miércoles, 29 de octubre de 2008

La ética del prostíbulo

Hay paradojas de la doctrina del mercado nada fácil de comprender y más difícil aún de aceptar que haya funcionado durante mucho tiempo como definición teórica de la economía ortodoxa. Si la ortodoxia es el correcto pensar debe haber una referencia a algún principio rector al cual ceñirse. Se podría afirmar que el fundamento último lo podemos encontrar en el padre de todo ello, el teólogo-economista Adam Smith, a partir de quien se sostuvo que poco importaba como se fuera pertrechado al mercado a “maximizar sus posibilidades de lucro” porque en el enfrentamiento de las codicias particulares la “mano invisible” equilibraría el resultado. Por ello, el egoísmo particular ser vería neutralizado en la puja de los egoísmos contrapuestos.
No es, entonces, una premisa necesaria en este juego la ética personal, no se contaba con ella. La autorregulación se concebía como un mecanismo automático que superaba las intenciones particulares (de cualquier tipo) que se enfrentaran en el juego de la oferta y la demanda. Puede aceptarse, con una gran esfuerzo y con bastante ingenuidad, que en un mercado pequeño en el que el juego se presentara entre muchos pequeños actores, oferentes y demandantes, como podría haber sido el mercado inglés de fines del siglo XVIII que observó Smith, que ése fuera el resultado observado. Pero el desarrollo de la gran industria y de las instituciones financieras durante el siglo XIX, que debió atender un mercado internacional como fruto de las conquistas imperiales, con la concentración empresaria que ya había empezado, no dejó lugar para esos juegos infantiles.
Esta ampliación del mercado fue acompañada por el crecimiento organizativo de las empresas internacionales, el ingreso de una jerarquía profesionalizada a la conducción de ellas, que nos permite comprender las contradicciones que hoy se perciben entre el interés de los ejecutivos (los CEOSs de hoy) cuyo dinero se consigue en los negocios de corto plazo y el interés de las empresas de permanecer en el tiempo y pensar sus estrategias en las utilidades de plazo más largo. «Si uno o varios ejecutivos pueden realizar una operación que les reporte beneficios equivalentes al salario de varios años de trabajo, no van a abstenerse de hacerlo por salvaguardar la buena imagen de su empresa. Máxime cuando los contratos blindados y la ausencia de mecanismos jurídicos para exigir responsabilidades a las agencias por sus calificaciones, les aseguran un alto grado de impunidad. Por otro lado, el código de conducta, como cualquier otra norma, puede violarse de forma clandestina, sin que los otros operadores se enteren (o con la complicidad de algunos de ellos) y, por tanto, sin que actúen los “incentivos de mercado” a modo de sanción».
El mercado internacional de debe contar con el poder enorme que ejercen prácticamente sólo dos empresas, sobrevivientes hasta hoy del tsunami: Standard & Poor’s y Moody’s Investors Service. Un poder casi divino (omnipotente y omnipresente) del que dependen los ahorros o las pensiones de muchas personas y la suerte económica de muchos países. Un poder que no debe someterse a ninguna instancia superior a ellas, salvo delito flagrante y siempre haya jueces capaces de investigar. Este es el centro del problema actual y el tema que todavía no ha sido expresado por los actores políticos como voluntad de comenzar realmente una nueva etapa de la organización de las instituciones internacionales, sometidas a algún tipo de control público y democrático.
Sin embargo, no hay que depositar demasiadas esperanzas en ello, todo va indicando que la cosmética es el arte preferido para la solución de este problema: se prefiere una Mirta Legrand maquillada y con muchas operaciones que una joven vital, llenas de ganas de vivir honestamente, y ponerse al servicio de los más. La primera es mucho más fácil de convencer de callar y acomodarse a algunas “desprolijidades”, como se prefiere decir hoy con lenguaje cínico. Tal vez haya que esperar un cataclismo más fuerte que ya no admita parches parciales.

sábado, 25 de octubre de 2008

¿Quién vigila al vigilante?

