domingo, 28 de febrero de 2010

Miremos hacia adentro XX – La persona y el capitalismo

Las personas padecen las consecuencias de esta etapa de la vida social en la cual las presiones son tan fuertes que cada quien se encuentra mal equipado para dar respuestas o soportarlas del mejor modo. Pero, la observación aguda del especialista detecta algo más profundo: «Si escuchamos bien a estas personas descubrimos siempre una ausencia de proyecto, una amenaza al futuro, un riesgo en el presente, una incertidumbre sobre el devenir de sus relaciones de empleo, de pareja, de residencia, de su economía. Vale entonces ocuparnos de las dos pasiones ligadas al futuro, el miedo y la esperanza, para entender su presencia actual en la vida de todos, o mejor dicho, de casi todos». El Dr. Galende nos propone ubicarnos en un intersticio social, que se abre entre el actor social y el mundo, en el que se manifiestan esas interrelaciones para analizarlas cómo se van dando.
«Nos son conocidas aquellas pasiones que ligan al hombre con su pasado: el resentimiento, la nostalgia, el rencor, que explican sus dificultades con el presente en quienes los padecen. Se trata de pasiones diferentes a las que provienen del presente, cuya inmediata certeza nos produce tristeza, dolor, alegría, odio, amor o placer. Siendo tan presentes en nuestra vida, no se reconoce tanto a las pasiones que nos dominan sobre el incierto futuro: el miedo y la esperanza. El miedo es esa angustia provocada por algo incierto o amenazante, algo extraño que puede alterar nuestro presente ya que parece anunciar un mal inevitable. Siempre subyace al miedo la amenaza de la aniquilación y de la muerte. En oposición, la esperanza consiste en esa alegría o placer de imaginar sobre lo incierto del futuro el anhelo de algo mejor al presente, tiene siempre un sentido de promesa, y respecto de la vida y su finitud, un sentido de salvación». Es habitual atribuir estos estados de conciencia a problemas de índole estrictamente personal, resultado de sus propias biografías, totalmente separados del contexto social en el cual se producen. Cada persona es, sin lugar a dudas, resultado de una historia en la cual el contexto ha jugado un papel decisivo.
«Ambas, miedo y esperanza, son resistentes a la voluntad o a los argumentos de la razón, por lo mismo suelen ser incontrolables para el hombre. Esto mismo hace que sean pasiones contagiosas, pasan fácilmente de un individuo a otro, y constituyen el afecto principal que liga a los grupos y a las masas. Por lo mismo se oponen siempre a la calma del sabio, basada en la reflexión, en la serenidad de la razón individual. Tanto el miedo como la esperanza debilitan la experiencia del presente, y también el ánimo y la pasión por lo actual, tienden a expulsar al individuo de su experiencia y de su acción sobre sus semejantes. Por eso el miedo es desde siempre un eje de la política y la esperanza es un dominio de las religiones». Esta afirmación debe ser subrayada y recordada por las consecuencias que se analizan más adelante. «El hecho de que son comunes a todos los hombres, presentándose como amenazas o promesas que afectan la vida de cada uno, contribuyen a orientar las voluntades, de manera constructiva en la esperanza y de manera sediciosa, amenazante, en el miedo».
Se remonta nuestro analista a la filosofía clásica para mostrar el conocimiento desde hace siglos del papel político del miedo y cómo puede ser utilizado. Todo ello no había escapado al pensador florentino Nicolás Maquiavelo (1461-1527) quien hablaba en sus consejos al Príncipe de su utilización en el manejo de la cosa pública. Continúa Galende: «El miedo y la esperanza dominan el cuerpo, la mente y la imaginación de los individuos, dejándolos a merced de la incertidumbre y volviéndolos por esto dispuestos a la renuncia y a la pasividad en su presente. Spinoza en su Tratado Teológico Político, alertaba sobre la necesidad de combatir el miedo en cuanto pasión hostil a la razón, y a la esperanza, que representa una fuga del mundo actual, medios para obtener la resignación y la obediencia. En la Ética señala que se debe resistir la promesa de la religión de “un mas allá” de la muerte cuyo fin es solamente justificar la resignación y la obediencia al presente». Nos estamos acercando a fenómenos actuales que nos pueden ayudar a comprender algunos comportamientos colectivos.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Miremos hacia adentro XIX – La persona y el capitalismo

