miércoles, 31 de marzo de 2010

El capitalismo en crisis VI

La publicitación de los costos de los delitos callejeros oculta el costo de los delitos ambientales (entre otros) de las grandes empresas. También nos permite comprender cómo y por qué se ocultan las cifras de utilidades de los grandes laboratorios internacionales que ya ocupan el primer lugar entre los grandes negocios del mundo. Gran parte de todo esto se invisibiliza para el común de los ciudadanos. Por tal razón, de modo subrepticio, se fue adueñando de la conciencia colectiva una serie de convicciones que impiden un análisis más serio de estos temas. Paso a paso, la cultura de las corporaciones se ha ido imponiendo de una manera mucho más sutil, lo que les ha permitido avanzar sobre diferentes áreas del comercio y de los servicios ganando una presencia permanente en nuestras vidas cotidianas: en las escuelas se vende comida basura, la calle está repleta de carteles en los que nos recuerdan su existencia, los jueces son formados en las universidades por profesionales que trabajan en consultoras que hacen gala del abuso de la ley, mediante lo cual las contrataciones de los organismos públicos van quedando en manos de la privatización, las grandes empresas de todos los colores se hacen con el poder de ex-empresas del Estado, de asociaciones civiles, etc.
El listado es infinito. Una manifestación importante de la cultura de las corporaciones es el comercialismo rampante, todo se ha convertido en mercancía por lo tanto todo es vendible, actualmente es tan excesivo que ya resulta difícil de percibir. Han demostrado una gran capacidad de convicción trasladada al ciudadano que ya acepta como normal estas atrocidades sociales. Es la afirmación ideológica continua de que las grandes corporaciones son la forma natural de organizar la economía, y la manera lógica de que las cosas funcionen. Puede observarse la acción usurpadora de la cultura de las corporaciones en áreas en las que antes no predominaba. Por ejemplo, en los Estados Unidos y en todo el mundo, el agua potable tradicionalmente era suministrada por sistemas municipales y hoy está en gran parte en manos de grandes empresas. Éstas van ahora tras los grandes reservorios de agua potable.
Detengámonos en la influencia socio-cultural de este modo de globalizar, que muestra el peso importante que la cultura estadounidense impone sobre los pueblos de la periferia. Se puede decir que un subproducto de la colonización del espacio público es la colonización de nuestras mentes. Las formas de organizar la vida que no incluyan a las corporaciones o no sirvan a los intereses de las mismas - sea en la economía tradicional, en la oferta de servicios públicos o en el ocio - se vuelven cada vez más duras y más difíciles de mantenerse. La omnipresencia publicitaria de estas empresas la encontramos también en áreas donde no hay una clara actividad comercial, sino que pretenden aparecer como desinteresadas promotoras de actividades de todo tipo. Tiñen esas actividades con su presencia: campeonatos deportivos, conciertos, entre otros. El patrocinio de las corporaciones puede también minar las propias instituciones públicas, despojándolas de su carácter esencialmente público, o al menos poniendo en riesgo su misión.
Debido a su enorme poder político, pueden también definir, o al menos influenciar sustancialmente, en las regulaciones civiles y penales que definen los límites de las conductas permitidas. Puede pensarse en toda la legislación que reglamenta la actividad bancaria y financiera. Lo que puede hacer una empresa de esas no está al alcance de ningún criminal individual, por lo que definir qué es delito y qué no lo es las coloca en un plano de excepción, un plano superior que define la normatividad vigente (Organización Mundial del Comercio). Si en los años treinta del siglo pasado apareció la necesidad de reglamentar la actividad empresaria para limitar la posibilidad de monopolio, Hoy las corporaciones pueden fusionarse entre sí, constituyendo entidades mayores y más poderosas. Estos atributos únicos proporcionan a las corporaciones un poder extraordinario, y dificultan enormemente cualquier intento de verificar el alcance de su poder. Estas instituciones son mucho más poderosas que los individuos, lo cual vuelve más temible la concentración de todos sus esfuerzos con el solo objetivo de maximizar los beneficios.

