que permiten que en los mercados se pueda llevar a cabo un comportamiento u otro, las que favorecen que existan o no privilegios en las transacciones, las que dan poder a unos agentes en detrimento de otros.

martes, 23 de septiembre de 2008

Democratización o desdemocratización

Hemos estado hablando de la necesidad de obtener más democracia y esta afirmación va acompañada de la práctica de consensos, como vimos en una nota anterior. Es muy interesante seguir el pensamiento de un intelectual con sobrados méritos como para merecer ser escuchado, me refiero a Boaventura de Sousa Santos: «Los regímenes democráticos son regímenes en movimiento. Verdaderamente no hay democracia; hay procesos de desdemocraticatización. Lo que caracteriza a unos y otros son las transformaciones que ocurren en los vínculos políticos que unen al Estado y los ciudadanos comunes y los vínculos sociales que unen a los ciudadanos entre sí. Estos procesos nunca se confinan exclusivamente al Estado; también ocurren en la sociedad. Identificar los procesos dominantes en un momento dado es fundamental para tomar el pulso a la calidad de la vida política y social. Los factores que los condicionan varían según el país pero también hay evoluciones convergentes a nivel internacional de las cuales es posible deducir el espíritu de la época. Las tres últimas décadas se han caracterizado por un conflicto muy intenso entre procesos de democratización y redemocratización, por un lado, y de desdemocratización, por el otro».
Nos está llamando la atención sobre un fenómeno político que ha comenzado en los ochenta y que se fue extendiendo por una gran parte del orbe. Él denomina acertadamente a estos procesos desdemocratización. Se han caracterizado por un aumento de las desigualdades sociales, de la violencia y de la inseguridad pública. Cuando las desigualdades sociales se vuelven más profundas, las políticas públicas, en vez de reducirlas, las ratifican. Nos ofrece estos ejemplos: «eficacia fiscal centrada en las clases medias; precarización del empleo con los cambios en el derecho laboral que se anuncian; la degradación del servicio nacional de salud. La protección de los ciudadanos y de los no ciudadanos contra actos arbitrarios del Estado o de otros centros de poder económico está disminuyendo». Esto se ve reflejado en el cierre de centros de salud sin evaluación de costes sociales; el desempleo resultante de las delocalizaciones de las empresas. La falta de transparencia de las decisiones y ausencia de control de los ciudadanos sobre las políticas públicas».
Si bien habíamos llegado, hace pocos años, a responder en nuestro país como un caso de esos ejemplos, hoy vamos saliendo de a poco de allí. Esto no significa que no siga faltando mucho para recuperar lo perdido por la desdemocratización. Pero aparece una contracara que la seguimos viendo. «La desdemocratización que ocurre en el Estado es paralela a la que ocurre en la sociedad. Se degradan las redes de confianza y solidaridad: se medicaliza la soledad y la angustia; se reduce al mínimo la aspiración familiar (la decisión de no tener hijos); se eleva al máximo el estrés familiar cuando hay niños y éstos son las primeras víctimas. Si la sociedad políticamente organizada no accionara procesos de redemocratización, puede estar en causa la supervivencia de la democracia. Lo que viene no será una dictadura. Será una “dictablanda” o una “democradura”».
Me parece de una importancia fundamental seguir pensando las reflexiones del sociólogo portugués, porque desde aquellas afirmaciones tajantes «con la democracia se come, con la democracia se cura…» pareciera que se ha logrado lo más importante, por ello se habla de los años de democracia que llevamos desde la salida del proceso (¿de democracia?). Es necesario que superemos el simple y superficial concepto de democracia como un mecanismo electoral y comenzamos a pensarla y a exigirla como una participación integral en todos sus mecanismos de decisión y de control. No debemos conformarnos con seguir en la platea del escenario político porque, como ya hemos visto, los actores no nos son fieles.

martes, 16 de septiembre de 2008

¿De qué consenso hablamos?