La mirada hacia adentro es necesaria para no apartar las conductas individuales del contexto en el que estas se dan. Entonces nos encontramos con una dicotomía individuo-sociedad cuyo tratamiento por separado cae en el primer caso en el psicologismo, en el segundo en la desculpabilización de éste descargando el peso de los hechos en “eso otro” que es la estructura social, la historia, los acontecimientos. Es mi interés colocarme en un punto de análisis que no ignore las relaciones y correspondencias que se dan entre ambos. Entonces, después de habernos internado por las dimensiones personales y nacionales busquemos ahora las interrelaciones. Y éstas se encuentran entre los actores sociales y su contorno inmediato, la comunidad, su contorno ampliado, el espacio nacional y, por extensión necesaria en un mundo globalizado, el plano internacional. El primer aspecto imposible de eludir es el sistema internacional regido por las reglas del capitalismo salvaje. ¿Cómo se presenta éste en una primera aproximación?
La “corrección política” pasa hoy por la aceptación de la ideología del capitalismo como marco de pensamiento. Hay allí una aceptación sumisa, derrotada, escéptica, que impide mirar hacia otros horizontes posibles, como si la implosión de la Unión Soviética hubiera demostrado acabadamente lo que se ha denominado “el fin de la historia”. Esta aceptación lleva a sostener que hemos superado las contradicciones sociales de un mundo que distribuye mal. Lo que hace esta ideología es, justamente, ocultar los conflictos, los antagonismos radicales de la propia sociedad con un discurso bienpensante que anula la posibilidad de cuestionar críticamente su discurso. La aparente ausencia de conflictos naturaliza este estado de la sociedad de clases que se presenta como igualitaria, ocultando su estructura jerárquica dentro de la democracia formal.
¿Qué pasa con la palabra jerarquía? La falta de uso es muy significativa, por ello sostiene el profesor Luis Roca Jusmet: «que en una sociedad como la nuestra en la que se van profundizando las desigualdades y se consolidan las élites de todo tipo es un término que resulta incómodo mencionar. Y negándolo no es que eliminemos la realidad sino su posibilidad de transformación, ya que para cambiar algo primero hay que aceptarlo como real. Y es evidente que la supuesta democracia en la que vivimos es tremendamente jerárquica, ya que hay una oligarquía burocrática en el Estado y en los partidos que es donde se toman las decisiones políticas. Quizás valdría la pena recuperar esta palabra en la medida en que expresa una realidad y a partir de ella discutir cuáles son las jerarquías que funcionan para contraponerlas a la que defiende un pensador aristocratizante como Nietzsche». No es que se deban eliminar las jerarquías, estas son propias de la diversidad humana dentro de las cuales las diferencias reconocen también calidades distintas. De este problema se quejaba Discépolo: «Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,… lo mismo un burro que un gran profesor».
En este punto voy a proponer la lectura de algunas reflexiones del doctor Emiliano Galende, médico y psicoanalista, dirige actualmente el Doctorado Internacional de Salud Mental Comunitaria en la Universidad Nacional de Lanús. Tomando como punto de partida la salud mental, que él la ubica dentro de un contexto similar al que venimos analizando, llega a conclusiones muy interesantes. «Muchas personas consultan por estados continuos de ansiedad que perturban sus días y sus noches, ponen énfasis en situaciones persecutorias en sus empleos, en incertidumbres e inseguridad en sus relaciones de pareja, en vicisitudes de adaptación por migraciones impuestas o voluntarias; otras demandan atención por crisis repetidas de angustia que los sorprenden y que alteran el transcurrir de sus tareas, sus salidas a la calle (y al mundo), obligándoles a resguardarse, cuando lo tienen, en la seguridad de sus relaciones cercanas y familiares; otras llegan a la consulta agobiadas con su vida, con un dolor que no se reduce a algún conflicto identificado, su astenia durante el día, que hace penoso cada tarea o movimiento, se prolonga en noches de insomnio; otras padecen una suerte de extrañamiento del ámbito en que se desarrolla su vida, tienen dificultades para hilvanar su pensamiento, su mundo afectivo y mental es disperso y les dificulta entender y narrar su padecimiento».