domingo, 28 de marzo de 2010

El capitalismo en crisis V

Entremos a pleno siglo XX, etapa de la presencia excluyente del capitalismo globalizado (aunque esto no sea en realidad una novedad, puesto que nació expansivo y conquistador). El uso del término global apareció por primera vez en 1985 y fue su introductor el profesor de Harvard Theodore Levitt (1925-2006) quien en su libro La globalización de los mercados lo utilizó para describir los cambios que se estaban produciendo en las últimas décadas en la economía internacional. Este escenario aparecía claramente dominado por la presencia de conglomerados económicos cuyos presupuestos internos superaban al de algunos países y cuyas consecuencias se hacían sentir en lo cultural, social, político y no sólo en lo económico. Veamos, entonces, cómo se comportan esas gigantescas empresas internacionales según lo han denunciado dos investigadores estadounidenses, Russell Mokhiber y Robert Weissman, periodistas y escritores, autores del libro En el Candelero, una selección de columnas de prensa de la serie Depredadores Corporativos, en las que exponen el resultado de sus estudios: «Hemos llegado a la conclusión de que las corporaciones son la fuerza motriz en la economía política, así como la primera fuerza modeladora de la cultura predominante». Es interesante tomar nota de esta última frase que nos permite comprender la ocultación mencionada más arriba. Leamos sus afirmaciones:
“Una enorme porción de los problemas mundiales se pueden retrotraer en una parte muy significativa a los abusos del poder de las corporaciones. Sobre algunos de los problemas oímos hablar con frecuencia - como la delincuencia o la corrupción - pero lo que oímos sobre el papel de las empresas en perpetuar esos problemas es mínimo. Por poner un ejemplo: el crimen y la violencia de las corporaciones inflingen mucho más daño a la sociedad, cífrese en dólares o en vidas, que la delincuencia callejera. Y luego hay toda una serie de problemas relacionados con las corporaciones de los que no oímos apenas lo que deberíamos oír: la recolonización de los países en desarrollo, la contaminación de nuestros alimentos con pesticidas y organismos procedentes de la ingeniería genética, la denegación rutinaria en los Estados Unidos del derecho constitucional a la sindicalización, y no digamos en el Tercer Mundo. Queremos llamar la atención al papel de las corporaciones en disminuir nuestro nivel de vida y en poner en peligro el planeta. Pocos de los problemas mundiales suceden porque sí. Generalmente existen responsables. Y en muchos, muchísimos casos, el responsable es una corporación multinacional - o un grupo de multinacionales”.
Es muy significativa la expresión «pero lo que oímos sobre el papel de las empresas es mínimo», y hay aquí una referencia al comportamiento de los medios de comunicación una de cuyas fuentes de ganancias es la publicidad de productos o servicios de esas empresas. Cuando se les preguntó por qué hablaban de delitos de las empresas, contestaron estos investigadores:
“La primera razón es el terrible peaje que representan la delincuencia y la violencia de las corporaciones. La segunda es que los políticos y los medios de comunicación se centran tanto en la delincuencia callejera - que es un problema serio y atemorizador, especialmente en los vecindarios más pobres, en los que se concentra la mayor parte de la delincuencia callejera. A modo de contraste, con la reciente excepción de Enron, Martha Steward y los casos de fraudes financieros, se presta poca atención a la delincuencia y la violencia de las corporaciones. Nada de la indignación moral que anima los debates acerca de la delincuencia callejera aparece en noticias sobre delitos empresarios. Casi nunca las consignas repetidas por los políticos tales como "darle duro a la delincuencia", o "más dinero para combatir el crimen" se refieren a que haya de endurecer las penas para la delincuencia de las corporaciones. Habría que dotar con más dinero a la permanentemente infradotada policía encargada de perseguir los delitos económicos, en el Departamento de Justicia, en la Comisión de Comercio, en el Organismo Regulador de los Medicamentos y Alimentos (FDA), en otras agencias federales encargadas de combatir la delincuencia de las corporaciones, ni que la Agencia de Salud y Seguridad Laboral o el Departamento de Agricultura necesitan más inspectores para vigilar a las corporaciones que ponen en situación de riesgo a sus empleados debido a puestos de trabajo inseguros o ponen en peligro a los consumidores vendiéndoles comida contaminada”.
Para darnos una estimación de las diferencias del costo social entre los delitos callejeros y sus consecuencias con los que cometen las multinacionales, dicen:
“Mientras que en Estados Unidos anualmente se atribuyen unos 20.000 homicidios a la delincuencia callejera, la contaminación del aire se lleva anualmente más de 50.000 vidas y un número incluso mayor de personas muere anualmente de alguna enfermedad derivada de su empleo. El robo y el atraco cuestan a las víctimas aproximadamente 3 millardos [millardo = mil millones] de dólares anuales, mientras que solamente los fraudes en la sanidad se llevan más de 100 millardos de los contribuyentes y consumidores”.