Después de largos y duros meses de enfrentamientos en torno de la famosa “125” apareció repetida en los medios la palabra consenso. Se fue convirtiendo en la llave que abriría caminos de entendimiento y pacificación. Esta imperiosa necesidad de consensuar pareciera contener la clave para la superación de todo conflicto. Sin embargo, aun a riesgo de someterme a la pedrea pública voy a disentir con la propuesta, tal como aparece a primera vista. Puesto que esa idea no aclara temas demasiado importantes para aceptarla sin más.
¿Con quién o quiénes se debe consensuar? Puesto que al abrir el ámbito del debate pareciera que se ha logrado democratizar el tratamiento de los temas en litigio. La participación masiva de personas dentro del recinto parlamentario demostró la intolerancia de un importante sector de los participantes (extra representantes electos) a los que la presidencia debió llamar más de una vez al respeto por el uso de la palabra, cuando abucheaban a los que no compartían las ideas de ese sector vocinglero. Si la democracia es representativa ¿qué se entiende como tal? ¿Los representantes de las entidades sectoriales deben tener voz y voto dentro del recinto parlamentario? ¿No se corre el riesgo de convertir la representación en un procedimiento corporativo? Se debe recordar acá la insistencia en hablar del derecho que tiene el campo de estar representado como sector. Aparece acá una contradicción grave en aquellos que alzan sus voces en nombre del liberalismo político. Los sucesos recientes mostraron los riesgos de una deliberación pública que intentó imponer intereses minoritarios, sectoriales, arrogándose un derecho que no está en la Constitución, tan agitada por los mismos liberales.
Y, hablando de liberales, ¿no pareció asomar entre tantos gritos el aparentemente fallecido “pensamiento único” que reconoce como razón imperante únicamente la que establece el sagrado mercado? El aprovechamiento de los precios internacionales pareció ser la premisa mayor de todo el razonamiento, excluyendo cualquier otra consideración como, por ejemplo, un mejor reparto de las riquezas. Si el consenso debe respetar la pluralidad de intereses, en esos encuentros no estaban representados los excluidos de ese reparto, aquellos que siempre padecieron la concentración de la apropiación.
Partiendo de una apreciación más abarcativa de los intereses en juego., conviene repensar además qué tipo de “consensos” deben lograrse para no esconder maniobras mezquinas tras discursos “progresistas”. Conviene no perder de vista que pocos meses antes las mayorías se pronunciaron por un reparto equitativo de la riqueza y por la inclusión de una mayoría social que resultó ser la “siempre olvidada”. Dijo un analista: «La cuestión del consenso político se ha vuelto un tema central del debate político, o por lo menos un lugar común predominante en la retórica de la oposición mediático-política. A tal punto que el vicepresidente Cobos ha logrado elevar bruscamente su notoriedad política, sobre la base de presentarse como “el hombre de los consensos”».
Visto los resultados del rechazo de la “125” deberíamos preguntarles a todos los que festejaron ¿quiénes han sido los beneficiarios de ese consenso? Esto no debe entenderse como un rechazo a los consensos sin más, sólo pretendo llamar la atención sobre el contenido del consenso logrado, sobre los intereses de los actores que empujaron y lograron ese consenso y el estado social de beligerancia, de amenazas, de excesos de violencia, de chantaje social con el desabastecimiento, etc. Nada de ello parece mostrar las exigencias de democratizar más la democracia, como los medios quisieron pintar el resultado.
Si los grandes partidos populares «han nacido con la explícita pretensión de representar al todo nacional y bajo la afirmación de que quienes los enfrentaban eran la expresión del “régimen” o de la “antipatria”, a los que, como tales, no les correspondía lugar alguno en el sistema político. La demanda del mutuo reconocimiento de legitimidades y de aceptación del juego de la competencia y la alternancia política tiene un innegable sentido para nuestra práctica política». Insisto, si la democracia es representativa de la ciudadanía, ¿por qué se habla de un parlamento que requiere las presencias corporativas? ¿No se está infiltrando un fascismo bajo el manto del consenso necesario? Si la ciudadanía se expresó pocos meses antes ¿qué razón tienen las minorías que no acreditaron peso electoral en levantar las voces airadas en queja?
Entonces: «¿Cuáles son las cuestiones sobre las que una democracia exige consenso? Son ante todo las que tienen que ver con el respeto del pluralismo, la observancia de los derechos individuales y colectivos, tal como están formulados en la Constitución. Pueden sumarse acuerdos sustantivos, conseguidos a través del diálogo político, a través de los que se diseñen en determinadas “políticas de Estado”, es decir líneas de acción que adquieran permanencia más allá de los cambios circunstanciales de signo político en el gobierno». No pueden ser aceptadas, en ningún caso, estas exigencias “consensualistas” cuando no queda claro que es lo que realmente están buscando. Los que exigieron esos consensos ¿están dispuestos a consensuar las políticas que quieren imponer?

