domingo, 26 de abril de 2009

Hacia una nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual II

Nos advierte el profesor Munnigh respecto de las consecuencias que genera un modo de comunicar que opera por saturación, convergencia y confusión de ideas, logrando hacer perder la sensación de realidad. «Mi memoria registra imágenes turbulentas de diversos escenarios de esta época convulsa: Panamá, Mogadishu, Rumania, Irak, Sarajevo, Chechenia, Ruanda... Me he acostumbrado al espectáculo del horror en la pantalla chica. Las imágenes que contemplo me impresionan y conmueven, pero luego se vuelven normales, suceso trivial a fuerza de repetirse. La tragedia se torna espectáculo. Digiero el infortunio de mis semejantes. El mal se despoja de su carácter trágico: se banaliza. Todo se trivializa: se desdramatiza. El infierno de los otros pronto deja de conmoverme».
Este ha sido un gran descubrimiento de las últimas décadas. Se ha logrado “descafeinizar” la información apuntando a que los hechos más aberrantes, los crímenes más espantosos, los delitos que atentan contra la dignidad humana, el hambre y la muerte infantil, se conviertan en un dato más del torrente informativo. Todo ello es ofrecido junto a las noticias más estúpidas de la farándula y los datos intrascendentes de la vida cotidiana. Por eso subraya la operación de esterilización informativa que convierte todo en hechos normales cotidianos. Todo ello es parte del espectáculo de esa cotidianeidad.
Paralelamente se convierten en verdad las más horrendas mentiras: «La agresión a Irak, disfrazada como guerra de liberación, cae bajo un esquema similar. Fue una guerra inventada, planificada, decidida de antemano y llevada a cabo bajo pretextos cambiantes para controlar los recursos naturales de una nación gobernada por un tirano cruel y sanguinario. Desde el principio se sabía perfectamente que allí no había armas de destrucción masiva y, sin embargo, eso no importaba en absoluto. La agresión se llevó a cabo de todos modos». Sólo así se puede comprender el hecho, inverosímil no muchos años atrás que ahora pasa casi inadvertido, de que el mismo Secretario de Estado de los EEUU, Colin Powel, mostrara dentro del recinto de las Naciones Unidas, ante las cámaras de televisión, pruebas falsas y mintiera descaradamente sobre lo que se “había descubierto”. No creo equivocarme mucho si digo que esas mismas cosas se hicieron muchas veces, pero a escondidas, impidiendo que trascendiera la información, como operación de los servicios de inteligencia. ¿Por qué se puede ahora hacerlo ante la vista de todos? Arriesgo a decir porque se ha logrado adormecer la conciencia del hombre medio que busca la información, por la repetición de verdades a medias, de medias mentiras, todo dentro del mismo espacio informativo. Con ello se ha logrado lo que quedó dicho antes: borrar la frontera entre la verdad y la mentira, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto.
Los demás países, salvo excepciones, aceptaron las mentiras, callaron ante las atrocidades, los líderes del mundo pudieron desdecirse, y lo siguen hacieno, sin el menor pudor. Un público que recibe todo eso se va anestesiando hasta perder la idea de lo que es aceptable y de lo que es inaceptable. «Dale que va, todo es igual, lo mismo un burro que un gran profesor» profetizaba Discépolo hace décadas. Las palabras críticas de un profesor del MIT, Noam Chomsky, intelectual estadounidense que ha mostrado a lo largo de su vida y de su obra cómo en las sociedades democráticas, incluida la norteamericana, la noticia y la opinión editorial de los medios más importantes «es algo que se fabrica como cualquier otro producto bajo una lógica de dominio y control del pensamiento». De lo que se desprende que no es la audacia de algunos mentir para ver si nadie lo descubre, es la acción planificada que intenta poner en las mentes de un público, poco avisado de todo esto, el tipo y la calidad de información que posibiliten los manejos que se proponen.

