sábado, 30 de mayo de 2009

¿De qué modelo se habla? V

Resulta tan sorprendente observar cómo aparecen en el firmamento político figuras conocidas por su pasado impresentable que de a poco, mediante una instalación del tipo de las que caracteriza el lanzamiento de un nuevo producto, van “convirtiéndose”, palabra de origen paulino que utilizo con cierta arbitrariedad. La conversión es el proceso mediante el cual alguien deja de ser lo que era para pasar a ser una persona nueva. Es claro que no es eso, precisamente, lo que observamos, sino una trasmutación mediática de su presencia por la cual, sin dejar de ser lo que era, se transforma en otro que conserva todos los vicios de lo anterior, pero que se han invisibilizado.
Me estoy poniendo enigmático, por ello pasemos a un ejemplo. Leo en una revista académica una entrevista a un profesional destacado, por lo que se dice, que narra esta anécdota: «En una oportunidad, siendo yo todavía estudiante, Mauricio Macri visitó nuestra facultad. El cartel que presentaba su “conferencia”, hacía pensar que reflexionaría sobre la democracia y la importancia de promoverla. Para mi sorpresa, llevaba hablando más de 40 minutos y en ningún momento había aclarado qué entendía por democracia. Le comenté mi impresión a un compañero que, sin poder contenerse al momento de las preguntas, levantó la mano y le preguntó: “Mauricio, para Usted, ¿qué es la democracia?“. Se escuchó un titubeante: “Bueno, que se yo… Creo que sería algo así como el principio ‘una persona, un voto’“. Interesante, ¿no?». Qué ha querido decir con ese “interesante” no se desprende de la nota publicada.
Pero, como deja un campo abierto a la interpretación, voy a arriesgar una, que no me parece disparatada y que habla de lo que comencé diciendo. El ingeniero Macri fue gran parte de su vida un empresario que advirtió (o le advirtieron) del hueco político que había dejado el “que se vayan todos” del 2001 y la posibilidad de pararse en el centro de ese espacio. La experiencia la desarrolló frente a un público con características muy diferenciadas del resto del país, como lo es el de la Capital Federal (hoy Ciudad Autónoma), con fuertes aires parisinos por su historia. Haciendo gala de un impudor grave que supongo pensó, sin equivocarse, ese público le perdonaría, se presentó como el salvador de la patria citadina. Hizo gala de un discurso chato, vacío, con promesas técnicas, para lo cual ostentaba equipos de alta cualificación profesional. Los resultados están a la vista para quien quiera mirar por debajo del asfalto y las veredas.
Su pasaje de empresario a político no requirió de ninguna preparación ni aprendizaje de ninguna naturaleza, como lo muestra la anécdota, habla de la administración del Estado Municipal como si se refiriera a cualquiera de las empresas del grupo Macri. Volvamos a la anécdota. Se presenta en una universidad para dictar “una conferencia” en la que iba a hablar sobre su concepto sobre la democracia. La respuesta a la pregunta fue muy simple, como la mayoría de sus ideas: «Bueno, que se yo…». Yo me atrevería a decir: ¿Cuál es la novedad? Y debo contestar: simplemente ninguna, sigue siendo el mismo que demostró mucha habilidad para evadir al fisco contrabandeando Peugeot 405 sin pagar derechos de importación. El problema radica en que cuando se está frente a una empresa comercial el objetivo es ganar la mayor cantidad de dinero posible para los suyos, sin reparar en medios como ese caso nos muestra, que es un tema diametralmente opuesto al gobierno de una ciudad (la sabiduría de nuestro pueblo no permitirá que llegue al de una Nación).
Uno supondría que con esta experiencia alcanzaría para los argentinos. Sin embargo, tenemos ahora a otro empresario exitoso, que no oculta su dinero y lo gasta a raudales de un modo sin antecedentes para nuestra experiencia política. Que hace de su fortuna una virtud, sin que pueda saberse con claridad a cuánto asciende y cómo la consiguió. Pero eso es para otro capítulo.