miércoles, 24 de marzo de 2010

La crisis del capitalismo IV

Sin embargo, esto no fue siempre así, el comienzo de la aparición de una economía mercantilista, fue la evolución de una sociedad con una economía más comunitaria. Lo cual obliga a pensar las razones que impulsaron este cambio fundamental de la historia de occidente que transformó una sociedad comunitaria, solidaria, ética, volcada al apoyo de los más necesitados, en una sociedad competitiva, individualista, ambiciosa, codiciosa, que se desentendió de las consecuencias que provocó ese modo de crecimiento material y técnico. Un tema que no debe dejarse de lado y que no aparece por lo general es que éste fue un fenómeno socio-económico, con repercusiones graves en lo político, que tuvo inicio sólo en la Europa occidental, y dentro de ella en un área restringida. Es allí donde este comienzo adquirió a partir del siglo XVIII una fuerza y una velocidad que arrastró luego, en su expansión, a casi todo el resto del planeta. Esta particularidad no pudo escapar a la fina sensibilidad del profesor de Heidelberg, el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920). Es interesante leer en su trabajo, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, como expresa esta particularidad que se convirtió en el fundamento de la construcción del capitalismo industrial:
“... cuando un hijo de la moderna civilización europea se dispone a investigar un problema cualquiera de la historia universal, es inevitable y lógico que se lo plantee desde el siguiente punto de vista: ¿qué serie de circunstancias han determinado que sólo en Occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales que, al menos tal como solemos representárnoslos, parecen marcar una dirección evolutiva de universal alcance y validez?”
Esos fenómenos culturales dieron forma a una sociedad que se expandió por el mundo en la búsqueda de negocios, no importando qué métodos se emplearan: saqueo, genocidios, colonialismo, etc. Sin embargo, sin que podamos entrar aquí en un análisis más detallado, es necesario advertir que Weber, como la mayor parte de los investigadores europeos, busca las causas de la aparición del capitalismo dentro del contexto de esa sociedad. Desprecian, de este modo, causas mucho más significativas que quedan ocultas para esas miradas, como el descubrimiento de un nuevo continente, la explotación y el saqueo colonial que allí comenzó. Se ignoran así las consecuencias de la introducción en el viejo continente de metales (oro y plata) que multiplicó por cinco o por seis las reservas de ellos que se tenía hasta entonces.
Los nuevos productos, obra de la mano esclavizada provenientes de la periferia colonial, colocaron las bases del desarrollo capitalista de los siglos XVI y XVII. La racionalidad de los procesos administrativos e institucionales que tanto destaca Weber es el signo de los nuevos tiempos, apoyados en la primacía de la Razón que postulara el filósofo francés Renato Descartes (1634-1706). Todo ello mueve al pensador argentino Enrique Dussel a enhebrar todos estos fenómenos afirmando que Hernán Cortés (1485-1547) había sentado, previamente, las bases de las conquistas coloniales que posibilitaron y requirieron la racionalidad que señala Weber. El ego cogito (yo pienso) de Descartes fue precedido en más de un siglo por el ego conquiro (yo conquisto) de Cortés. Las enormes ganancias acumuladas, a costa de la sangre de los pueblos de esa periferia, crearon la acumulación de capital necesaria para el salto económico que significó el capitalismo moderno. Este proceso económico adquirió tales dimensiones que hicieron necesario un ordenamiento racional para su manejo. Este origen manchado de sangre del capital previo necesario para el despegue es un tema que han esquivado la mayor parte de los investigadores. Por tal razón todas las elucubraciones acerca de por qué la periferia pobre no puede desarrollarse ocultan que es porque fue sometida, saqueada y explotada.
Esto no pretende desmerecer el genio europeo en la aceleración de la revolución burguesa y en el rumbo que le fue impreso a partir del siglo XVII, sobre todo con el traslado de su centro neurálgico de España a los Países Bajos, para posteriormente pasar en el siglo XVIII a Gran Bretaña. Sino que no debe pasarse por alto esta circunstancia, porque radica allí el punto de partida de un proceso que marcará a fuego el resto del desarrollo capitalista y la relación de los países centrales con el resto del planeta. Esa racionalidad se sigue expresando hoy, a través de los ajustes que siguen pretendiendo imponer los centros financieros internacionales, que ocultan la expoliación de los países dependientes de esos centros de poder. Esos centros, mediante la prédica de sus universidades, fundaciones y los institutos de los think tank (think es 'pensar' y tank es 'tanque', la traducción literal es tanque o contenedor de ideas), siguen mostrando la eficiencia del capitalismo central como ejemplo de un camino para el desarrollo de los países subdesarrollados, en vías de desarrollo o como se prefiera denominarlos. Esta prédica oculta que la estructura de poder político-económico internacional define el curso de las utilidades lo cual impide ese propósito dentro del actual ordenamiento internacional. Por ello este tema es necesario tenerlo claro, porque no significa un desprecio por la racionalidad productiva ni administrativa, sino un señalamiento de cómo esa racionalidad se la coloca al servicio de esa estructura de poder.

domingo, 21 de marzo de 2010

La crisis del capitalismo III

Apunta Adam Smith, en su famoso libro ya citado, en el capítulo dedicado a los salarios y el beneficio, dice que: «rara vez suelen juntarse las gentes ocupadas en la misma profesión u oficio, aunque sólo sea para distraerse o divertirse, sin que la conversación gire en torno a alguna conspiración contra el público o alguna maquinación para elevar los precios». La búsqueda de la mayor ganancia posible, legítima dentro de las normas establecidas, se tornan «conspirativas» en esas conversaciones cuando se apela a vías que lesionan la función social de la producción: la satisfacción de las necesidades del consumidor. Dice el Profesor de Economía y Teoría Económica del Derecho de la Universidad Autónoma Metropolitana, México, Dr. Arturo Damm Arnal, dejan de ser legítimas cuando «solamente se logra limitando o eliminando la competencia, sobre todo vía precios, todo ello en contra de los intereses de los consumidores y, todavía más grave, en contra del mejor uso posible de los factores de la producción que, por ser escasos, deben usarse de la mejor manera posible, que no es otra más que aquella que más conviene a los consumidores». Esa búsqueda, cuando se alimenta con la codicia, ha apelado a todas las formas posibles para su logro, lo han intentado «con la ayuda del gobierno, de quien han buscado, y en no pocos casos conseguido, todo tipo de privilegios, desde subsidios hasta concesiones monopólicas, todos con la misma consecuencia: limitar (en el mejor de los casos) o eliminar (en el peor), la competencia, con el fin de lograr, por la vía del incremento en el precio, y no por el camino de la reducción en el costo de producción, la mayor ganancia posible, siempre en contra de los intereses de los consumidores». El profesor Damm Arnal aclara:
“La asociación de los empresarios tiene como fin luchar contra tales abusos del poder político a favor de los derechos de éstos, y, como tal, es legítima ¿Pero qué sucede cuando la asociación, por aquello de que la unión hace la fuerza, lo que busca no es luchar contra las arbitrariedades del poder político sino conseguir el favor del gobernante en turno, y conseguirlo en la forma de algún privilegio que limite o elimine la competencia? Entonces se cumple lo señalado por Smith, la conspiración de los empresarios contra los consumidores, con el fin inmediato de subir el precio, y con el objetivo mediato de maximizar, de mala manera, las utilidades”.
Lo dicho tiene como propósito desnudar el uso abusivo que se hace, de quien ha sido coronado como el Padre de la ciencia económica, Adam Smith, cuando se lo cita sesgadamente. Como por ejemplo la tan mencionada mano invisible que aparece en el texto una o dos veces solamente, sin embargo se la ha convertido en el cimiento de la teoría económica, ocultando en cambio las continuas advertencias que hace sobre el peligro de dejar a los empresarios sin control, puesto que, como él afirma, su avidez de ganancias no tiene límites. Si el famoso escocés, que no fue economista sino profesor de Teología Moral de la Universidad de Edimburgo, ya había percibido ese riesgo en el siglo XVIII, cuando todavía no se podía prever la aparición de los grandes conglomerados internacionales, ¿cómo se puede seguir hablando hoy de la libertad de los mercados? Esto sólo es explicable por el peso que los intereses económicos tienen en la formulación de un tipo de teoría que justifique el orden económico capitalista. Desde fines del siglo XIX en adelante hemos podido comprobar la falacia de la libertad de los mercados cuando se puede percibir el claro predominio de los intereses de los poderosos. Esto llega hasta el punto de haber creado en 1995 una organización internacional: la Organización Mundial del Comercio que se muestra como una instancia de acuerdos cuando es, en realidad, un organismo que defiende los intereses de las grandes empresas.