miércoles, 22 de abril de 2009

Hacia una nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual I

Me parece necesario sumarme a los ya muchos que han vertido opiniones sobre esta ley que se viene preparando. Y esa necesidad nace de salirle al paso a todos los manejos que se vienen urdiendo para poner la mayor cantidad de trabas posibles a su sanción. Se la comenzó denominando la “Ley de Cristina”. La decisión de ponerla a debate en foros en toda la extensión de nuestro territorio, de invitar a ese debate a todos los que tengan algo que aportar, disolvió la intención de convertir la Ley en un capricho de la presidenta al ser su propuesta el resultado de un gran debate nacional. Los medios masivos que sienten que va a afectar sus intereses han optado por el mutismo. “De eso no se habla”. En los grandes medios concentrados el tema no existe y ello pretende cubrir, con un manto de silencio, la ocasión de darle a nuestro país una ley que garantice la circulación de la información: plural, fidedigna, representativa de los intereses de todos los sectores sociales, culturales, políticos, económicos, etc.
Comenzar a superar la chatura de esos medios que convierten en información los datos más bastardos, distorsionados, sesgados, espurios, que logran la operación alquímica de trasmutar en verdad cuanta basura periodística aparece. La cuestión que hoy se nos plantea consiste en que definamos como comunidad nacional cómo se puede transformar todo ello en una “comunicación libre y sin distorsiones”. Sin olvidar en las decisiones que se tomen institucionalmente que enfrentamos una etapa del mundo cada vez más globalizada en la que el dominio de las grandes corporaciones internacionales fabrica opinión y consenso y lo venden como verdades incontrovertibles.
Ello nos impone la obligación de que nuestras reflexiones tomen distancia de los acontecimientos cotidianos, de esa actualidad que los medios han convertido en un valor en si misma y que no permite una mirada abarcadora de los grandes procesos, dentro de los cuales se inscriben la sucesión de hechos diarios. Salir de esa perspectiva de inmediatez es una condición imprescindible para el logro de una comprensión acabada de un fenómeno altamente complejo como es la comunicación moderna.
El profesor Fidel Munnigh, doctor en filosofía por la Universidad Carolina de Praga, puede convertirse en un dialogante privilegiado, a través de sus opiniones, para avanzar en el tema propuesto. Dice: «Quisiera detenerme en esta idea central que cuestiona nuestras aparentes certezas: que lo verdadero y lo falso en los medios de comunicación se vuelve hoy imposible de decidir. Se borran las viejas fronteras de verdad y error (o engaño). El “anything goes” (todo vale) posmoderno penetra todo el ámbito de la actividad humana toda por la vía de la comunicación. Vivimos en la era del simulacro y la hiperrealidad». Sobre ello debo agregar que se deberían distinguir dos aspectos o dimensiones del problema: a.- las consecuencias de una comunicación altamente tecnologizada y b.- la concentración de la propiedad de esos medios en pocas manos internacionalizadas.
Sobre el primer tema dice: «Instalados en la llamada era global, vivimos en un mundo de información sobreabundante. La cultura está superpoblada de noticias, de reportajes, de imágenes. La sociedad digital o sociedad del conocimiento es también la sociedad de la información. Las noticias van y vienen, invaden nuestra vida cotidiana a tal punto que llegamos a confundir la realidad misma con su representación mental o visual. Solemos reaccionar a ellas con una actitud casi religiosa, de aceptación pura y simple. Pero la información requiere de una lectura crítica. Demanda ser leída, descifrada, descodificada».

