miércoles, 28 de diciembre de 2011

La verdad en los medios concentrados

La “verdad científica” se incorporó a la vida cotidiana, no como tal, sino en los modos de algunos términos que adquirieron carta de ciudadanía en nuestro lenguaje cotidiano: “hablar objetivamente”, por decir algo que se parezca un poco a la objetividad de lo comunicado; “hablar con precisión”, cuando se puede comprender, a poco que nos detengamos en ello, que lo máximo que se puede lograr es una aproximación con palabras cargadas de sentidos ambiguos; “describir con exactitud” cuando en la mayor parte de los casos eso es imposible. Claro está que quien lo solicita no es consciente de lo que está demandando y que, en realidad, pretende que lo que se le diga sea lo menos disparatado posible.
Pero se agrega a ello que después de un siglo cargado de descubrimientos científicos y avances tecnológicos, el XIX, nos encontramos con las dos Grandes Guerras que desmoronaron el prestigio de la cultura europea, madre del modo de pensar de una gran parte del mundo, proceso que arrastró todos los valores en los que habíamos sido educados. Poco quedó para creer. Allí ubico el comienzo de esa caracterización de la conciencia de la segunda mitad del siglo XX: relativismo, escepticismo, cinismo, que adquirió un nombre académico que la vistió con mejor ropaje: la posmodernidad. Sin embargo, parece que en el mundo de las comunicaciones se dio un proceso inverso. Si desde el siglo anterior los medios eran la expresión de un grupo determinado, político, filosófico, artístico, la última mitad, la de la posguerra, inauguró la modalidad de la información profesional, que ya hemos analizado, y se vistió de “objetividad periodística”.
La última década del XX empezó a develar lo que se escondía detrás de tal pretensión, analizado en notas anteriores. Por tal razón, recurrí a la cita de Stanley J. Grenz, que actualiza la pregunta de Pilato: ¿qué es la verdad? Ésta adquiere en este siglo XXI una virulencia, tal vez, demasiado fuerte para que el “ciudadano de a pie” se haga cargo de ella. Es demasiado pesada para la conciencia de ese hombre que vive corriendo sin saber de qué se está escapando, que prefiera “entretenerse” con liviandades, porque “la realidad es demasiado negra” para querer saber cómo es y qué está pasando. En esa condición de “hombre saturado”, prefiere no hacerse cargo de preguntas duras y pesadas. Si haber llegado a esa condición fue también resultado del modo de comunicar la información, los medios viraron inmediatamente hacia la mezcla de información con entretenimiento, el “infoentretenimiento”, del que ya algo quedó dicho.
Se ha producido un efecto de retroalimentación entre los medios y los consumidores. Los medios fueron acondicionando la conciencia de un público masificado, y ese público demandó productos de fácil digestión. La nueva modalidad encuentra allí su justificación. Y, ante ese público “educado” en la modalidad del “infoentretenimiento”, se argumenta, hipócritamente, que el consumidor tiene la “potestad” y la “libertad” de elegir el medio por el que se quiere informar, al ocultar la mediocre monocromía de la oferta.
Tal vez, nuestra cultura haya adquirido una especie de antivirus, por lo que los propósitos de los grandes medios concentrados solo han llegado atenuadamente entre nosotros. Pero, para mirarnos en un espejo que nos devuelve la imagen de un futuro posible, de no tomar conciencia de todo esto y defendernos de esos ataques mediáticos, el público estadounidense es un ejemplo claro para estudiar. Repito algo ya dicho en varias oportunidades: Homero Simpson es el ciudadano medio del Norte.
Podemos ahora desarmar esa especie de cóctel que terminó siendo la conciencia del consumidor mediático, un poco de escepticismo que se traduce por “todo es lo mismo”; una buena dosis de cinismo que se presenta en un “qué me importa”; otro tanto de relativismo, que reduce todo a un sin-valor parejo y se expresa en un “me da igual”. No debe ser tomado esto como una descripción amarga. Es una aproximación investigativa sobre cómo se ha dado en el mundo globalizado la relación medios-consumidor y, al mismo tiempo, una advertencia de lo que se propone el poder internacional concentrado.

domingo, 25 de diciembre de 2011

El tema de la verdad

Tomando en cuenta todo lo que hemos venido analizando, aceptando que la información es siempre un recorte respecto de la totalidad, casi infinita, de los datos que ofrece la realidad; que ese recorte sacrifica una parte mucho mayor que no se informa; que el criterio con que se elige y se desecha es, en alguna medida arbitrario, se impone una pregunta: entonces, ¿la información verdadera no es posible?; ¿cuánto de ella queda mostrada? En los tiempos que corren, en los que el relativismo, el escepticismo, el cinismo, han ganado una parte de la conciencia colectiva, cuantificarlo es imposible. Parece que utilizar el concepto “verdad” contiene una pretensión un tanto exagerada y soberbia, puesto que deberíamos también preguntarnos quién y cómo es el portador de ella.
La dificultad radica, según mi criterio, en el modo binario de presentar el problema: es “verdadero” o es “falso”. Es decir, se tiene toda la verdad o no se la tiene. De este modo de pensar es probable que hayamos desembocado en este tiempo cargado de incertidumbres que nos abisma en esa descripción propuesta antes: el relativismo, el escepticismo, el cinismo. Ello, sin que la mayor parte de las personas tenga conciencia clara de que así se está dando nuestra relación con el mundo que nos rodea. Es más, esa mayoría o gran parte de ella rechazaría de plano tal caracterización. A pesar de ello, seguiré insistiendo en que mis análisis me llevan a afirmarlo.
Vamos a escaparnos por una rama que nos alejará del tema, pero creo que nos lo iluminará. Intentemos abordar el problema desde otro ángulo. La primera pregunta y base de todo este planteo es ¿qué es la verdad? Si nos internamos en la historia del pensamiento, descubriremos que la pregunta es tan vieja, que se remonta a los orígenes de la filosofía, por lo menos a más de dos milenios. De esa historia, podemos rescatar un momento que me servirá como excusa para seguir ahondando en la investigación. Recurro a un especialista en estudios evangélicos para colocar un punto de partida que nos remita a este hoy. Stanley J. Grenz, profesor de Teología en Carey Theological College, Vancouver, que, partiendo de esa pregunta, dice:
«“¿Qué es la verdad?", preguntó Pilato como respuesta a la afirmación de Jesús de que había venido al mundo a “testificar la verdad”. Muchas personas, especialmente los que se educaron antes del decenio de 1970, podrían descartar las nostálgicas palabras de Pilato como anticuadas maquinaciones de un escéptico premoderno. Una respuesta diferente recibiría hoy, sin duda, el gobernador romano ante los avances científicos modernos que han contribuido al descubrimiento de “muchas verdades” acerca del mundo, que se desconocían en el primer siglo. No obstante, en el momento que la comprensión científica de “la verdad” parece haber alcanzado indiscutible soberanía, la inquietante pregunta de Pilato —“¿qué es la verdad?”— ha resurgido con más fuerza».
La reflexión me parece pertinente, porque nos remite a confrontar con modos diversos de plantearse la pregunta. La respuesta “científica” ha adquirido una legitimidad aceptada en la cultura moderna que, en su terreno, no admite competencia. La refutación posible de esa verdad por verificaciones posteriores no deteriora esa legitimidad; por el contrario; la refuerza. Ahora bien, el tipo de verdad que se presenta con esa legitimidad paga un precio muy grande, inadvertido por muchísimas personas que lo aceptan. Ese precio es la negación del recorte que opera sobre la totalidad de la realidad reduciéndola a aquella parte que sea factible de cuantificar, puesto que es esto una imposición metodológica insoslayable para pretender el carácter de tal.
Lo que quedó oculto durante siglos es que esa porción de la realidad material presenta ciertas características que corresponden a lo investigado, fundamentalmente, por la física y la química. Apartándose de esos territorios científicos, la certeza de las verdades enunciadas no logra el mismo grado de legitimidad.
Ese otro territorio fue propiedad de las humanidades y de las ciencias sociales más recientemente. Es precisamente aquí donde debemos colocar la verdad de la información. Por lo tanto, fue necesario abrir el “problema de la verdad” para poder avanzar en la búsqueda que nos hemos propuesto. Dejamos señalado que, cuando hablábamos de “objetividad” periodística, esta se parapetaba detrás del modo científico de investigar, vedado para la información de temas sobre el hombre. En la próxima nota, me extenderé sobre esto.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La realidad y la versión periodística

Espero que los análisis realizados hasta ahora hayan arrojado una luz suficiente sobre un tema altamente complejo. Sin embargo, creo que todavía persisten algunas oscuridades. Después de este avance de la conciencia colectiva, el periodismo ha comenzado a adaptarse al nuevo escenario y, como consecuencia de ello, la palabra “objetividad” no aparece con tanta frecuencia, ha sido reducida al ámbito de lo que se ha dado en llamar “la crónica de los hechos”.
Crónica es el tipo de texto que debería utilizar un periodista para trasmitir lo que ha sucedido, ubicándolo dentro de un desarrollo ordenado de los hechos, respetando el tiempo y el espacio adecuado sobre lo que se está narrando. Se supone que ha dejado de lado las conjeturas o análisis y sus opiniones al respecto. Esto podría entenderse como información.
Una mirada atenta a lo que se nos ofrece como crónica nos permite detectar que se está encubriendo todo lo que se niega bajo la apariencia inocente de la crónica, aun aceptando la hipótesis de que el cronista crea que está prescindiendo de todo sesgo en la información. La palabra “crónica” tuvo un uso especial en la antigüedad, para referirse a los relatos que respetaban el orden temporal de los hechos, a pesar de que en ellas no faltaban las exageraciones y las fantasías. Parece que nuestros periodistas quedaron impresionados por la posibilidad que esto brindaba. Debe señalarse en este sentido, como para descargar del cronista parte de las culpas, que sus jefes piensan más en vender que en informar. De allí la importancia de la “primicia”, como si esto le otorgara mayor valor a la información, cuando sólo es la demostración de la competencia en el mercado entre empresas preocupadas por facturar.
La falsa importancia de la “primicia” ha empujado al cronista a informar sin revisar la fuente de sus datos ni contraponerlas con otras fuentes. De este modo, se ha perdido confiabilidad en la veracidad de lo que se informa. El ritmo de la información por la “necesidad” de ser el primero, agregado al vértigo de la cascada de datos trasmitidos, han acostumbrado al consumidor, en muchos casos —aunque cada vez son menos— a no dar importancia a la “verdad de lo informado”, y a aceptar que lo que hoy es “urgente e importante”, horas después ha desaparecido del escenario sin la menor explicación, tapado por lo próximo “urgente e importante”. La evanescencia de las cosas significativas ha banalizado de tal modo el valor de la información que ésta va cayendo en un lento descrédito. Esto no ha provocado todavía la crítica y el rechazo público, pero alguna forma de incredulidad se va posesionando de la conciencia pública.
Por la complejidad de la realidad actual, todo este juego se torna intrincado y de difícil acceso. La impronta mercantil de las empresas de información subordina el relato sobre los hechos a la necesidad de ser el que los muestra del modo más impactante posible. Tanto la prensa escrita como la radio y la televisión recurren a artilugios que atraigan la mirada del consumidor hacia aquello que impresiona en el momento, aunque poco después quede desvirtuado por otros datos que desmientan lo que se ha dicho. Tiene poca importancia ese resultado, porque se parte de la convicción de que ese público seguirá consumiendo lo que se ha convertido de información en entretenimiento. El mundo estadounidense ha creado una palabra para denominar a esta actividad: infoentertainment, ya aparecida en el léxico de los analistas en su traducción castellana, “infoentretenimiento”.
Como señala el profesor Javier del Rey, doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.: «El entretenimiento como recurso mediático está caracterizado por una progresiva banalidad, cada vez más caótica en contenidos y formas, no se promueven los contenidos informativos sino la apariencia informativa, buscando sólo una recreación de la realidad, con un fin espectacular y lucrativo, ajeno al interés general. Asimismo, el afán de entretenimiento y de captación de audiencia de ciertos periodistas estrella puede provocar el abuso de fuentes anónimas (o insuficientemente identificadas) con informaciones basadas a veces en documentos inventados; en vez de verificar y contrastar y, por el contrario, fiarse de fuentes parciales, insuficientes o meramente manipuladoras».