domingo, 21 de febrero de 2010

Miremos hacia adentro XVIII – La dimensión nacional

La historia de los procesos políticos parece tener una dinámica propia que la impulsa a avanzar por caminos que va trazando. Los hombres y mujeres con sus acciones y sus omisiones, dije ya, convergen en una especie de resultante de fuerzas que la empuja en un sentido. La tan mencionada polis griega resolvía esto con la participación de un puñado de personas que acudían al ágora, el resto de la población, la inmensa mayoría, vivía ajena a este nivel del poder. Veintitrés siglos después el París sublevado clamaba por la participación ciudadana. Nace la democracia moderna que si bien no mostró una participación mayoritaria la amplió en mucho. Los siglos XIX y XX mostraron un enfriamiento de aquellas pasiones, los “dueños del mercado” fueron suplantando el ágora político hasta el punto que se podría decir que hoy, en proporción, los que deciden son menos que hace siglos.
El problema está lejos de agotarse en el tema de la cantidad, la historia nos ha enseñado que esos menos, tantas veces, con su calidad, erigidos en conductores de la historia en momentos de crisis, lograron marcar rumbos, modificaron la cultura política, e hicieron docencia. Hoy estamos en una especie de desierto de la cultura política. Impera el egoísmo, la chatura, la pequeñez, el cinismo, la mezquindad. La palabra democracia que llena la boca de tantos, acompañada de la palabra república, carecen de contenido en su utilización por el modo en que se las esgrime en el pobre debate público, que exhibe una parte de los políticos nuestros. Cuando es necesario llevar los temas políticos al foro judicial queda demostrada la incapacidad para resolverlos en las instituciones específicas, que se dicen defender.
En una entrevista, el jurista, académico, juez de la Suprema Corte, Raúl Zaffaroni afirma: «sin duda que existe un largo camino de judicialización de la política, o sea, forma parte de una práctica que se ha vuelto mundial, por supuesto, en que toda cuestión política o parcialmente política se deriva a la Justicia. Desde hace años se observa una clara tendencia a convertir a los estrados judiciales en una suerte de escenario. Creo que ésta es una tendencia peligrosa para la imagen del Poder Judicial. Sin referirme en concreto a ningún caso, sino como orientación general de política judicial, estimo que debemos preservar la Justicia y devolver los problemas a los verdaderos responsables, para que los resuelvan en sus ámbitos naturales». La pregunta que se nos cruza es ¿por qué se lleva a la justicia lo que, respetando la tan cacareada división de poderes, debe ser resuelto en el debate de ideas? Yo me atrevo a contestar: por incapacidad.
En estos tiempos podemos oír la acusación de judicializar la política, y eso aparece como una dificultad de lo que se enuncia como “el libre juego de las instituciones”. Estas últimas presentadas como las sagradas bases del funcionamiento democrático son utilizadas para zanjar problemas menores, para estirar los plazos esperando sacar ventajas. Es una confesión de incapacidad o de malas intenciones, o ambas cosas juntas.
Zaffaroni continúa: «hay problemas que no saben cómo resolver y los derivan al Judicial que, por su naturaleza no los puede resolver. En esos casos lo mejor es devolverlos urgentemente, pues de lo contrario el Poder Judicial carga con el fracaso de no hallarle solución. En esta materia tenemos que cuidarnos mucho del narcisismo y de la omnipotencia. En otros casos se procura publicidad, éste es siempre un buen escenario, los medios suelen cubrir todo lo que pasa, especialmente cuando tiene ribetes de escándalo. Por último, no podemos olvidar una característica de la política: en todo el mundo se ha vuelto mediática. Cada político asume un papel y queda preso de ese papel, no puede cambiar la imagen. Me parece que es algo que sociológicamente se vincula cercanamente con la presentación de la persona en sociedad, la dramaturgia de que hablaba Irving Goffman [1922-1982], pero llevada al extremo. Hoy la política se hace en la televisión, ya no hay contacto directo con las bases, se desprecian la militancia y el trabajo barrial. No es la política que conocí, es otra cosa. Hoy nadie se esfuerza ni casi se mata, como Alfonsín, para llegar a hablarles a cincuenta personas en un pueblo de provincia. Y tribunales es un buen marco para la televisión» (el subrayado es mío).
Son palabras que no se deben dejar pasar, recuperan la capacidad de docencia sin la cual la política se reduce a peleas de gallinero.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Miremos hacia adentro XVII – La dimensión nacional

