martes, 31 de agosto de 2010

¿Realidad o ficción? – Un alto en el camino

“Los personajes y hechos de esta historia son reales, cualquier parecido con historias o hechos de la Argentina es mera coincidencia”.

Una vez más, las reflexiones del Premio Nobel de Economía 2008 Paul Krugman nos empujan a revisar nuestra realidad. Tal pareciera que la globalización, con sus pretensiones homogeneizantes, hace presente la repetida frase de Marx, aquello de que la historia se repite, aunque ahora pareciera que cambia de escenarios. Para avanzar en esta reflexión medio histórica, rozando la ciencia ficción, por momentos pareciendo tremenda realidad, propongo seguir el texto que nos ofrece Krugman. Lo más impactante es el título de su nota que nos obliga a mirar hacia adentro de nuestra realidad: “Otra vez la derecha republicana al acecho”. Nosotros tenemos una derecha que no nos queda claro si es republicana, pero también tenemos unos republicanos que parecieran de derecha. Claro está que la utilización de estos conceptos (“derecha”, “república”) muta sus significados según la pista donde aterricen. Pero, a pesar de estas pequeñas dificultades, concentrémonos en el texto:
«La última vez que hubo un demócrata en la Casa Blanca, enfrentó una caza de brujas incesante de sus opositores políticos. Destacadas figuras en la derecha acusaron a Bill e Hillary Clinton de todo, desde contrabando de drogas hasta asesinato. Y apenas tomaron el control del Congreso, los republicanos sometieron a la administración Clinton a un acoso implacable, tomando en un momento 140 horas de declaración bajo juramento por acusaciones de que la Casa Blanca había hecho un mal uso de su lista de tarjetas de Navidad. Ahora vuelve a ocurrir, sólo que esta vez es aún peor». Uno tiene una sensación extraña, algo así como estar observando escenas parecidas, un déjà vu (en francés, 'ya visto') como dicen los psicólogos. Superemos la situación y sigamos.
«Cedamos la palabra a Rush Limbaugh: “El Imán Hussein Obama es probablemente el mejor presidente antiestadounidense que hemos tenido”, declaró hace poco. Para tener una idea de lo que implica que personas como Limbaugh hablen así, no olvidemos que es una figura sumamente popular en el Partido Republicano. No olvidemos, tampoco, que a menos que algo cambie en la dinámica política, los republicanos pronto controlarán por lo menos una Cámara del Congreso. Esto será muy, muy desagradable. Entonces, ¿de dónde viene esa furia? ¿Qué le hará a Estados Unidos?». A pesar de que uno intenta leer estas palabras con cierta distancia hay sensaciones nada fácil de evitar.
«Lo que aprendimos de los años Clinton es que un número significativo de estadounidenses sencillamente no considera legítimos a los gobiernos progresistas, ni siquiera de progresistas muy moderados. La elección de Obama habría enfadado a esas personas aunque él hubiera sido blanco. Por supuesto, el hecho de que no lo sea, y que tenga un nombre que suena extranjero, aumenta la furia… Wall Street se ha vuelto en contra de Obama con todo: el mes pasado Steve Schwarzman, el multimillonario presidente del Blackstone Group, el gigante privado de las acciones, comparó las propuestas tendientes a poner fin a las lagunas fiscales para los gerentes de fondos de inversión con la invasión nazi de Polonia». Suena como si se estuviera leyendo declaraciones de una tal Carrió, aunque no sólo de ella…
«Y fuerzas poderosas fomentan y aprovechan esta furia. El nuevo artículo de Jane Mayer en The New Yorker sobre los súper-ricos hermanos Koch y su guerra contra Obama generó una atención más que justificada, pero como señala la propia Mayer, sólo la escala de su iniciativa es nueva: multimillonarios como Richard Mellon Scaife libraron una guerra similar contra Bill Clinton. Mientras tanto, los medios de derecha están volviendo a pasar sus mayores éxitos. En los ’90, Limbaugh utilizaba indirectas para alimentar la mitología anti-Clinton, sobre todo la insinuación de que Hillary era cómplice en la muerte de Vince Foster. Ahora, como vemos, está haciendo todo lo posible por insinuar que Obama es musulmán». Está bien, pero no exageremos con las comparaciones, siempre ha habido una oposición que critica, y lo hace como puede…
Miremos la pregunta que se le ocurre hacer al premio Nobel: «Y en medio de todo esto, ¿dónde están los republicanos responsables, los dirigentes que salgan a decir que algunos simpatizantes están yendo demasiado lejos? No aparecen por ninguna parte. Entonces, ¿qué pasará si, como se supone, los republicanos ganan el control de la Cámara? Ya conocemos parte de la respuesta. Será una situación desagradable y peligrosa también». Los años ‘90 no fueron una maravilla para nosotros, aunque hubo algunos que juntaron el dinero como si cayera del cielo. Después del 2001 comenzó una etapa de superación de una crisis que nos colocó al borde del precipicio, no debemos olvidarlo. Sin embargo, como dice Krugman: «seguimos sufriendo las secuelas de la peor crisis económica desde los 30 y no podemos darnos el lujo de tener un Estado paralizado por una oposición sin ningún interés en ayudar al presidente a gobernar. Pero eso es lo que probablemente tengamos». Me viene a la memoria una frase de una vieja serie de televisión. “¿Qué no es posible?... Todo es posible en la dimensión desconocida”