domingo, 18 de diciembre de 2011

El complejo mundo de la información

Por lo ya expuesto, debemos entender la necesidad de plantearnos, como consumidores de información, una selección sobre la oferta informativa, atendiendo a los criterios, ideologías, tendencias políticas, intereses que representan, y decidir por qué medios nos informaremos. Para que ello sea posible, corresponde imponer una exigencia a esos medios: que definan quién está informando, cuál es su línea de pensamiento y, respecto al medio en el que trabaja, a qué intereses está ligado, etc.
Hoy todo ese tipo de definición se oculta tras la ya analizada “objetividad”. Por tal razón, como esta tarea recae sobre nosotros, en nuestra condición de consumidores de la información, debemos asumir el averiguarlo y definir si coincidimos con ese modo de investigar e informar o no y, a partir de allí, tomar una decisión. Ha quedado atrás aquel periodismo, que apareció en nuestro país hace ya mucho tiempo, que se definía como un periodismo de opinión. Se sabía que la información correspondía al partido tal, a la iglesia X, al grupo de opinión Z, etc. O que quien escribía era de ideas claramente definidas y que no se ocultaban.
La aparición del “periodismo profesional” dio la sensación, porque así se transmitió, de que hacía su tarea sin responder a ningún interés previo, de allí la defensa de la “objetividad”. Ese “periodismo profesional”, que impone el estilo estadounidense, fue la consecuencia de la mercantilización de la práctica informativa, de la aparición de “organizaciones para la producción y distribución de la información” como señala Gerbner, es decir, de haber transformado un servicio a la comunidad en un negocio a cargo de empresas que introdujeron en la actividad criterios comerciales como función fundamental.
Por tal razón, por lo que hemos estado analizando, debemos hacernos cargo de un tema crucial de la sociedad actual, denominada no casualmente la “sociedad de la información”. Aunque esta denominación es mucho más abarcadora, incluye todos los modos del fenómeno de la comunicación de masas. Este fenómeno, que lleva más de un siglo de existencia, pero que adquirió una presencia determinante en las últimas décadas, debe ser estudiado y analizado detenidamente por las importantes implicancias que tiene en estos tiempos como obstáculo para la consolidación de un cuerpo comunitario sano y sólido en el nivel nacional.
Su importancia no debe ser minimizada, dado que ha logrado un grado de fascinación tan extremo, en el seno de la sociedad de masas, que no es sencillo poder despegarse de él para adquirir la distancia necesaria en su estudio. Por la misma razón, no es fácil hacerse escuchar respecto de las críticas imprescindibles contra la utilización que se hace de ellos. Se ha logrado un efecto perverso que es necesario denunciar, aun a riesgo de ser tildado de antidemocrático, puesto que toda crítica que aparece sobre ellos es denostada como un intento de atacar la libertad de informar. El recurso tan utilizado es la defensa de la libertad de prensa, que encubre la libertad de empresas. A este argumento recurren las empresas de comunicación cuyos intereses desbordan, en demasía, lo meramente periodístico. Lo que se puede observar es que muchos comunicadores asumen la defensa de esa modalidad comercial: algunos por ingenuidad o ignorancia; otros, por haber sido formados dentro del criterio de que la información es un negocio como tantos otros y que debe practicarse como tal; otros, mercenariamente por las muy buenas remuneraciones que reciben.
Como resultado de lo expuesto cabe hacernos la pregunta ¿qué comunican los medios de comunicación? Y la respuesta que nos demos definirá una posición adoptada ante este problema. Contamos hoy con una ventaja. Desde no hace mucho tiempo, pero cada vez con mayor intensidad, este tema se ha convertido en un problema a debatir por una gran cantidad de personas, ha ido invadiendo los hogares, el ámbito educativo, las diversas conversaciones cotidianas. Lo que no hace tanto tiempo era sólo un debate áulico hoy ha “ganado la calle”. La cotidiana frecuentación de un diario, del noticiero en la televisión o de la radio, en la búsqueda de ese pan diario de la información, para saber qué está pasando, me parece que está dejando de ser una actividad ingenua. Aquello tan viejo de “lo dijo la radio” actualizado hoy por “lo dijo la televisión” ha dejado de ser un criterio de “verdad”.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La construcción de públicos condicionados

Avanzando en el tema que hemos estado tratando, sigamos con el análisis de las consecuencias de la aparición de la comunicación masiva. Habíamos leído a George Gerbner, cuyas investigaciones debemos ubicar en el año 1973. Este dato adquiere particular relevancia para estas reflexiones, porque todavía ni siquiera se insinuaba el gran salto de la década posterior. Sobre fines de la década de los setenta y comienzo de los ochenta, se dan los primeros pasos hacia una concentración salvaje de medios en muy pocas manos, la gran mayoría de ellas proveniente de inversores de las multinacionales. Es éste un momento muy importante en la historia de la comunicación de masas por las consecuencias posteriores. Gerbner agudiza su análisis y nos informa:
«La verdadera significación revolucionaria de las comunicaciones modernas de masa es su capacidad para “construir un público”. Esto significa la capacidad de formar bases históricamente nuevas para el pensamiento y la acción colectiva en forma rápida y penetrante a través de los anteriores límites. El enfoque institucionalizado de las comunicaciones de masa presenta a los medios como creadores de sistemas de mensajes producidos y transmitidos tecnológicamente, como nuevas formas de condicionar la cultura pública institucionalizada, así como a los transmisores comunes más importantes de la interacción social y de la formación de la política pública en las sociedades contemporáneas».
Ruego detenernos en la afirmación sobre la “capacidad para construir público” y para “condicionar la cultura”. Vuelve sobre la idea de que público no es la presencia o asociación espontánea de gente que participa “naturalmente” de una forma de pensar, actuar y comunicarse entre sí. Es algo de mucha mayor trascendencia para el mundo social y político de las últimas décadas, sobre todo para el funcionamiento de la vida en democracia. Lo que estaba señalando este investigador, con sentido de advertencia, en una etapa tan temprana en la que la conciencia colectiva estaba lejos de percibirlo, es lo que se estaba preparando: el concepto de “público” y el concepto “cultura” ya no correspondía con la acepción del uso coloquial.
Entonces, “público” es el resultado de una creación del medio que, en tanto “medio”, aunque suene tautológico, lo es porque se coloca en el medio, entre la realidad y el receptor. Esta realidad que pasa a través del cedazo del medio adquiere una forma redefinida por su interpretación. Una vez realizada esta operación, es recibida por una cantidad de personas que la consumen y, en la medida en que esto se convierte en una conducta habitual, se va “construyendo un público” que es el propio. No significa esto que la mente de esas personas que pasan a formar parte de ese público estén en blanco y sea el medio el que las moldea. Debe entenderse como el resultado de un modo de informar, es decir, como un modo de presentar la información a partir de un recorte previo, necesario, que de ella se hace.
El problema radica en el modo de seleccionar los datos que se van a informar, lo cual produce un recorte de la realidad, ésta se convierte en una versión de ella. Pinta, por decirlo así, de un color definido todo lo que se informa. Este “recorte es necesario”, ya que es imposible prescindir de él, puesto que no se podría nunca transmitir la totalidad de los detalles de cualquier hecho, sería insoportablemente pesado y aburrido. Por lo que se presenta como “necesaria” una selección de todos esos datos para sintetizar los que serán definidos como realmente relevantes. Bien, es aquí donde se presenta el problema que debemos pensar.
Habiendo aceptado como “necesario” el recorte, debemos preguntarnos: ¿quién define lo importante y lo secundario?; ¿con qué criterios lo hace? Suponiendo una gran ingenuidad de este informador, ¿no se filtran, muchas veces sin saberlo, pre-juicios, ideologías, sesgos religiosos, políticos, ignorancias, en esa selección? Una primera respuesta es: toda selección responde a criterios previos, por lo tanto, la tan argumentada y repetida “objetividad de la información” no es más que una falacia. Tal objetividad no es humanamente posible en el ámbito de la información, como tampoco lo es en cualquier otra dimensión de la actividad de los hombres. De aquí se desprende que la mayor honestidad debería consistir en expresar, dentro de lo posible, que la información fue recogida y analizada por alguien que piensa de una determinada manera. Y que encierra siempre una buena dosis de “opinión”.

domingo, 11 de diciembre de 2011

La concentración de medios

Hemos leído las opiniones de algunos investigadores; pasemos ahora a analizar qué dice alguien que está dedicado al periodismo, pero no deja de dar clases en la Universidad La Sorbona de París, me refiero al director del periódico Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet. Él nos permite entrar al mismo problema, pero desde otro ángulo que completa la información. Centra su análisis en lo que considera un problema en crecimiento: la concentración de la propiedad de los grandes medios en unas pocas manos de empresarios: «La disminución de la difusión de periódicos tiene como contrapartida su cada vez mayor concentración en un puñado de grupos industriales. Su mayor dependencia de los intereses económicos de esos grupos caracteriza a la prensa escrita actual —problema extensivo a todos los medios—. Un fabuloso desarrollo tecnológico pone a la información al alcance de un público cada vez más extenso y con mayor rapidez. Pero simultáneamente se incrementa un periodismo complaciente en menoscabo de un periodismo crítico, lo que pone en riesgo la noción misma de prensa libre y perjudica y degrada a la democracia».
De este párrafo se pueden sacar varias conclusiones que intentaré presentar desde la línea de esta serie de notas. Los medios de comunicación en gran parte del mundo, que deberíamos llamar de información o, tal vez de desinformación, por lo que ya hemos visto, han sido comprados por un “puñado de grupos empresariales” (otro tanto ocurre en nuestro país). Estos capitales, que hasta no hace más de 25 años no se ocupaban de este negocio, han ingresado a él. La consolidación de los grandes conglomerados económicos permitió que dieran un paso hacia el control de la opinión pública, ahora planteado supuestamente dentro del marco de las reglas de la democracia.
Pero la democracia ha sido reducida hoy al reino del mercado que le ha franqueado la vía de acceso: la compra de acciones de esos medios y la posibilidad de su concentración. Por tal razón, se puede comprender, aunque no justificar, que muchos de los trabajadores de esos medios, por la necesidad de conservar sus puestos de trabajo hayan aceptado el cambio de las condiciones en la relación trabajador-empresario. La proliferación de situaciones similares ha dado lugar a la aparición de “un periodismo complaciente”. Paralelamente, como se desprende de esta situación, se fue disolviendo el “periodismo crítico”.
Esto nos coloca en la pista del proceso que se ha ido dando dentro de esos medios. La censura estatal en el mundo occidental ha prácticamente desaparecido. Ha sido reemplazada por la censura empresarial interna que campea hoy por las redacciones. Esta censura interna es más fácil de aplicar y, además, es invisible a los ojos del consumidor de esos medios. Cuando los periodistas han asumen, por una diversidad de situaciones comprensibles, los valores que los medios exhiben, nos encontramos con la famosa “prensa independiente”, lo que no se aclara independiente de quiénes, puesto que todos ellos quedan enmarcados dentro del claro objetivo de la mayor rentabilidad.
Agreguemos ahora, entonces, la pregunta acerca de cómo y dónde se obtiene esa rentabilidad. La respuesta es sencilla: del mercado, por la venta de espacios publicitarios. Estos son definidos por las empresas y las agencias de publicidad, ambas regidas por objetivos comunes: llegar a la conciencia del mayor número posible de consumidores por los caminos más efectivos. Esta mercantilización penetra en los medios, que apelan a todo tipo de trucos para vender (CD, DVD, revistas, juegos con premios). Ramonet nos advierte: «Lo cual refuerza la confusión entre información y mercancía, con el riesgo de que los lectores ya no sepan qué es lo que compran. Así es como los diarios enturbian más su identidad, desvalorizan el título y ponen en marcha un engranaje diabólico que nadie sabe en qué acabará».
Una propuesta para los medios concentrados, dentro del esquema internacional actual, de convertirlos en difusores de cultura es ridícula, inocente, irrealista o infantil. Debemos aceptar hoy su imposibilidad, hasta tanto no seamos capaces de convertirnos, al menos, en consumidores críticos y selectivos, que hagamos sentir las preferencias de un público que demanda bienes culturales y no camuflaje de mercado. Me pareció impactante la figura del “engranaje diabólico” utilizada por quien sabe mucho de ello, porque se encuentra en el corazón mismo de este proyecto devastador.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El mensaje condiciona a la opinión pública

