domingo, 20 de marzo de 2011

XV.- El doble juego del afán de ganancias y el ascetismo puritano

En su famoso trabajo, La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, Weber presenta la tesis en la que sostiene que la ética y las ideas puritanas influenciaron el desarrollo del capitalismo. Sin embargo parecería una contradicción dado que la religiosidad es por lo general acompañada por el rechazo de los bienes mundanos, sobre todo la búsqueda de una mejor posición económica. La parábola del joven rico en los Evangelios avala esta posición. ¿Qué hizo cambiar esto en el protestantismo? Weber debe tratar de resolver esta aparente paradoja. Para ello define al "espíritu del capitalismo" como las ideas y hábitos que favorecen la búsqueda racional de ganancias económicas, que debió enfrentar en aquella época el peso de la tradición medieval. Por ello escribió Weber: «Para que una forma de vida bien adaptada a las peculiaridades del capitalismo pueda superar a otras, debe originarse en algún lugar, y no solo en individuos aislados, sino como una forma de vida común a grupos enteros de personas». Acá aparece la excepcionalidad de la cultura de la clase burguesa, apegada al trabajo y al comercio, convertidos en un “ethos”.
Hablar de ascetismo, en la actualidad, ante el imperio de la cultura globalizada ligada al consumo y al placer inmediato, se torna un tema extravagante, pero allí se debe encontrar el motor del gran cambio cultural. La necesidad de saberse salvado superó, en aquellos países donde reinó el calvinismo, la fuerza de la tradición. Bebemos reparar en la tremenda fuerza movilizadora que tuvo, durante siglos, esa versión de la religión para los hombres de los siglos XVI y XVII en la Europa nórdica. Lo notable es que ese afán de lucro no fue acompañado por una vida suntuosa. Por el contrario ese ascetismo los obligó a una vida austera en la que el dinero ganado sólo servía para certificar la salvación y reinvertirlo en mayor producción. Se trata de personas de mucho dinero pero que vivieron con mucha humildad y recato. Weber recurre a un ejemplo en la persona de Benjamín Franklin (1706-1790), uno de los Padres Fundadores de la Nación norteamericana. Fue un calvinista ortodoxo y parte del contenido de su doctrina sintetizada en la famosa frase: «Time is Money», la expresaba de este modo:
Piensa que el tiempo es dinero... El que puede ganar diariamente diez chelines con su trabajo y dedica a pasear la mitad del día, o a holgazanear en un cuarto o, aún cuando dedique seis peniques para diversiones, no ha de contar esto sólo, sino que en realidad ha gastado, o más bien derrochado, cinco chelines más. Piensa que el crédito es dinero. Si alguien deja seguir en tus manos el dinero que le adeudas, deja además su interés y todo cuanto puedes ganar con él durante ese tiempo. Se puede reunir así una suma considerable si un hombre tiene buen crédito y además sabe hacer buen uso de él.
Es decir la necesidad de ganar dinero se apoyaba en una vocación religiosa por la búsqueda de un lugar en el cielo. Todo ello dentro de la vida ascética ya mencionada. El marco cultural y la organización social que sostenía esta doctrina estaba dada por un capitalismo incipiente de pequeños propietarios: artesanos, comerciantes, prestamistas, que no permitía prefigurar la expansión del capitalismo de los siglos XIX y XX. Es este desarrollo el que rompe los límites de la moral puritana y, si bien como discurso todos estos valores permanecen, la práctica de un capitalismo colonialista e imperial desvirtuó este origen y se fue desbarrancando por el afán desmesurado de ganancias, motorizado por la codicia desatada. Se impone lo que el profesor Daniel Bell define así:
En la sociedad moderna, el principio axial es la racionalidad funcional, y el modo regulador es economizar. Esencialmente, economizar significa eficiencia, menores costes, mayores beneficios, maximización, optimización y otros patrones de juicio similares sobre el empleo y la mezcla de recursos. La estructura axial es la burocracia y la jerarquía, ya que estas derivan de la especialización y la fragmentación de funciones y de la necesidad de coordinar actividades […] El capitalismo es un sistema económico-cultural, organizado económicamente en base a la institución de la propiedad privada y la producción de mercancías, y fundado culturalmente en el hecho de que las relaciones sociales de intercambio, las de compra y venta, han invadido la mayor parte de la sociedad.
Esta descripción no muestra ninguna dificultad y pareciera un orden armónico que atiende las necesidades de todos a pesar del juego de los intereses particulares y la posibilidad de que ello desate la violencia de las pasiones. En un origen la contradicción entre el ciudadano miembro de una comunidad y el burgués que se centraba en la defensa de su interés individual, se debe haber resuelto de algún modo.

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