viernes, 19 de marzo de 2010

La crisis del capitalismo II

La crisis del capitalismo II

Entonces en las últimas décadas se fue produciendo una desocupación que arrojó al mercado una gran cantidad de oferta de trabajo que no encontraba respuesta. La falta de una competencia ideológica y política (URSS) más la debilidad de las organizaciones obreras que veían a sus afiliados aceptar peores remuneraciones y condiciones de trabajo con tal de conseguir algún ingreso, posibilitó el avance del capital desalojando gran parte de las conquistas laborales del siglo XX. Apeló al proceso de terciarización del trabajo, que pasa a pequeñas empresas lo que antes era personal de planta para bajar costos, sobre todo aquellas tareas que implican mayor riesgo laboral. Se agrega a ello la flexibilización laboral que elimina las condiciones y salarios logrados en las convenciones colectivas sometiendo al trabajador a modos que recuerdan las condiciones del siglo XIX.
El escenario que planteó la globalización, avalada por el Consenso de Washington, acarreó para los trabajadores de todos los niveles pérdidas importantes en sus ingresos. Debían enfrentarse al avance impiadoso el capital que ya no reconocía límites para sus ansias de ganancias. La referencia a una vuelta a fines del siglo XIX se puede encontrar en las palabras del sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917), quien advertía sobre las consecuencias de no respetar las normas, esta situación vuelve a adquirir la misma vigencia:
"La totalidad de las reglas morales forma verdaderamente sobre cada persona un muro imaginario al pie del cual la marea de las pasiones humanas muere, simplemente incapaz de avanzar más allá. Por la misma razón –que se encuentran contenidas- es posible satisfacerlas. Pero si en algún punto se rompe esta barrera, estas fuerzas humanas previamente restringidas fluyen tumultuosamente a través de la abertura y no encuentran límites donde detenerse. Sólo pueden dedicarse, sin esperar satisfacción, a la persecución de un fin que permanentemente elude... Impotentes para satisfacerse a sí mismas porque se han liberado de todas las limitaciones, estas emociones producirán una desilusión".
Un siglo después estas palabras cobran nuevo vigor. La pasión del lucro sin límites avanzan arrolladoramente sobre el escenario económico sin reparar en las consecuencias sociales que produce: una cantidad cada vez mayor de marginados sin posibilidades de resolver sus necesidades básicas. Jeremy Rifkin afirma en el libro ya citado:
"Justo a las puertas de la nueva aldea global de base tecnológica encontraremos un creciente número de seres desesperados y sin futuro, muchos de los cuales se ven abocados a entrar en una vida de crimen, colaborando de esta forma a la creación de una vasta subcultura criminal. La nueva cultura “fuera de la ley” está empezando a plantear una seria e importante amenaza para la capacidad de los gobiernos a la hora de mantener el orden y de garantizar la necesaria seguridad a sus ciudadanos".
Es interesante ver como este economista relaciona desocupación con la posibilidad de aumento del delito, tema que se desvaloriza, o se oculta, en algunos de los debates actuales, puesto que reconocer la correlación obliga a hacerse cargo de las consecuencias de un sistema sin normas ni límites que premia a los depredadores. Por ello nos recuerda el autor:
"Recientes estudios han mostrado una clara correlación entre el crecimiento del desempleo y de los crímenes violentos. En el estudio de Merva y Fowles... los investigadores encontraron que, en los Estados Unidos, un crecimiento de un 1% en el desempleo se traduce en un crecimiento del 6,7% en los homicidios, de un 3,4% en los crímenes violentos y de un 2,4% en los crímenes contra la propiedad".
Reconocer esas consecuencias remite a una reflexión profunda y abarcadora acerca de cómo funciona el capitalismo, cuáles son los valores que lo sostienen, qué consecuencias culturales, económicas y políticas produce. Además permite detectar cómo empezaba ya, un siglo atrás, el avance sobre la distribución de las riquezas producidas, violando las normas de convivencia. Leamos una vez más a Durkheim:
"Por otra parte, es porque la moralidad tiene la función de limitar y contener porque demasiada riqueza llega fácilmente a ser una fuente de inmoralidad. A través del poder que confiere a las cosas realmente disminuye el poder de nosotros de oponerse a ellas. Consecuentemente fortalece nuestros deseos y hace más difícil mantenerlas a raya. En tales condiciones, el equilibrio moral es inestable; hace falta apenas un soplido para derribarlo. Así podemos entender la naturaleza y la fuente de esta enfermedad de infinitud que atormenta nuestra época... Ya no se sienten esas fuerzas morales que lo restringen y que limitan su horizonte; pero si no se las siente es porque ellas ya no tienen su grado moral de autoridad, porque se han debilitado y ya no son lo que deberían ser".
Es decir, el problema del capitalismo como sistema social no radica sólo, como se pretende, en una libertad (aparente) del juego económico (desmentido por la concentración de la propiedad en las manos de pocas empresas) y del poder que de allí surge para imponer sus políticas. El problema más profundo se manifiesta en un nivel superior, el de la cultura, por el deterioro de las normas de convivencia y de respeto por la persona. Sólo un desprecio por todo ello permite comprender el estado de cosas que muestra el mundo actual. Poder delinear un diagnóstico correcto nos permitirá abrirnos hacia la posibilidad de pensar en un modelo alternativo, más equitativo y humano.