Debo, entonces, subrayar que el carácter estructural de la comunicación — en la etapa de la sociedad de masas, que ha producido los medios técnicos y la concentración empresarial— ha permitido una toma de decisión de carácter político y económico por parte de una minoría con poder, que define qué se informa y qué no. Por lo tanto, este modo de ordenar el proceso comunicativo (informacional) está al servicio de los centros de poder concentrado. Para que esto haya sido posible, debe entenderse que, antes de ello, la cultura moderna y su expresión económica, el capitalismo, habían sentado las bases de esa posibilidad.
Una industria que se lanza a la producción masiva de mercancías requiere dos cosas: una masa de obreros masificada y un mercado masificado de demandas, que puede admitir cierta fragmentación sin perder su calidad de tal. Ese mercado debe haber realizado, a lo largo de un tiempo prudencial, una modificación en la psicología y las expectativas públicas a fin de hacerlas aptas para la recepción de esta modalidad.
La masividad de la comunicación ha tenido, como paso previo, la conversión del receptor en masa. A esta transición la sociología alemana ha denominado el paso de la “comunidad” a la “sociedad”, caracterizando a la primera por la relación “cara-a-cara de las personas”, reconocidas como tales, y a la segunda, por las “relaciones neutras y anónimas de los individuos”.
La sociología norteamericana es la que más atención prestó a este fenómeno de la masificación. Investigadores como el estadounidense George Gerbner (1919-2005), docente de la Universidad de Berkeley, han utilizado los resultados, en pos de esa transformación y los han puesto al servicio de la publicidad. Este investigador muestra la prudencia o la ingenuidad propia de los norteamericanos para tratar temas relacionados con la política y el poder. Esto se muestra en el lenguaje pretendidamente aséptico y esencialmente técnico que utiliza. Leámoslo en extenso:
«La comunicación de masas es la extensión de la aculturación pública institucionalizada más allá de los límites de la interacción cara a cara o de la realizada a través de cualquier otro tipo de mediación personal. Esto sólo resulta posible cuando se dispone de medios tecnológicos y surgen organizaciones sociales para la producción y distribución masiva de los mensajes... Pero los nuevos medios e instituciones de producción y distribución, los medios de masa, proporcionaron nuevas maneras de llegar a la gente. Estas nuevas maneras no diferían sólo tecnológicamente, sino en ocasiones también desde el punto de vista conceptual e ideológico, de los medios antiguos. Estaban vinculados con una época de transformación general de la base productiva de la sociedad, y en esa época surgieron. Produjeron su impacto acumulativo sobre el mundo occidental (...) que iba a conmover los fundamentos del orden mundial y a introducir en el lenguaje los términos más comunes que se refieren a la sociedad, las comunicaciones y la industria. La continua transformación produjo no sólo concentraciones de personas sino también una concepción de las «masas» relacionada más con el movimiento de los mensajes que de las personas (...) La clave de la significación histórica de los medios de masa reside, entonces, en la asociación de la palabra “masa” con un proceso de producción y distribución. La comunicación masiva es la producción y distribución en masa, sobre una base tecnológica e institucional, del flujo continuo más ampliamente compartido de mensajes públicos en las sociedades industriales».
Pocas páginas más adelante Gerbner hace esta notable apreciación, dicha con palabras que corroboran la candidez con la que aborda el tema:
«La verdadera significación revolucionaria de las comunicaciones modernas de masa es su capacidad para “construir un público”. Esto significa la capacidad de formar bases históricamente nuevas para el pensamiento y la acción colectiva en forma rápida y penetrante a través de los anteriores límites, espacio y status (...) el enfoque institucionalizado de las comunicaciones de masa presenta a los medios de masa como creadores de sistemas de mensajes producidos y transmitidos tecnológicamente, como nuevas formas de aculturación pública institucionalizada, y como los transmisores comunes más importantes de la interacción social y de la formación de la política pública en las sociedades contemporáneas».
Lo que afirma Gerbner es de una importancia fundamental para resolver tantos debates en los que nos vemos envueltos en este tiempo, debates que, de parte de los representantes de los medios concentrados, niegan lo que acabamos de leer: la capacidad de los grandes medios para condicionar la opinión pública.

domingo, 4 de diciembre de 2011

¿Qué es la comunicación?

De lo que hemos leído salta inmediatamente a la vista que los ejes y los acentos de las definiciones de estos investigadores están colocados en aspectos diferentes del proceso comunicacional. El modo de pensar de los latinoamericanos coloca a la persona humana en el centro de la escena y, por ello, la exigencia es de un diálogo igualitario, que está apuntando a una condición imprescindible de la “comunicación”. Partiendo de la aceptación de esta definición, todo aquello que no responda a esas características obliga a buscar las causas de esas limitaciones, de esos impedimentos o carencias.
Equivale a decir, lo político, entendido como la manifestación de los intereses sociales, hace acto de presencia y no se esconde tras definiciones técnicas. El ya mencionado Pasquali avanza en sus exigencias hacia la total reciprocidad comunicativa: «Comunicación es la relación comunitaria humana consistente en la emisión-recepción de mensajes entre interlocutores en estado de total reciprocidad, siendo por ello un factor esencial de convivencia y un elemento determinante de las formas que asume la sociabilidad».
Pasquali define como información todo aquello que no responde a los requisitos de esta definición, según quedó señalado antes. Es la “información”, entonces, el proceso que tiende a petrificar, a cosificar, a la persona en su función pasiva de simple receptor y, por tanto, es una función “utilitarista” de la comunicación que no merece el nombre de tal. Ese tipo de comunicación deja de merecer ese nombre porque pretende, con su eficacia, manipular los actos del otro, u otros. De allí que la “libertad de información”, que tanto se pregona, esconde la verdad de que sólo es libertad para el emisor, ya que el receptor está negado en la posibilidad de actuar. Se debe percibir en estos modos de abordar el estudio de la comunicación una clara negación de los factores de poder que operan en dicho ámbito. Se percibe un ocultamiento, consciente o no, de la verticalidad del proceso de comunicación de masas, por el cual una elite dispone de los medios para hacer llegar sus mensajes a las personas, convertidas en “masa”, que recibe pasiva y acríticamente esos mensajes.
Conviene, ahora, incluir aquí la definición que Umberto Eco nos propone de ese fenómeno que es la comunicación canalizada a través de los medios masivos, lo que convierte a la comunicación en un fenómeno “de masas”: «Hay comunicación de masas cuando la fuente es única, centralizada, estructurada según los modos de la organización industrial: el canal es un expediente tecnológico que ejerce una influencia sobre la misma señal; y los destinatarios son la totalidad (o bien un grandísimo número) de los seres humanos en diferentes partes del globo... El universo de la comunicación de masas está lleno de interpretaciones discordantes; diría que la variabilidad de las interpretaciones es la ley constante de las comunicaciones de masas. Los mensajes parten de la fuente y llegan a situaciones sociológicas diferenciadas, donde actúan códigos diferentes».
Entonces, debemos considerar los componentes de este tipo de comunicación para poder penetrar en la índole misma de la modalidad “de masas”. Aparecen fundamentalmente dos criterios que Eco resalta: «la mediación de los modos tecnológicos», y el «destinatario, convertido ahora en un público masivo y anónimo», pero diferenciado. Sin embargo, con el objeto de avanzar en el estudio de un fenómeno tan complejo, como el que estamos abordando, y retomando lo que venía diciendo, se podría aceptar definir la comunicación como un proceso de grados, que puede ser más o menos informativo o más o menos comunicativo. Lo vertical del mensaje y lo dialógico no se presentan, en la realidad comunicacional, en forma pura. Hay una gama muy grande de posibilidades para combinar esas dos dimensiones. Debemos aceptar, entonces, que encontraremos medios más informativos y medios más dialogales.
Si bien es cierto que predomina una tendencia a imponerse los primeros por sobre los segundos. Tendencia mucho más acentuada a partir de la concentración de medios de comunicación (se debería decir de información) en pocas manos. Y cabe aclarar ahora que las participaciones de la audiencia, a través de llamados telefónicos, no alteran la verticalidad del mensaje, crea sólo una ficción de participación. Cuando hablo de “diálogo” estoy haciendo referencia a abrir el mensaje en un sentido dual, horizontal con ida y vuelta, que respete el contenido de ambas puntas. No simplemente preguntarle algo a alguien, sino escucharlo en lo que él tenga que decir, y en los temas que le preocupan. En este sentido hay una enorme tarea para modificar culturas periodísticas que entienden la comunicación de un solo modo. Cultura a la que aporta, y es además responsable, la formación que reciben los que estudian esas carreras profesionales.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Qué son los medios de comunicación