La crisis ha tenido el raro privilegio de hacer público lo que ya mucha gente sospechaba y algunos especialistas habían advertido. Esto no es nuevo, desde los tiempos del cowboy que habitó en la casa blanca se fue produciendo un proceso de desmonte de los controles necesarios que fue dejando en manos del consabido “mercado” la regulación automática que la “mano invisible” provee. Por ello, lo que la actual crisis ha colocado sobre la mesa del debate internacional es el funcionamiento de las empresas que se mueven dentro del “mercado financiero” y las consecuencias del descontrol del manejo del dinero (muchas veces ajeno) que se ha dado por esa “libertad” que han tenido y que han “sabido” utilizar en su propio beneficio. Es decir, no sólo está el problema de la falta de control sino que ahora se pone en cuestión toda una filosofía acerca de la libertad de mercado: la llamada “autorregulación”.
En el mundo de los inversores las agencias calificadoras son el equivalente de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano: dictaminan la verdad de la doctrina, en este caso la del libre mercado. Equivale a decir, si un inversor compra determinados papeles de empresas la Congregación para la certificación de los valores dice que es lo verdadero y qué no. Entonces el inversor, o su agente de bolsa, compran con toda con-fianza las acciones, créditos, bonos, etc., que le ofrecen el mayor lucro, con la certeza de no cometer una herejía financiera. Sin embargo, herejes ha habido siempre, y la codicia ciega a los más pintados. (Recomiendo ver la película Wall Street de Oliver Stone para aprender todo esto).
El problema que nos ha colocado en medio de este vendaval es que la “autorregulación” no funcionó como esperaban los hombres de fe en el mercado (el problema de la fe es grave hoy). Es que no es nada sencillo ser juez y parte porque no queda claro cuánto hay de juez y cuánto hay de parte interesada. Porque esos jueces que no tienen ninguna instancia por encima de ellos de apelación, son los elementos reguladores fundamentales en los mercados financieros, pero no son a su vez regulados por ninguna otra instancia pública. Estévez Araújo afirma: «Los organismos públicos no tienen competencias para revisar sus calificaciones. Estas agencias se rigen por un “código de conducta”, pero no hay ninguna instancia con poder para fiscalizar si se ajustan o no a ese código. Se supone que lo cumplen voluntariamente y que los “incentivos” para hacerlo los proporciona el propio mercado: es decir, el hecho de que el negocio de estas agencias dependa de que tengan una buena reputación entre los operadores financieros».
De esa forma se produce la maravilla de un órgano regulador que no se plantea el problema de ¿Quién vigila a los propios vigilantes?. Acá aparece el conflicto doctrinario: el Estado no debe meterse dentro del mercado porque lo perturba. ¿Lo perturba en sus “andanzas financieras”? Se podría decir que en ese caso también perturba toda actividad delincuencial por lo que debería abolirse el poder judicial. ¿O éste está sólo para los “ladrones de gallinas”? Según veamos quiénes pagarán por este desastre sabremos cuál es la verdad de todo esto.
El desplazamiento del Estado fue acompañado por un criterio de minimizador de costos y de reducción de los organismos públicos. El famoso achicamiento del Estado que tan bien funcionó desde los ochenta hasta hoy. Como había que economizar se eliminaron los controles porque suponían un gasto excesivo. Así se han ahorrado los costos que derivan de la elaboración, implementación y control del cumplimiento de normas públicas. Pero no debemos sorprendernos, no es la primera vez que esto ha ocurrido, ni será probablemente la última. «La autorregulación ya falló cuando en Estados Unidos existía un sistema en el que el control de la contabilidad de las empresas lo ejercían auditoras privadas que se auto-regulaban. El caso Enron fue el más sonado fracaso y tuvo como consecuencia el hundimiento de la auditora Arthur Andersen y el cambio del sistema de control de la contabilidad empresarial».
¿Quedamos a la espera del próximo desfalco o estamos dispuestos a que se replantee todo el sistema? Estamos ante una magnífica oportunidad.