miércoles, 27 de mayo de 2009

¿De qué modelo se habla? IV

Si aceptamos que la rebeldía debe ser la actitud ante un mundo injusto, y habíamos quedado en que esa rebeldía debe ser guiada por la razón, debemos ahora advertirnos a nosotros mismos sobre el riesgo de que ella no esté guiada por el odio, las heridas de nuestra historia, dado que ello nos arrastraría hacia una crítica destructora. Por tal razón nos señala Fidel Munnigh que: «La rebeldía anárquica siempre ha atraído más por su fuerza de negación que por su contenido positivo. Parece latir oculta en el fondo mismo de nuestro ser… se podría argumentar que destruir lo creado es más fácil que crear. Pero a la auténtica rebelión no la mueve el mero impulso dinamitero, ni el intento de destronar a Dios para colocar en su lugar a un Ídolo. La rebelión de hoy impugna esta “sociedad de opulencia”, este mundo de propietarios rehabilitado tras el fracaso de las utopías seculares; impugna sus valores caducos, su respeto sagrado por la propiedad privada, su desmedido afán de lucro. Si la revolución era un destino y una promesa de redención de los pobres del mundo, la rebelión es un acto libre y tal vez sin mañana del hombre que odia las cadenas y aborrece a los ídolos».
Se puede entrever un dejo de escepticismo que destilan las sabias palabras de este filósofo, pero ello no impide que avancemos en nuestro camino en la búsqueda de una claridad no fácil de lograr, pero no por ello desechable, para pararnos con rasgos de madurez adulta ante los tiempos que se avecinan. En ellos oiremos y veremos tantas cosas que sería un buen ejercicio guardarlas para cotejarlas para el tiempo que se abre después del 28 de Junio. Volvamos a nuestro filósofo. Nos señala las consecuencias de la rebeldía anárquica, la que dispara al bulto sin mirar las consecuencias. De esta actitud tenemos en el mercado político unos cuantos francotiradores apostados, algunos de ellos pueden usar la munición más destructora sin reparar en daños. Otros son más sutiles, pero no tanto, como el consabido Mariano Grondona que puede incitar al golpe de estado con aires de filósofo distraído ante la pregunta irónica de uno de los “cuatro jinetes del Apocalipsis”. Otro de los “jinetes” afirmó, sin bajarse del caballo mediático que le ofrecieron durante meses los medios cómplices, que la tarea fundamental de ellos era el “desgaste del gobierno”. Aquí hay que precaverse del lazo con que intentaron “enlazarnos” esos enlazadores.
El filósofo Rubén Dri, profesor de la UBA, sostuvo lo siguiente: «el conocido amante de los golpes Mariano Grondona y el patrón sojero Hugo Biolcati se divertían en la televisión jugando a las adivinanzas sobre el momento en que se produciría el golpe destituyente. El candidato propuesto, que por otra parte ya tiene el gabinete en la sombra, es Julio Cobos. La manera sobradora en la que se expresaron ambos protagonistas es una clara manifestación de la seguridad con la que camina el movimiento golpista (o “destituyente” para no herir oídos delicados)». Este análisis entra sin tapujos a desmontar la maniobra que se está tejiendo entre viejos conocidos, participantes ellos de los golpes militares, tomando posición frente a este tiempo de decisiones. No debe sorprendernos, entonces, que hable de golpismo aunque éste hoy apele a otras armas, cuando las de fuego se mantienen guardadas en los cuarteles por la imposibilidad de ser usadas ante un pueblo que ya no se engaña con este tipo de recurso.
Las armas de hoy son las palabras insidiosas, la mentira artera y desvergonzada, la manipulación de la información, la parodia burda, etc., para lo cual todo el escenario público está disponible para el uso perverso de la libertad de prensa. Aparece nuevamente la importancia de la rebeldía razonada y madura, analítica y crítica, que no se deja atrapar en esas redes.