La confusión de valores políticos en los que está sumergida la cultura política argentina (aunque esto no es exclusividad nuestra) está mostrando sus consecuencias después de la experiencia de los años noventa con el final conocido del 2001. Como ya vimos, la expectativa de un cambio profundo que hacía pensar la severidad de ese colapso ideológico se vio frustrada en los años siguientes. El “que se vayan todos” encontró como respuesta el que “volvieron todos”. Es comprensible a la distancia el grado de ingenuidad que encerraban las expectativas aquellas. Un cambio generacional de dirigentes lleva décadas no es el resultado de la simple demanda. Es necesario un cambio de fondo en la cultura política de todos nosotros para que se den las condiciones de acceso de una nueva clase dirigente.
La convocatoria electoral del 2003 mostró para sorpresa de muchos que los candidatos, salvo alguna excepción, eran los mismos. Peor aún, quien salió ganador en la primera vuelta con casi una cuarta parte de los votos era uno de los artífices más importantes de ese final de catástrofe. Si sumamos los votos de Menem, López Murphy y Rodríguez Saa tenemos una cantidad de votantes que alcanzó el 55% que expresó su preferencia por candidatos de la derecha ligados a lo más importante de las privatizaciones y la especulación financiera. Todo lo mismo. Dejo a un costado a Kirchner puesto que en aquel momento se sabía muy poco de él. Este es un dato estadístico que habla de todos nosotros, es una radiografía de las preferencias de los votantes de la Argentina del 2003. Si bien la ciudad de Buenos Aires es un tema especial, la elección siguiente mostró un cuadro no muy distinto en el 2007. Para Jefe de Gobierno triunfó Macri con el 45 % de los votos, completando en la segunda vuelta el 61%. Mientras que en las presidenciales Cristina obtuvo el 45 %.
Todo este breve juego numérico nos permite recordar de donde venimos para no sorprendernos con algunas conductas. Carlos F. De Angelis - sociólogo y autor de Radiografía del voto porteño: la Argentina que viene, nos invita a pensar de este modo: «Luego de un cuarto de siglo, no ausente de crisis y dificultades, la democracia argentina parece dar muestras de fatiga que deben ser analizadas. Este desgaste no es abstracto, sino que puede ser identificado en la vida cotidiana donde crecen signos de intolerancia y expresiones autoritarias. Las situaciones que jaquearon a la democracia en el pasado fueron visibles: asonadas militares, hiperinflación o los saqueos. Hoy la acechanza proviene de un enemigo silencioso: la creciente pérdida de la valoración del sistema democrático y de sus instituciones». En un estudio realizado durante la última semana del mes de noviembre se puede ver que la imagen positiva de la democracia se reduce al 36% de los argentinos, y que a un número similar les resulta indiferente». Muestra su preocupación por la percepción indiferente que se profundiza entre los jóvenes, donde sólo un 15% se expresa de esta forma.
Lo que demuestra el grado de confusión mencionado es que, paradójicamente, la estima de la democracia como concepto es superior al funcionamiento de sus instituciones. «Los políticos, los partidos, la Justicia y el Congreso poseen una muy baja valoración positiva. El caso de los políticos es emblemático. Son rechazados por siete de cada diez argentinos. Y los partidos, marchitas organizaciones políticas, poseen una percepción negativa de seis de cada diez. La perspectiva de una clase política que priorizaría sus intereses particulares por sobre los de la ciudadanía se ha instalado como dogma». Lo que nos debe llevar a pensar que cambiar esta percepción llevará mucho trabajo y varias generaciones, salvo una iluminación de la conciencia colectiva o la aparición de un nuevo político carismático popular (nada de ello parece hoy, en este estado de conciencia, posible). Vuelve a aparecer un tema ya analizado: «el reemplazo de las identidades partidarias por modelos que asimilan las candidaturas a marcas de productos, puede ser exitoso en la coyuntura, sin embargo contribuye al descrédito de la dirigencia, sobre todo cuando se evidencia que esas “marcas” no logran transformarse en gestoras eficaces de lo público».
Concluye diciendo: «La democracia no es un monumento ni un recuerdo de mejores épocas, sino un organismo vivo que sólo puede asentarse en una sociedad democrática en términos políticos pero también económicos. Sin una mejor distribución del ingreso, la inclusión social y un futuro sustentable para todos no se vuelven una realidad palpable, el voto pasa a ser un acto vacío de contenido. Pero, cómo se sale de la trampa, donde parte de la ciudadanía pide soluciones inmediatas y mágicas a los problemas de la sociedad, y donde buena parte de la clase política propone soluciones de corto plazo, sin la planificación necesaria o estudios que evalúen sus impactos». Esto nos muestra esa “trampa” en que nos han colocado los modos actuales de la política: se demanda con urgencia y se promete que se puede. Esta trampa no es el resultado de un diseño, es la consecuencia de un largo proceso de demandas acumuladas insatisfechas y de promesas vanas con el único propósito de ganar una elección: «Si hubiera dicho la verdad no me hubieran votado» (Menem). Debemos aquí enfrentarnos a la pregunta: ¿Cómo se cambia una sociedad que muestra una creciente apatía y desinterés sobre lo público o común, que rechaza participar, pero a la vez reclama una renovación de la clase dirigente de la que no quiere participar? Los “ellos culpables” y cada uno de nosotros estamos entremezclados en un “pacto siniestro” que nos tiene aprisionados.