martes, 21 de octubre de 2008

El “cuento del tío” y las “subprime”

Están corriendo ríos de tinta (si se puede seguir diciendo así) por el mundo hablando de la crisis financiera. De la que se habla mucho menos o, por lo menos, no con toda claridad es de por qué se produjo esta crisis. La Argentina de otros tiempos publicaba estafas que se las conocía como “el cuento del tío” o el cuento de “la billetera extraviada” (sólo apto para mayores que puedan recordar). En estas estafas eran candidatos a caer gente muy sencilla e ingenua: Pero Gardel cantaba hace ya tiempo “se acabaron los otarios, de esos que en un tiempo había”. Pero la tecnología que todo lo puede nos ha brindado modos muchos más sofisticados de estafar: las hipotecas subprime. Se parecen a aquellos “cuentos” porque es como si nos vendieran un sobre cerrado diciéndonos que contiene billetes cinco billetes de cien dólares.
Para nuestra tranquilidad viene sellado por una empresa que garantiza su contenido. Las hipotecas son parecidas a ese sobre. La diferencia radica en que en su interior hay documentos complicados, difícil de entender, que quien los adquiere no sabe muy bien qué está comprando, aunque sea un profesional del tema. El asunto es que a él no le importa lo que compra y vende puesto que su negocio está en la diferencia de precio, siempre habrá un codicioso que comprará y se la venderá a otro.
El problema hay que centrarlo en esas agencias que ponen el sello AAA, que otorga seguridad máxima. Esas agencias también ponen un sello que se llama “riesgo país” y certifican el riesgo que pueden presentar los países que ellas juzgan. Mientras el sobre se fue pasando de mano en mano todo funcionó aparentemente bien. Los problemas comenzaron cuando a alguien se le ocurrió abrir el sobre y se dio cuenta de que, en realidad, contenía sólo recortes de diario. Esto desató el escándalo, entonces todos los que tenían ese tipo de sobre sellado quiso deshacerse de ellos, pero no encontraron a nadie que quisiera comprarlos. Es allí que aparece papá Bush y dice “yo me hago cargo” y puso un cheque por 700.000 millones de dólares.
A esta altura cabe preguntarse “¿por qué lo hizo? ¿a quién quiso salvar?” Dado el papel que han jugado en esta crisis las agencias que miden riesgos, los bancos y financieras (muchos de sus amigos trabajan allí o vienen de allí p. ej., el Sr. Paulson)), puede pensarse que quiso salvarlos, porque de los pobres no se ocupa. Todas esas instituciones están siendo miradas e investigadas por el FBI. Partiendo de esas investigaciones un órgano consultivo de la Comisión Europea (el CESR, The Committee of European Securities Regulators) ha publicado en febrero del presente año un informe, basado en un estudio empírico, que expone claramente cuáles son las sospechas que planean sobre estas agencias.
El Dr. José A. Estévez Araújo, de la Universidad de Barcelona dice: «En primer lugar, el informe constata que estas agencias juegan hoy día un papel cada vez más importante como consecuencia del incremento de los productos estructurados. Estos productos financieros son tan complejos que los inversores no tienen ni el tiempo ni los expertos necesarios para determinar el grado de riesgo que suponen. Por eso “el mercado” depende cada vez más de las calificaciones que les otorgan estas agencias... el volumen de este tipo de productos ha crecido exponencialmente en los últimos cinco años. En Europa, el total de los productos financieros estructurados ascendió a 450 mil millones de euros en 2006 y el informe estima que creció un 70% en la primera mitad del año 2007. Las agencias obtienen en la actualidad en torno a la mitad de sus ingresos de la calificación de este tipo de productos».
El principal problema que plantea este modo del control, según el informe, es el conflicto de intereses en que incurren (por decirlo de forma suave) «debido al hecho de que asesoran a las mismas entidades cuyos productos tienen que calificar (y que les tienen que pagar por realizar la calificación). Con lo cual, más que controlarlas, lo que parece que hacen es aconsejarles cómo deben presentar sus productos para poderles dar la máxima calificación posible». Es el zorro cuidando el gallinero.