Empecemos por preguntarnos, para nuestra investigación, ¿qué son los medios masivos de comunicación? Estos medios aparecieron como una aparatología, una cantidad de artefactos técnicos, que potenciaron la emisión de mensajes en las relaciones con las personas. Pero debemos reparar en que la comunicación humana es, por supuesto, anterior a esa aparición. No sólo anterior, sino que forma parte inescindible de la constitución de lo humano en cuanto tal. No hay sujeto humano posible sin el establecimiento de una comunicación inter-intra-humana que lo constituya. Esta cualidad esencial para la constitución de la persona, coloca en un primer plano la condición necesaria de una sana y fraterna relación social, para que ella adquiera la maduración personal necesaria, como la psicología lo ha mostrado con toda claridad.
A partir del siglo XIX, esa comunicación se vio enriquecida y, al mismo tiempo, entorpecida por la aparición de un nuevo tipo que posibilitaba convertir el receptor en un sujeto colectivo. Debemos hacer, entonces, caracterizar previamente esa comunicación para introducirnos, con más elementos de juicio, al análisis del fenómeno en que se convirtió tiempo después. Prestemos atención a una diferenciación que establece el comunicador social venezolano, Antonio Pasquali (1929), entre “comunicación” e “información”. Necesaria, porque en esta época de fuerte presencia de los llamados “medios de comunicación de masas”, éstos se caracterizan por una comunicación unilateral y sin retorno.
A esta forma de la comunicación este autor prefiere darle el nombre de “información” y reserva el término “comunicación” para aquella relación dialógica, en la que ambos términos del proceso comunicativo se alternan en su papel de emisor y receptor. Por otra parte, en la comunicación humana, los artefactos que intervienen, deben cumplir un papel lo más neutro posible y no interferir en los contenidos del mensaje, aunque esa interferencia sea meramente técnica. Es evidente que la irrupción de los multimedia, la articulación entre la radio, el televisor, la computadora y el teléfono, ha alterado y desequilibrado este juego de las comunicaciones. Para algunos autores, la aparición de los multimedia puede parangonarse con el invento de la imprenta por el alemán Johannes Gutenberg (1398–1468).
Cuando a los medios de comunicación se les agrega la caracterización “de masas”, se está definiendo, con toda claridad, su carácter de no estrictamente “comunicativo”, sino “informativo”. Hay un emisor que se dirige al fenómeno de la “sociedad de masas”. Este concepto alude a la despersonalización del sujeto humano de la sociedad industrial, que lo ha convertido en un receptor, más o menos pasivo, de mensajes preparados para ser recibidos por ese “ser colectivizado”. Podemos acercarnos a algunas definiciones propuestas para definir el proceso de la comunicación.
Así, nos encontramos con una definición bastante clásica como la de los investigadores Hovland, C. I., Janis, I. L. y Kelly, H.H., de la Universidad de Yale: «Comunicación es el proceso por el cual un individuo (el comunicador) transmite estímulos (generalmente verbales), a fin de modificar el comportamiento de otros individuos (la audiencia)». Para Staats, A.W. y Staats, C. K.: «En términos bastantes generales, la comunicación puede ser considerada como lenguaje, escrito u oral, emitido por un individuo, que resulta del establecimiento de nuevos mecanismos estímulo-respuesta en otro individuo, en el condicionamiento de mecanismos estímulo-respuesta que fueron previamente adquiridos».
Este tipo de definiciones, provenientes por lo general de la escuela estadounidense, tienden a ver la comunicación como un proceso de “ida”, que coloca el acento en el emisor. Se debe a que estos investigadores de los medios de comunicación extraen su experiencia de los medios masivos y de la publicidad. Por lo tanto, los intentos no expresados, respecto del receptor, están muy cerca de un concepto, que en aquel país ha sido muy estudiado: la “persuasión”. Gran parte de la investigación sobre medios masivos se ha concentrado en el mensaje y ha prestado muy poca atención al emisor y al receptor. La eficiencia del proceso comunicativo está en función de los logros obtenidos en ese intento por la vía del contenido del mensaje.
Por ello, como reacción a ese modo característico de la concepción norteamericana, pretendidamente neutra, de pensar las comunicaciones, han salido de América Latina definiciones que intentan desnudar los mecanismos de este proceso. Encontramos, por ejemplo, a Luis Ramiro Beltrán, que dice: «La comunicación es el proceso de interacción social democrática que se basa en el intercambio de símbolos por los cuales los seres humanos comparten voluntariamente sus experiencias bajo condiciones de acceso libre e igualitario, diálogo y participación».

domingo, 27 de noviembre de 2011

La ciencia empresarial

Es necesario detenernos brevemente en un aspecto que, por lo general, pasa a un segundo plano en estos debates —y no creo que inocentemente—, para abordar luego el problema de la comunicación de masas. En la nota anterior opté por la denominación de ciencia de las ciencias es porque ésta se constituyó con el aporte de varias: la sociología, la psiquiatría, la psicología profunda, la psicología de masas, la psicología motivacional, las técnicas de la investigación social. Dijo Erich Fromm refiriéndose a este fenómeno, a fines de los sesenta:
"La creciente complejidad de las empresas y del capital, hacen que sea de la mayor importancia conocer por adelantado los deseos del consumidor y no sólo conocerlos, sino también influir sobre ellos y manejarlos. Las inversiones de capital en las gigantescas empresas modernas no se hacen por presentimiento, sino después de un manipuleo y una investigación concienzuda del consumidor y de todo el mercado".
Sus aportes invalorables, expresados en un aumento considerable de las utilidades, le otorgaron a esta ciencia un prestigio digno de mejores propósitos. Los éxitos empresariales fueron un punto de referencia insoslayable para el análisis de todo tipo de negocios. Aquí la palabra “negocio” adquiere la significación que el idioma inglés da a su equivalente business, que debiera ser traducida por “ocupación”. La generalización que la cultura anglosajona hizo de esta palabra colocó bajo un mismo paraguas todo tipo de ocupación, pero en aquella cultura se sobreentendía su referencia a las “utilidades”. Por tal razón, se generalizó la traducción como “negocios”. Esto no es ingenuo ni neutro, porque tiñó nuestro modo de entender las relaciones sociales como relaciones utilitarias.
De la afirmación de Fromm: “Las aplicaciones de la psicología se han generalizado a partir del manejo del consumidor y del trabajador, al manejo de todo el mundo, incluida la política”. El conocimiento que ofrece esta ciencia posibilita un “manejo” utilitario de las relaciones con las otras personas, convirtiéndolas en “medios” para la obtención de ciertos fines: la utilidad. Sigue nuestro autor: “Mientras que la idea original de la democracia se basaba en el concepto del ciudadano responsable y con ideas claras, en la práctica esto se distorsiona cada vez más, por la utilización de los mismos métodos que se desarrollaron primero en la investigación de mercado”. Se puede ya adelantar que el “negocio” de la información se va a enmarcar en estos criterios.
La distorsión fue convirtiendo la “libertad de prensa” en una “libertad de empresas”, libertad que no se ejerce en el interior de la empresa de medios, donde rige la disciplina empresarial. Es la libertad que tiene el empresario de la información, como parte de un conglomerado mayor, para transmitir lo que él crea que es conveniente y lucrativo. La tan mentada “línea editorial” es, muchas veces, un modo vergonzante de la censura. Si la información adquiere la forma de “noticia” y es noticia aquello que llame la atención del “consumidor de noticias”, el interés del “consumidor condicionado” pasa a ser el criterio de lo que puede ser noticia. La libertad de la que se habla se ejerce en el mercado con las “reglas del mercado”. Además, el “negocio” de la información está sostenido en gran parte por la publicidad. De allí que una parte importante de lo expresado está condicionada, a su vez, por la presión de los anunciantes.
Esto pone de relieve la tarea de la “prensa alternativa”, que, partiendo de medios precarios, intenta cubrir, en la información pública, ese hueco, vacío, casi un “agujero negro que no llena los grandes medios. La prensa alternativa se mueve dificultosamente en la búsqueda de la necesaria publicidad que mantenga financieramente el medio en circulación. También hasta allí se hace sentir la presión de las grandes empresas, los grandes medios, las agencias de publicidad que intentan maniatar el contenido de los mensajes del medio en el que colocan publicidad.
El otro riesgo que corre esta imprescindible libertad y diversidad de prensa, en una sociedad democrática, es la presión que se hace sentir desde los intereses partidarios, empresariales, profesionales sobre todo cuando ejercen el poder de sus instituciones. No pocas veces se confunde la crítica leal y honesta con campañas de difamación. Esto no significa que no existan, pero por verlas tantas veces provocan en el “consumidor avisado” el resultado de una paranoia que parece no poder evitarse cuando se ejerce el poder desde la distancia que lo separa de la gente. No debe callarse, entonces, que esa necesaria libertad de prensa es uno de los pilares sobre los que se debe construir —o reconstruir, como en nuestro caso— la salud institucional de la Nación y la defensa de la comunidad toda.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Medios - Un poco de historia

Nuestra Argentina se ha sumergido en un debate cruzado por mil incomprensiones, por distorsiones inconscientes o malintencionadas, por intereses mezquinos, por miopías y, tal vez, por varias razones más, que han distorsionado la importancia de sus contenidos. Es probable que deba decir: una parte de nuestra Argentina, pero aun siendo sólo eso, la restricción no deja de ser importante y obliga a saltar al ruedo con el propósito de aportar una mirada más, que aunque no muy novedosa, sin embargo propondrá iluminar un poco el escenario. Para ello voy a franquear los límites dentro de los cuales advierto que se plantea, para remontarme a una historia del problema que lleva más de un siglo.
La importancia que los medios de comunicación masiva han ido adquiriendo progresivamente durante ese tiempo obliga a detenerse a investigar y pensar sobre su comportamiento social. Es el tema de la comunicación, que, en el seno de la sociedad moderna capitalista, se convierte en el tema de los medios de comunicación. Es necesario comenzar diciendo que esos medios han sido víctimas del proceso de la concentración económica profundizada en la década de los setenta, aunque la película El Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles, ya denunciaba al empresario estadounidense William Randolph Hearst, por sus prácticas monopólicas.
Ello nos muestra que los medios fueron quedando subordinados a los intereses de grupos empresariales que, hasta ese entonces habían sido ajenos a la comunicación masiva. A partir de allí, muchos medios, víctimas de este proceso, pasaron a convertirse en victimarios de un vasto público ávido de información. Por tal razón, esos medios que representaron, desde su aparición en los comienzos del siglo XIX, el control ciudadano sobre los otros tres poderes del Estado — y que por ello habían merecido el nombre de cuarto poder—, cuando su propiedad estaba en manos dispersas y variadas, pasaron a ser un instrumento poderoso dentro del juego político de los intereses concentrados.
De este modo, por la tan necesaria y defendida libertad de prensa se fueron convirtiendo en la voz de los que no tenían voz. Fue la palabra que criticaba y denunciaba los abusos de los poderosos en defensa de los desprotegidos. Los ejemplos son muchos y sus portavoces, hombres distinguidos que, por regla general estuvieron a la altura de esa misión; para nombrar sólo a uno, nuestro Mariano Moreno. Esos precarios medios, fundamentalmente la prensa escrita a la que se le agregó la radio a comienzos del siglo XX, fueron un bastión inexpugnable que cumplió un importante papel en defensa de la democracia, al hacer transparente lo que se pretendía ocultar.
La posguerra abrió un camino nuevo a este proceso. La lucha contra el totalitarismo nazi y las denuncias posteriores del manejo de la información durante el régimen alertaron a la conciencia ciudadana mundial sobre la importancia de una prensa libre, independiente y veraz. Posteriormente, la guerra fría puso de manifiesto otro totalitarismo, el soviético, que sobre este al respecto no fue muy diferente en el manejo comunicacional. Contra ello se erigió, como modelo “ejemplar”, la libertad de prensa occidental, paradigma de la democracia. Sin embargo, por debajo del juego público de la prensa de Occidente, comenzó a gestarse un nuevo modelo de gestión empresarial, sostenida por modelo de la empresa multinacional. Este modelo no era del todo novedoso, pero encontró, en el mercado internacional de posguerra, un campo propicio para su expansión y concentración. Ello le otorgó una capacidad económica y financiera temible para la competencia.
El poder desmesurado que esas empresas mostraban — hacia el interior de ellas y en su relación exterior con la competencia— las fue arrastrando hacia un uso discrecional de ese poder. La empresa periodística internacional aprendió de esos juegos del poder y fue introduciéndose en ellos. Así, el manejo de la información fue quedando en manos poderosas que no resistieron la tentación de convertirla en un instrumento de sus intereses. La red de negocios de posguerra fue entrelazando diferentes tipos de negocios y la información pasó a ser uno más de ellos, con lo que adquirió paulatinamente una mayor importancia. El concepto de negocio impregnó toda la actividad empresarial, lo cual demandó la creación de una ciencia especializada para el manejo eficiente de los negocios. Apareció, entonces, el marketing: la ciencia de las ciencias del negocio empresarial.