domingo, 14 de marzo de 2010

La crisis del capitalismo I

Desde fines de los ochenta en adelante el capitalismo dejó de ser un tema de debate. Algo así como un gran telón ocultó el escenario de las miserias que generaba y un exitismo desvergonzado se instaló en el escenario. La caída del Muro de Berlín, como símbolo, permitió una publicidad abundante del modelo capitalista como el único posible. El tan promocionado derrumbe de la experiencia soviética parecía dejar en claro que no era posible la existencia de un modelo diferente al del capitalismo liberal. Éste se caracteriza por el componente dual: un mercado libre y una democracia representativa. La relación virtuosa de estas dos dimensiones se presentó como el modelo ideal de sociedad que le ponía un fin a la historia, según se dijo. Esta comprobación histórica final era el resultado de una larga experiencia social que reconocía sus inicios en la polis griega (idealizada en su descripción) que era contrapuesta a las formas dictatoriales de diverso orden. El mercado libre era un logro posterior a la Revolución industrial inglesa (1750-1800) que liberó el comercio de cualquier tipo de trabas que comenzaba su mundialización. Todo de acuerdo a la doctrina que reconocía como padre al escocés Adam Smith (1723-1790). Éste fue quien expuso, según esta versión, en su famoso libro Ensayo sobre la riqueza de las naciones (1776) los lineamientos generales de este modelo.
El siglo XX fue el escenario de las diversas confrontaciones de este modelo con las propuestas de los pensadores socialistas, que a partir de 1917, con el triunfo de la Revolución rusa comenzaba su proyecto histórico con la construcción de lo que se llamó mucho más tarde el socialismo real. Esta denominación intentaba expresar que se había desarrollado una experiencia dentro de las condicionalidades sociales, económicas y políticas que se heredaron de la Rusia zarista. La conformación de la Unión soviética (1922) se produjo por la firma del tratado que unió a un conjunto de repúblicas socialistas. Las dos guerras mundiales, sobre todo la segunda, pusieron a prueba ese socialismo que se fue implementando bajo la férrea mano de José Stalin (1879-1953). A partir de su muerte comenzó lo que se llamó la desestalinización que dejó al descubierto los hechos de una dictadura sangrienta. Estas revelaciones, por el desprestigio que acarreaban más los errores de una planificación central exacerbada, fueron el comienzo de un derrumbe que culminó simbólicamente en 1989, aunque tuvo su final definitivo en 1991 con la disolución (algunos autores hablan de implosión o colapso del sistema) de la unión de repúblicas que reasumen su independencia.
Esta breve introducción pretende ponerle un marco histórico al proceso que se abrió en la década de los noventa, denominado inadecuadamente la globalización, sostenido ideológicamente por las líneas doctrinarias del llamado Consenso de Washington. Este documento elaborado en 1989 contenía diez recomendaciones generales para el logro de una economía libre y desarrollada. Su autor, el economista inglés John Williamson, entendía por "Washington" el complejo político-económico-intelectual que tiene sede en Washington: los organismos financieros internacionales (FMI, BM), el Congreso de los EEUU, la Reserva Federal, los altos cargos de la Administración y los institutos de expertos (think tanks) económicos. Es decir el poder político-ideológico-económico internacional. Este economista proponía esas medidas para recuperar las economías de los países que padecían la pesada deuda externa y que desde 1982 mostraban la imposibilidad de su pago.
La ausencia de la Unión soviética de la escena internacional, que había representado la “amenaza comunista” para el “mundo libre”, deja libres las manos de un capitalismo que va a demostrar su insaciable deseo de lucro. Lo que le mereció el nombre de “capitalismo salvaje” por parte del papa Juan Pablo II. Esta ausencia se combina con los resultados de la Tercera revolución industrial (1980) cuyos logros tecnológicos (cibernética y robots) ofrecieron una combinación de sistemas de comunicación que articulan el hombre con la organización y la máquina. La eficiencia productiva logra reemplazar la mano del hombre por la máquina y el robot, con indudables ventajas de estos últimos para la eficiencia productiva, lo que da por resultado una cantidad mayor de gente desocupada. En 1997 advertía el economista estadounidense Jeremy Rifkin, en su libro El fin del trabajo, lo siguiente:
Los índices de desempleo y subempleo crecen diariamente en Norteamérica, Europa y Japón. Incluso los países desarrollados se tienen que enfrentar a un desempleo tecnológico creciente a medida que las empresas multinacionales construyen y ponen en marcha métodos productivos basados en las últimas tecnologías, a lo largo y ancho del mundo, provocando que millones de trabajadores no puedan competir con el rendimiento de los gastos, control de calidad y la rapidez de entrega garantizados por los sistemas de producción automatizados... Mientras que las primeras tecnologías reemplazaban la capacidad física del trabajo humano sustituyendo máquinas por cuerpos y brazos, las nuevas tecnologías basadas en los ordenadores prometen la sustitución de la propia mente humana, poniendo máquinas pensantes allí donde existían seres humanos... Ante todo, es necesario recordar que más del 75% de la masa laboral de los países industrializados está comprometida en trabajos que no son más que meras tareas repetitivas. La maquinaria automatizada, los robots y los ordenadores cada vez más sofisticados pueden realizar la mayor parte, o tal vez la totalidad, de esas tareas.