domingo, 24 de mayo de 2009

¿De qué modelo se habla? III

Creo que hay diversos modos de enfrentar negadoramente la realidad socio-política que van desde el más profundo desprecio a todo lo que sucede a nuestro alrededor hasta el rechazo rebelde a todo lo que nos dicen de esa realidad. En todo ese espectro de actitudes hay razones que justifican a quien adopta cualquiera de ellas. Es comprensible el cansancio, el desgaste, la saturación, que se percibe en un público atosigado de superficialidades, de tilinguerías rayanas con el mundo de la farándula para hablar de tal o cual candidato. Hay un discurso imperante que se alimenta de la más baja chismografía, amparado en que cualquier cosa que se diga pasará al poco tiempo al olvido. La más grave denuncia infundada luce como la llama de un fósforo que se apagará indefectiblemente poco tiempo después y casi nadie recordará lo que se dijo. Por ello cumple con su propósito: lastimar y retirarse
Este cansancio me hace sospechar sobre sus causas. Me digo: ¿es muy loco pensar que todo ello tiene como objetivo ir separando a la gente de los temas serios de la política confundiendo todo “como en la vidriera de los cambalaches”? ¿No se lograría, de este modo, que los temas importantes se decidan en los escritorios de las multinacionales mientras se entretiene a la gente con las declaraciones de “Susana”? Si es el cansancio el resultado de todo ello deberíamos quedarnos admirados por la eficacia de tal tipo de maniobra, sin que ello impida nuestra indignación por tan perversos procedimientos. Aunque nos encontraríamos con una respuesta cínica: es política, es decir es una lucha de intereses, y allí prevalecen las leyes del mercado: si es negocio ¿por qué no hacerlo?
Entonces, para no dejarnos arrastrar por ese escepticismo que hoy adquiere talante de postura inteligente, recurro a Fidel Munnigh - filósofo y profesor en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, quien nos ayuda a pensar: «El hombre que piensa, juzga el mundo y la creación entera. Sueña y afirma, pero también duda y niega. El hombre que actúa, crea o destruye, acepta o rechaza el mundo que le ha tocado en suerte. O uno acepta sumiso el orden del mundo y sus leyes o se rebela contra él. No hay posturas intermedias. Camus dice que la rebelión es el movimiento mismo de la vida. Como ella, no se argumenta ni se razona: es instintiva y espontánea. No hay que buscarle razones, pues surge de un sentimiento natural y no de un razonamiento lógico. Se es rebelde y punto, por vocación, por indignación, por ruptura con el mundo. Desde el momento mismo en que admito encontrar causas que la legitimen, mi rebeldía pierde fuerza vital: se racionaliza. Deja de ser un movimiento voluntario, un acto puro de la voluntad, para convertirse en rebelión razonada».
Se abre una gama de posibilidades acerca de cómo interpretar lo que dice. Pero, yo me quedo con la idea de que la rebeldía gobernada por la razón nos coloca en una posición de privilegio frente a la realidad. En principio ni la rechazamos ni la aceptamos mansamente, la sometemos al fino tamiz del análisis hurgando en todos los intersticios que esa realidad no siempre nos muestra en la superficie. Estando avisado de que la realidad que los medios nos ofrecen oculta mucho más de lo que muestra. Para ejemplificar esto viene a cuento lo que dice Alfredo Zaiat de muchos economistas: «En cualquier otro ámbito serían los hazmerreír de la mayoría, burlados por su escasa rigurosidad y finalmente abandonados por ofrecer escenarios futuros sólo en base a sus deseos. Esa debilidad expuesta en más de una ocasión posee un contrapeso que compensa la carencia de seriedad en sus análisis. Se trata del apoyo del poder financiero, con su brazo mediático dispuesto a amplificar y construir realidades, moldeando el sentido común económico, que termina atrapando también a cierta heterodoxia y a no pocos integrantes del progresismo testimonial».
La rebeldía razonada no debe dejar de lado el fuego cruzado de datos e informaciones a que somos sometidos cuando nos acercamos al análisis de la realidad nuestra, sobre todo en tiempos pre-electorales. Ese fuego, muchas veces no más que salvas y balas de fogueo, pretende confundirnos. Pero nuestra rebeldía debe ser obstinada y constante en busca de alguna verdad.