jueves, 16 de octubre de 2008

La insaciable codicia

Me pregunto: ¿Cómo se sentirá un contribuyente estadounidense al leer la siguiente noticia? «El presidente del Comité de Supervisión y de Reformas del Gobierno de la Cámara de Representantes, el demócrata Henry Waxman, denunció en el segundo día de audiencias sobre la crisis financiera internacional qué habían hecho un grupo de ejecutivos de AIG, la aseguradora que fue rescatada el pasado 16 de septiembre con un plan valorado en 85.000 millones de dólares, parte de los 700.000 millones que aprobó el parlamento norteamericano. El legislador mostró una fotografía de un hotel de Monarch Beach (California), en el que las habitaciones cuestan hasta 1.000 dólares por noche, y explicó que las facturas evidencian que los ejecutivos gastaron más de 440.000 dólares, durante su estancia de una semana en el hotel: casi 200.000 dólares en las habitaciones, más de 150.000 en comidas y 23.000 en tratamientos del balneario del hotel».
Sigue diciendo la noticia que el legislador no ocultó su malestar por el hecho de que apenas una semana después de que los contribuyentes rescataran a AIG, ejecutivos de la compañía estuvieran «bebiendo y cenando en uno de los hoteles más exclusivo del país». También el legislador demócrata Elijah Cummings se mostró indignado al ver las facturas pagadas por los ejecutivos de AIG. «Se han hecho la manicura, recibido tratamientos faciales, pedicuras y masajes mientras los estadounidenses estaban corriendo con los gastos».
La aseguradora AIG se defendió de las acusaciones con el argumento de que el viaje había sido organizado un año antes como recompensa a los ejecutivos de venta del negocio de seguros de vida de la compañía. «Es tan básico como el salario, ya que supone recompensar el trabajo realizado»", explicó el portavoz de AIG Nicholas Ashoo a la agencia de noticias Bloomberg. El Comité de Supervisión ha revisado "decenas de miles" de documentos de AIG, que, de acuerdo con Waxman, hacen pensar si las generosas bonificaciones para los ejecutivos están justificadas a la vista de las pérdidas que registraba la aseguradora a partir de 2007. Esto representa un cuadro bastante común de las empresas que quebraron o estás al borde de hacerlo.
Veamos es te caso. «AIG perdió más de 5.000 millones de dólares en el último trimestre de 2007, pérdida atribuible a la división de productos financieros, pero el consejero delegado de entonces, Martin Sullivan, recibió una bonificación en efectivo de más de 5 millones de dólares. El Consejo de Administración de la aseguradora también aprobó un nuevo contrato de compensación para Sullivan que le proporcionó un "paracaídas de oro" para una posible salida de la compañía de 15 millones de dólares», explicó Waxman y continúa diciendo «Por su parte, Joseph Cassano, el responsable de la división de Productos Financieros, recibió más de 280 millones de dólares durante los últimos ocho años. Incluso después de haber caído en desgracia en la compañía por la falta de resultados, el ejecutivo siguió contando con un salario de un millón de dólares al mes».
Suena disparatado para nuestros oídos de gente de la periferia. Waxman también subrayó que mientras los ex ejecutivos de AIG niegan toda responsabilidad en el colapso de la aseguradora, una carta confidencial de la Oficina de Supervisión de Ahorros "presenta otro escenario". «En esta carta, con fecha de 10 de marzo de 2008, el organismo regulador afirmó que estaba "preocupado por el hecho de que en la supervisión corporativa de AIG Financial Products fallan elementos esenciales de independencia, transparencia y consistencia». (Documentos internos de la auditora Pricewaterhouse-Cooper evidenciaban problemas similares, indicó Waxman). «Cuando un auditor de AIG, Joseph St. Denis, expresó su preocupación por cómo la división de Productos Financieros hizo sus cuentas, Cassano le excluyó "deliberadamente" de la evaluación con el argumento de que "contaminaba el proceso"». Es un buen ejemplo para comprender lo que algunos autores han denominado la «cleptocracia», haciendo referencia a esta línea de ejecutivos.
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lunes, 13 de octubre de 2008