domingo, 29 de agosto de 2010

La inmoralidad del capitalismo XVI

Todo este largo, y por momentos tedioso, recorrido, con las dificultades propias de internarnos en los vericuetos del capitalismo global, del manejo de las grandes compañías internacionales, en el entramado de relaciones entre inversores, funcionarios, políticos, técnicos auditores, etc., ha pretendido colocar en la superficie del espacio comunicacional una cantidad de información que no ha sido totalmente ocultada, puesto que salió a la luz con el juicio por quiebra, pero que no circula por los canales de los medios masivos de información. Este modo de informar dentro de la sociedad democrática formal demuestra que no es tan grave lo que distorsiona respecto de los datos, sino que es mucho más grave la cantidad de información que oculta. Una palabra de las últimas décadas, que ha adquirido un uso intensivo entre los analistas de medios, es invisibilización. Palabra que intenta decir que el fenómeno reproduce una especie de pases mágicos: las cosas que suceden están presente pero no se habla de ello, pueden ser mencionadas como de pasada, pero no se las aborda con un informe serio, exhaustivo, profundo que explique qué pasó, cuándo pasó y por qué pasó.
Una intensa neblina se expande por el campo informático tornando la realidad en figuras fantasmáticas, que pretenden convertirlas en “poco creíbles”. Este procedimiento, por el cual se muestra la realidad de modo de que no sea aceptada como real, se parece a esos canales de televisión que exhiben grandes producciones sobre la visita de seres extraterrestres viajando en fantasiosas naves. Se logra con ello que se puede creer un poco y se puede dudar otro poco: la verdad se diluye. Es decir la información se mueve dentro de un abanico que se extiende desde lo que se oculta totalmente, lo que se muestra sólo en parte, lo que se distorsiona a partir de datos reales, hasta lo que es totalmente falso. El consumidor de información, ese “ciudadano de a pie”, tiene que hacer esfuerzos no siempre a su alcance para formarse una opinión medianamente aceptable.
El resultado permanente de esos manejos informáticos empuja hacia la incredulidad, la pérdida de confianza, el escepticismo o, en una actitud de desesperanza, por lo que se abandona todo intento de saber qué pasa en el mundo. Podríamos decir, con cierto cinismo, que se ha logrado lo que se buscaba. Más aún, si no fuera aberrante y delictivo merecería el reconocimiento por la gran habilidad para el manejo de la opinión pública: tema exhaustivamente estudiado por los especialistas en análisis de medios. Se puede llegar al extremo de decir un disparate inaceptable que pase sin mayores comentarios. Por ejemplo Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa del gobierno de George W. Bush entre 2001-6, informaba que se desarrollaría una guerra sin víctimas. Nos dijo que: «la fuerza militar más poderosa del mundo puede atacar a un país desarmado y bombardearlo durante semanas sin que haya muertos, es más, sin que haya victimas». Esto es imposible pero sin embargo se dice y oficialmente se acepta.
No puede sorprendernos saber que se dice lo que no es cierto, se oculta lo que en realidad sucede, se informa aquello que es aceptable del modo más aséptico (neutralidad de la información). En resumen llegamos a saber sólo una parte de la verdad sin tener certezas de que sea cierto. Se comprenderá entonces por qué, en un tema tan importante para la vida de todos nosotros, la actividad económica, nos sea tan dificultoso acceder a esa verdad. En esta línea se inscriben esta serie de notas que, partiendo de la búsqueda de información veraz, disponible en los medios alternativos que publican en Internet, informes de investigadores de reconocida trayectoria, estudios e investigaciones de universidades de prestigio, han intentado acercar un panorama de un aspecto de la sociedad capitalista tratado siempre como una desviación de conductas, cuando en realidad es la trama más profunda del capitalismo salvaje internacional.