domingo, 14 de febrero de 2010

Miremos hacia adentro XVI – La dimensión nacional

Ya había quedado planteada, a modo de pregunta a investigar, el por qué algunos sectores de nuestra comunidad política se sienten atraídos por un sistema de ideas que desde lo ideológico, lo político y desde los resultados de su aplicación han demostrado ser contrapuestas a sus propios intereses de clase. El 2001 ha sido un estallido de importantes sectores sociales que habían padecido esos resultados, siendo los sectores medios muy perjudicados. No es un tema de fácil análisis, ni de explicación satisfactoria. Lo cual no debe ser un obstáculo para que sigamos dándole vueltas al tema en la búsqueda de algunas respuestas orientativas. Creo que podemos coincidir que este tema no es un antojo mío sino que, por el contrario, es tema que inquieta a muchos analistas políticos. Por ejemplo tomemos uno de ellos.
El estudio de opinión pública sobre “La democracia y sus instituciones”, realizado por la consultora Pulso Social, viene a ratificar con datos empíricos la tesis de esta reflexión: se puede verificar que se percibe una especie de desencanto con el sistema político, sin que se pueda encontrar entre las opiniones que se recogen una idea clara de las causas del descrédito que pesa sobre la democracia en muchos sectores de la sociedad. Esto no debe llevarnos a pensar en que los ciudadanos encuestados rechazan la democracia pretendiendo instalar regímenes dictatoriales, aunque no falten quienes lo sostengan: “con los militares estábamos mejor”, que puede ser argumentado por algunos que en momentos de ira y hasta desesperación, terminan apelando a frases como estas o al pedido del retorno de “la mano dura”.
Mirando en detalle el trabajo de Pulso Social se puede discernir que «son los más jóvenes quienes menos entusiasmo demuestran por la democracia. No es difícil concluir que quienes así opinan no conocen otra forma de gobierno y, por lo tanto, se les hace difícil una comparación. Los adultos que vivieron los tiempos de la dictadura, por ejemplo, tienen más elementos para valorar y cotejar entre sistemas. La opinión de estos últimos está menos ligada a los resultados de la coyuntura. Con un poco más de panorama se puede llegar a concluir que las carencias y las dificultades actuales pueden ser más fácilmente adjudicables a las fallas de los hombres y de algunas de las instituciones, a la corrupción o a otros factores circunstanciales antes que al sistema como tal».
Continúa el informe: «En uno y otro caso, las críticas a la democracia pueden ser atribuidas, por una parte, a la despolitización creciente de la ciudadanía. Para valorar el sistema hay que encontrar sentido a la propia acción dentro del mismo. La mera emisión del sufragio no es suficiente como para sentirse parte de aquello que llamamos pomposamente sistema democrático. Pero seguramente lo que más incide en la construcción de la opinión que refleja el sondeo, es la relación entre democracia y calidad de vida. Las personas valoran el sistema por el resultado práctico y ostensible que deja en sus vidas. Y si la vida cotidiana no es manifestación de una calidad de vida satisfactoria –con toda la complejidad de componentes que supone hablar de calidad de vida– es imposible que se le pida que valoren el sistema. No hay disociación posible. La calidad de vida es a la valoración de la democracia, tanto como el sistema mismo aporte al bienestar de los ciudadanos. Por extensión, como también lo señala el estudio, los dirigentes políticos no podían salir mejor parados».
Debo compartir las líneas generales de lo que sostiene el informe, pero me surge una duda de la validez total de lo afirmado. Aceptando que el concepto “calidad de vida” está hoy asociado a “nivel de consumo”. Sectores que se han beneficiado con la estabilidad política y económica que fue conseguida después del fatídico 2001, que en investigaciones económicas respecto de la facturación de shoppings, lugares de veraneos, pasajes de larga distancia, etc., muestran un incremento muy importante, son esos mismos sectores los que muestran su desagrado por esta etapa de la situación del país.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Miremos hacia adentro XV – La dimensión nacional