miércoles, 20 de mayo de 2009

¿De qué modelo se habla? II

Se puede decir que a partir de la Segunda Guerra se produjo un cambio sustancial en la comunicación de los medios internacionales, adoptada por los locales, de introducir una diferencia entre la noticia objetiva y la palabra editorial. Con la primera se adoptaba la posición de intentar convencer que se publicaba lo que era noticia respetando fielmente la realidad comunicada. Esto ocultaba que la elección de lo datos, el sesgo de la mirada, la interpretación del hecho ya contenía una edición de lo que transmitía, es decir que se filtraría necesariamente el interés, la ideología, los pre-juicios, etc., de quien hablaba. Por el contrario, el espacio editorial era el que fijaba la posición del responsable de la información.
Por tal razón, es muy importante decir con claridad desde dónde se piensa y se habla. Es un acto de honestidad que transparenta a quien hace uso de la palabra y permite al receptor saber quién es y que piensa el autor. El peso de la información pública que ha ganado un espacio muy amplio en la sociedad de masas, inteligentemente manipulado por los medios, muchas veces intimida a quien intenta comunicar sus ideas. Es una especie de presión inhibitoria que no siempre opera claramente en la conciencia del comunicador. Por ello, el saberse en parte víctima de esta presión obliga a ser lo más claro que se pueda, en medio de un mercado persa de la información masiva en el que «lo mismo vale un burro que un gran profesor». Pero todo ello requiere de un mayor esfuerzo para abrirse en medio de la espesura del bosque mediático un espacio de claridad, en la medida de las propias fuerzas.
América del Sur viene transitando un camino que se consideraba no posible no tanto tiempo atrás. Un despertar de los pueblos sumergidos fue torciendo el rumbo que parecía inamovible desde la experiencia de las décadas anteriores. La presencia excluyente de lo que se llamó el pensamiento único no dejaba espacio para la expresión de alternativas posibles. Pareció que el siglo XXI marcó un punto de inflexión en la curva y un lento reclamo se fue posicionando en el espacio público y un nuevo ciudadano comenzó a hacer oír su voz.
Los gobiernos de la región, cada uno con sus matices, con sus más y sus menos, esto va de acuerdo al juicio de quien observa, fueron abriendo posibilidades a la expresión de tantos reclamos postergados largamente. Se puede decir que, como denominador común, cada uno de esos gobiernos viene transitando senderos que van ampliando ciudadanía, es decir, que posibilitan la expresión de las voces discordantes en sus reclamos. El concepto gobiernos populares, siendo esta denominación bastante ambigua pero que coloca un paraguas de comprensión, tienden a tener un oído más afinado para esos reclamos.
Si logramos separarnos un poco de los detalles cotidianos, que la agenda de los medios nos impone, podemos ver en uno de los extremos de ese arco de casos americanos un país como Bolivia en franca recuperación de los derechos democráticos. El enorme cambio que supone haber sida declarado libre de analfabetismo cuando hace poco el presidente que tenían hablaba mucho mejor el inglés que el castellano. En el otro extremo del arco un Brasil poderoso que acusa a su presidente de no haber cumplido con todas las promesas cuando ese poderío está todavía en manos de los intereses económicos concentrados. Se nos impone distinguir lo posible dentro de lo deseable.
Nuestra pregunta debería apuntar a lo que está debajo de tanta palabrería que esconde definiciones respecto del curso de esta última historia. Si las décadas anteriores posibilitaron la concentración de una riqueza ofensiva en pocas manos cuáles son las respuestas para el logro de una distribución más equitativa. Y aquí se torna imperioso sortear los malabarismos y pirotecnias verbales para no decir aquello que es fundamental. Nuestros agudos periodistas, sobre todo los de los grandes medios no preguntan, ni repreguntan, funcionan como partenaire del entrevistado aceptándole el recorrido de un discurso que esquiva lo fundamental: ¿Seguimos unidos, con todas las dificultades, a este proceso de crear más ciudadanía? ¿El camino junto a nuestros países hermanos se va continuar? ¿Detrás de tanto mentar la democracia, la distribución de la riqueza es un objetivo prioritario? Tanto batir el parche de la falta de libertad de prensa mientras se dicen las atrocidades más grandes debe dejar de ser un telón que encubra los verdaderos intereses del capital concentrado.