miércoles, 25 de agosto de 2010

La inmoralidad del capitalismo XV

El caso de Enron es paradigmático. Como casi todo el mundo supo, después de la escandalosa quiebra, los directivos de Enron creaban, una tras otra, subcompañías fuera de registro contable, a fin de ocultar sus gigantescos pasivos, inflando así fraudulentamente sus ingresos. «Esto fue posible porque Arthur Andersen, la mayor empresa de auditoría del país, les cubría en su actividad depredadora, sin duda motivada por el millón de dólares semanales que recibía de Enron en concepto de pago por servicios de consultoría». No puede asombrar el saber que en los últimos años, las Cinco Grandes empresas auditoras han hecho tres veces más dinero con sus actividades de asesoramiento que con sus servicios de auditoría. Estas maniobras bursátiles permitieron mostrar ganancias artificialmente infladas de Enron con lo cual mantuvieron al alza los precios de sus acciones, así la compañía en expansión y sus directivos hicieron negocios monumentales con la venta de sus acciones. «En el corto período que va de enero de 1999 a diciembre de 2001, diez de los principales accionistas de Enron se repartieron más de mil millones de dólares por la vía de deshacerse de las acciones de la compañía: entre ellos estaban el superejecutivo de Enron, Kenneth Lay, con 221,3 millones, y el Presidente de Enron, Jeffrey Skilling, con 70 millones. Como consecuencia de este artificio de la empresa los empleados y los accionistas de la compañía acabaron, huelga decirlo, pagando prácticamente el total del gigantesco coste del colapso».
La cotización en el mercado de Enron llegó a un punto máximo de 70 mil millones de dólares, para caer a partir de allí, por la quiebra, a prácticamente cero, por lo que todos los empleados de Enron perdieron los ahorros y las pensiones de jubilación que habían sido inducidos a poseer y a contratar en forma de acciones de Enron. Y además, claro, se quedaron en la calle. Lo que hace poco ha aparecido con mucha claridad es que todo este proceso no hubiera sido posible sin el concurso y ayuda de dos importantes instituciones bancarias, socios indispensables, Citigroup y J. P. Morgan Chase, los bancos número uno y dos del país, más la colaboración de Merril Lynch, en el nacimiento de las increiblemente fraudulentas cuentas de Enron.
Estos enormes conglomerados financieros crearon empresas falsas off-shore con la sola intención de actuar como socios fantasmas de Enron en el sector energético, a fin de ayudar a ocultar las crecientes deudas que la empresa tenía con esos mismos bancos. De este modo, las empresas ficticias hicieron préstamos bancarios a Enron –hasta un máximo de 8 mil millones de dólares a lo largo de seis años—, pero en los libros contables esos préstamos aparecían como pagos por compras. Quizá el ejemplo más asombroso de esta maniobra fue la compra por Merrill Lynch de tres centrales eléctricas sobre barcazas situadas en el mar de la costa de Nigeria en diciembre de 1999 por 12 millones de dólares. Esto permitió a Enron registrar 12 millones más de dólares de beneficios en su informe de fin de año. Merrill Lynch recibió de Enron, a cambio, 200 millones de dólares en honorarios y un 15% de interés por lo que en realidad era un préstamo que era liquidado en el plazo de seis meses.
«Con tales ardides, Enron reflejó lo que de hecho era pasivo como activo, declarando su deuda hasta un 40% más baja de lo que era y exagerando su flujo de metálico hasta en un 50%. Con eso logró aumentar el precio de sus acciones y su capacidad para solicitar préstamos. Citigroup y J.P. Chase, por su parte, acumularon otros 200 millones de dólares en honorarios por las molestias y –ya nada puede sorprender a estas alturas— aprendieron a cerrar tratos similares con unas veinte compañías energéticas más. No se quedó Citigroup de brazos cruzados, limitándose a aceptar perezosamente los costes de haber adelantado fondos a una compañía en camino de la bancarrota. En mayo de 2001, mientras Enron se sumía en el olvido –un hecho que Citigroup estaba en mejor posición que nadie para conocer—, el banco, simultáneamente, llevó a cabo una importante venta de bonos de Enron que tenía en cartera y redujo así su riesgo como acreedor de Enron. Por eso los fondos de pensiones de todo el país han demandado a Citigroup. Junto con J. P. Morgan Chase y Merrill Lynch, está siendo investigado por el congreso y por el fiscal general de Nueva York».

domingo, 22 de agosto de 2010

La inmoralidad del capitalismo XIV

Quizá el ejemplo más asombroso de esta maniobra fue la compra de tres centrales eléctricas sobre barcazas situadas en el mar de la costa de Nigeria por Merrill Lynch en diciembre de 1999 por 12 millones de dólares. Esto permitió a Enron registrar 12 millones más de dólares de beneficios en su informe de fin de año. Merrill Lynch recibió de Enron, a cambio, 200 millones de dólares en honorarios y un 15% de interés por lo que en realidad era un préstamo que era liquidado en el plazo de seis meses (cuando Merrill Lynch tenía que devolver las centrales eléctricas a la empresa asociada LJM2, manejada desde Enron).
«Con tales ardides, Enron reflejó lo que de hecho era pasivo como activo, declarando su deuda hasta un 40% más baja de lo que era y exagerando su flujo de metálico hasta en un 50%. Con eso logró aumentar el precio de sus acciones y su capacidad para solicitar préstamos. Citigroup y J.P. Chase, por su parte, acumularon 200 millones de dólares en honorarios por las molestias y –ya nada puede sorprender a estas alturas— aprendieron a cerrar tratos similares con unas veinte compañías energéticas más. No se quedó Citigroup de brazos cruzados, limitándose a aceptar perezosamente los costes de haber adelantado fondos a una compañía en camino de la bancarrota. En mayo de 2001, mientras Enron se sumía en el olvido –un hecho que Citigroup estaba en mejor posición que nadie para conocer—, el banco, simultáneamente, llevó a cabo una importante venta de bonos de Enron y redujo su riesgo como acreedor de Enron. Por eso los fondos de pensiones de todo el país han demandado a Citigroup. Junto con J.P. Morgan Chase y Merrill Lynch, está siendo investigado por el congreso y por el fiscal general de Nueva York». Podemos aprender otro caso de “creatividad contable”, que en un lenguaje sencillo de denomina estafa.
Las extraordinarias ganancias despertaron la codicia de otras empresas, por lo que lograron hacer escuela del delito contable. Mientras tanto cabría preguntarse: ¿Hacia dónde miraban la Justicia y los órganos de control de los EEUU? Recuérdese la liberación de las reglas y el relajamiento de los controles que habían empezado durante el gobierno de uno de los padres de estos monstruos: el presidente Ronald Reagan (1981-1989).
Algunas de las nuevas estrellas de la industria de las telecomunicaciones siguieron el camino recorrido por Enron –desde la extralimitación financiera a la bancarrota, pasando por la inflación fraudulenta de beneficios—, en una escala incluso gigantesca y con repercusiones incalculablemente mayores para la economía. Debido al cabal papel de pivote jugado por esas empresas en el corazón de la supuesta revolución tecnológica, sus maquinaciones contribuyeron descaradamente a inflar la burbuja del precio de las acciones durante sus últimos y más frenéticos años, y así, a la acumulación de sobrecapacidad industrial. «El resultado fue el desplome del mercado de valores, lo que sentó las bases para la subsiguiente recesión. La experiencia de las telecomunicaciones, quizás más que ningún otro grupo de empresas, es emblemática del auge y caída de esos dos hermanos siameses: la burbuja económica y la Nueva Economía. La aprobación de la Ley de Telecomunicaciones, que desregulaba el mercado de telecomunicaciones abriéndolo a todos los nuevos recién llegados, instituyó las bases sobre las que prosperó la histeria de las telecomunicaciones. Un buen número de recién llegados se lanzó de cabeza. Esperaban capitalizar lo que presumían iba a ser la interminable expansión de internet y, en virtud de lo que suponían iba a darles una gran superioridad tecnológica, arrebatar el mercado de valores a los colosos firmemente establecidos como Deutsche Telekom, NTT, AT&T y Verizon».
El impacto fue muy grande y nos permite comprender las privatizaciones de los noventa en nuestro país y sus consecuencias en plena “globalización”. «Expandiéndose por medio de fusiones y adquisiciones a la mayor velocidad posible, buscaron ganarse la aprobación del mercado de valores, deslumbrándolo con su crecimiento y su envergadura, aumentar el precio de sus acciones y, así, sentar las bases financieras necesarias para un crecimiento ulterior, de mayores proporciones aún. Las recién llegadas compañías de telecomunicaciones se apresuraron a tender decenas de millones de kilómetros de fibra óptica a lo largo de EE.UU. y bajo los océanos, recibiendo, al hacerlo, la indispensable asistencia de los bancos líderes en inversión de Wall Street y de sus complacientes “analistas de comunicaciones”».