jueves, 11 de marzo de 2010

Miremos hacia adentro XXIII – La persona y el capitalismo

La baja calidad, calidad integral, de nuestras vidas es una de las causas de las angustias a las que estamos sometidos, tal vez la más importante. Por ello, cuando se renuncia a la esperanza, porque no podemos escapar al efecto pernicioso del miedo, hemos aceptado que este estado de cosas es inmodificable, o si es posible ser modificado no es una tarea que podamos hacer cada uno de nosotros o, peor aún, es un tema que no interesa analizar. La aceptación de la promesa del éxito personal, lograble por pocos en el contexto masivo, aparta de este tipo de reflexiones. Ese éxito, obtenido en el escenario del mundo competitivo, no nos aleja de los miedos ni de las angustias, puesto que de ser así las clases acomodadas no visitarían los consultorios de los psicólogos, los psiquiatras, terapeutas en general. Es evidente que eso no es cierto, más aún, un porcentaje importante de los pacientes provienen de esos sectores sociales. Esto no significa que en el resto de la sociedad no sea necesario, lo es porque esta sociedad capitalista no perdona a casi nadie.
Continúa Galende: «Este encierro masivo hace que la vida urbana se parezca a la de la cárcel o al manicomio: conflictos y luchas entre vecinos o antiguos compañeros, pobres atacando a otros pobres, desempleados luchando contra empleados, especialmente si son inmigrantes, aun en la pareja amorosa desconfianza y cuidado de no comprometer bienes y futuro. Si prestamos atención veremos cómo los medios a través de mensajes incluidos en aparentes noticias, nos dicen que la vida es insegura, insisten con lo incierto de la economía, los riesgos de epidemias, crisis energética, catástrofes naturales, amenazas del futuro cuyo contenido ficcional se oculta. Lo eficaz es generar el miedo y lograr su capacidad de mantenernos aislados. Estas operaciones mediáticas son exitosas, mantienen su eficacia haciéndonos creer que la prioridad para cada uno de nosotros es tomar medidas destinadas a nuestra seguridad personal, nos convencen de que nuestra situación de riesgo y amenazas del futuro depende lo que podamos hacer cada uno, no del destino en común». Aquí se debe comprender que el sencillo recurso de culpar a los gobiernos oculta a quienes son los verdaderos artífices que manejan el poder en la sociedad globalizada.
Debemos reconocer en estos pocos ejemplos que el miedo esta instalado en nuestras sociedades, los políticos lo utilizarán luego según la ética de cada uno: amenazas de futuros catastróficos, de hecatombes económicas y financieras, de conflictos sociales, etc. La esperanza es su correlato opuesto y debe ser el instrumento de nuestra respuesta. «Recrudecen en el mundo los fundamentalismos religiosos, de todas las religiones, pero en esta versión moderna con una violencia inesperada: el judaísmo que en su historia no contaba la violencia y la dominación de otros pueblos; el islamismo, religión de la paz, se expresa en auto inmolaciones y terrorismo; el cristianismo, especialmente en sus variantes evangélicas, sosteniendo las nuevas guerras de la dominación económica (el caso de EEUU y el Partido Republicano en la era Busch)».
¿Será posible preservar lo humano, la solidaridad, la libertad, la justicia, el anhelo de construir un futuro común, a pesar de las amenazas políticas y de las promesas religiosas que nos rodean? Vale recordar al filósofo francés Maurice Merleau Ponty (1908-1961), cuando en la posguerra escribía: «Una sociedad no es el templo de los valores-ídolos que figuran al frente de sus monumentos o en sus textos constitucionales; una sociedad vale lo que valen en ella las relaciones del hombre con el hombre... Para conocer y juzgar una sociedad es preciso llegar hasta su sustancia profunda, el lazo humano del cual esta hecha y que depende sin duda de las relaciones jurídicas, pero también de las formas del trabajo, de la manera de amar, de vivir y de morir».
A pesar de la limitación que imponen las notas periodísticas creo que, por lo menos, hemos podido profundizar las dimensiones que quedaron propuestas al principio. Este recorrido ha intentado abarcar en una mirada amplia y profunda el núcleo de la problemática que nos aflige como ciudadanos de este tiempo político y, al mismo tiempo, poder pensar las salidas posibles. En esta etapa del recorrido, parados en el entrecruce de las dimensiones propuestas, podemos comenzar a preguntarnos una serie de temas que nos pueden habilitar a un debate mucho más rico en contenido que lo que consumimos diariamente a través de los medios. Nos confirma el Dr. Galende: «A nosotros nos toca hoy comprender las pasiones ligadas al futuro, éstas, como miedo o pánico, afectan y condicionan el presente de muchos, especialmente de aquellos que, refugiados en el individualismo, no logran comprender las razones de sus malestares. Un nuevo recrudecer del objetivismo, esta vez por vía del consumo y el mercado, lleva a que el otro, cualquier otro, pueda devenir y ser tratado como un objeto más, el individualismo ayuda a que cada uno sólo valga por su uso». Debemos asumir el futuro que queremos y comenzar a construirlo.