Ni Dios nos salva

En los días que van corriendo es imposible evitar hablar de lo que está sucediendo en el mundo, en eso que se ha dado en llamar “la crisis de los mercados” o la crisis del mundo financiero”. Es notable el uso que el periodismo, en todas sus modalidades, hacen del uso del lenguaje. Si se vuelve a leer la oración anterior se debe reparar en el modo impersonal del enunciado. Hay una entidad que se llama “mercado” que no tiene nombre y apellido, es un mecanismo neutro en el que opera una “mano invisible” y cuyo resultado no es previsible. Sólo después que opera el mercado podemos saber cómo ha funcionado y cuál ha sido el resultado. Cada mañana, en estos días, nos levantamos con la noticia que nos anuncia que ninguna de las medidas que se han tomado en los diversos países ha logrado “corregir” el comportamiento de los días anteriores.
Uno se pregunta ¿cómo corregir? ¿se puede corregir lo que no es previsible y que, por lo tanto, es difícil saber cómo funciona? Entonces debemos enfrentarnos a la teología del mercado. Si, no se asuste lector, lo que está escondido detrás de la mano invisible es la “mano de Dios”, y esto por dos razones: a.- Quien habló de esta “mano” fue Adam Smith (1723-1790) que era profesor de Teología Moral en la Universidad escocesa de Glasgow, por lo tanto su preocupación respecto de la economía partía de sus reflexiones teológicas. La utilización de esa metáfora es claramente teológica; b.- La respuestas que los especialistas tienen acerca de por qué las correcciones no han logrado todavía los resultados esperados es que no se ha recuperado la “con-fianza” en los mercados, es decir una de las manifestaciones de la “fe”. Otro modo de expresarse es que no se ha recuperado la “credibilidad”, equivale a decir que si no se ha “recuperado” es porque antes la había. Se trata, entonces, de un problema de “Fe”.
De lo que se desprende es que esta “ciencia” que estudia la economía, que dice ser una de las ciencias sociales pero que argumenta sostenida por las matemáticas, en todas sus versiones, que construye estadísticas a partir de las cuales se proyectan cursos futuros posibles, las “tendencias”, resulta que se cumplen “si Dios quiere”, cuando hace funcionar su “mano invisible”.
Ahora bien. Cómo recuperar la “fe” en ese Dios si los funcionarios le mienten constantemente. Al menos eso dice ese niño terrible de la economía estadounidense que es Paul Krugman. Este brillante economista escribía hace siete meses atrás, el 18-3-08: «Muy bien, prepárense: lo impensable está a punto de ser inevitable. La semana pasada, Robert Rubin, el ex secretario del Tesoro, y John Lipsky, alto funcionario del Fondo Monetario Internacional, sugirieron que quizá haga falta recurrir al dinero público para rescatar el sistema financiero estadounidense. Lipsky insistió en que no estaba hablando de una operación de rescate: pero la verdad es que sí. Es cierto que Henry Paulson, el actual secretario del Tesoro, sigue diciendo que cualquier propuesta de utilizar el dinero de los contribuyentes para ayudar a resolver la crisis no tiene "la más mínima posibilidad". Pero es una afirmación tan creíble como todos sus pronunciamientos anteriores sobre la situación financiera». (subrayados míos)
La afirmación del funcionario no es correcta, ni acertada, ni factible, es simplemente poco “creíble”, no se le puede creer. Si no se le puede creer al funcionario es porque está sospechado de mentir y queda claro que Dios no ayuda a los mentirosos. Por otra parte, los señores financistas no son muy dados a las experiencias religiosas (digo yo maliciosamente) y no creo que se pueda esperar la ayuda de Dios, por ser pecadores (perdonen mis prejuicios). En definitiva estamos en un verdadero atolladero del que ni siquiera Dios nos puede ayudar, según parece.