No quisiera que se malinterpretaran mis palabras. Podrían haber dejado la impresión que todo aquel que defiende las ideas de la ortodoxia liberal es un mercenario a sueldo de los poderes internacionales. Que estos existen no debe quedar la menor duda, la historia está llena de ejemplos y entre nosotros no escasean. Son lo que son y no merece detenerse a hablar de ellos. Los que deben preocupar son aquellos que actúan bajo la convicción de sus ideas. Esto puede sonar a nazismo, no, permítanme explicar. Las convicciones fuertes son los motores que mueven la historia. Pero, el problema se presenta cuando éstas están sostenidas por ideas erróneas que han sido presentadas de modo tal de ser fácilmente digeribles por porciones importantes de gente. Para ello llevamos ya décadas de estudios especializados en manejo de la opinión pública, que ha derivado en la “ciencia” del marketing y en la publicidad motivacional. Las universidades norteamericanas están repletas de especialistas en estas disciplinas y cuentan hoy con un aparato propagandístico descomunal a su servicio. Bruno Lima Rocha, politólogo y docente universitario, lo plantea de este modo:
«Durante la mayor parte de la década de los ’90 del siglo pasado, el llamado pensamiento único neoliberal consiguió hegemonizar las formas de raciocinio analítico del gran público, a partir de algunas técnicas discursivas. Una de ellas fue la de ocultar las premisas en las que se basaba este razonamiento y “naturalizar” su propia motivación de base. Todo ello ha sido la garantía de un “elevado grado de certeza” para estas fórmulas de democracia competitiva de base económica presentada como la analogía con un sistema de capitalismo competitivo, basada en una mentira. Esta base mentirosa es la presunción de una economía de mercado que tiende al equilibrio, por la previsibilidad de la actuación de los agentes participantes en el sistema de mercado. Para fundamentar esa doctrina en la forma de “ciencia”, los fundadores y los seguidores doctrinarios del neoliberalismo se valieron de trabajos importantes en el ámbito académico». Uno de los pensadores fundadores ha sido el premio Nobel de Economía (1976) Milton Friedman (1912-2006), padre del neoliberalismo.
El economista estadounidense Mancur Olson (1932-1998) gran amigo y admirador de Friedrich August Von Hayek (1899-1992), otro de los padres del neoliberalismo, hace un elogio del uso de la fuerza como reguladora de las relaciones sociales y se expresa con estas palabras textuales (lo subrayo porque puede costar trabajo creerlo): «Aunque los miembros de un gran grupo anhelen racionalmente una maximización de su bienestar personal, ellos no actuarán para alcanzar sus objetivos comunes o grupales a menos que haya alguna coerción para forzarlos a ello, o al menos que algún incentivo aparte, diferente de la realización del objetivo común o grupal, sea ofrecido a los miembros del grupo individualmente, con la condición de que ellos ayuden con los costes o cargas envueltas en la consecución de esos objetivos grupales». Podrán preguntarse qué está diciendo, importa poco, pero eso se repetirá en muchas cátedras universitarias y así se formará el coro de los que repiten esas “verdades reveladas” con carácter de “verdades científicas”.
Vean como sigue: «Hay paradójicamente, la posibilidad lógica de que los grupos compuestos de individuos altruistas o de individuos irracionales puedan a veces actuar a favor de intereses comunes o grupales», equivale a decir se corre el riesgo de que haya gente que se preocupe por los demás. Nuestro emérito profesor nos tranquiliza: «esa posibilidad lógica generalmente no tiene la más mínima importancia práctica. Por lo tanto, la visión de costumbre de que grupos de individuos con intereses comunes tienden a promover esos intereses parece tener poco mérito, si es que tiene alguno». El supuesto que sostiene toda la teoría es que lo que abundan son los egoístas que sólo atienden a su interés personal, que vienen a ser los “normales”.
Estas “verdades” han calado muy hondo en las últimas generaciones y son repetidas con toda fidelidad por todos aquellos comunicadores que respetan los “saberes académicos” de estos profesionales, muchas veces laureados por las academias internacionales. Esto permite comprender que haya una cantidad de gente que crea sinceramente en todo ello.