domingo, 19 de abril de 2009

¿Dónde está la puerta de salida? VIII

Esta crisis encontrará una momentánea solución en la que veremos quiénes son los ganadores y perdedores, como ya dije antes. Los ganadores saldrán más fortalecidos y utilizarán el enorme «arsenal de recursos públicos para socializar las pérdidas y reflotar a los grandes oligopolios. Encerrados en la defensa de sus intereses más inmediatos carecen siquiera de la visión para concebir una estrategia más integral». ¿Cómo responder a tales propósitos? Continúa Boron: «En el campo popular se impone una meticulosa preparación para este nuevo período histórico signado por la crisis general capitalista». Esta situación presentará aristas difíciles y duras para una gran mayoría, pero también ofrecerá nuevas oportunidades, si sabemos aprender y no repetir historias conocidas: encerrarnos en nuestro individualismo, buscar la salida personal (como si existiera). En cambio se puede tener un conocimiento que se acerque a la verdad de los hechos (recurrir a la información alternativa) y llevar el debate de estos temas a nuestro ámbito cotidiano.
La crisis del capitalismo, sobre todo del salvaje, es un hecho histórico que se presenta ante nuestra vista. Reconocerlo, estudiarlo, evitar las informaciones equívocas o perversamente distorsionadores es una tarea difícil pero necesaria y comunicárselas a las personas de nuestro entorno. Ello lograría que las conversaciones se apartaran de la agenda diseñada diariamente por los medios, llenas de rumores (de fuentes bien informadas que nunca se las nombran), de los comentarios tendenciosos de los plumíferos a sueldo. En síntesis, elaborar nuestra propia información. No es sencillo, pero es posible. Tal vez imponga perder algunas horas de televisión y un poco más de lectura (de la buena).
Porque, si bien aparecen condiciones favorables para avanzar en el camino liberador, nos advierte Borón: «también hay que ser conciente de que esta situación bien podría revertir y dar lugar a una aplastante derrota del campo popular. Sería ingenuo pensar que porque el capitalismo está en crisis su suerte está echada». No se puede descartar, como ya vimos en notas anteriores, la posibilidad cierta de una recomposición de este capitalismo depredador. Pero creo que esa posibilidad se hace más factible en la medida en que no encuentre fuerzas que intenten impedirlo. Allí la buena información juega un papel fundamental en este conflicto.
Volvamos a Sun Tzu: «Cuando tu pensamiento estratégico es superficial y de corto alcance, es poco lo que puedes ganar mediante tus cálculos, así que pierdes antes de entablar la batalla». Pareciera que este viejo guerrero hubiera estudiado las tácticas de los medios concentrados: mantener al público en la noticia de lo inmediato, trivial y evanescente. La “verdad” no alcanza a durar veinticuatro horas y se refiere a cuestiones superficiales fácilmente olvidables. «Por esto se dice que los guerreros victoriosos vencen primero y después van a la guerra, mientras que los guerreros vencidos van primero a la guerra y después intentan vencer».
Mientras que las fuerzas de las empresas que dominan los mercados internacionales, Boron afirma: «han perfeccionado sus estructuras de hegemonía y dominación, sus dispositivos de formación de (falsas) conciencias y de disciplinamiento coercitivo criminalizando la protesta social y militarizando las relaciones internacionales, los sectores que constituyen el moderno proletariado se debaten en una profunda desorganización, de la cual pueden surgir actos aislados de resistencia anti-imperialista pero muy difícilmente propuestas efectivas de superación del estado de cosas actual».
La organización social es hoy, como lo fue siempre, un instrumento imprescindible para enfrentar los grandes conflictos. El cuento oriental dice que un hombre viejo le dio a un niño una varita y le pidió que la quebrara, le dio otra y le pidió lo mismo, y siempre las quebraba. Luego junto unas cuantas y se las dio en un ramillete y el niño no logró hacerlo. El viejo le dijo: de a una podrás quebrarlas cuando estén todas juntas te será imposible, la unión hace la fuerza.

