jueves, 8 de enero de 2009

Es difícil para que no se entienda

Antes me he referido a la codicia como uno de los motores de esta carrera desenfrenada tras la obtención del mayor lucro posible, a cualquier precio. Esto ha quedado justificado por una teoría que depositó en la magia de la mano invisible la regulación del juego del mercado. Debemos ahora detenernos a pensar si el centrar los resultados de la debacle financiera en el mal comportamiento de algunos banqueros malos no es, en realidad, un modo de desviar el problema para evitar la discusión central sobre el funcionamiento del capitalismo financiero. Porque esto haría suponer que apartando a esos malos funcionarios (públicos y/o privados) se podría reencausar el buen y sano capitalismo.
Ya vimos antes que una prédica dogmática sobre la necesidad de dejar el libre juego de las fuerzas del mercado porque garantizaba así su buen funcionamiento, se ve ahora modificada por una crítica superficial que coloca en la debilidad o deficiente presencia del Estado las razones de los desmadres producidos. Lo que ocultan estas críticas es que la política que se desprendió de esa dogmática impulsó el retiro de esa presencia, desmantelando las no muchas regulaciones que existían para dejar las manos libres (¿las invisibles?) de quienes operaban. Pero la invisibilidad de algunas de esas manos parece que se pretende hacerlas visibles poniéndoles nombre y apellido. De este modo el problema queda reducido a las malas manos, que pagando sus culpas dejan en la oscuridad a todas las manos estructurales que edificaron la totalidad del edificio del capitalismo financiero.
La crisis que se ha desatado no ha sido la consecuencia de un Estado bobo que no ha sabido detener a tiempo lo que venía sucediendo desde hace décadas, sino la consecuencia de un Estado enclaustrado e imposibilitado de actuar por una arquitectura jurídica que le impidió todo margen de maniobra. Esa arquitectura fue pergeñada por la misma banda de delincuentes que hoy se rasgan las vestiduras por no haber detectado a los malos operadores del mercado. Cómo podemos creerles a los funcionarios del gobierno estadounidense (siendo quienes son) cuando proclaman la necesidad de una reestructuración del funcionamiento del sistema financiero internacional si fueron ellos lo que armaron el actual. La sofisticación que se ha logrado en la creación de “instrumentos financieros” ha llegado a tal extremo que comenta Paul Krugman que el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernake, precisó de «un curso de puesta al día cara a cara con los gestores de los fondos de productos financieros derivados (hedge funds) a mediados de agosto», para poder comprender de qué se trataba ese galimatías.
Krugman se pregunta: «¿Cómo fue que las cosas se tornaron tan opacas? La respuesta es: "innovación financiera". Dos palabras que, desde ya, deberían despertar la alarma de los inversores». Zaiat hace una lista de esos instrumentos: «El menú de ese festín ha sido amplio, destacándose hipotecas subprime, securitización de activos financieros, fondos de cobertura (hedge fund), papeles comerciales de corto plazo que sustituyeron al crédito tradicional, eliminación de fronteras entre banca de inversión y comercial, liberalización de requisitos de capital que alentó el apalancamiento, proliferación de derivados financieros, los credit default swaps, irrupción de nuevos intermediarios financieros y no bancarios. El abordaje de las potencias económicas a los dramáticos desequilibrios generados por esas “innovaciones financieras” derivará en un nuevo régimen de regulación, que hoy se desconoce».
Lo que no debe pasar inadvertido es que cuando nos proponemos pensar en todo ello, como ya dije, una parte importante de nuestra información proviene de fuentes estrechamente ligadas a esas bandas, de las que ya quedó dicho algo. Por lo tanto es necesario descubrir la lógica interna de los términos del debate, porque tenemos la suerte de que entre nosotros inteligentísimos periodistas repiten la Biblia que reciben desde esos centros financieros y opinan a partir de allí. Otros inteligentísimos economistas, a sueldo de esos intereses, predican y pronostican catástrofes si no nos atenemos a sus consejos.

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