domingo, 20 de noviembre de 2011

La libertad de los depredadores

Sobre la crisis financiera, mencionada en la nota anterior, ya he escrito varios trabajos. Sin embargo, mi insistencia en tratar temas relacionados tiene como propósito no dejarnos engañar en momentos en que las medidas que se están tomando apuntan a salvar a los más ricos, con olvido total de los más desfavorecidos y perjudicados por las crisis sucesivas del capitalismo en su versión salvaje, como fue correctamente bautizado. Mis trabajos mencionados pueden dar un panorama general de los acontecimientos. Revisarlos nos advierten acerca de cómo se llegó a ese estado en que se debaten las finanzas internacionales. Y ello es necesario porque, no sin estupor, podemos leer que en las altas cumbres de las finanzas se debaten propuestas que sólo repiten idénticos mecanismos que los desembocados en la crisis de la que todavía no hemos salido. Subrayo aquí, y volveré sobre ello, que la libertad enunciada requiere posibilidades materiales para su ejercicio, por lo que no se debe hablar en abstracto de ella.
Al respecto dice Juan Francisco Martín Seco: «Mientras se celebraba otra gran conferencia económica para debatir la actual crisis de la economía internacional, organizada por el Institute for New Economic Thinking (Instituto de Pensamiento para la Nueva Economía), que tiene al liberal rey del hedge fund (Fondos de Inversión), George Soros, como su primer motor y provocador, el discurso de despedida de Keynes parecía inquietantemente profético: ‹‹han vuelto los dragones››.
En Washington, un partido Republicano vuelto a su esplendor, según sienten sus miembros, puso al gobierno estadounidense a dos horas de cerrar en default, por falta de autoridad política para librar fondos, mientras imponía severísimos recortes del gasto federal. Al otro lado del Atlántico, una legión de hedge funds y Bancos de inversión han forzado a un debilitado gobierno portugués a recurrir al FMI y a la Unión Europea para un rescate multimillonario en euros. En Gran Bretaña, George Osborne se presenta como paladín de la imponente velocidad de su plan de reducción presupuestaria, diciendo que no jugará a la ruleta rusa con la economía británica. Se encuentran por doquier los ecos del lenguaje que Keynes trató de disipar en Bretton Woods».
Juan Francisco Seco nos está diciendo que, mientras la crisis no sale de su estancamiento, esos dragones avanzan como si nada hubiera pasado, como si ellos no tuvieran ninguna culpa de esos resultados, como si la codicia desenfrenada de ellos no fuera la causante de la situación actual. Más todavía, miran el escenario y están pensando y actuando como buitres para sacar el mayor provecho posible de la situación desastrosa de varios gobiernos europeos. El estado de los dirigentes políticos de nivel internacional bascula entre su falta de ideas y su debilidad, que los lleva a someterse a los dictados de los dragones.
Afirma Seco: «Por ejemplo, hasta los demócratas norteamericanos están de acuerdo con los activistas del Tea Party [la ultraderecha] en el seno del Partido Republicano en que si los EEUU repiten lo que hicieron en la primera década de este siglo, entonces la deuda pública se duplicará volviéndose insoportable. El argumento es si la respuesta debería consistir en dar un hachazo al gobierno federal norteamericano o si el gobierno, pese a las constricciones fiscales, forma parte de la solución, mediante su papel de estimulante de un crecimiento mayor y sostenible». Aunque los términos de la cuestión puedan no ser de fácil comprensión, traducidos a un lenguaje más simple, «si el gobierno debe usar los dineros públicos para generar trabajo o debe socorrer a los Bancos en quiebra».
Uno de los problemas es que la economía y los economistas han sido demasiado débiles a la hora de establecer que la crisis tenía su origen en comportamientos privados más que públicos, o en demostrar «de qué modo el crecimiento y la generación de empleo son resultado de una compleja interacción entre las acciones, el gasto y el marco de los gobiernos y el dinamismo del sector privado». El gobierno es parte inevitablemente de la solución, es decir del apoyo a la creación de riquezas. Sin embargo, los dragones lo ponen como un obstáculo para el “libre juego” de la economía. Para el movimiento del Tea Party en todo el mundo, ya sea en el seno del partido Republicano, en el Tesoro o los hedge funds, ha resultado demasiado fácil «especular en contra de estados periféricos pertenecientes al euro, lisiándolos de un modo u otro para impedir que actuaran de forma creativa e inteligente como respuesta a una continuada crisis financiera y a niveles de deuda privada por las nubes».
Podemos preguntarnos: entonces, ¿cuánto margen de libertad le queda al ciudadano?

miércoles, 16 de noviembre de 2011

La libertad de comprar

El tema que estamos analizando se presenta forzosamente con perfiles un tanto académicos, tal vez demasiado profesional. Pido disculpas por ello, pero debo decir que no se puede eludir la necesidad de mirar por debajo de todo palabrerío con que se encubre el debate de la economía capitalista. Y ello, porque, avalada por el significativo concepto de “libertad de mercados” tiende al rechazo de toda crítica como atentatoria de la libertad de los ciudadanos. Tras el espejismo de la libertad del consumidor de elegir lo que desea, sin que nada se lo impida (salvo el dinero necesario), se esconde la verdad de que no elige; tan solo opta por las alternativas que se le presentan y que, en el supuesto “libre juego de la oferta y la demanda”, éste se da en medio de una disparidad de fuerzas evidente entre “oferentes” poderosos y concentrados y “demandantes” indefensos ante lo que la oferta propone. Sin tener en cuenta, además, el eficaz influjo de una publicidad que condiciona las preferencias del consumidor.
Este supuesto “libre juego”, como ya vimos, precipitó en crisis de diferentes profundidades, pero todas ellas con costos importantes, sobre todo para los menos favorecidos por la injusta distribución de la riqueza. Esta injusticia quedó legitimada al ser entendida como la consecuencia de los menos capaces para moverse en un escenario de libertad, que exige una “competencia” y “madurez” entre los concurrentes. Los mejores preparados han sido los exitosos de la confrontación económica. Esta es otra de las “verdades” que se han clavado muy hondo en la conciencia de tantas personas. Sobre todo, cuando deben juzgar al desempleado, al carente de recursos, a quienes acusan de ser vagos o ineptos para “abrirse camino en la vida”. La mirada individualista, desprovista de una investigación consistente sobre los procesos sociales, es la base que sostiene ese modo de “ver y juzgar”, puesto que es incapaz de “ver y analizar” los condicionantes estructurales de una sociedad que coloca a cada nuevo componente en un punto de partida diferente, muchas veces muy lejanos unos de otro.
El profesor e investigador, Juan Francisco Martín Seco, se ve obligado a subrayar que esa argumentación se encuentra en la base de gran parte de la crítica a Keynes y que se debe a que sus tesis «son planteamientos que hacen saltar por los aires el castillo construido en forma de excusa para defender la acumulación capitalista. De ahí que las fuerzas políticas y económicas recurran a las políticas keynesianas cuando no tienen más remedio, porque la crisis los ha colocado al borde del abismo, pero huyen de ellas como de la peste tan pronto como pasa el peligro, y vuelven a enarbolar el discurso de la austeridad: reformas y ajustes, sangre, sudor y lágrimas… para los de siempre, claro».
La crisis financiera de 2007 mostró un escenario casi olvidado para el Primer Mundo defensor del “libre mercado”. Los Estados de los países centrales debieron socorrer a grandes empresas, introduciendo miles de millones de dólares para salvarlas de la quiebra. Para ello, no hubo críticas contra la intervención estatal ni contra la estatización de grandes financieras y Bancos internacionales. Como dice Seco, «estaban al borde del abismo» y, en ese momento, a la doctrina de la libertad se la dejó de lado.
Se entiende así el rechazo y el menosprecio por uno de los más grandes economistas del siglo XX, según el profesor británico Will Hutton, veterano e influyente periodista económico del periódico londinense The Guardian. El prolongado debate sobre teoría económica había colocado a Keynes como un gran opositor al juego de un mercado libre, sin controles, por los riesgos que ese libre juego permitía suponer, como la historia volvió a demostrar. Hutton sostiene que Keynes: «Había querido destruir la teoría propagada por economistas y políticos que predicaban equilibrios presupuestarios, austeridad pública, primacía de la soberanía nacional y libertades para las finanzas en casa y en el exterior. En cambio, él quería reglas que reconocieran la interdependencia entre países y crear instituciones globales y una moneda mundial que dejara espacio a los gobiernos para maniobrar actuando con inteligencia y creatividad a fin de estimular el empleo, el comercio y el crecimiento. Consiguió algo de lo que deseaba, pero no, lo bastante; y no es descabellado escuchar los ecos de su discurso de despedida, en el que avisaba de sus temores de que volvieran los dragones». Y los dragones (la derecha republicana) volvieron, más de una vez, pero los que los padecieron no aprendieron la lección.

domingo, 13 de noviembre de 2011

El neoconservadurismo

Una corriente de pensamiento que fue perdiendo vigencia, pero que no ha desaparecido es la neoconservadora. Entre sus representantes, encontramos autores que demuestran tener una mayor “preocupación humanista”; dicho de otro modo, un mayor compromiso con la problemática humana y una mayor tendencia a la recuperación de los valores, pero con un sesgo elitista. A diferencia de los neoliberales, muchos de ellos son provenientes del campo de las ciencias sociales o las humanidades. Desde esta posición, afirman que los valores han quedado marginados por la excesiva mercantilización (obsérvese lo de “excesiva”) de las relaciones sociales que lleva a cabo el mercado. Éste, por sus características, no repara en la necesidad de defender «las virtudes de la tradición occidental».
Uno de los casos más atrayentes por su formación filosófica es Daniel Bell (1919-2011), profesor emérito de la Universidad de Harvard, que giró desde posiciones de izquierda (defendió tesis marxistas hasta la década del cincuenta) y que formula un muy interesante planteo, inteligente y serio, sobre el modo de funcionamiento del sistema capitalista. Lo describe a partir de un esquema en el que divide el funcionamiento del sistema en tres esferas que, si bien están interrelacionadas, tienen una relativa autonomía. Estas son: la esfera de lo “tecno-económico”, en la que se organiza la producción y distribución de bienes, que constituye el sector de los mayores logros del capitalismo y cuya eficacia está fuera de toda duda. La esfera del “sistema político”, que es el ámbito de la justicia y del poder social de la que poco hay para modificar, dados los éxitos políticos alcanzados. Y, por último, la esfera de la “cultura” cuyo sistema muestra sus mayores fallas y carencias. Allí es donde aparece la descomposición del “sistema de valores” que ha dado lugar a la conflictividad que hoy se está padeciendo. El título de uno de sus libros, Las contradicciones culturales del capitalismo (1976), señala con claridad dónde están centradas sus preocupaciones. Con estas palabras, sintetiza Bell el problema:
La ética protestante fue socavada, no por el modernismo, sino por el propio capitalismo. El más poderoso mecanismo que destruyó la ética protestante fue el pago en cuotas, o crédito inmediato. Antes, era menester ahorrar para poder comprar. Pero con las tarjetas de crédito se hizo posible lograr gratificaciones inmediatas. El sistema se transformó por la producción y el consumo masivos, por la creación de nuevas necesidades y nuevos medios de satisfacerlos.
Obsérvese lo agudo de su planteo y cómo inserta el problema del consumismo en su crítica, idea digna de ser compartida. Sus referencias a las facilidades que otorga el crédito como fuente de corrupción de los valores también merecerían nuestra aprobación. Es significativo que no logre detectar ninguna dificultad en la esfera tecno-económica, por la concentración económica que ha ido produciendo en ella, incluso en los Estados Unidos. Por otra parte, en la esfera de lo político él no ve ningún problema en un país en que los derechos de las minorías son avasallados y se van perdiendo paulatinamente. Por otra parte, está muy seriamente cuestionada la representatividad de sus dirigentes políticos, lo que se expresa en la apatía electoral. Este acento, puesto en la esfera de la cultura, demuestra que su pensamiento es un fiel exponente de las clases altas. Le duele esa pérdida de valores, porque afecta el tipo de vida tradicional que defiende. Centrar el tema en las dificultades culturales del capitalismo no está mal, pero es deficiente y parcial, no llega a la raíz del problema. Sin embargo, puede entenderse esa mirada que representa la opinión de un sector de la sociedad noratlántica. El profesor José María Mardones (1943-2006), Profesor e investigador de la Universidad de Deusto comentando las tesis de Bell, afirma:
Al final nos encontramos con este hecho: la ética puritana que había servido para limitar la acumulación suntuaria, pero no la del capital, quedó marginada de la sociedad burguesa capitalista. Quedó el afán de consumo y la tendencia al hedonismo. Se fue instaurando así una idea del placer como modo de vida. Es decir, el hedonismo pasó a ser la justificación cultural, si no moral, del capitalismo.
Podemos hoy decir que esa cultura decadente [consultar “La cultura Homero Simpson” en www.ricardovicentelopez.com.ar] se ha ido extendiendo globalizadamente y que muchos sectores de la modernidad occidental la han adoptado como ideal y forma de vida. Si el tema que estamos analizando es la libertad, alcanza con ver cómo han sido socavadas las culturas de los pueblos, mediante un avasallamiento cultural impuesto por una publicidad machacona que trasunta consumismo.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La libertad de morirse de hambre