jueves, 16 de abril de 2009

¿Dónde está la puerta de salida? VII

Finalmente debo encarar una respuesta a la pregunta que encabeza estas notas. Para lo cual sigo en la misma línea de lo que venimos leyendo en Borón. Y en este sentido pareciera que lo más novedoso para decir es lo más antiguo en la historia del hombre. Desde la mítica figura de la lucha entre David y Goliat, entre pueblos pequeños, aparentemente débiles, que deben enfrentar a los poderosos, la estrategia y las tácticas a desarrollar deben partir de la inteligencia, la astucia, y la recuperación de la experiencia histórica. Este enfrentamiento entre fuerzas dispares era un capítulo en blanco en los manuales de guerra clásicos. En las últimas décadas este vacío fue completado tomando aprendizaje de las derrotas militares de China, Corea y Vietnam, en las cuales fuerzas militares imperiales técnicamente poderosas fueron derrotadas por pueblos aparentemente débiles. Las fuerzas vencedoras combatían en sus propios territorios, apoyadas por sus pueblos.
En las dos décadas que siguieron a la última posguerra las academias militares incorporaron el estudio de lo que se denominó la “guerra asimétrica”. Este tipo de guerra no era una novedad, por ello hablé de la hazaña de David, el aparentemente débil, porque presenta un mito que recoge la experiencia de aquellos pueblos que sufrieron la opresión de los imperios y que los enfrentaron con éxito. Todo ello ya había sido teorizado por un filósofo guerrero chino, Sun Tzu, que vivió hace más de dos milenios y medio, cuyos escritos fueron recopilados con el título El Arte del Buen Guerrear. Sus enseñanzas se sintetizan en esta máxima: «Es mejor ganar sin luchar». Este pequeño librito fue un manual de lectura casi obligatoria en el derrotado Japón de posguerra, cuando se pasó de una cultura feudal guerrera a una cultura empresarial. En la película Wall Street de Oliver Stone, el poderoso financista Gordon Gekko (Michael Douglas) le dice a Bud Fox (Charlie Sheen) un joven ambicioso, que los negocios se basan en Sun Tzu básico.
En la introducción de este librito Thomas Cleary, profesor de Harvard, dice: «El arte de la guerra no es pues solamente un libro que trata de la guerra, es sobre todo un instrumento para comprender las verdaderas raíces del conflicto y de su resolución». Es decir, su lectura atenta brinda una profunda reflexión sobre los caminos posibles para lograr una liberación. En un lenguaje oriental, que exige algún esfuerzo para nuestra mentalidad occidental, dice: «que cuanto menos se necesita algo o a alguien tanto mejor; este arte requiere la estrategia para tratar la ausencia de armonía [léase conflicto] para lo cual el conocimiento del problema es la clave de la solución». Esta sabiduría parte de la certeza de que hay que convertir el conflicto en algo totalmente innecesario. Para ello Sun Tzu dice: «Por lo tanto, calcula sirviéndote de los cinco elementos y utiliza estos criterios para comparar y establecer cuál es la situación. Los cinco elementos son: el camino, el clima, el terreno, el líder y la disciplina».
Más adelante aclara: «El camino significa inducir al pueblo a que tenga el mismo objetivo que sus dirigentes para que puedan compartir la vida y la muerte sin temor al peligro». La primera idea que se nos cruza es que estamos muy lejos de ello. Es cierto, pero si no nos convencemos que la unidad de los que pretenden la liberación es condición indispensable seguiremos en los debates estériles que nos dividen. La unidad da una fuerza importante y los poderosos del mundo, a través de los medios de comunicación, nos fragmentan a partir de cuestiones menores y secundarias.
Volvamos ahora a Borón: «Estamos en presencia de una crisis que es mucho más que una crisis económica, o financiera. Se trata de una crisis integral de un modelo civilizatorio que es insostenible económicamente, por los estragos que está causando; políticamente, porque requiere apelar cada vez más a la violencia en contra de los pueblos; insustentable también ecológicamente, dada la destrucción, en algunos casos irreversible, del medio ambiente; e insostenible socialmente, porque degrada la condición humana hasta límites inimaginables y destruye la trama misma de la vida social». Tomar conciencia, individual y colectiva, de ello es la primera condición para comenzar algún atisbo de organización social que nos permita enfrentar la búsqueda de una salida.