sábado, 16 de mayo de 2009

¿De qué modelo se habla? I

Desde los tiempos de la Ilustración, siglo XVIII, hubo en la escena política voces que se sintieron convocadas a dar su punto de vista respecto de los acontecimientos de la historia de la que eran parte inescindible. Esta pertenencia que impone responsabilidades, si bien involucra a todos, tiene un peso mayor en aquellos que tienen el don y la posibilidad de expresarse con la palabra meditada. Los siglos siguientes vieron personas provenientes de diversos estratos sociales, con ideologías que se enfrentaban en el campo de las ideas, con convicciones dispares, pero a todos ellos los llamaba el clarín del compromiso social. Si bien representaban los intereses en pugna, y por ello había claramente detrás de ellos sectores sociales que estaban corriendo suertes divergentes, la palabra enarbolada portaba razones en defensa de los bandos a los que pertenecían cada uno. Es decir, eran protagonistas del debate político y defendía sus intereses expresados en sus posiciones políticas.
Hoy podemos observar en nuestro tiempo argentino que impera una chatura y una ramplonería que asusta. Es cierto que todavía quedan algunas voces intentando que se las escuche, argumentando con mayor seriedad, pero un tsunami mediático las envuelve y las arrastra dentro de ese vendaval. La fuerza con que arrastra todo arrasa con un sonido monocorde que impide advertir las diferencias para oídos educados por los grandes medios. Si agregamos a ello la impudicia en el uso de la mentira, exhibida en una gama que va desde lo más burdo hasta algunas sutilezas dignas de mejor causa. Es que el “poderoso caballero, Don Dinero”, del que nos hablaba el poeta encuentra hoy, tras la promocionada caída de los grandes ideales, plumas dispuestas a servir con mucho menos pudor que en otros tiempos.
Quiero decir, con esta introducción, que me siento en la obligación de poner en esta página mi opinión sobre temas más cotidianos. Me mueve la intención de acercar al lector alguna claridad, según yo la entienda, dentro del fárrago de datos que se convierten en noticia impulsada por los intereses más mezquinos. Y en este tiempo de clima pre-electoral pareciera que todo es válido tras el intento de captar un voto más para su bando. Como tengo la convicción profunda de no haber hecho demasiado mérito para que mi palabra adquiriera valor por sí misma, recurriré más de una vez a la cita de aquellos que sí han merecido ese reconocimiento.
La serie de notas que iré subiendo a este blog, con el mismo título, intentarán pintar blanco sobre negro, tomando posición en la batalla en la que se dirime mucho más que algunos cargos legislativos: lo que está en juego es el destino futuro inmediato de gran parte de todos nosotros. Sumarme a la línea de fuego me coloca ante la posibilidad de las malas interpretaciones, no siempre honestas, pero es un riesgo que se debe asumir cuando lo que está en juego es algo superior al interés individual o sectorial. Y uno de los riesgos es el de pecar de solemnidad como puede ir apareciendo en estas líneas. Pero creo necesario poner claramente, ante quien me lee, qué es lo que me lleva a pisar la arena política con el propósito de aportar ideas de esclarecimiento, con compromiso con los que menos tienen, pretendiendo diferenciarme de aquellos muchos que se irán parando a mi lado, vestido con ropas parecidas pero con el único fin de obtener alguna recompensa.
El título que encabezará estas notas quiere trasmitir la idea de lo que yo creo se pone en juego: el llamado “modelo” de país que no siempre queda expresado con claridad en los que hacen uso del espacio público. Pareciera que es más importante el filo de la chicana que se lanza, la velocidad e ingenio con que se la responde, que mostrar claramente dónde se está, con quienes se está, y contra quienes se está. Prueba de ello, como dije en otra oportunidad, es que en el amplio espectro de las ideas políticas hay dos grandes espacios vacíos: la derecha y la izquierda, no importa como se autodenominen. Tenemos en el escenario gente mesurada (salvo algunas tristes excepciones), portadora de una ideología liberal, en el sentido originario del concepto, pintada con diversos matices del gris.