Las consecuencias posteriores a la aplicación de las ideas de estos fundamentalistas del mercado, sobre todo a partir de la década de los noventa del siglo pasado, no han logrado hasta ahora revisiones o retractaciones de los contenidos de la doctrina neoliberal, a pesar de las crisis sucesivas producidas. Ya en plena segunda década del siglo XXI, se puede observar con qué grado de certeza las instituciones internacionales de crédito exigen, sin embargo, la aplicación de políticas correspondientes a esa ideario. A pesar de que estos hechos reales han precipitado la creación y posterior estallido de “burbujas” financieras, las advertencias de los neoliberales sobre los peligros que representa cualquier control del Estado sobre los mercados no se han modificado en nada. Los debates para encontrar mecanismos de regulación social tienen gran repercusión. Sin embargo, todavía el peso de las ideas de Hayek y Friedman, cuya argumentación acerca de que el llamado por ellos Estado “igualitario” es destructor de la libertad de los ciudadanos y de la vitalidad de la competencia, siguen teniendo vigencia entre los especialistas, dado que son considerados los dos factores fundamentales de los cuales depende la prosperidad general.
Cabe señalar que tanto Hayek como Friedman ven en la desigualdad un valor positivo, imprescindible para el avance de cualquier sociedad. Encuentran en las desigualdades un incentivo para avanzar y crecer. Esto nos remite a las tesis del naturalista, filósofo, psicólogo y sociólogo británico Herbert Spencer (1820-1903), conocidas por sus postulados apoyadas en un darwinismo social aplicadas al capitalismo moderno. Es decir, aceptar la lucha de todos contra todos (las tesis del salvajismo y de la selección natural) en la cual sólo los más preparados, los mejores adaptados a las condiciones del mercado moderno pueden sobrevivir.
Leamos qué dice Friedrich von Hayek: «Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la manutención de vidas: no a la manutención de todas las vidas porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto las únicas reglas morales son las que llevan al 'cálculo de vidas': la propiedad y el contrato» (subrayado mío). Podemos preguntarnos ¿qué significa “sacrificar vidas individuales? ¿Para preservar qué número de otras vidas, quién selecciona a unos que se salvan y decide quiénes mueren?
Friedrich von Hayek puede contestar sobre esto que no es necesario preocuparse por la forma en que se resuelven esas incógnitas, puesto que ello no depende de la voluntad humana. El funcionamiento del mercado, como “el mejor asignador de recursos” dispone de mecanismos automáticos, también denominados leyes del mercado, que solucionan las disparidades que se presenten. Leamos sus propias palabras: «Mostrar que, en este sentido, las acciones espontáneas de los individuos bajo condiciones que podemos describir (el mercado), llevan a una distribución de los medios que se puede interpretar de una manera tal, como si hubiera sido hecha según un plan único, a pesar de que nadie la ha planificado. Parece ser realmente la respuesta para el problema, que, a veces, se ha denominado, metafóricamente, 'razón colectiva'». El mercado actúa espontáneamente y toma decisiones automáticas por sobre la conducta de los concurrentes, sin que medie acción humana alguna en la resolución de los posibles conflictos. Se da una situación que parece como si hubiera sido planificada, pero no lo ha sido.
Este modo de plantear el problema de la mejor distribución posible de bienes, siendo el automatismo del mercado el que resuelve, no da lugar a la posibilidad de que haya culpables de que algunas vidas puedan ser sacrificadas en beneficio de un número mayor. La libertad en el funcionamiento del mercado requiere ese costo de vidas para ajustar el resultado en beneficio del resto. Esta libertad tiene una gran semejanza con el funcionamiento del salvajismo natural, el matar para vivir es una ley necesaria para la preservación de la vida toda. La sociedad capitalista recupera para la vida social las leyes naturales de la supervivencia: los mejores sobrevivirán en beneficio de una vida que será cada vez mejor, porque irá descartando a los débiles que no son aptos para la vida.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Se replantea el liberalismo: el liberalismo económico

Un breve relato nos colocará en la perspectiva histórica dentro de la cual aparece con fuerza lo que se conoció más tarde como neoliberalismo. El prefijo “neo” está dando a entender que alguna diferencia tiene con el liberalismo clásico, sobre el que algo ya quedó dicho. Es, precisamente, el carácter de “neo” lo que reclama un análisis de sus diferencias.
El economista chileno Marco Antonio Moreno, en noviembre de 2007, cuando se cumplían sesenta años de un acontecimiento casi fundante de esta corriente de pensamiento, nos cuenta: «En abril de 1947, a las faldas del Mont Pèlerin, en los Alpes Suizos, Friedrich von Hayek [1899-1992] y Milton Friedman [1912-2006] reunieron a un nutrido grupo de intelectuales de derecha para expresar su repudio al New Deal y al keynesianismo que, en ese momento, dominaba el mundo económico. El objetivo de Hayek, Friedman y la treintena de empresarios y políticos convocados, entre los que se contaba Karl Popper [1902-1994] -quien acababa de publicar La Sociedad Abierta y sus Enemigos-, era sentar las bases ideológicas para una reducción del aparato estatal que, con la revolución del economista británico John Maynard Keynes [1883-1946] había cobrado un nuevo ímpetu en el liderazgo del desempeño económico. A Hayek le molestaba la presencia del keynesianismo por su posibilidad de llegar a establecer y legitimar el socialismo, lo que constituiría un verdadero “camino de servidumbre”. Ello dio origen al neoliberalismo, movimiento ideológico que crea y desarrolla –a través de los think tanks - modelos de ataque contra toda limitación impuesta por el Estado a los mecanismos del mercado».
Ubiquemos el encuentro en los años inmediatos al final de la Segunda Guerra Mundial, momento en que el Premier británico Winston Churchill (1874-1965) levanta “la Cortina de Hierro” para dividir en dos a Europa: la llamada “Libre”, al oeste de la frontera ocupada por la Unión Soviética, y la otra, tras esa frontera hacia el este. Hayek intuye, y por ello sostiene, que el decisivo protagonismo del Estado —que permitió la recuperación de los Estados Unidos de la Depresión de los años treinta— podía convertirse en un modelo. El riesgo que temían los liberales era la validación de las ideas de Keynes, por el miedo de que arrastrara a los países que lo practicaran al mismo desastre en el que se precipitó el nazismo germano. Por tal razón, titula su libro —que actuó de allí en más como carta fundacional del neoliberalismo— Camino de servidumbre (1944), que se convertiría en la “biblia” de los procesos instaurados en Gran Bretaña por Margaret Thatcher (1979) y, en los Estados Unidos, por Ronald Reagan (1981).
Richard Cockett , en su libro Pensando lo imposible, documenta en detalle cómo y por quiénes fue ideada la denominada «contrarrevolución económica para contrarrestar el impacto de las ideas keynesianas». Se refiere a ese grupo de intelectuales como una secta creada en 1941 con el objetivo de derribar los argumentos de Keynes. Para financiar las operaciones de “la secta”, recurrieron al apoyo de industriales, banqueros y a la famosa Fundación Rockefeller , cuyo fin era convertir a una importante generación de intelectuales al credo del liberalismo pregonado por Adam Smith, ahora repensado sesgadamente desde la situación del mundo capitalista del siglo XX, cuyo objetivo fundamental era la prédica de un anticomunismo cerrado. Nuestro autor escribe con entusiasmo: «Hayek y la Sociedad del Monte Peregrino fueron al siglo XX lo que Karl Marx y la Primera Internacional fueron al siglo XIX».
Otro economista, Mark Hartwell, miembro de “la secta” señaló que ésta «produjo en todo el mundo instituciones que propagaron el liberalismo económico contribuyendo al cambio de políticas en los gobiernos mediante el papel de sus miembros como asesores directos o creadores de políticas internas». Quedaba así fundada una institución que declaraba su “guerra” a toda posibilidad de intervención del Estado como instrumento de corrección de las desviaciones que producía el libre juego del mercado. Afirma Marco Antonio Moreno que «este grupo de fundamentalistas ideológicos se consagró a las divulgación de las tesis neoliberales para combatir el keynesianismo y toda forma de Estado Social y a preparar las bases teóricas de un capitalismo duro y un libre mercado exento de toda regla ética y social».

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El mercado libre atenta contra la libertad del ciudadano

La consulta de importantes investigadores de prestigio internacional nos permite pronunciarnos con mayores certezas sobre el análisis que estamos realizando. Sus palabras nos dan ciertas garantías sobre los pasos que hemos dado acerca de un tema de tan difícil comprensión. En este caso, leamos a Ulrich Beck — Sociólogo alemán, profesor de la Universidad de Munich y de la London School of Economics— y notaremos que percibe peligros parecidos a lo señalado en notas anteriores:
Cuando el capitalismo global de los países más desarrollados destruye el nervio vital de la sociedad del trabajo, se resquebraja también la alianza histórica entre capitalismo, Estado asistencial y democracia... El trabajo remunerado sostiene y fundamenta constantemente no sólo la existencia privada, sino también la propia política. Y no se trata “sólo” de millones de parados, ni tampoco del Estado asistencial ni de cómo evitar la pobreza, ni de que reine la justicia. Se trata de todos y cada uno de nosotros. Se trata de la libertad política y de la democracia...
Prestemos especial atención a su advertencia: lo que está en juego es el futuro de los mismos beneficiarios del sistema. Entonces, nos encontramos tanto con las consecuencias del libre juego de las fuerzas del mercado global como con las consecuencias que provoca ese tipo de conductas fuera de todo control. Aparece una necesidad de poner un «control político sobre el mercado». El capitalismo, como sistema de producción para un mercado libre, sólo puede funcionar aceptablemente, si se ejerce sobre él un control político que impida sus desbordes, cuestión que exige el fortalecimiento de las instituciones políticas y sociales. Por otra parte, y esto no debe olvidarse, el capitalismo tenderá siempre, por su propia dinámica de mercado, a la «concentración económica y la exclusión social». Son estos dos aspectos del sistema los que provocan sus consecuencias más perversas.
No radica, entonces, sólo en la «eficiencia técnica y económica» la calidad del sistema capitalista, puesto que ella, por sí, no garantiza la equidad. Lo que debe ser situado en primer término es la «eficacia en la atención de la problemática social», porque allí radica la posibilidad de administrar una distribución más equitativa que aleje las posibilidades de los estallidos sociales, siempre costosos y siempre a cargo de los más débiles. El mercado libre, por el contrario, no sólo no garantiza esa eficacia, sino que, librado a su propia dinámica provocará desequilibrios como los ya provocados, polarizando la distribución entre unos pocos con mucho y muchos con poco o casi nada.
Las polémicas referidas —que por imperio de una chata visión del problema se han limitado a un debate muy restringido— han encontrado, entre los intelectuales de los países desarrollados, un abanico de posiciones que podemos agrupar en dos bandos. Los identificaremos, para no quedar entrampados en discusiones estériles, en neoliberales y neoconservadores. Por ello voy a detenerme, brevemente, en la caracterización de estos sectores, puesto que observo allí los posibles desvíos de un debate que puede quedar sepultado bajo un tipo de discusión ideológica que debemos evitar. Los comienzos del siglo XXI, a pesar de las consecuencias de la crisis que se extendió sobre el planeta, todavía no han despejado las dudas que aparecen respecto de la estabilidad del sistema. Por el contrario, las soluciones que se proponen, como su superación, se apoyan en los mismos viejos argumentos salvadores que la produjeron que. Se repite obstinadamente volver a recorrer caminos fracasados.
Definiremos a los “neoliberales”, que son, en su gran mayoría, economistas o intelectuales cercanos a esa disciplina. Éstos colocan el nudo de la solución, de todos los males sociales, en las bondades del libre juego de mercado y en la no intervención estatal. En la medida, dicen, en que el mercado libre se vaya haciendo cargo de la totalidad de las actividades, tanto de las económicas como de las de servicios, se irán resolviendo todas las dificultades que esta sociedad muestra. El interés privado y la búsqueda egoísta de la maximización del beneficio individual han demostrado ser el mejor instrumento de “equilibrio”, en el juego de los intereses contrapuestos. De allí que, por las bondades de la competencia, que lleva a otorgar el “triunfo a los mejores”, el juego libre garantiza el beneficio colectivo. Son las intervenciones exteriores al mercado las que impiden su natural desenvolvimiento, y reside allí la fuente de todos los conflictos. Son sus voces tradicionales personalidades como Friedrich Von Hayek, Milton Friedman y Ludvig Von Mises, representantes de la ortodoxia liberal. Hoy muchas de las facultades de Economía de las universidades de América Latina responden a la ortodoxia de estos planteos.