sábado, 11 de abril de 2009

¿Dónde está la puerta de salida? VI

Después de estos análisis, de la cantidad de información que hemos leído, de las reflexiones necesarias que se desprende de todo ello aparece una pregunta: ¿cabe tener esperanza de salir relativamente pronto de esta crisis? Boron no es muy optimista: «Los antecedentes históricos avalan ese pesimismo: en 1929 la desocupación en EEUU llegó al 25 %, al paso que caían los precios agrícolas y de las materias primas. Pero 10 años después, y pese a las radicales políticas puestas en marcha por Franklin D. Roosevelt (1882-1945) (el New Deal), la desocupación seguía siendo muy elevada (17 %) y la economía no lograba salir de la depresión. Sólo la Segunda Guerra Mundial puso fin a esa etapa. Y ahora, ¿por qué habría de ser más breve?». Dice algo que por lo general los investigadores, los analistas, los economistas, los historiadores ocultan, no conocen, no se atreven a decirlo, etc.: «Sólo la Segunda Guerra Mundial puso fin a esa etapa».
La campaña de 1936, en la que buscaba su reelección para un nuevo período, había asegurado que ante los preparativos para una segunda guerra que se veían en Europa (nazismo y fascismo) se comprometía a no participar de ella porque ya «se había derramado demasiada sangre joven norteamericana en aquellas tierras». El Congreso aprobó la neutralidad a través de una serie de leyes que impedían la participación de los EEUU en esa guerra. Los Servicios de Inteligencia detectaron los planes japoneses para atacar a su país. Roosevelt mantuvo guardada esa información y permitió que se produjera el ataque a Pearl Harbor en 1941. Esta fue la excusa que necesitaba para participar de esa guerra. Dadas estas circunstancias se puso toda la maquinaria industrial en marcha lo que permitió que EEUU saliera fortalecido de la guerra y haber superado la crisis de 1929. Esto viene a cuento porque circula con bastante liviandad que sólo las medidas propuestas por Lord John M. Keynes (1883-1946) fueron las que sacaron a los EEUU de la crisis, omitiendo la importancia que la economía de guerra jugó en esa época.
Por otra parte dice Boron: «La depresión de 1873-1896, duró ¡23 años! Los factores que la precipitaron fue el colapso de la Bolsa de Valores de Viena, producido también por una burbuja especulativa ligada al precio de la tierra en París y las grandes construcciones que comenzaron en esa ciudad luego de la derrota francesa en la guerra Franco-Prusiana. Las reparaciones de guerra exigidas a los franceses y los grandes pagos que debían efectuar a favor de Alemania contribuyeron a crear las condiciones de la crisis, así como la especulación de tierras que se inició en Estados Unidos una vez finalizada la Guerra Civil relacionada con la construcción de grandes emprendimientos ferroviarios que originó otra burbuja que estalló en 1873». Con estos antecedentes: «Se abre por lo tanto un largo período de tironeos y negociaciones para definir de qué forma se saldrá de la crisis, quienes serán los beneficiados y quienes deberán pagar sus costos. Conviene recordar que en 1929, el armado de Bretton Woods, el diseño de la arquitectura económica y financiera internacional que resultó fundamental para la recuperación de la posguerra, llevó casi un año de arduas negociaciones, que culminaron con la Conferencia que tuvo lugar en esa ciudad de New Hampshire entre el 1 y el 22 de Julio de 1944». Nada menos que quince años después, claro que estuvo la guerra de por medio.
Termina diciendo: «¿Es razonable esperar un desenlace similar a la crisis actual? Cualquier pronóstico en una situación tan volátil como ésta es sumamente arriesgado, pero de partida nomás hay que tener en cuenta que existen varias significativas diferencias entre los respectivos contextos globales de la crisis.
Además, la opinión y el pronóstico de alguien de tan irreprochables credenciales conservadoras como Zbigniev Brzezinski, dijo hace poco: «Estoy preocupado porque vamos a tener millones y millones de desocupados, mucha gente pasándola realmente muy mal. Y esa situación estará presente por un tiempo antes de que las cosas eventualmente mejoren. Al mismo tiempo hay una conciencia pública de la riqueza extraordinaria que se transfirió a los bolsillos de unos pocos individuos, en niveles sin precedentes históricos en Estados Unidos. Y yo me pregunto: ¿qué puede pasar en esta sociedad cuando toda esa gente se quede sin trabajo, con sus familias dañadas, cuando pierdan sus casas?…».