jueves, 7 de mayo de 2009

Hacia una nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual V

En esta nota propongo mirar el problema de la comunicación de masas desde otra óptica. Para ello voy a recurrir a un texto de algunas décadas atrás de un agudo analista, Umberto Eco, que abordó el tema con una notable originalidad. Recurre a un hecho de la década del cincuenta para mostrar la importancia de los medios respecto al ejercicio del poder en los países desarrollados: «Basta que un país haya alcanzado un alto nivel de industrialización para que cambie por completo el panorama: el día siguiente a la caída de Kruschev fueron sustituidos los directores de Izvestia, de Pravda y de las cadenas de radio y televisión; ningún movimiento en el ejército. Hoy, un país pertenece a quien controla los medios de comunicación». Está hablando de la Rusia soviética, que del mismo modo que en otros países un golpe de Estado comienza con la ocupación de todas las sedes de los medios de comunicación. Dice que ha quedado atrás la importancia de las armas, ya no es necesario controlar las fuerzas armadas y a la policía. «No estoy diciendo nada nuevo: no sólo los estudiosos de la comunicación, sino también el gran público, advierten que estamos viviendo en la era de la comunicación». Cita luego al profesor Marshall McLuhan: «la información ha dejado de ser un instrumento para producir bienes económicos, para convertirse en el principal de los bienes. La comunicación se ha transformado en industria pesada».
Esto lo lleva a insistir en la afirmación siguiente: «Cuando el poder económico pasa de quienes poseen los medios productivos a quienes tienen los medios de información, que pueden determinar el control de los medios de producción, hasta el problema de la alienación cambia de significado». Esto le permita avanzar hacia una nueva interpretación del proletariado, ya no como la clase trabajadora de las industrias, sino como un público universal subordinado al control de una red de comunicaciones que abarca al globo entero. La capacidad alienante de la red no depende de quienes sean sus propietarios, sino de la capacidad uniformante que la red global que, en su calidad de tal, provoca. Por ello lo que convierte en temible la capacidad condicionante que los medios poseen no depende del poder económico de los propietarios de ella. Es en los efectos que la comunicación de la red de información produce como un centro que emite un mensaje uniforme para todos. Esto es lo que conforma lo que podríamos denominar un proletariado de la mediatización.
El mensaje no repara en la diferencia entre distintos sectores sociales o territoriales, en niveles de educación diferentes, en clases sociales en conflicto. La afirmación de Eco puede parecer extraña, leámosla: «la libertad del que emite el mensaje (escrito, hablado, etc.) ha terminado: los contenidos de éste no dependen del autor, sino de las determinaciones técnica y sociológicas del medio». Nos está llamando la atención sobre un tema que no está debidamente señalado por los analistas, que se puede enunciar de este modo: el mensaje escrito o el radial debe respetar las características del medio por encima de lo específico de lo que se pretenda decir; otro tanto si es la televisión, el medio en el que la imagen adquiere una importancia excluyente. Por lo tanto deberíamos advertir que un mismo mensaje variará según sea el medio. Tal vez, el tema aparezca como demasiado técnico, pero nos permite comprender que el periódico, la radio o la televisión son lo que son no porque sus respectivos responsables hagan de éstos lo que les parece, sino porque esos medios imponen por sus características los modos y la calidad del mensaje.
Me atrevo a decir que la tilinguización o farandulización es un modo de la comunicación que privilegia la televisión como medio, aunque algo pueda hacerse en los otros. En cambio la comunicación coloquial, de temas que exijan una atención especial por su profundidad o su complejidad requiera de la comunicación escrita. La radio, como modo intermedio, recupera algo de la calidad de lo escrito y permite una atención que no impide estar haciendo otra cosa por parte del receptor. El mensaje, entonces, adquirirá la característica que el medio impone. Creo que es muy importante lo que nos señala Eco. Si es la técnica del medio lo que condiciona el mensaje hoy, unas décadas después de que nuestro autor publicara esto, esas características han sido exacerbadas en su utilización educando al receptor para aceptar mansamente, y hasta entusiastamente, el mensaje que recibe. Lo cual desmiente, en mi opinión, que los medios brindan nada más que lo que el público reclama. Esto oculta la larga y tenaz tarea de las últimas décadas en la que esos medios fueron acondicionando las capacidades receptivas y educándolas para servirse de ellas. El rating da muestra de ello.
Mi condición de educador me pone año a año ante jóvenes largamente educados por los medios, fundamentalmente por la televisión, y debo comprobar con profunda tristeza esos resultados: dificultad para pensar en forma abstracta, para estar largo tiempo leyendo, para comprender lo que leen, etc. El problema de la educación no reside sólo en el sistema, éste se ve invadido por las consecuencias de la educación social.