domingo, 7 de febrero de 2010

Miremos hacia adentro XIV – La dimensión nacional

Como ya quedó dicho, la pretensión de dejar que el mercado resolviera el destino de una sociedad tuvo, en la crisis 2008/9 el mentís más rotundo. Ha sido precisamente la libertad de los operadores económicos, practicando el juego de las finanzas especulativas cuyo objetivo superior es hacer el mayor dinero posible apelando a las triquiñuelas más novedosas, el que nos ha arrastrado a las penurias pasadas. Si bien en esta oportunidad los gobiernos de los más diversos colores partidarios tiraron al cesto de la basura las recetas de la ortodoxia que posibilitó contener en alguna medida la crisis, los resultados han sido nefastos. ¿Se puede ignorar lo que pasó? ¿Se puede ignorar lo sucedido en Honduras? ¿Se puede ignorar que lo que se lama la solución de la crisis financiera dejó en su lugar, sin castigo, a los mismos que la provocaron y siguen en sus puestos, largamente recompensados? ¿Nada de esto deja alguna enseñanza como para detectar quiénes son sus representantes locales?
El resultado más evidente de todo ello ha sido un aumento de la desocupación y una mayor cantidad de personas arrojadas a la miseria en el plano mundial. Nosotros tenemos personajes que sin mencionar todo ello continúan hablando en los mismos términos que hablaban en la década de los noventa. El mecanismo es sencillo: si se ignora lo que pasó en la mayor potencia del mundo, modelo sobre el que se construye el discurso ortodoxo, todo está como era entonces. En esto se puede ver con claridad la actitud de los grandes medios que dan por resuelto el problema, se lo minimiza como un simple tropezón y la inconducta de algunos agentes. Si nada pasó no hay razón para reflexionar sobre el tema. Una parte de nuestros dirigentes también funcionan de ese modo.
Si utilizamos el clásico esquema de derechas e izquierdas salido de la convención de la Asamblea de la Revolución francesa, debemos hacernos cargo de la historia. A la derecha de la presidencia se sentaban los que creían que el objetivo estaba logrado, querían detener la revolución: la alta burguesía; a la izquierda los revoltosos que querían profundizar el proceso. Esto sirvió durante décadas para calificar las diferentes posturas políticas. Sin embargo debemos aceptar que hoy es muy difícil hablar con tanta certeza en la mayor parte de los países de occidente, y en nuestro país nos encontramos con dificultades parecidas. Convengamos que no hay ninguna revolución en curso y, por el contrario lo que se ve es el avance de los codiciosos a los que nada les satisfaces y cada vez quieren más, no importan las consecuencias (Conpehague lo ha demostrado). Estos que cada vez quieren más arrojan a la desesperación a los que cada vez tienen menos, y no se detienen.
El carácter explosivo que procesos como estos pueden tener para cualquier comunidad nacional ya fue detectado por pensadores que pueden sorprendernos con sólo mencionarlos. Uno de ellos es nada menos que Platón (427-347 a. C.) quien advertía en uno de sus diálogos fundamentales, La República, las consecuencias posibles de estos procesos: «El bien que se proponía la oligarquía y en virtud del cual se estableció era la riqueza ¿no es verdad? - ¿Y no es verdad que perdió a la oligarquía el deseo inmoderado de riqueza y la despreocupación por todo lo demás que inspira esa pasión?». No creo que los ricos egoístas lean a Platón y si lo hicieron en su juventud con seguridad lo han olvidado. De haberlo leído hubieran aprendido que el bien más preciado del hombre es la libertad, cuya falta preanuncia conflictos serios. Pero esa libertad no es sólo la libertad política lo es también el no sometimiento a la riqueza de los poderosos: «En una ciudad gobernada democráticamente oirás, sin duda, que la libertad es el más precioso de todos los bienes y que por ello sólo en esa ciudad puede vivir dignamente el hombre que sea libre».
La mala distribución de la riqueza convierte al pobre en potencialmente revolucionario. Platón define la situación revolucionaria con estas palabras: «cuando una ciudad gobernada democráticamente y sedienta de Libertad tiene al frente unos malos escanciadores y se emborracha, entonces castiga a sus gobernantes…», es que la clase de los pobres «en la democracia es la clase más numerosa y la más poderosa cuando se reúne en asamblea». Es para pensar seriamente esta lección que nos llega desde el fondo de la Historia.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Miremos hacia adentro XIII – La dimensión nacional