domingo, 30 de octubre de 2011

La violación de la libertad en nombre de la democracia

He propuesto, como tema de esta serie de notas, un análisis del tema de la libertad, para lo cual nos hemos remontado, en la búsqueda de la palabra de sus teóricos más importantes, hasta la Inglaterra del siglo XVIII. Hemos contrapuesto las consideraciones teóricas —muy importantes por ser fundantes del Derecho, hasta el presente— con la historia de sus aplicaciones prácticas, sobre todo en el escenario internacional, sin dejar de lado el nacional, en el que, desde el comienzo, aparecen contradictoriamente respecto de sus planes imperiales. Ahora sólo quiero agregar algunas de las violaciones flagrantes que señalan la poca estima que demuestran cuando la ley se interpone en el reaseguro de sus intereses, sobre todo en los Estados Unidos.
En las últimas notas me he apoyado en las opiniones del Dr. Paul Craig Roberts por ser un miembro destacado de la derecha republicana, razón por la cual habla desde el riñón mismo del establishment de ese país. Encuentro allí un fundamento de mayor peso en cuanto sus críticas parecen intentar el rescate de los valores republicanos, en una etapa en que es mucho más lo que se vocifera que lo que se los respeta. Veamos sus palabras: «El régimen de Obama, como el de Bush/Cheney, es un régimen que no quiere ser limitado por la ley. Y tampoco lo querrá su sucesor. Los que luchan por defender el vigor de la ley, el mayor logro de la humanidad, se verán asimilados a los oponentes del régimen y tratados como tales. Este gran peligro que se cierne sobre EE.UU. no es reconocido por la mayoría de la gente. Cuando Obama anunció ante una reunión militar su éxito en el asesinato de un ciudadano estadounidense, hubo vítores. El régimen de Obama y los medios presentaron el evento como una repetición del (supuesto) asesinato de Osama bin Laden. Dos “enemigos del pueblo” han sido triunfalmente liquidados. Que el presidente de EE.UU. haya proclamado orgullosamente ante una audiencia entusiasta, que había jurado defender la Constitución, que es un asesino y que también había asesinado la Constitución de EE.UU. es evidencia extraordinaria de que los estadounidenses son incapaces de reconocer la amenaza para su libertad».
Agrega el siguiente comentario, muy útil para nuestra comprensión de este fenómeno político, ante la necesidad de comprender cuál es el estado del derecho en el capitalismo que hoy se practica: «Emocionalmente, la gente ha aceptado los nuevos poderes del presidente. Si el presidente puede hacer que se asesine a ciudadanos estadounidenses, no es tan terrible que se les torture. Amnistía Internacional ha publicado un alerta de que el Senado de EE.UU. se prepara a aprobar legislación que mantendría abierta indefinidamente la Prisión de Guantánamo y que el senador Kelly Ayotte (republicano de Nueva Hampshire) podría introducir una provisión que legalizaría “técnicas realzadas de interrogatorio”, un eufemismo para tortura. En lugar de ver el peligro, la mayoría de los estadounidenses solo concluirá que el gobierno se está poniendo duro contra los terroristas, y eso recibirá su aprobación».
Es notable que, a pesar de que los estadounidenses tienen «evidencia abrumadora de las noticias y de vídeos en YouTube sobre el abuso brutal de la policía contra mujeres, niños y ancianos, del trato brutal y asesinato de prisioneros no solo en Abu Ghraib, Guantánamo, y las prisiones secretas de la CIA en el extranjero, sino también en prisiones estatales y federales en EE.UU. El poder sobre los indefensos atrae a gente de una inclinación brutal y maligna». Se puede advertir en estas palabras una sugerencia sobre alguna limitación de la democracia cuando la opinión pública es siendo condicionada por los grandes medios de comunicación.
Y un último señalamiento acerca de la ideología de las fuerzas represoras —que habla también de cómo se los prepara—: «Una inclinación brutal infecta ahora a los militares de EE.UU. El vídeo filtrado de soldados estadounidenses que se deleitan, como revelan sus palabras y acciones, al asesinar desde el aire a civiles y a camarógrafos de los servicios noticiosos que caminan inocentemente por la calle de una ciudad muestra a soldados y oficiales carentes de humanidad y disciplina militar. Excitados por la emoción del asesinato, nuestros soldados repitieron su crimen cuando un padre y dos pequeños se detuvieron para ayudar a los heridos, y fueron ametrallados».
Quiero suponer que John Locke no habrá llegado hasta este punto, pero las conductas de los colonos ingleses en tierras americanas y en la India mostraron la distancia que hubo desde el comienzo entre lo que se escribe y lo que se hace. No debemos olvidarlo.

miércoles, 26 de octubre de 2011

El final de la parábola de la libertad del liberalismo

Para profundizar en el análisis de las violaciones a la ley, que incluyen violaciones a la Constitución de los Estados Unidos por parte del Poder Ejecutivo, sigamos la descripción del Dr. Paul Craig Roberts cuando compara lo relatado en notas anteriores con acontecimientos pasados, ante los que la Justicia se comportaba de otro modo. Recuerda represiones internas como: «Los Guardias Nacionales de Ohio que mataron a tiros a estudiantes de la Kent State University, una de las universidades de primera línea de ese estado, cuando manifestaban contra la invasión a Camboya en 1970, no afirmaron que actuaban por una decisión del Poder Ejecutivo. Ocho de los guardias fueron encausados por un jurado de acusación. Los guardias argumentaron defensa propia. La mayoría de los estadounidenses estaban enfadados contra los que protestaban contra la guerra y culparon a los estudiantes. El aparato judicial captó el mensaje y finalmente el caso criminal fue desestimado». Es llamativo que argumente que la decisión de la Justicia haya estado sometida a la presión de la opinión pública, lo que no habla bien de la independencia de los poderes.
Lo que le interesa subrayar a Roberts es lo siguiente: «El caso civil (muerte y herida por negligencia de otro) fue cerrado por 675.000 dólares y una declaración en la que se expresaba una lamentación por la conducta de los acusados. El punto no es que el gobierno haya matado gente. El punto es que nunca antes del presidente Obama, ha habido un presidente que reivindicara el poder de asesinar ciudadanos». Repensemos esto. El peso de sus argumentos no se apoya en que el Estado haya matado ciudadanos estadounidenses, aunque no afirme que esto sea aceptable, sino en que es la primera vez, según él, en que un presidente, sobre todo uno que pertenece al Partido Demócrata, haya justificado un hecho de esta naturaleza. Agrego yo: uno que fue galardonado con el Premio Nobel y del que “se esperaba algo muy diferente”.
Tal vez las palabras siguientes que emplea pueden sonar muy duras, pero merecen ser leídas, puesto que lo que está en juego es la práctica de la democracia, el ejercicio de la libertad individual, de parte de una potencia mundial que fundamenta su política exterior en llevar “su modelo de democracia” a aquellos países de la periferia en los que, a su criterio, no se practica o no es respetada. «Durante los últimos 20 años, EE.UU. ha tenido su propia transformación al estilo del régimen nazi». Cita un libro de Terry Eastland, un asesor del gobierno de Reagan: Energy in the Executive: The Case for the Strong Presidency [Energía en el Ejecutivo: el caso a favor de una presidencia fuerte], en el que presentó ideas coincidentes con «una organización de abogados republicanos que trabaja para reducir restricciones legislativas y judiciales del poder ejecutivo. So pretexto de emergencias de tiempos de guerra (la guerra contra el terror)».
Siguiendo esa tesis política, propone un fortalecimiento de las atribuciones del Poder Ejecutivo para que pueda tener un margen de maniobra mucho más amplio. El régimen Bush/Cheney empleó esos argumentos para liberar al Ejecutivo de responsabilidad ante la ley y para restringir libertades civiles a los estadounidenses. La guerra y la seguridad nacional suministraron la justificación de la apertura para los nuevos poderes reivindicados, sostenida por una mezcla de temor y deseo de venganza por el 11-S, lo cual condujo al Congreso, al sistema judicial y a la gente a aceptar los peligrosos precedentes.
La doctrina comenzada a implementar sostenía: «dirigentes civiles y militares nos han estado diciendo, durante años, que la guerra contra el terror es un proyecto de 30 años de duración». Después de ese período, «la presidencia habrá completado su transformación a en dirección a alguna forma muy parecida a un tipo de dictadura, y no habrá vuelta atrás». De esto se trata el tan mencionado “Proyecto para un nuevo siglo estadounidense”, dentro del cual la guerra contra el terror es solo una apertura para la ambición imperial neoconservadora de establecer la hegemonía de los Estados Unidos sobre el mundo.
La conclusión de Roberts es contundente: «Como las guerras de agresión o la ambición imperial son crímenes de guerra según el derecho internacional, semejantes guerras requieren doctrinas que eleven al líder por sobre la ley y las Convenciones de Ginebra, tal como Bush fue elevado por su Departamento de Justicia (sic) con mínima interferencia judicial y legislativa. Acciones ilegales e inconstitucionales también requieren el silenciamiento de los críticos y el castigo de los que revelan crímenes gubernamentales».
Creo que estamos en mejores condiciones de comprender la derivación de la doctrina de la libertad en manos de los liberales del Norte.