domingo, 3 de mayo de 2009

Hacia una nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual IV

La resistencia de la que hablo puede asumir una vasta gama de respuestas: desde dejar de comprar aquellos periódicos o revistas que hemos descubierto en mentiras o distorsiones de la verdad, u ocultamientos, o las afirmaciones a medias que encubren la mentira, etc. Creo que hoy esa manera de enfrentar y responder al poder mediático es una exigencia ética en la era global. Continúa nuestro pensador: «Esta resistencia no significa rechazo a los medios masivos de comunicación. No sugiero que se deba evitarlos o haya que negarse a aparecer en ellos. Por el contrario, hay que procurar estar de algún modo presente en los medios; es incluso recomendable crear y mantener cierto “espacio mediático”. Hablo con el ejemplo. Tengo este espacio y me valgo de él para llegar a otros. Pero también creo necesario dosificar esa presencia. El intelectual no es un monje o puritano, pero tampoco una “vedette” pública. Ni exhibicionismo mediático ni puritanismo anti-mediático». Es claro que esta invitación no apunta al gran público masivo, pero sí involucra a todos aquellos que tenemos la posibilidad, que se convierte hoy en obligación, de hacer llegar nuestras opiniones y entrar en el debate.
Por ello sigue diciendo: «Es erróneo negarse a intervenir en los debates de la contemporaneidad. Lo esencial es desarrollar los medios, ampliarlos, diversificarlos, democratizarlos. Más aún: retarles a asumir una “comunicación libre y sin distorsiones”. La tarea pendiente consiste en exigir que los medios asuman su responsabilidad ineludible en una sociedad llamada a ser cada vez más transparente, más democrática y participativa, más justa y libertaria. Comprender la realidad de nuestra época significa comprender también la naturaleza de los poderes mediáticos. Tal comprensión conduce forzosamente a la crítica de esos poderes. Tal vez haga falta una semiótica de la comunicación que ponga énfasis tanto en el plano del significante como en el plano del significado. En un entorno sociocultural cada vez más mutante, más interrelacionado, más interdependiente e intercultural, no basta con tener mayor acceso a una información libre y no distorsionada; es preciso también asimilarla y enjuiciarla críticamente reconociendo sus usos, sus contextos, sus intenciones, sus posibles implicaciones ideológicas y políticas».
Debo decir, como confesión personal, que me he resistido varios años a asumir la tarea que hace un tiempo realizo para mantener un blog. Tenía un prejuicio respecto de ellos considerándolos un juego de adolescentes, que en parte lo son, que me dificultó la comprensión del papel que hoy juegan en el debate ciudadano frente a la información que se trasmite por las vías concentradas. También me costó comprender que la utilización de la tecnología que se utiliza desde el poder podía convertirse en un arma con la cual contra-atacar el fuego informático que recibimos indefensos. La decisión de hacerlo me costó mucho menos de lo que pensaba. Por tal razón insto a todos aquellos que tengan algo para aportar a este debate de ideas intenten aparecer en los medios con sus opiniones, siguiendo los consejos de nuestro profesor: estar sin exagerar, dosificar las presencias pero no evitarlas en los espacios que se nos ofrecen.
Debemos sumarnos a la tarea pedagógica de aprender y enseñar a leer con auténtico sentido crítico el torrente casi infinito de la información masiva, esa que prolifera en nuestro mundo. Aprender y enseñar a interpretarla, a descifrarla, a descodificarla. Agregarle lo que se le amputa, corregir lo que se distorsiona, denunciar a quienes lo hacen. Es una parte de los aportes posibles en este tiempo que se está abriendo en el que el debate de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual nos invita a la participación. Debemos convertirnos en los cuidadores de ella en tanto se puede convertir en un camino para democratizar la información pública. Debemos estar atentos a los debates en el Congreso para denunciar e impedir el manejo politiquero de aquellos personeros de los grandes medios que se sientan en sus bancas.