domingo, 5 de abril de 2009

¿Dónde está la puerta de salida? V

Bien, habiendo recorrido los comentarios que hemos leído, debemos preguntarnos de qué se trata realmente esta crisis. Yo debo confesar mi preferencia por los análisis de Atilio Boron. Creo encontrar allí una mayor penetración hacia las causas más profundas que se alojan en el interior del sistema capitalista. «Se trata, por lo tanto, de una crisis que trasciende con creces lo financiero o bancario y afecta a la economía real en todos sus departamentos. Y además es una crisis que se propaga por la economía global y que desborda las fronteras estadounidenses. Todos los esfuerzos para ocultarla a los ojos del público resultaron en vano: era demasiado grande para eso. Sus causas estructurales son bien conocidas: es una crisis de superproducción y a la vez de subconsumo, el mecanismo periódico de “purificación” de capitales típico del capitalismo». El economista austríaco Joseph Schumpeter (1883-1950), caracterizaba este tipo de operaciones como una “destrucción creadora” de fuerzas productivas, es decir pensaba que era necesario periódicamente producir una reestructuración del mercado para desalojar las empresas que ya no estuvieran en condiciones de competir lo que permitía el ingreso de otras mejores.
Pero Boron señala que no es una casualidad que el estallido se haya producido en los EEUU. Coincide con Bell y con Soros en que este país hace más de treinta años que vive artificialmente del ahorro y del crédito externo. Se ha alojado en la conciencia del pueblo de ese país la convicción de que estas dos cosas son infinitas e inagotables. Por tal razón las empresas se endeudaron por encima de sus posibilidades y se lanzaron a realizar riesgosas operaciones especulativas. No sólo las empresas, el Estado actuó en consonancia generando la deuda interna y externa más grande del mundo. «Se endeudó irresponsable y demagógicamente para hacer frente no a una sino a dos guerras, no sólo sin aumentar los impuestos sino que reduciéndolos y, además, los particulares han sido sistemáticamente impulsados, vía la publicidad comercial, a endeudarse para sostener un nivel de consumo desorbitado, irracional y despilfarrador. Era sólo cuestión de tiempo para que esta espiral de endeudamiento indefinido se detuviera catastróficamente. Y ese momento ya llegó».
Estas causas son de carácter estructural a las que hay que agregar algunas otras que empujaron también por el tobogán. La tendencia a buscar cada vez más la renta por la vía financiera, despreciando la producción, dio lugar a una acelerada «financiarización de la economía, y su correlato, la irresistible tendencia hacia la incursión en operaciones especulativas cada vez más riesgosas. El capital creyó haber descubierto la “fuente de Juvencia” en la especulación financiera: el dinero generando más dinero prescindiendo de la valorización que le aporta la explotación de la fuerza de trabajo. Además, este maravilloso descubrimiento tenía la fascinación de la velocidad: fabulosas ganancias se pueden lograr en cuestión de días, o semanas a lo máximo, gracias a las oportunidades que la informática ofrece de vencer toda restricción de tiempo y espacio. Los mercados financieros desregulados a escala planetaria incentivaron la adicción del capital a dejar de lado cualquier escrúpulo o cualquier cálculo».
En ese panorama internacional se había ido estructurando un sistema de relaciones comerciales que apoyaban sobre las desregulaciones arrancadas a los funcionarios políticos durante las últimas tres décadas, sostenidas por la verdad bíblica que reza así: «Los mercados se autorregulan, porque allí está presente la mano invisible de Dios». Dice Boron: «Sin duda, las políticas neoliberales de desregulación y liberalización hicieron posible que los actores más poderosos que pululan en los mercados, los grandes oligopolios transnacionales, impusieran “la ley de la selva”. Mercados descontrolados, o controlados por las pasiones y los intereses de los oligopolios que lo dominan, tenían que terminar produciendo una catástrofe como la actual».