martes, 9 de septiembre de 2008

Volvamos a pensar el futuro

En una nota anterior había comenzado a trazar algunas líneas sobre como se percibía ayer y como se percibe hoy la idea de futuro. Para ello me había apoyado en Nicolás Casullo y sus reflexiones sobre el tema, voy ahora a seguir con él.
El peso de la cultura europea, y también no poco de la estadounidense, nos va arrastrando a mirar nuestras vidas con el prisma de ellos, lo cual nos induce a tener una percepción de los futuros posibles que no necesariamente deben ser el nuestro. El agotamiento de aquellas sociedades, de sus culturas, por motivos diversos que no caben en una nota, los coloca ante la vivencia de un ocaso que corresponde con sus más y sus menos a sus realidades: social, política y cultural (¿y económica?). Pero ello no debiera hacernos ver ese futuro como propio, porque no lo es, pero ello requiere serias reflexiones sobre quiénes somos.
Desde esta percepción se puede comprender que prácticas sociales que pasan por ser un anticipo de nuevos mundos se nos presenten como un futuro aceptable para nosotros. La familia es uno de esos temas. No faltan entre nosotros esos brillantes periodistas y agudos comentadores de los medios que hablan, con aire académico, de la desaparición de la familia tradicional. Se habla entonces de nuevos modelos de familia que no son más que el resultado del desgaste y del individualismo de la conciencia del hombre del norte. En cambio entre nosotros, más latinos, no faltan las discusiones y las peleas familiares pero los lazos son tan profundos que se mantienen sólidos a pesar de ello. En aquellos parajes sucede otra cosa.
Dice Casullo: «En un mundo pensado en función de hombres y de mujeres aislados, la soledad ocupa un rol protagónico. Si nos fijamos en las formas de este modelo, aparece el loft como el tipo de casa ideal. ¿Y qué es un loft? Un lugar sin paredes ni divisiones: no hacen falta porque sólo vive allí una persona que de vez en cuando recibe a alguna pareja para un amorío sin compromisos. Algo más parecido a una conducta de higiene sexual que a una relación en el sentido clásico. Es una forma de vida despojada de sentimientos, tal como la presentan algunas películas de Hollywood que exhiben modelos exitosos a nivel económico. Se privilegia la realización profesional y la alta competitividad». Así lo impone una cultura que hace de lo que llaman éxito el objetivo supremo de la vida.
Continúa pensando en que hay cosas que no funcionan en el modelo que algunos quieren importar: «Hay algo que no cierra en esta sociedad que ha empezado a nacer. Tiene que ver con la relación del hombre con la pareja, con los hijos, con los padres y con la forma de manejarse frente a la decadencia y a la muerte. Estamos en una etapa problemática para los vínculos. Los viejos van al geriátrico porque es imposible cuidarlos en casa; los adolescentes drogadictos se internan en granjas de recuperación. Mientras tanto, las enfermedades se detectan antes y produce cierto escozor convivir con el peligro a los ataques al corazón, al cáncer, a la obesidad. Es una dinámica que nos envuelve. Hoy parece haber una incapacidad del hombre para pensar el futuro en clave humana. Así, mucha gente siente que es víctima y no protagonista de su vida; intuye que el mundo le pasa por encima sin brindarle un lugar donde agarrarse».
Cuánto de toda esta influencia de males ajenos comenzamos a vivirla como si fueran propios. Cuánto de una admiración exagerada y sin mucho fundamento por las maravillas del primer mundo, incentivado por los medios, hacen que veamos felicidad donde hay mucho más sufrimiento del que nos muestran. Si todo ello se convirtiera en una reflexión cotidiana y compartida con nuestra gente, si nos preguntáramos acerca de esas cosas y debatiéramos entre nosotros es probable que el futuro comenzara a significar otra cosa, que este deprimente modo de asustarnos y correr a cobijarnos.

