miércoles, 12 de mayo de 2010

El capitalismo en crisis XVIII

Algunos analistas de mercado han mirado un poco más allá, han sabido levantar la cabeza para mirar el horizonte hacia el que se encaminaba todo. Uno de los que han estado más preocupados por la dirección de los sucesos ha sido Martin Wolf, quien no es solamente el líder de opinión del influyente matutino Financial Times de Londres, sino que exhibe además la experiencia de ex economista jefe del Banco Mundial. Este analista, tal vez muy preocupado porque había malinterpretado completamente lo que había sucedido diez años atrás cuando la crisis asiática empezó en Tailandia, a la que creyó «como un mero "hipo"» del sistema. En este caso decía: «Ahora tengo miedo de que la combinación de la fragilidad del sistema financiero con los enormes beneficios que genera para los que están dentro, destruya algo todavía más importante -la legitimidad política de la propia economía de mercado- a través de todo el globo». Es que ya había percibido que «el crecimiento económico en EEUU desde la última recesión, siete años atrás, ha sido hasta cierto punto considerable, propulsado por una deuda creciente, tanto de las y los consumidores como del gobierno estadounidense». Volvamos a Harman:
«Esto ha tenido enormes implicaciones. Para que una economía capitalista funcione suavemente, la riqueza que se produce a través del sistema debe ser comprada. Las y los trabajadores y campesinos en todo el mundo no pueden comprar más que una porción de ésta, ya que sus estándares de vida se mantienen bajos para obtener beneficios. Esto significa que el resto deben usarlo los capitalistas, ya sea para su consumo personal, para gastos de estado que parezcan esenciales para ellos mismos (ejércitos, armas, etc.) o en inversiones que busquen futuros beneficios. Si la inversión baja por debajo del ahorro, una brecha se abre entre lo que se produce y lo que se compra. Algunas firmas no pueden vender toda su producción y despiden a las y los trabajadores para mantener el equilibrio en su contabilidad. Esto reduce todavía más lo que se puede comprar y se promueve una recesión. Esto aún no ha pasado en los últimos cinco años, ya que el préstamo para los consumidores norteamericanos ha provisto mercados extras y absorbió la producción de plusvalía».
Siguiendo esta línea de los críticos del capitalismo especulativo podemos leer lo que sostiene el economista John Brown. Su advertencia se dirige a señalar cómo se presenta el problema de modo tal que la solución sea la propuesta. Si lo que sucedió con esta última crisis es que algunos “chicos malos” se excedieron en el juego, que fueron víctimas de una codicia sin límites, todo se resuelve con el castigo a los culpables. Este analista intenta ir más allá, aunque sus conclusiones rocen cierto extremismo:
«El problema del capitalismo no es la transgresión de sus propias normas morales o jurídicas -transgresión que es perfectamente posible e incluso frecuente- sino el funcionamiento normal de un sistema basado en la expropiación y la explotación del trabajador individual y colectivo. La rapiña normal respetuosa de las leyes, del Estado de derecho y aun de los derechos humanos es un fenómeno mucho menos llamativo que los excesos de los sátrapas de la finanza, pero es infinitamente más grave. Por eso pretenden que desviemos la mirada de ella para atender a la prédica moral de todos aquellos que hasta anteayer contribuyeron a desdibujar los límites entre capitalismo legal y delincuencia organizada. Y es que la gravedad de la situación "normal" estriba en el hecho de que el capitalismo obligatorio, impuesto no por el mercado, sino por el Estado, impide a los presuntos "ciudadanos" de nuestras democracias decidir democráticamente qué y cuánto producen nuestras sociedades y cómo lo hacen. Tampoco, por mucho que Friedman y Hayek hablen del mercado como la más excelsa democracia -tan excelsa que fue compatible con el régimen del general Pinochet- puede el libre ciudadano de nuestros regímenes decidir qué consume, limitado como está a elegir dentro de la gigantesca y repetitiva oferta de unos mercados tan tóxicos como los activos financieros con qué se va a envenenar hoy o qué inútil artefacto comprará para sobrevivir a la soledad y el aburrimiento».

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