domingo, 7 de marzo de 2010

Miremos hacia adentro XXII – La persona y el capitalismo

Galende se va a internar en otro aspecto del funcionamiento de la conciencia colectiva: en los fundamentalismos para mirar el miedo y la esperanza desde otra óptica: «Hace muy poco una ex monja, Karen Armstrong, nos sorprendió con un estudio sobre los tres fundamentalismos que dominan nuestro mundo actual. En el visualizamos la expresión clara del retorno del miedo y la esperanza como política para aglutinar, masificar, configurando una realidad paralizante. El sueño de la igualdad tiende a opacarse en nuestro mundo. Este requiere de la esperanza en la solidaridad, no es unirnos para el mito o el culto, sino para la acción de transformar la realidad. En esto es esencial comprender la actualidad, es decir ejercer una razón crítica sobre el presente. Sólo este comprender crítico hace posible que la acción de los hombres no esté guiada por el miedo ni por la promesa mítica de un “mas allá”, sino guiada por la razón y el deseo de transformar o construir la realidad. Como en todo acto humano la intención, que surge del comprender, de actuar sobre la realidad, de la voluntad, del empeño fraterno y solidario de hacer con los otros, es lo que da como resultado un cambio de los actores y del poder de decidir sobre la existencia de cada uno y del conjunto».
Podemos, siguiendo esta línea, pensar en la utilización que hacen ciertos medios, los concentrados, en la utilización de la inseguridad como modo de crear estados de ánimo colectivos. El machacar sobre esos temas es una metodología de ocultamiento de lo que no se quiere comunicar. Lo que para Maquiavelo era un instrumento del Príncipe, en el mundo globalizado lo es de las multinacionales, propietarias de la mayor parte de los medios de comunicación. Es a ellas que les interesa desviar las conductas personales hacia un individualismo asfixiante que es el modo de defenderse del miedo impuesto.
En un artículo reciente el escritor estadounidense John Berger rescata de un informe elaborado en el año 2007 por la oficina de estadísticas de Justicia de EEUU el siguiente dato: «1 de cada 136 habitantes de ese país esta detenido en cárceles o Institutos penitenciarios. Cuatro millones en total. El miedo es también global, responde a diversos motivos». Para Berger «A lo largo y ancho del planeta vivimos en una prisión. La prensa nos informa que 15 millones de mexicanos viven escondidos en EEUU, a pesar del muro que impide su ingreso, de 1.200 Km. de largo y 1.800 torres de observación con policías armados. La ONU cuenta 200 millones de refugiados en el mundo, escapando de guerras y pobrezas extremas». Mirando nuestro entorno observamos un mundo de barrios cerrados, villas miserias, favelas, nuevos ghetos. Los que allí se alojan son en cierto modo compañeros de prisión, según la expresión de Berger. Nos está proponiendo la necesidad de ampliar el panorama de la investigación para ir incluyendo aspectos de la vida cotidiana que pasan a nuestro lado: es visible que hay grupos de personas apartadas, excluidas de la sociedad, gente que está en esa situación de presos a la fuerza, custodiados como criminales, pero están también quienes buscan voluntariamente estar custodiados por su anhelo de seguridad y protección en barrios cerrados, “edificios con seguridad”, club de campo, etc.
El Dr. Galende aporta: «Pero podemos sumar a los que viven encerrados en sus empleos por horarios que no dominan (por ejemplo la flexibilización laboral y la extensión horaria aprobada por el Parlamento Europeo). A todos los convierte en presos el miedo: por amenaza del desempleo, por la violencia, por el hambre, por la emigración, por la ilusión de la seguridad. El mundo actual esta compuesto por productores, consumidores y excluidos. Como los criminales presos, quienes estamos presos en este mundo global amenazante nunca aceptamos este presente como definitivo, la mayor parte mantiene su anhelo de libertad, de poder elegir y decidir, pero no ignoramos que muchos, por diversas debilidades y desventajas sociales, son victimas personales del pánico y la angustia crónica». La descripción de ese panorama social nos hace conscientes de informaciones cotidianas que, por diversos medios, ingresan a nuestra conciencia provocando angustias, miedos, que intentamos ignorar para sobrevivir en el día a día. Ocultar esta realidad resuelve nuestro presente inmediato pero nos carga de angustia.
Por ello la afirmación de Galende es importantísima: «Este mundo del miedo no es natural ni espontáneo. Por vía del consumismo, que necesita de una cultura del individualismo, se trata de mantenernos aislados, como en las cárceles se mantiene a los presos en celdas individuales, para evitar que la idea de un futuro en común nos pueda volcar juntos a la resistencia. Esto no es espontáneo, la globalización económica impuso aislarnos del territorio (migraciones masivas), de la vida en común (competencia y desconfianza), de la historia compartida, y especialmente por las políticas mediáticas, de evitar que imaginemos un futuro o un proyecto en común».