viernes, 5 de septiembre de 2008

La libertad de mercado ¿nos iguala o nos diferencia?

Este mundo contradictorio tiene aristas verdaderamente perversas., la desocupación es una de ellas. Esto nos da a entender que para una parte importante de las nuevas generaciones no hay posibilidad de acceder a algún tipo de ingresos. Sin embargo, paralelamente se fue desarrollando una ciencia que apuntó a lo profundo de la psicología individual y de masas con el objeto de promover el deseo. Éste debía dejar de ser la manifestación de una necesidad para convertirse en el motor de la generación de necesidades. La ciencia del marketing fue el instrumento ideal para el manejo de la conciencia colectiva. La publicidad fue el medio idóneo para hacer llegar los mensajes, elaborados científicamente, a cada conciencia individual, sin despreciar la creación de fenómenos culturales en concordancia con los primeros.
El joven, y no sólo él, de los ochenta en adelante se encontró con un mundo pensado y diseñado desde el mercado, para uso del mercado, por lo cual nada quedaba fuera de él ni nada le era ajeno. Para ello el mecanismo era bastante simple: debía convertirse cualquier objeto o servicio en una mercancía. Es decir, hacer de todo lo que transite por el espacio virtual del mercado algo comercializable. Por lo que todo ello se debía someter a las leyes sagradas de la oferta y la demanda. Dicho de otro modo hacer realidad la frase “todo tiene su precio”.
Esta no tan nueva condición de todo objeto social podía ser valuada en una moneda corriente. La condición de ser una parte de ese mercado se reducía a un requisito planteado desde dos ópticas diferentes pero que respondían a una misma regla. Tener algo para vender o tener dinero para comprar. Dije antes que esto presentaba aristas perversas, ¿cómo puede llamarse de otro modo a una sociedad que no permite ganar dinero a una parte de sus miembros y que los evalúa por su capacidad adquisitiva? La ciencia económica habla eufemísticamente de demanda solvente para referirse a los que pueden comprar, no habla de los otros.
Si esta capacidad define el valor de una persona en el mercado, y casi todo lo es, la verdadera condición social y política de una persona es ser un consumidor, es casi una segunda naturaleza a que lo somete la sociedad capitalista. El derecho a consumir queda colocado en un plano elevado sobre los derechos de gente. Se convierte en un derecho interiorizado del cual no se tiene una conciencia clara de cómo funciona. El consumir, despojado del proceso del trabajo y la producción, se presenta como un fenómeno instantáneo que no requiere de más meditaciones. Es un fenómeno social inmediato que debe realizarse, si le es posible, sin más trámites que la opción de qué producto comprar o que servicio solicitar. La palabra producto, entendida nada más que como lo que ofrece el mercado, invade todos los espacios y hace referencia a todo lo imaginable.
También el sagrado bien de la libertad queda reducido a la libertad de optar por alguna de las ofertas del mercado, es una libertad del y en el mercado, puesto que el mercado es libre. Esa libertad logra que sea defendida desde el consumidor cuando éste argumenta que elige lo que desea y cree más conveniente para él. Esta libertad ha logrado la concreción mercadotécnica de dos de las banderas de la Revolución francesa: la libertad y la igualdad. Ya que como todos elegimos libremente quedamos igualados y libres, la libertad se reduce a una opción, la igualdad la otorga el dinero disponible. Pero no todos tenemos la misma capacidad de compra. Entonces, todos somos igualmente diferentes, diferentemente iguales y además optativamente libres. Hemos llegado a la sociedad ideal. Faltaría decir que esta sociedad es para unos pocos miles de los más de seis mil millones que somos y en crecimiento.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