viernes, 1 de mayo de 2009

Hacia una nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual III

Los responsables de los grandes medios, sus caras visibles, sus periodistas, sus directores, adoptan una actitud purista al sostener que ellos no fabrican la realidad, no hacen más que reflejarla y comunicarla. Dicen no ser culpables de cómo es la realidad, no crean ni distorsionan los hechos, tan sólo nos informan acerca de ellos. Esta defensa suena tan infantil, tan ingenua, que no es nada fácil de acompañar. Sin embargo, por el mismo efecto de la anestesia aplicada, es muy poco lo que se ve como reacción ante todo ello. Creo que no es que nadie advierta lo que se está tramando es que la anestesia produce como efecto residual un escepticismo respecto de lo que podría hacerse para impedir, aunque más no sea en parte, algo para cambiar este estado de cosas. Debo aceptar que el proceso que ha logrado instalar en la conciencia colectiva este modo de la verdad, que es la mentira periodística, ha sido altamente eficaz.
El profesor Munnigh sostiene: «Los medios no sólo muestran: también ocultan. No sólo ocultan: también simulan. En nuestro imaginario, la información que recibimos -similar a las imágenes- posee un efecto de verdad. Como si perteneciera, por derecho propio, a un régimen de verdad y creencia. En este régimen, toda información sería por sí misma verdadera, indubitable. Hemos establecido una relación de identidad entre información y objetividad, información y verdad. En virtud de esta relación, toda información sería un relato de verdad. Nos hemos habituado a aceptar toda noticia, toda información, toda imagen del mundo salida de los medios como verdadera, absolutamente cierta, sin criticarla ni cuestionarla a fondo. Incurrimos en la creencia de todo cuanto se nos informa». Está haciendo una descripción de los resultados del fenómeno global de la información. Y sigue.
«Los denominados “intelectuales mediáticos”, que suelen confundirse con los informadores públicos, son responsables de difundir una forma de la verdad, una opinión generalizada y al parecer consensuada. Pretenden ser los detentores naturales del consenso y la opinión pública. Existe un discurso general, cuasi-oficial, pseudo-legítimo, formateado por los poderes mediáticos. Esos poderes se hallan, tanto al nivel local como mundial, en manos de grandes corporaciones financieras, de lobbies político-económicos, de grupos empresariales a los que se vinculan estrechamente grupos editoriales y académicos». Nos pone frente al poder concentrado que es el responsable de esa comunicación masificada.
«En el ejercicio de esa forma de la verdad, de ese discurso formateado, se recurre hoy sin ningún tipo de escrúpulos a todos los recursos del poder (desde el chantaje, el soborno, la intimidación, la mentira y el engaño conscientes, hasta la censura y la autocensura en los medios) para justificar políticas hegemónicas y guerras de saqueo y despojo en nombre de la “guerra contra el terror”. La guerra de agresión contra Irak es el ejemplo más elocuente». Claro que no es el único. Alcanza con comprobar cómo aparecen ese tipo de verdades y desaparecen con la misma velocidad. La afirmación de algo puede ser seguida con la afirmación de lo contrario, muchas veces, casi sin solución de continuidad. O puede tomarse un breve tiempo como para dejar caer en el olvido lo dicho y así poder reemplazarlo.
Algo de culpa tenemos en todo esto. Me atrevo a decir que sin un poco de complicidad colectiva, de un dejar hacer, una parte de todo esto tal vez hubiera sido evitado. No se me escapa que los logros obtenidos por el sistema informático fueron el resultado de años de estudio y planificación y de una tenacidad, digna de mejor causa, en la aplicación de las medidas necesarias para ese triunfo. También debo aceptar que nada de ello paso repentinamente, que fue un largo proceso de mutación paulatina. Pero hoy, que empieza a hacerse público por lo menos una parte de todo lo dicho, ¿no deberíamos comenzar a levantar nuestras voces de rechazo? ¿no deberíamos organizarnos par acordar formas de hacer sentir ese rechazo?