viernes, 3 de abril de 2009

¿Dónde está la puerta de salida? IV

Sigamos pensando con Soros, por lo que sabe (lo aprendió en la London School of Economics, nada menos) le otorgaron el título de Doctor Honoris Causa las universidades de Oxford, de Budapest, de Yale y de Bolonia, no es poco decir. Además fundó un Fondo de Inversión en los EEUU que le permitió amasar una gran fortuna por su habilidad (y algunas otras cosas) en el mercado financiero. Sabe porque está bien formado y sabe por que lo supo hacer, doble condición que no ostentan muchos de sus colegas. Estas razones son una condición que hace indispensable escuchar lo que piensa: «La clave para entender la crisis -la peor desde la década de 1930- es ver que se ha generado dentro del propio sistema financiero. Lo que estamos contemplando no es la consecuencia de una sacudida externa que haya desequilibrado las cosas, como daría a entender el paradigma dominante, que considera que los mercados se corrigen a sí mismos. Lo cierto es que los mercados financieros se desestabilizan a sí mismos; en ocasiones tienden hacia el desequilibrio, no hacia el equilibrio». Por lo que vemos no repite el catecismo neoliberal y atribuye a los mercados financieros una inestabilidad que tiende a la formación de burbujas una detrás de las otras.
Su larga experiencia le dio conocimientos suficientes para hacer una propuesta de reforma: «El paradigma que yo propongo difiere de la idea convencional en dos aspectos. En primer lugar, los mercados financieros no reflejan las bases económicas reales. Las expectativas de agentes e inversores siempre las están distorsionando. En segundo lugar, estas distorsiones de los mercados financieros pueden afectar a los fundamentos de la economía, como vemos en burbujas y desplomes. La euforia puede hacer que suban los precios de las viviendas y de las empresas de Internet; el pánico puede hacer que bancos sólidos se tambaleen. Esa doble conexión -que uno afecta a lo que refleja- es lo que yo denomino "reflexividad". Así es como funcionan realmente los mercados financieros. Su inestabilidad está ahora extendiéndose a la economía real, no al revés. En resumen, las secuencias alcistas y bajistas, las burbujas, son endémicas del sistema financiero».
Esta afirmación es muy importante dado que durante las tres últimas décadas los hombres de las finanzas pasaron a ser los que obtenían la mayor rentabilidad para sí o para las empresas en las que trabajaban y, como consecuencia, se llevaban las más altas remuneraciones. Algunas de las que se hicieron públicas durante esta crisis dejan estupefacto al más pintado. La fantasía de que el dinero produce dinero generó la ilusión de que la actividad financiera generaba valor, cuando en realidad lo estaba inflando artificialmente, hasta que el estallido dijo su verdad. La relación entre la cantidad de dinero de todo tipo que circulaba por el mundo anualmente y la cantidad de dinero de las transacciones de bienes mostraba una irregularidad, una patología, que sólo los necios o los ignorantes no advirtieron. Los sordos y los ciegos no percibían nada de lo que se estaba preparando.
«La actual situación no se debe sólo a la burbuja inmobiliaria. La burbuja inmobiliaria no ha sido más que el detonador de una mucho mayor. Esa superburbuja, creada por el uso cada vez más frecuente del crédito y el apalancamiento, combinado con la convicción de que los mercados se corrigen a sí mismos, tardó más de 25 años en formarse. Ahora se ha pinchado». A mediados de la década de los setenta el profesor de Harvard Daniel Bell en su libro Las contradicciones culturales del capitalismo informaba de una anomalía que podía traer graves consecuencias: sumando la facturación de bienes durables en un año y comparándola con lo que se había cobrado de esa facturación demostraba que todo el consumo se realizaba incrementando una deuda (una burbuja) que no era sostenible. El consumo de los habitantes de los EEUU caminaba hacia un crack financiero. Proponía retornar a una sencillez calvinista. La que Sachs dice que va a aplicar Obama.