La comunicación como negocio

El tratamiento del problema de la comunicación concentrada ha adquirido relevancia por el estudio que se está haciendo de una nueva ley de radiodifusión (hoy es más que ello). Por ello, es necesario que sigamos pensando sobre el tema para poder ser parte del debate. La importancia que los medios de comunicación masiva han adquirido progresivamente durante el siglo XX obliga a detenerse a investigar y pensar sobre su comportamiento social. Es el tema de la comunicación, que en el seno de la sociedad moderna capitalista se convierte en el tema de los medios de comunicación. Está claro hoy que esos medios han sido víctimas del proceso de la concentración económica por lo que fueron quedando subordinados a los intereses de grupos empresarios, que anteriormente estaban fuera del manejo de la comunicación masiva. De víctimas pasaron a convertirse en victimarios de un vasto público ávido de información. Por tal razón, esos medios que representaron el control ciudadano sobre los otros tres poderes, y que habían merecido el nombre de cuarto poder, cuando su propiedad estaba en manos dispersas y variadas, pasaron a ser un instrumento poderoso dentro del juego político de los intereses concentrados.
De este modo, por la tan necesaria y defendida libertad de prensa, durante el siglo XIX que los vio nacer, los convirtió en la voz de los que no tenían voz. Fue la palabra que criticaba y denunciaba los abusos de los poderosos en defensa de los desprotegidos. Los ejemplos son muchos y sus portavoces hombres distinguidos que, por regla general estuvieron a la altura de esa misión. Para nombrar sólo algunos, nuestro Mariano Moreno o Manuel Belgrano. Esos precarios medios, fundamentalmente la prensa escrita a la que se le agregó la radio a comienzos del siglo XX, fueron un bastión inexpugnable que cumplió un importante papel en defensa de la democracia, haciendo transparente lo que se pretendía ocultar.
La posguerra abrió un camino nuevo a este proceso. La lucha contra el totalitarismo nazi y las denuncias posteriores del manejo de la información durante el régimen alertó a la conciencia ciudadana mundial sobre la importancia de una prensa libre, independiente y veraz. Posteriormente la guerra fría puso de manifiesto otro totalitarismo, el soviético, que sobre este aspecto no fue muy diferente en el manejo comunicacional. Se erigió como modelo opositor la libertad de prensa occidental paradigma de la democracia. Sin embargo, por debajo del juego público de la prensa de occidente comenzó a gestarse un nuevo modelo de gestión empresaria que tomaba como modelo la empresa multinacional. Este modelo no era del todo novedoso pero encontró en el mercado internacional de posguerra un campo propicio para su expansión y concentración. Ello le otorgó una capacidad económica y financiera temible para la competencia.
El poder desmesurado que esas empresas mostraban, hacia el interior de ellas y en su relación exterior con la competencia, las fue arrastrando hacia un uso discrecional de ese poder. La empresa periodística internacional aprendió en esos juegos del poder y fue introduciéndose en ellos. Es así como la información fue quedando en manos poderosas que no resistieron la tentación de convertirla en un instrumento de sus intereses. La red de negocios de posguerra fue entrelazando diferentes tipos de negocios y la información pasó a ser uno más de ellos, adquiriendo paulatinamente una mayor importancia. El concepto de negocio impregnó toda la actividad empresaria lo cual demandó la creación de una ciencia especializada para el manejo eficiente de los negocios, apareció entonces el marketing. La ciencia de las ciencias del negocio empresario.