domingo, 23 de octubre de 2011

La ley sometida por el poder

Las afirmaciones del Dr. Paul Craig Roberts nos resultan muy útiles para reafirmar nuestras reflexiones sobre la libertad y su existencia real en nuestra época. Sin embargo, no creo que nos asombren demasiado después de haber leído las acrobacias jurídicas del padre del liberalismo, John Locke, para hacerle decir a la ley lo que debe cumplirse y lo que puede soslayarse, según sea el caso. Dejando de lado la honestidad y sinceridad de un hombre de la política del País del Norte —que no juzgo en ningún sentido, y no ignoro que sus dichos puedan ser parte de la campaña del año 2012, pero que hay que destacar que no ahorró críticas al gobierno republicano de Bush— el análisis que presenta está avalado por informaciones públicas recientes sobre hechos que no pueden ser enmarcados en la legalidad, cuyo violador es el mismísimo presidente de ese país. Sigamos:
«El 30 de septiembre Obama utilizó ese nuevo poder hecho valer por el presidente e hizo asesinar a dos ciudadanos estadounidenses, Anwar Awlaki y Samir Khan. Khan era un personaje excéntrico sobre el que nada hacía pensar que fuera una amenaza seria. Awlaki era un clérigo musulmán estadounidense moderado quien sirvió de asesor al gobierno de EE.UU. después del 11-S sobre maneras de contrarrestar el extremismo musulmán. Awlaki se vio gradualmente empujado a su radicalización por el uso constante de mentiras de parte de Washington para justificar ataques militares contra países musulmanes. Se convirtió en crítico del gobierno de EE.UU. y dijo a los musulmanes que no tenían que aceptar pasivamente la agresión estadounidense y que tenían derecho a resistir y defenderse. Como resultado Awlaki fue satanizado y fue convertido en una amenaza. Solo sabemos que Awlaki pronunció sermones críticos de los ataques indiscriminados de Washington contra pueblos musulmanes. El argumento de Washington es que sus sermones pueden haber influenciado a algunos que son acusados de intentar actos terroristas, responsabilizando por lo tanto a Awlaki por los intentos». Debemos concederle que su argumento es contundente respecto de la liviandad con que se ha pretendido justificar dos ejecuciones, entre otras tantas.
Aunque el Presidente se haya visto presionado por su oposición a tomar tales determinaciones, esto no le quita gravedad a su orden de ejecutarlos. «La aseveración de Obama de que Awlaki era algún tipo de agente de al Qaida de alto nivel es solo una conjetura. El periodista Jason Ditz concluyó que el motivo para asesinar Awlaki en lugar de procesarlo es que el gobierno de EE.UU. no poseía evidencia real de que Awlaki fuera agente de al Qaida. Pero lo que hizo o podría haber hecho Awlaki es irrelevante. La Constitución de EE.UU. requiere que incluso el peor asesino no puede ser castigado hasta que sea condenado por un tribunal. Cuando la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU) cuestionó ante un tribunal federal la aseveración de Obama, de que tenía el poder de ordenar ejecuciones de ciudadanos estadounidenses, nada menos que el Departamento de Justicia argumentó que esa decisión correspondía a prerrogativas del poder ejecutivo por lo que estaba fuera del alcance del aparato judicial» (subrayados RVL).
Esto le permite sostener al Dr. Roberts que esa ejecución es «una decisión que selló la suerte de EE.UU.». Las violaciones a la ley cometidas por el presidente «fueron avaladas por un juez del tribunal federal de distrito, John Bates, que ignoró el requerimiento de la Constitución de que ninguna persona será privada de la vida sin debido proceso y descartó el caso, diciendo que el Congreso debía decidir». Ante esta declaración, el Presidente Obama actuó sin esperar una apelación, y se valió, por lo tanto, de la autorización del juez Bates «para establecer el poder y fomentar la transformación del presidente en un César, que ya había comenzado bajo George W. Bush».
Los abogados Glenn Greenwald y Jonathan Turley señalan que el asesinato de Awlaki terminó con «la restricción de la Constitución del poder del gobierno». Por lo tanto, agrega Roberts: «Ahora el gobierno de EE.UU. no solo puede tomar a un ciudadano de EE.UU. y confinarlo en una prisión por el resto de su vida sin jamás presentar evidencia y obtener una condena, sino también lo puede matar a tiros en la calle o hacerlo volar por un drone [avión no tripulado, manejado a distancia]». Es evidente que el 11/9 ha sido una bisagra en la historia de la aplicación del Derecho y en el respeto a la Constitución, tanto mayor en cuanto se trata de territorios del “Eje del Mal”, en los cuales la justificación adquiere mayor peso. La prisión de la Base Naval de la Bahía de Guantánamo está llena de casos como esos.

miércoles, 19 de octubre de 2011

La ley y el poder real

En el camino que hemos recorrido, pasamos por diversas etapas en las cuales pudimos revisar y analizar aspectos convergentes sobre el tema propuesto para esta serie de notas: la libertad. Presento ahora, para que nos detengamos, unos comentarios respecto a cómo se vive cotidianamente esa libertad en el país autotitulado el “padre de la democracia” —cuando, en realidad, sólo ha sido la primera experiencia de una república constitucional—, tal como se puede encontrar en los debates de los “Padres Fundadores” del siglo XVIII. Aunque la diferencia pueda parecer una exquisitez académica, vale la pena tenerla presente.
Los Estados Unidos han aportado al debate, en el que nos encontramos en este trabajo, muy interesantes argumentos muchas veces, de valor sólo local, ya que en las actitudes asumidas en el campo internacional esto no se ha visto plasmado.
Recurro a un testigo declarante [“persona que presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo”, DRAE] un tanto sorprendente, que ofrece un valor adicional a lo sostenido por su trayectoria profesional: el Dr. Paul Craig Roberts. Leamos un síntesis de su currículo para apreciar una mejor imagen de quién se trata: Secretario adjunto del Tesoro de los Estados Unidos, nombrado por el presidente Reagan; editor asociado y columnista en el Wall Street Journal; Asesor del Comité Económico Conjunto del Congreso, y Economista Jefe del Comité Presupuestario del Congreso, en representación del Partido Republicano; profesor de Economía en seis universidades, autor de numerosos libros y contribuciones académicas. Ha testificado ante comités del Congreso en treinta ocasiones. Equivale a decir una persona ligada al poder de la derecha estadounidense.
En los primeros días de octubre de 2011, en una nota aparecida en varias publicaciones internacionales, titulada “El día que murió EE.UU: El único futuro para los estadounidenses es una pesadilla”, hace un análisis de algunos aspectos políticos y jurídicos de su país como consecuencia de medidas tomadas por el Poder Ejecutivo en las últimas décadas. Comienza afirmando: «Algunos hemos previsto la llegada de este día y hemos advertido contra su arribo, solo para ser recibidos con abucheos y silbidos de “patriotas” que han llegado a ver la Constitución de EE.UU. como un artefacto que mima a criminales y terroristas y entorpece al presidente que tiene que actuar para protegernos». Expresa la convicción de un liberal que no puede callar ante violaciones flagrantes de la Constitución, en un país que ha hecho alarde del respeto a la ley como fundamento de la libertad de “todos los ciudadanos”.
Cita a continuación un libro suyo: «En nuestro libro The Tyranny of Good Intentions [La tiranía de las buenas intenciones] Lawrence Stratton y yo mostramos que mucho antes del 11-S el derecho en EE.UU. había dejado de ser un escudo del pueblo y se convirtió en un arma en manos del gobierno. El evento conocido como 11-S fue utilizado para colocar al poder ejecutivo por sobre la ley. A condición de que el presidente apruebe un acto ilegal, los empleados del poder ejecutivo ya no tienen que rendir cuentas ante la ley que lo prohíbe. Por la autoridad del presidente, el poder ejecutivo puede violar leyes de EE.UU., sin mandato judicial y sin sufrir las consecuencias, contra el espionaje de estadounidenses, detención indefinida y tortura». Esta constituye una acusación gravísima en cualquier país que se considere democrático y con mayor razón entre quienes se presentan como paladines de las libertades individuales.
Con una actitud muy crítica, dice: «Muchos esperaban que el presidente Obama restableciera la responsabilidad del gobierno ante la ley. En su lugar, fue más lejos que Bush/Cheney e impuso el poder inconstitucional no solo para mantener a ciudadanos estadounidenses en prisión sin presentar cargos, sino también para matarlos sin que sean condenados por un tribunal. Obama afirma que a pesar de la Constitución de EE.UU. tiene autoridad para asesinar ciudadanos estadounidenses, sin el proceso debido, de quienes piensa que constituyen una “amenaza”. En otras palabras, cualquier ciudadano estadounidense, que es catalogado como amenaza, carece de derechos y puede ser ejecutado sin juicio o evidencia» (subrayados RVL).
La lectura de las afirmaciones del Dr. Roberts nos permite revisar críticamente la conducta de las instituciones de una república en el mundo actual, y comprobar las distancias que se observan entre las declaraciones jurídicas y las prácticas sociales, económicas y políticas.

domingo, 16 de octubre de 2011

La guerra como instrumento de los derechos humanos

Si el tema que nos ha convocado es la reflexión sobre el tema de la libertad, no hemos podido evitar la investigación sobre los orígenes de este modo de entenderla que nos ha propuesto el liberalismo clásico, de los siglos XVI y XVII, para hurgar en esas raíces todos los significados que contenía que, con el correr de la historia se pusieron de manifiesto, y que hoy lo estamos padeciendo. Ese retorno al pasado nos permitió encontrar allí una duplicidad, como hemos visto, de una libertad pensada sólo para cierta clase de personas y que, como consecuencia, excluía explícitamente al resto de los pueblos de la periferia. Se puede encontrar en un hecho que demostró la vigencia de esa misma duplicidad en la guerra de Kosovo y Serbia (1999) en la que la OTAN participó para restablecer la vigencia de la libertad y los derechos humanos. Sus resultados calamitosos, todo un país fue destruido.
Hinkelammert dice: «La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) puso en marcha una gran fábrica de muerte, que llevó a cabo una acción de aniquilamiento. No había defensas posibles y la OTAN no tuvo muertes; todos los muertos fueron kosovares y serbios, y la mayoría de ellos civiles. Los pilotos actuaron como verdugos que ejecutan culpables, que no tenían defensa. Cuando volvían, decían que habían hecho un “buen trabajo”, era el “buen trabajo” del verdugo. La OTAN se jacta de producido un mínimo de muertos. Lo que se destruyó fue la base real de la vida de la población. Se destruyeron la infraestructura económica con todas las fábricas importantes, las comunicaciones con todos los puentes significativos, la infraestructura de electricidad y de agua potable, escuelas, hospitales y muchas viviendas. Todo ello son objetivos civiles, que en jerga militar implican daños colaterales al poder militar». La descripción es terrible y se produjo en el corazón de Europa, no en África o Asia donde se ha podido hablar del “salvajismo de los enemigos”.
La OTAN no asumió ninguna responsabilidad por sus actos. El presidente de entonces de los Estados Unidos, Bill Clinton, declaró: «La responsabilidad por el aniquilamiento de Serbia es de los propios serbios, por la violaciones de los derechos humanos que ellos cometieron en Kosovo». Las violaciones que se mostraban, como justificación de la guerra desatada, constituyeron el argumento con el cual «se sentían con el derecho, y hasta la obligación moral, que les impuso esa participación». De allí que la explicaciones posteriores hablaron de la “intervención humanitaria”. El argumento no dicho, pero que se desprende de lo que se mostró, es que la violación de los derechos humanos para evitar las violaciones a los derechos humanos quedan justificadas de hecho y jurídicamente. Los ecos de los argumentos de Locke quedan a la vista. Así como el “agresor” de la “sociedad natural” impedía que el conquistador se apropiara de sus tierras, éste se veía obligado a emprender una “guerra justa” para contrarrestar la “guerra injusta”. Es éste, el que agrede “injustamente” el culpable de las acciones que se desatan y de las víctimas que resultan de ello.
Como ya quedó dicho, todas las guerras “justas” que se emprendieron desde principios de los noventa en el Medio Oriente, Guerra del Golfo (1990-91), Invasión a Afganistán (2001 hasta hoy) Invasión a Irak (2003-hasta hoy) se han presentado bajo las mismas explicaciones. Ello exige disponer de un aparato publicitario que convenza a la población de Occidente de la “justicia” de estas acciones. Las dos armas indispensables para estas guerras de “liberación” que posibilitarán la “democratización” de esos pueblos actúan coordinadamente: El poder militar y el poder de los medios. La propaganda nos va explicar la necesidad de violar los derechos humanos de esas poblaciones, aunque esto no sea expresado en esos términos, para ofrecerle el disfrute posterior de esos derechos. Un juego de palabras perverso.
Hinkelammert cierra sus reflexiones con estas palabras: «Todo lo que se le antoje al poderoso lo puede hacer, y todo eso será imposición legítima de los derechos humanos». Esos países que llevaron la destrucción, la miseria, la muerte, por sus planes colonizadores, no asumen ninguna responsabilidad por esos hechos ya que se produjeron por la “acción humanitaria” realizada. Podríamos concluir diciendo: es el precio de la libertad que nos ofrecen y que se ha ido pagando con la in mensa deuda externa que se ha contraído para reconstruir tanta destrucción.