miércoles, 18 de agosto de 2010

La inmoralidad del capitalismo XIII

Para pasar a un ejemplo altamente significativo analicemos el “Caso Enron”, una empresa multinacional que diversificaba sus negocios. En la Prov. De Buenos Aires compró en los noventa la empresa de agua bajo el nombre de Azurix. Enron fue una empresa de energía con sede en Houston, Texas, fundada en 1985 que empleaba cerca de 21.000 personas hacia mediados de 2001 (antes de su quiebra). Una serie de técnicas contables fraudulentas, apoyadas por su empresa auditora, la entonces prestigiosa consultora Arthur Andersen, permitieron a esta empresa estar considerada como la séptima empresa de los Estados Unidos, y se esperaba que siguiera siendo empresa dominante en sus áreas de negocio. En lugar de ello, se convirtió en ese entonces en el más grande fraude empresarial de la historia y en el arquetipo de fraude empresarial planificado. Veamos este caso de la mano del investigador Robert Brenner a quien vengo citando. «El caso de Enron es paradigmático. Como casi todo el mundo sabe ahora, los directivos de Enron creaban, una tras otra, subcompañías fuera de registro contable, a fin de ocultar sus gigantescos pasivos, inflando así fraudulentamente sus ingresos. Esto fue posible porque Arthur Andersen, tal vez la mayor auditoría del país, les cubría en su actividad depredadora, sin duda motivada por el millón de dólares semanales que recibía de Enron en concepto de pago por servicios de consultoría». A esto se lo denominó “creatividad contable”. Lo sorprendente es que esta maniobra delictiva se enseñó durante años en las universidades de los EEUU como una contabilidad de avanzada. Por supuesto ocultando el aspecto claramente delictivo.
¿Cómo arriesgaron su prestigio las consultoras de empresas más importantes del mundo? Brenner nos da una respuesta: «En los últimos años, las Cinco Grandes empresas auditoras han hecho tres veces más dinero con sus actividades de asesoramiento que con sus servicios de auditoría. Las ganancias artificialmente infladas de Enron mantuvieron al alza los precios de sus acciones, manteniendo a la compañía en expansión y llevando a sus directivos a hacer negocios monumentales con la venta de sus acciones» como ya hemos visto. ¿Cuál era la conducta de los directivos?: «En el corto período que va de enero de 1999 a diciembre de 2001, diez de los principales accionistas de Enron se repartieron más de mil millones de dólares por la vía de deshacerse de las acciones de la compañía: entre ellos estaban el superejecutivo de Enron, Kenneth Lay, con 221,3 millones, y el Presidente de Enron, Jeffrey Skilling, con 70, 7 millones. Los empleados y los accionistas de la compañía acabaron, huelga decirlo, pagando prácticamente el total del gigantesco coste del colapso».
Mientras los accionistas y directivos se llevaban cantidades enormes de dinero a sus bolsillos: «La capitalización de la compañía en el mercado cayó de un punto culminante de 70 mil millones de dólares a prácticamente cero, los empleados de Enron perdieron los ahorros y las pensiones de jubilación que habían sido inducidos a poseer y a contratar en forma de acciones de Enron. Y además, claro, se quedaron en la calle». Los directivos habían convencido a sus empleados que depositaran sus haberes para la jubilación en una especie de “AFJP” de la propia empresa que les ofrecía muy altos rendimientos. No termina allí la complicidad: «Lo que recientemente ha salido a la luz es el papel de socios indispensables jugado por Citigroup y J.P. Morgan Chase, los bancos número uno y dos del país, además de Merril Lynch, en el nacimiento de las indeciblemente fraudulentas cuentas de Enron. Estos enormes conglomerados financieros fletaron empresas off-shore con la sola intención de actuar como falsos socios de Enron en el sector energético, a fin de ayudar a ocultar las crecientes deudas que la empresa tenía con esos mismos bancos. De este modo, las falsas empresas hicieron préstamos bancarios a Enron –hasta un máximo de 8 mil millones de dólares a lo largo de seis años—, pero en los libros contables esos préstamos aparecían como pagos por compras».