Este comienzo de año, que como todo comienzo requiere de proyectos a realizar, dado que allí se juega la novedad de lo que viene, lo que nos proponemos construir, también me impone re-pensar la que pensé respecto a otros comienzos, para evaluar lo conseguido y revisar las aspiraciones que quedaron en el camino: ¿por qué no se pudo? o ¿por qué no supimos hacerlo? Y si vuelvo sobre lo pensado y lo construido, sin olvidar lo fracasado, es porque sospecho que en nuestra comunidad nacional hay un proceso de pérdida de la memoria, o negación de lo vivido, por lo que se nos dificulta el aprendizaje sobre la experiencia. La historia nos muestra que hemos cometidos errores repetidos cuyos resultados eran previsibles. Esto lo veo como una falencia de la memoria colectiva. Pero hace tiempo yo decía respecto a lo mismo:
«Pero este olvido no es consecuencia de la fatalidad del proceso histórico. Es un olvido promovido, educado, predicado y conseguido. Es el resultado de una campaña en la que los medios de comunicación han cumplido un papel educador excelente. Debemos recordar aquello de que "un Estado chico agranda la sociedad", que la menor intervención posible del Estado posibilitaba el desarrollo de las fuerzas económicas, que en esa libertad las fuerzas económicas (el mercado) cubierta la copa comenzaría a derramarse para bien de todos. Por ello, la libertad luchada y defendida durante tantos años, bandera de nuestros próceres, fue reducida a la libertad económica con lo que se redujo al ciudadano político a la categoría de agente económico.
Así fue que el mercado se convirtió en el marco de toda reflexión política, económica, cultural, educativa y fue el decisor privilegiado de los grandes temas. Crecer sólo era necesario en lo económico, lo demás vendría por añadidura. Dentro de ese modelo del pensar no había cabida para el planteo de otros temas o de otro modo de hacerlo. Esa matriz de pensamiento es de cuño económico, pero del peor, del economicismo. Se ha convertido, de este modo, en esa desviación del pensamiento que acertadamente Ignacio Ramonet la denominó el pensamiento único. Este modelo dictaminó que había un solo tipo de problemas y que había una sola manera de resolverlos: el mercado».
Hoy pareciera que comienzan a asomar la cabeza voces que con mucha tibieza, pero escondiendo las mismas intenciones, vuelven a utilizar esos viejos discursos, a veces maquillados. Acá aparece lo que denomino el “olvido”. Cómo puede haber oídos que se dejen seducir por viejos discursos, que no han fracasado como se supone, tuvieron éxito, puesto que el estado en que quedó gran parte de la comunidad era el resultado necesario de proyectar un país para pocos. Su éxito fue nuestro fracaso como comunidad nacional. Y esa reaparición de las mismas y viejas voces pueden detectarse cuando se les oye decir que los que se oponen a ellos somos “montoneros”, “setentistas”, y esto pretende funcionar como un argumento de desacreditación. Todo ello en medio de la pobreza extrema, la superficialidad e hipocresía, que muestra el debate político hoy. Me rectifico no hay debate lo que se ve es la exposición de acusaciones, de afirmaciones, de pretendidas propuestas, que se lanzan con el único objetivo de ocupar un espacio en los medios. Éstos, con su esencial voracidad informativa, las degluten y siguen el habitual trámite biológico: ir a parar a dónde corresponde, la cloaca.
¿No es sorprendente que se pueda seguir hablando en los medios como si la crisis financiera global, de la cual pasará un largo tiempo antes de poder emerger, no hubiera sucedido nunca? Es sorprendente que se busque aquí culpable de cuanto sucede, hasta de las sequías, y no se pregunte por los responsables de la crisis fenomenal 2007-08, de sus actores internacionales y de sus socios locales. ¿Es aceptable que para una parte importante de los dirigentes políticos esa crisis tampoco existió, dado que no la mencionan nunca? Entonces ¿A qué se alude con la calificación de “setentistas” cuando oye mencionar la palabra “imperialismo”, sobre todo hoy cuando vimos que sucedió en Copenhague? ¿Es posible aceptar que dirigentes políticos de nivel nacional y excesiva exposición mediática hablen como si el escenario internacional no existiera, o sólo es mencionado para mostrar cuánto mejor que en la Argentina se está en todas partes?
Me parece que empieza a quedar más claro de qué se trata el problema. Haber caído en la red de ideas sostenida por el pensamiento único hizo que fuéramos olvidando la idea de Nación (hoy se habla de sociedad), porque ella es mucho más que un entramado institucional que regula la vida comunitaria, ella es el marco de posibilidad para la realización de las ideas de un proyecto que nos involucre a todos. Defender la idea de Nación equivale a defender el hogar patrio (aunque estas palabras suenen a rancio). En el hogar se privilegia el bien común por encima de los intereses de sus miembros, se atiende primero al que más necesita, no al que más se impone, y se preserva la paz común para el libre desarrollo de la libertad de todos. Pero una libertad integral, que comienza por la libertad de espíritu, para dar lugar a la libertad de las ideas que de allí se desprenden y la libertad de acción que se encamina hacia el bien común.