miércoles, 9 de marzo de 2011

XII.- El debate político en las universidades

Si bien la lectura de las reflexiones del Dr. Giroux nos llevan a pensar que todavía estamos lejos de todo ello, hay síntomas que se pueden detectar ya en el pensar y la conducta de muchos docentes. Las décadas de “evangelización” neoliberal han dejada marcas indelebles. Comparemos con sus palabras:
Ya que los profesores han dejado de sentirse llevados a encarar importantes temas políticos y problemas sociales, se sienten menos inclinados a comunicarse con un público más amplio, apoyar valores públicos, o involucrarse en un tipo de erudición que esté a la disposición de una audiencia más amplia. Obligados por los intereses corporativos, el establecimiento de una carrera y los discursos insulares que acompañan la erudición especializada, demasiados profesores se han vuelto extremadamente cómodos frente la corporativización de la universidad y los nuevos regímenes de dirección neoliberal. A la búsqueda de subsidios, promociones y sitios convencionales de investigación, muchos se han retirado de los grandes debates públicos y se han negado a encarar problemas sociales urgentes. Incapaces, cuando no renuentes, de defender la universidad como una esfera pública democrática y un lugar crucial para aprender cómo pensar de manera crítica y actuar con coraje cívico, muchos profesores han desaparecido en un aparato disciplinario que no ve la universidad como un sitio para pensar, sino como un sitio para preparar a los estudiantes para que sean competitivos en el mercado global.
Podemos traducir esto diciendo que se ha producido, en medida grave, una despolitización de los contenidos bajo el argumento de la asepsia del saber científico. Muchos por inocencia o ignorancia defienden ese argumento con convicción, a otros no les preocupa el debate, sólo hacen lo que es necesario para su curriculum y su carrera académica, lo cual está específicamente prescrito por las respectivas instituciones. Sigamos leyendo:
Esto es particularmente inquietante en vista del giro irredento que la educación superior ha tomado en su disposición a copiar la cultura corporativa y congraciarse con el Estado de seguridad nacional. Las universidades enfrentan ahora un conjunto creciente de desafíos que surgen de recortes presupuestarios, disminución de la calidad, reducción de la cantidad de profesores académicos, la militarización de la investigación y la modificación del plan de estudios para que se ajuste a los intereses del mercado. En EE.UU., muchos de los problemas de la educación superior se pueden relacionar con la escasez de fondos, la dominación de las universidades por mecanismos del mercado, el aumento de la cantidad de universidades con fines de lucro.
En la Argentina el tema presupuestario ha cambiado notablemente en los últimos años, así como el sistema de remuneraciones al cuerpo docente. Eso es sin duda un gran logro. Pero el problema ideológico no se puede modificar en plazos breves. Recuperar la idea de que los problemas que se tratan en el más alto nivel de la investigación son siempre políticos, en tanto sus resultados afectan para bien o para mal al conjunto e los habitantes de un país, o tal vez del globo, es una tarea de muy largo plazo. La tendencia todavía no ha comenzado a revertirse y, para ello, hay que enfrentar el núcleo más duros que se aloja en las ciencias naturales. Dice Giroux:
Si este proceso continúa su avance la universidad convertirá la educación superior en una más de las series de instituciones incapaces de fomentar la investigación crítica, el debate público, actos humanos de justicia y la deliberación pública. Es especialmente importante defender esos campos públicos democráticos en tiempos en los que cualquier espacio que produce “pensadores críticos capaces de cuestionar instituciones existentes” es sitiado por poderosos intereses económicos y políticos. La educación superior tiene una responsabilidad no sólo en la búsqueda de la verdad, no importa adónde pueda conducir, sino también de educar a los estudiantes para que hagan que la autoridad y el poder sean política y moralmente responsables. Aunque las preguntas sobre si la universidad debería servir estrictamente intereses públicos en lugar de privados ya no tienen el peso de crítica convincente que tenían en el pasado, esas preguntas siguen siendo cruciales para encarar el propósito de la educación superior y de lo que podría significar que se imaginara la participación plena de la universidad en la vida pública como protectora y promotora de valores democráticos.
Es imprescindible comprender que la educación superior puede ser una de las pocas esferas públicas restantes donde el conocimiento, los valores y la erudición ofrezcan una idea de la promesa de la educación para nutrir valores públicos, la esperanza crítica y una democracia sustantiva. Hoy, aunque esto no sea tan notorio, el caso es que la vida de todos los días está cada vez más organizada alrededor de principios de mercado; pero confundir una sociedad determinada por el mercado con la democracia socava los valores fundamentales de una sociedad en su proyecto político de conformar una comunidad nacional.

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