domingo, 15 de agosto de 2010

La inmoralidad del capitalismo XII

El lector deberá saber disculpar el lenguaje un tanto técnico que se viene utilizando. Pero creo que es de tal importancia que el “hombre de a pie” (expresión tantas veces utilizada) pueda adentrarse y comprender los mecanismos siniestros de un sistema que goza todavía de una muy buena reputación. Esto es el resultado de un enorme aparato propagandístico a su servicio y de la corrupción de los comunicadores que ocultan toda esta información. Por ello, permítanme avanzar.
Las empresas multinacionales recibieron una ayuda financiera que rozaba la locura, fuera de toda prudencia, por parte de los mayores bancos de Wall Street con el solo propósito de acumular enormes honorarios al avalar la emisión de acciones, los bonos, las fusiones y las adquisiciones de otras empresas. Nos orienta Brenner: «Si las compañías usaban los servicios de inversión de los bancos, tendrían acceso a un número mayor de préstamos. Se aseguraron también una asistencia inestimable de los “analistas bursátiles” de los bancos, quienes anunciaban las expectativas de beneficios empresariales al público a fin de que éste invirtiera en la Bolsa y así subieran las acciones. Y nada se diga de los auditores manifiestamente “independientes”, quienes se convirtieron en los consejeros de inversión de las empresas mientras se suponía que inspeccionaban sus cuentas. No hay que pasar por alto el papel desempeñado por el gobierno de los EEUU a la hora de facilitar el camino para que florecieran estas empresas que practicaban la creatividad contable».
¿Cómo ayudo el gobierno en estas maniobras especulativas: «Esto empezó hacia 1980, cuando, con el explícito propósito de restaurar el poder y los beneficios de un sector financiero que había recibido un duro golpe con la inflación descontrolada y la baja demanda de créditos de los 70, el gobierno federal desmanteló sistemáticamente el sistema de regulación financiera que había sido instaurado bajo el New Deal , en la estela de la última gran burbuja y consiguiente bancarrota. Al derogar las regulaciones y las normas que habían sido diseñadas para prevenir precisamente el tipo de corrupción y conflicto de intereses que ahora ha hecho su reaparición, el gobierno obtuvo un éxito más allá de todo lo que podía haber soñado: hacia el 2000, los beneficios del sector financiero, medidos como porcentaje del total de beneficios empresariales, alcanzaron un máximo histórico del 20%». Debe subrayarse: la famosa libertad de mercados sirvió para dar rienda suelta a las peores intensiones que no se detienen en “detalles” tras la obtención de “buenos negocios”.
En la medida en que la realidad de los beneficios decrecientes se impuso gradualmente entre 2000 y 2001, las acciones se desplomaron, los inversores se pusieron en estado de alerta, y las acciones cayeron un poco más todavía. Para entonces, el efecto riqueza del mercado de valores se invirtió: la demanda empresarial de préstamo y la emisión de acciones se estaban agotando, la inversión en nuevas plantas y equipamiento estaba en declive, el desempleo estaba en alza, la economía languidecía en la recesión, y el colectivo de dirigentes de la América corporativa seguía sonriendo como si nada a la banca. Lo que puede sorprender, pero tiene su explicación, es que se violen todas las reglas de la sana economía y se espere que el sistema siga funcionando bien. Parapetados tras el dogma de la libertad de mercado los piratas se dedicaron a saquear, pues esto lo que saben hacer. Y el coro de los “analistas, “economistas mercenarios”, “comunicadores bien rentados” se dieron a la tarea no sólo de ocultar qué estaba pasando en realidad sino, lo que es peor, alabaron las grandezas de una economía que crecía como una pompa de jabón.

