domingo, 28 de noviembre de 2010

La mejor forma de robar un banco es ser dueño de uno I

Inicio acá una serie de notas sobre el problema financiero que es hoy el eje de la crisis que venimos padeciendo desde su último estallido. Tomo prestado el título del libro de William K. Black que comentaré más adelante. La referencia obligada entre los analistas más serios es la comparación con su antecesora la de 1929 en la bolsa de Wall Street. Voy a hacer una breve historia de esta catástrofe del sistema capitalista porque ofrece muchas aristas para comprender lo que estamos observando a partir del 2007.
Terminada la Primera Guerra mundial (que no fue tan mundial como la de 1939-45), los gobiernos de los diferentes países del mundo, tenían esperanzas en recuperar la prosperidad económica que habían disfrutado hasta 1914. Todo parecía indicar que eso era posible ya que esas expectativas se estaban cumpliendo. Pero en 1920 comienza una crisis que hizo caer precios y expectativas. Tanto los países que habían participado de la guerra, como los que habían permanecido neutrales, ensayaron propuestas para volver a tener una economía sólida basada en una moneda estable. Sin embargo no fue fácil conseguirlo. Europa no respondía a las expectativas y las monedas comenzaron a sentir las repercusiones del caos de Alemania. Las empresas, entonces, debieron recurrir a los préstamos extranjeros para poder sobrevivir, circunstancia que colocó a esos países, en los años siguientes, en una gran dependencia de los créditos externos.
Pocos años después, a partir de 1924, la crisis mostró síntomas de recuperación y comenzó una nueva etapa de prosperidad que reanudaba el crecimiento económico. Pero no todo funcionaba bien, algunos precios de materias primas y alimentos básicos volvieron nuevamente a bajar, y el desempleo se mantuvo alto. Estos desequilibrios llevarían a una nueva crisis, pero esta vez, más profunda.
Por su parte los Estados Unidos y su modelo de vida mostraban todo su esplendor, ya que habían sido los beneficiarios en modo superlativo del conflicto bélico, convirtiéndolo en el principal proveedor de materias primas y productos alimenticios e industriales. También era el principal acreedor del mundo, y su influencia en Europa era fundamental. La guerra le había permitido también un importante crecimiento industrial que se calcula en un 15%, siendo los sectores más favorecidos aquellos relacionados con la industria bélica. La agricultura también se había beneficiado y las necesidades europeas de comerciar, convirtieron a la flota americana en la segunda marina mercante del mundo. La prosperidad y el crecimiento que se inició en los primeros años de la década de 1920, fueron mucho más profundos y estables en este país. Como consecuencia se consolidaron sectores industriales nuevos como la industria eléctrica, la química y la petroquímica, la aeronáutica, la automotriz, el cine y la radiofonía.
Todo este desarrollo industrial sin precedentes, se expresó en la renovación del sistema energético, sobre todo a partir del incremento del consumo de petróleo y electricidad. La industria alcanzó niveles de eficiencia al incorporar técnicas nuevas de producción: el Taylorismo y el Fordismo, como modos de organizar el trabajo al introducir la producción en serie. También se desarrollaron nuevas actividades relacionadas indirectamente con las nuevas industrias, como la construcción de carreteras, de aeropuertos, de viviendas de fin de semana, etc. Todo este proceso de alta competencia industrial, que había llegado a niveles muy altos, aumentó la concentración empresarial, dando lugar a la formación de trusts. Se comienza una nueva etapa que daría lugar a las altas concentraciones de capital que dan base al mundo de las multinacionales.
Por todo ello la prosperidad indefinida y el optimismo se extendían por todas partes. Dice un analista de la época: «Eran los años dorados del consumismo y de la exaltación nacionalista. Se creía alcanzada la meta de ser una sociedad opulenta. El clima de confianza se tradujo en la compra de acciones de las empresas industriales por parte de un gran número de la población, siendo la Bolsa de Nueva York el centro de la economía mundial, a dónde llegaban capitales de todos los puntos del planeta. A pesar de esto, como la economía mundial estaba en desequilibrio con respecto a los Estados Unidos, no se pudo generar una demanda suficiente que pudiese sustentar la expansión industrial. Esto dio lugar a que ya en 1925, se comenzase a acumular stock de diversos productos, dando lugar a la caída de los precios, al desempleo y a la pérdida de la capacidad adquisitiva de la población. Hacia fines de la década, la compra de acciones de manera desenfrenada creció en un 90%. La especulación financiera hacía ganar dinero rápidamente, siendo el valor de las acciones ficticios, ya que estaban por encima de su valor real. La gente sacaba créditos en los bancos y ponía ese mismo dinero en la bolsa, a un interés más alto de lo que pagaba».

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