jueves, 9 de octubre de 2008

El misterio conocido del estallido de la burbuja

El lenguaje tiene la importantísima cualidad de comunicarnos, es decir de hacer posible que mediante palabras significativas un interlocutor comprenda lo que quiero decir. Sin duda, este simple esquema que supone el emisor de un mensaje y un receptor del mismo, no alcanza para analizar las comunicaciones dentro de un mundo tan complejo como el actual. La teoría de la comunicación le agregó a este esquema el concepto de “ruido” para hacer referencia a las constantes interferencias que la comunicación padece. Los llamó ruidos extrayendo una metáfora de las antiguas trasmisiones radiales que recibían constantemente interferencias de se tipo. Entonces, debe entenderse por ruido toda dificultad que se presente en la comunicación de un mensaje a un receptor cualquiera. Esto vale para la palabra hablada, la escrita o para la imagen que contiene un mensaje. Es que la complejidad de la comunicación reconoce otra faceta como es la posibilidad de que un mensaje pueda ser interpretado de diversos modos.
Es que la palabra está cargada de significaciones, muchas veces un tanto ambiguas, que permiten esas variadas interpretaciones que dan lugar a que el mensaje pueda no ser recibido en el mismo sentido que quiso expresar el emisor. Dado el problema en que nos han metido unos señores que operan desaprensivamente en las bolsas del mundo, que vienen operando de este modo por lo menos desde hace más de treinta años, debemos someter a análisis la palabra “burbuja”. El diccionario dice al respecto: «Glóbulo lleno de aire u otro gas que sube a la superficie de los líquidos en estado de ebullición». Una primera consideración de sentido común es que toda burbuja estalla, puesto que la fina capa que encierra el aire soporta hasta una determinada presión, más allá de la cual se deshace. Una segunda es que emerge en estado de ebullición, no en cualquier momento. Los economistas que han utilizado esta metáfora (recordemos al Sr. Alan Greenspan como advertía sobre los riesgos de la burbuja de los “punto com”.) parecen desconocer que toda burbuja estalla en algún momento más o menos previsible. ¿Cómo explicar entonces que sigan insuflando la burbuja hasta más allá de ese punto previsible?
Hasta hace unos pocos meses atrás se formuló una hipótesis sobre los precios de los comodities en los que se podía detectar una cuota nada despreciable de especulación financiera incidiendo en esos precios. En un contexto de híper-liquidez global, como el que había en ese entonces, en el que los inversores huían de diversos mercados (acciones, bonos corporativos y los nefastos títulos respaldados por deuda hipotecaria), la evidencia sugería que grandes sumas de capitales especulativos se habían volcado a los mercados de commodities. Según el “finado” Lehman Brothers, no era sencillo precisar el monto de capitales invertidos en commodities, pero las estimaciones los ubicarían en un rango de entre 150.000 y 270.000 millones de dólares. Standard & Poor´s (otra buena), por su parte estimaba que en el primer bimestre de 2008, el flujo de fondos que ingresó a los mercados de commodities fue de 40.000 millones (con los agrícolas como destino favorito). Se estaría hablando entonces de un aumento de entre 15% y 25% en los dos últimos meses en la inversión especulativa en comodities, una magnitud que sin dudas era capaz de descalabrar el balance entre demanda y oferta en cualquier mercado.
La necesidad de hacerse de dinero (todo electrónico, por supuesto) para intervenir en la inflación de burbujas dio por resultado este estallido. ¿No era previsible que esto fuera a ocurrir? Pero hay una muy vieja condición que en algunos hombres se encuentra sobrepotenciada: la codicia, y ésta tiene la capacidad de cegar hasta a los más inteligentes.