miércoles, 11 de agosto de 2010

La inmoralidad del capitalismo XI

Un tema que ha aparecido en estas notas, que los analistas ocultan por ignorancia o por corrupción intelectual, es el que señala que la rentabilidad del sistema capitalista de producción globalizado había comenzado a decrecer de modo alarmante. El crecimiento de la actividad financiera en el último cuarto de siglo pasado, y en especial la actividad altamente especulativa, fue un camino de recuperar utilidades que se evaporaban. Las causas de este problema son muy profundas y atañen a la estructura misma del sistema de mercado libre. Nuestro investigador Robert Brenner afirma: «Entre 1995 y 2000, justo al mismo tiempo que la muy alabada economía estadounidense alcanzaba su punto culminante, los beneficios empresariales en términos absolutos y la tasa de retornos sobre el stock de capital en la economía corporativo-empresarial no-financiera estaba cayendo en picada: tal y como muestran cifras revisadas recientemente, ¡entre un 15 y 20% respectivamente! En circunstancias normales, como consecuencia de este declive en beneficios y rentabilidad, las multinacionales se habrían encontrado con excedentes reducidos a su alcance, obteniendo fondos declinantes para acumulación de capital por cada dólar invertido. Por tal razón, habrían tenido un menor incentivo para invertir. El crecimiento de la inversión, por consiguiente, habría disminuido, y la expansión económica habría tenido que bajar el ritmo».
A pesar de todo este panorama que presagiaba una catástrofe Brenner pudo comprobar: «Con todo, sin embargo, y a pesar incluso de que los beneficios se hundían, los precios de las acciones alcanzaban cifras astronómicas. En 1995, para evitar el colapso de un sector japonés de manufacturación ya condenado a la recesión, los Estados Unidos se vieron obligados a pasar a una política de dólar alto. Una crisis japonesa no tendría por qué haber supuesto una profunda amenaza para la estabilidad de la economía mundial, pero, en vista de la voluminosa deuda contraída por acreedores japoneses con los EE.UU., podría haber aumentado las tasas de interés en EE.UU., precipitando un empeoramiento. Como causa y consecuencia de la subida del dólar, el dinero fluyó a manos llenas hacia los EEUU desde el resto del mundo, forzando a la baja de las tasas de interés a largo plazo y dando el primer paso hacia el aumento del precio de las acciones». Es un movimiento “natural” del capital que busca el máximo rendimiento de sus inversiones.
Esta inflación de los precios de las acciones no alteró la política financiera de la Reserva Federal: «Alan Greenspan continuó la fiesta al negarse a subir las tasas a corto plazo durante cuatro años y facilitar crédito en respuesta a toda crisis. Compañías no financieras explotaron el régimen de dinero fácil, tomando prestado masivamente para recomprar ingentes cantidades de sus propias acciones y logrando, así, hacer subir todavía más el precio de éstas en el mercado de valores. Como resultado del impetuoso ascenso del precio de sus acciones, las multinacionales eran capaces de evitar encarar la desagradable realidad de los retornos decrecientes. Tenían acceso a fondos con una facilidad sin precedentes, ya emitiendo acciones a precios ridículamente inflados, o tomando dinero prestado de bancos contra esas mismas acciones sobrevaloradas. A medida que el siglo se acercaba a su fin, el préstamo y la deuda empresarial, así como la emisión de acciones, alcanzaron de este modo cimas que no habían escalado antes. A medida que el mercado de valores se hinchaba superlativamente, los hogares más ricos veían también subir astronómicamente sus riquezas».
Tal vez se pueda ahora entender mejor como se iba incubando una crisis financiera que necesariamente debía estallar en algún momento. Dicho en dos palabras: el “efecto riqueza” de la subida del mercado de valores, que se manifestaba en un volumen inaudito de préstamos concedidos a las empresas y a los consumidores, no menos que un volumen sin precedentes de emisión acciones, permitió al mundo de los negocios mantener un potente boom en inversiones a lo largo de la mayor parte de los 90. Sobre la base de este repentino aumento, el crecimiento del Producto Nacional Bruto, del empleo, e incluso, finalmente, de los salarios, continuó hasta la mitad de 2000. Lo malo, claro está, es que los beneficios de rápido crecimiento son normalmente requeridos no sólo para financiar e incentivar una inversión crecida, sino también, tarde o temprano, para justificar y sostener precios de acciones en rápido crecimiento.
¿Cómo actuaron los centros de decisión de Wall Street?: «Enfrentados a esta obvia carencia de lo “fundamental”, los negocios sanos, los ejecutivos de las corporaciones empresariales sufrieron una creciente presión para mantener altos los precios de las acciones por cualquier medio a su alcance. Puesto que sus propios ingresos dependían del valor de sus opciones de acciones, la tentación de hacerlo resultó irresistible. En la medida en que la crisis de los beneficios se intensificaba, una tras otra, las grandes compañías –especialmente las dedicadas a tecnología, medios de comunicación y telecomunicaciones en la “Nueva Economía”— simplemente falsearon sus cuentas para exagerar las ganancias a corto plazo e inflar los valores accionariales de las empresas».