miércoles, 3 de marzo de 2010

Miremos hacia adentro XXI – La persona y el capitalismo

Hablábamos de la posibilidad de instrumentar desde el poder sentimientos profundos que afectan a cada persona pero que, en realidad, son el resultado de situaciones sociales y políticas, muchas veces provocadas con el objetivo de manipular la conciencia de las masas. De allí que acercarnos a la conciencia personal pero sin olvidar las incidencias del espacio socio-político permite comprender algo de lo que nos está sucediendo.
Sigamos al Dr. Galende y su reflexión sobre la filosofía política: «La libertad del hombre, su capacidad activa de elegir y decidir sobre su realidad, depende de su resistencia al miedo y de su rechazo a la promesa de la esperanza. Thomas Hobbes (1588-1679) [filósofo inglés] postula que el gobierno y la razón de Estado necesitan del miedo de las masas para evitar la recaída en el infierno social de la violencia y del estado de naturaleza (el “hombre lobo del hombre”, es su conocida formula), tiene claro que los hombres aspiran a su libertad de todo poder y especialmente de la razón de Estado. El miedo es un instrumento de la política. En el extremo del pánico el miedo se muestra como el gran desorganizador del grupo o la masa, frente a él cada individuo asume por sí mismo su supervivencia. Está claro que el futuro de la sociedad, y más aun, el futuro de cada individuo es la esencia de la política, por lo mismo sobre ella como constructora del futuro se juegan siempre las amenazas o las promesas. De Maquiavelo en adelante ningún político se abstiene del uso político del miedo y la esperanza, como ejemplos actuales: el uso de la amenaza del futuro sobre el cual se propone la aceptación del presente (flexibilización laboral o riesgo de desocupación), o la esperanza de salvación si acepta resignar las necesidades del presente (bajar los salarios porque hay crisis, callar la protesta para asegurar la paz)».
En este análisis se hace una investigación sobre la utilización de la esperanza como una promesa hecha desde el poder para atraer la sumisión a los manejos de algunos políticos: prometen lo que saben que no van a cumplir, por ello ahora hace un planteo desde otra óptica. «Pero el valor de la esperanza no es solo patrimonio de las religiones. También lo es de quienes tenemos el sueño de la igualdad. La esperanza de un futuro mejor, diferente al presente, genera solidaridad, unión bajo el sentimiento activo de que es posible actuar sobre la realidad actual. La igualdad ha sido el sueño de todas las revoluciones, tiene el sentido de una ilusión, de imaginar otra realidad posible y de buscar lograrla activamente. Esta ilusión, cercana a la utopía, es un llamado a la solidaridad para transformar el presente ahora, es decir comprender lo actual para proyectar en conjunto un futuro diferente». Es interesante la distinción que nos plantea entre dos diferentes usos de la esperanza, esto evita caer en el más profundo pesimismo. Avanza sobre las diferencias.
«Se trata de pasar del estado de muchedumbre, compuesta por individuos aislados, al grupo solidario que actúa enfrentando el miedo para construir un futuro diferente. Por eso la solidaridad es política activa, es la esperanza puesta en el valor del hombre para construir su futuro». Vale recordar aquí al filósofo francés Montesquieu (1689-1755): «Los regimenes despóticos producen individuos completamente separados entre sí, o, lo que es lo mismo, mantenidos juntos por la fuerza repulsiva de pasiones que los aíslan (la avaricia, la competencia, el deseo de sobrevivir a los otros) impidiendo toda confianza y solidaridad reciprocas, desagregando a los ciudadanos a súbditos y generando así la mas completa, fatalista y vil, pasividad política, apenas interrumpida por alguna esporádica, rabiosa y fugaz llamarada de rebelión… De una manera distinta del terror, o miedo, la virtud republicana exige una transparencia absoluta de las relaciones entre los ciudadanos, su incansable actividad en la esfera publica, y, sobre todo, un relevante amor a la igualdad, tanto de los derechos como de los bienes». Si Maquiavelo se preguntaba por los riesgos que puede asumir el Príncipe al dejar la conciencia de la masa actuar desde la sola dimensión laica, sin la utilización del miedo y sin esperanza, Montesquieu se apoya en la esperanza y la solidaridad para la posibilidad de una vida republicana.
Queda planeada una pregunta que ha atravesado gran parte de la filosofía política: la relación entre el gobernante y su pueblo, los métodos de comunicación, las condiciones políticas y sus relaciones con la oposición, con los enemigos, etc.