sábado, 4 de octubre de 2008

Dos doctrinas y sus predicadores

Leí, no hace mucho, una frase que dijo Deng Xiaoping a comienzos de la década de los noventa: «Hay mercado en una economía planificada, y existe planificación en una economía de mercado». Fue pronunciada en medio de una tormenta ideológica que se aproximaba en el Partido comunista chino por las reformas que estaba introduciendo en su país, que escandalizaban a muchos viejos militantes de la primera hora.
Respeto de esta cita la periodista china Sally Wang comenta: «China se ha concentrado durante los últimos 30 años en la desnacionalización para convertir su economía socialista en una economía de libre mercado. En este impulso, el gobierno en Beijing obviamente usaba como modelo al sistema económico occidental de libre mercado, liderado por EE.UU. China ha tratado durante 40 años de adaptarse a estándares internacionales, que son establecidos en gran parte por Occidente, de nuevo dirigido por EE.UU., y su ambición de modernización es alcanzar a las principales economías capitalistas, con EE.UU. como el objetivo máximo. Pero ahora, mientras China se aproxima a una economía de libre mercado, EE.UU. tiene que adoptar más y más medidas “socialistas” para salvar del colapso a sus mercados financieros. Para algunos economistas chinos, el rescate por Washington de las dos compañías de financiamiento de hipotecas Fannie Mae y Freddie Mac, y de American International Group (AIG) es un acto de “nacionalización”».
Ante esta situación no tan novedosa (no debemos olvidar que ya Reagan había estatizado una cantidad de empresas en la década del ochenta) dijo un investigador de economía en la Academia China de Ciencias Sociales (CASS), citado por la periodista: «Las acciones de Washington constituyen una revelación para los creyentes en una economía libre en China, que ahora se dan cuenta de que incluso en una economía de mercado, el gobierno no puede negarse siempre a tocar a la economía, por orientado hacia el mercado que sea. Por otra parte, las acciones de EE.UU. parecen ofrecer una ‘justificación’, o excusa para gritar más fuerte, a los que han estado pidiendo que el gobierno chino ‘rescate’ a los mercados en caída de bienes raíces y de la bolsa, sin importar las diferencias en las situaciones en China y en EE.UU».
Según la agencia estadounidense Bloomberg, ante una audiencia en el Mercado de Futuros de Shangai, el Secretario del Tesoro, Henry Paulson, afirmó: «Un mercado financiero abierto, competitivo y liberalizado puede asignar efectivamente recursos escasos de un modo que impulsa la estabilidad y la prosperidad mucho mejor que la intervención gubernamental». Ante lo cual el director del centro de investigación económica china y mundial en la Universidad Tsinghwa, Li Daokui, dijo que es injusto utilizar dineros públicos para subvencionar a compradores de viviendas. También cuestionó las medidas locales para ayudar a urbanizadores. «Al dar subsidios a urbanizadores, deberían considerar que se les exija que bajen los precios de las viviendas». Li sugiere que, para el caso de los deudores chinos, el subsidio debiera ser dado a compradores de su primer departamento, en lugar de hacerlo con todos los compradores. Los compradores de su primera casa son personas que realmente la necesitan.
Lo que resulta realmente atractivo es ver el cruce ideológico entre dos países cuya trayectoria ha partido de doctrinas contrapuestas. Por lo cual muchos ideólogos no tenían razón antes cuando predicaban el neoliberalismo, sin embargo algunos de ellos hoy hablan de la necesidad de la intervención del Estado y pretenden seguir teniendo razón con el argumento opuesto.