domingo, 8 de agosto de 2010

La inmoralidad del capitalismo X

Los problemas que se presentan en el interior de las grandes corporaciones encubren abusos de poder cuando no delitos graves: desde estafas al fisco hasta estafas a los accionistas. Parte de esos defectos de funcionamiento que se perciben en la poca transparencia de esas organizaciones el Dr. Robert A.G. Monks las señala con estas palabras: «Así, en Estados Unidos, la oposición a las astronómicas remuneraciones de los ejecutivos o el procedimiento ordinario de reapreciación de las opciones a la compra de acciones es casi desconocida, como también lo es la presión directa regular sobre un director gerente con una gobernabilidad desafortunada. Existe resentimiento, pero se reconoce con criterio realista que los accionistas carecen del poder para influir de alguna forma. En Estados Unidos, un director gerente con frecuencia pierde su empleo por un mal desempeño a corto plazo, pero esto se debe a presiones del mercado, no por la determinación de los accionistas. Todavía está por ver si los recientes escándalos corporativos darán por resultado cambios duraderos».
En los días en que los principales responsables del escándalo de la compañía norteamericana Enron empezaron a comparecer a juicio en Nueva York, hemos podido saber lo que las investigaciones de Robert Brenner fue publicando desde mediados de 2002, analizando en toda su amplitud este caso como síntoma revelador del conjunto de la vida económica de nuestros días. Los temores que nos ha mostrado el tratadista Monks se convierten en realidad cotidiana:
«El Secretario del Tesoro Paul O’Neill atribuyó el auge de los escándalos financieros a la inmoralidad de un “pequeño número” de malhechores. The Wall Street Journal dio una lista de veintisiete importantes compañías bajo sospecha, incluyendo nombres tan familiares y/o estrellas de la burbuja del mercado de valores como Adelphia, AOL Time Warner, Bristol Meyers, Dynegy, Enron, Global Crossing, Kmart, Lucent Technologies, Merck, Qwest, Reliant Services, Rite Aid, Tyco International, Universal, Vivendi, WorldCom y Xerox. Desde que los dos más importantes bancos de los EE.UU., Citigroup y J.P. Morgan Chase (así como Merrill Lynch) están también siendo investigados por conducta delictiva, uno se ve obligado a preguntarse qué es lo que el Secretario O’Neill consideraría un pequeño número». Todavía más, ya que las prácticas rapaces de estas firmas, sean técnicamente ilegales o no, son inherentes a la manera como se gestiona en todas esas empresas, que son sólo una muestra de la larga lista que se podría nombrar.
«Los escándalos dan testimonio no sólo del sorprendente nivel de corrupción individual característico del capitalismo americano “de amiguitos”, sino también de los problemas sistemáticos en la economía real. Precisamente porque refleja no solamente la alevosa malicia preconcebida de los dirigentes empresariales, sino el pobre estado de salud de las empresas mismas, la epidemia de fraudes ha dejado gravemente tocada a la confianza de los inversores y al mercado mismo de valores». Este es uno de los temores del tratadista citado, ya que la pérdida de confianza de los inversores haría temblar las bases mismas del sistema.
«Los fraudes contables de las empresas son el resultado directo de un boom profundamente defectuoso entre los años 1995 y 2000, en gran parte provocado por una subida del precio de las acciones –y no al revés—. Su razón de ser fue simple: ocultar la realidad de unos beneficios empresariales cada vez más desesperadamente mediocres. Al ofrecer una apariencia de ingresos en aumento continuo, los libros de contabilidad amañados permitieron que los precios de las acciones siguieran subiendo. Esto permitió a las empresas ganar dinero y aumentar la inversión en ausencia de beneficios, y a sus ejecutivos de alto nivel, amasar fabulosas fortunas a través de opciones sobre acciones mientras sus empresas se abocaban a la bancarrota y su sobrecapacidad se agravaba peligrosamente. La histórica burbuja del precio de las acciones siguió, pues, hinchándose, dando lugar a un boom de inversión fraudulenta y propiciando que las subsiguientes quiebras y recesiones fueran mucho más graves».

miércoles, 4 de agosto de 2010

La inmoralidad del capitalismo IX

El funcionamiento de la Justicia en los EEUU muestra diversos aspectos que hablan de una institución enorme, compleja, en la que se puede encontrar desde prestigiosos juristas que investigan, escriben, publican importantes tratados sobre los temas que venimos analizando. El funcionamiento de las grandes corporaciones económicas, industriales, financieras, gigantescas organizaciones internacionales que le han presentado a las leyes de ese país un abanico de casos y problemas que han estudiado muy detalladamente. ¿Esto garantiza la eliminación del delito? No lo creo, puesto que tienen que lidiar con estudios jurídicos que se han convertido también en grandes empresas con contactos fluidos en todos los estamentos de gobierno, y ello les otorga una capacidad de maniobras de todo tipo, legales y no tanto.
Uno de esos tratadistas que han estudiado las corporaciones por dentro y se ha convertido en un crítico implacable respecto a sus conductas y maniobras es el Dr. Robert A.G. Monks , quien recoge y difunde información y opiniones sobre la gobernabilidad en las corporaciones. Uno de los temas en el que se ha centrado en sus investigaciones es en la distribución del poder dentro de ellas, cómo funciona y cómo se toman las decisiones. «Los gobiernos deben insistir en que la presencia eficaz de los accionistas en todas las compañías redunda en el interés nacional y que la norma en el país es contribuir a la participación efectiva de los accionistas en la gobernabilidad de las corporaciones de propiedad pública. Durante cerca de 80 años, en Estados Unidos, abogados y juristas, en particular el ex magistrado de la Corte Suprema Louis D. Brandeis, han expresado su inquietud por la creciente brecha que separa a los accionistas de la administración de las corporaciones y el consiguiente abuso de poder en las corporaciones. La misma inquietud fue expresada por Adolph Berle y Gardiner Means en 1932 en su obra The Modern Corporation and Private Property».
Una pequeña aclaración: el tema radica en la propiedad de las acciones de una compañía que puede estar dispersa en diversas manos por lo cual se atomiza el poder de decisión en las asambleas. Gran parte de los pequeños accionistas son personas que ahorran dinero y lo invierten en acciones de grandes empresas para asegurarse una jubilación extra. Si a comienzos del siglo XX se decía que había que tener el 51% del paquete accionario para controlar una empresa, la dispersión en muchas manos hace que con un porcentaje mucho menor también se logre hoy ese control. Por otra parte esa masa de accionistas no participa de las asambleas puesto que sólo les preocupa el pago de los dividendos como renta.
El jurisconsulto James Willard Hurst resumió en 1970 los temores y conjeturas sobre todos estos temas: «La vigilancia por parte de los accionistas es el principal factor interno del que se ha dependido tradicionalmente para dar legitimidad al poder corporativo. La permanente buena voluntad de nuestros ciudadanos de permitir a directivos corporativos, escogidos en privado, a tomar decisiones que afectan la producción, el empleo y la calidad de vida, depende de la rendición de cuentas de estos directivos ante los propietarios de la corporación. A nuestro juicio, la erosión práctica del poder de voto de los accionistas socava la estructura misma de la empresa privada, que es la base de nuestra vida política y economía nacional».
Los accionistas han cedido involuntariamente, de hecho, en gran parte inconscientemente, sus atribuciones a la dirección de las corporaciones. Esta tendencia ha dejado un vacío de propiedad en el meollo del capitalismo accionario. De aquí el consiguiente abuso de poderes en las corporaciones de parte de los altos ejecutivos que no encuentra ningún tipo de control ni limitación dentro de la organización.
«La esencia de todo sistema de gobernabilidad radica en que aquellos a quienes se confían los mayores poderes deben rendir cuentas a quienes sirven; de otro modo, se impone el interés propio en mayor o menor grado. El capitalismo accionario estadounidense es un ejemplo de esta distorsión. La rendición de cuentas que existe es generalmente limitada y se hace con retraso. La dirección no rinde cuentas de su gobernabilidad realmente a los accionistas individuales ni a las compañías inversionistas y a los gestores de fondos, que son los agentes intermediarios de los accionistas. Ni tampoco estos intermediarios rinden cuentas, a su vez, a los accionistas últimos, es decir, a los miembros del fondo de pensiones y los tenedores de pólizas de seguros. Por tanto existe un doble déficit de rendición de cuentas, que inevitablemente se debe a unos propietarios ausentes y pasivos. Este es el fallo fundamental del capitalismo accionario y se debe solucionar de manera eficaz para poder poner remedio a todos los demás puntos débiles»

domingo, 1 de agosto de 2010

La inmoralidad del capitalismo VIII

Habían quedado planteadas las dudas que generaron ciertas investigaciones, sin embargo eso no impide saber que en algunos casos delitos de mediana dimensión fueron esclarecidos y han recibido su condena. Gerardo Reyes publicó en El Nuevo Herald , el 26-4-2006, su investigación sobre una entidad bancaria BankAtlantic , una de las instituciones financieras más grandes del sur de la Florida, que acordó pagar U$S 10 millones al gobierno de Estados Unidos por fallas en su sistema de detección de operaciones de lavado de dinero presuntamente producto del narcotráfico, informó desde Washington el Departamento de Justicia.
«Los controles internos poco efectivos, pruebas independientes ineficaces, correctivos improductivos... llevaron a un fracaso por parte del BankAtlantic en el reporte oportuno de transacciones sospechosas y en prevenir adecuadamente el uso del banco para el lavado de dinero», afirma la declaración de un acuerdo judicial firmado por representantes del banco y funcionarios de la división de confiscaciones y lavado de dinero del Departamento de Justicia». Informa Reyes: «En un documento de información criminal radicado en la corte Federal de Fort Lauderdale, la fiscalía acusó al banco de un cargo por no mantener un programa contra el lavado. El banco se acogió a un acuerdo judicial de postergación de un encausamiento».
El presidente del banco, Alan B. Levan, reconoció que hubo deficiencias en el cumplimiento de la ley para prevenir el lavado. «Desde entonces [cuando fueron notificados de la acción] hemos trabajado incansablemente para asegurar que estamos cumpliendo la ley y otras regulaciones... estamos contentos de que hemos dejado este tema en el pasado», en una declaración publicada por el banco en su sitio en internet. El acuerdo judicial que acepta el reconocimiento por parte del banco de sus incumplimientos «no identifica los nombres de los cuentahabientes involucrados ni de los beneficiarios finales de las operaciones de lavado, pero sí describe la forma en que una de las sucursales del banco fue usada para depositar los dividendos producto presuntamente de la venta de drogas».
Según la declaración realizada, oficiales encubiertos de la Agencia de Lucha contra las Drogas (DEA) recibían dinero en efectivo, entre $150,000 y $500,000, de recaudadores callejeros que trabajaban para narcotraficantes. En espera de las instrucciones de los expertos en lavado de la organización criminal, la DEA depositaba el dinero en una cuenta encubierta de un banco. No queda claro si la cuenta encubierta estaba en conocimiento de la DEA o si era una maniobra de los oficiales de esa institución. «Al recibirse las instrucciones, los agentes se percataron de que más de $7 millones debían ser depositados en varias cuentas del BankAtlantic manejadas por el gerente de una sucursal. El gerente no fue identificado. A pesar de que las cuentas donde fue depositado ese dinero mostraban varias señales obvias, ''que debían poner en alerta a BankAtlantic de un creciente riesgo de lavado'', el banco no identificó ni reportó las actividades sospechosas, afirma el sumario».
Entre las actividades sospechosas, los investigadores señalaron «el flujo de transferencias cablegráficas de numerosas cuentas en Estados Unidos e internacionales, cuyos fondos eran enviados luego, en cheques o en forma cablegráfica desde estas cuentas, a individuos y empresas generalmente dedicados el negocio de exportación en Colombia, y no relacionados en nada con los remitentes. El movimiento de una de las cuentas sospechosas fue analizado durante cuatro años y arrojó actividades que definitivamente debían encender las alarmas antilavado del banco, según el gobierno». Según el documento, el gerente de la sucursal del banco tenía estrecha amistad con las personas relacionadas con las cuentas sospechosas. Entonces, el conocimiento de esa amistad ¿no permitió avanzar en la investigación? El periodista deja abierta la interrogación con señales claras de que el arreglo judicial impidió profundizar las conexiones y todos los implicados en el caso.
Es sólo un ejemplo de los límites que han tenido este tipo de investigaciones, lo cual permite sospechar de la responsabilidad de autoridades de mayor rango que no aparecen inculpadas.