miércoles, 23 de marzo de 2011

XVI.- El problema cultural del capitalismo

Llegado a este punto el profesor Bell tiene que plantearse el problema que se deriva de la contradicción que quedó esbozada. Las decisiones de la sociedad no siempre se acompasan con las de cada uno de los individuos, y muchas veces pueden entrar en contradicción. Por ello, partiendo de la armonía que presentó el capitalismo en sus comienzos, reflexiona: «De modo que el equilibrio de los apetitos privados y la responsabilidad pública es real: ¿Cómo se lo mantiene?»:
En el temprano desarrollo del capitalismo, el impulso económico sin freno fue controlado por las restricciones puritanas y la ética protestante. Se trabajaba por la obligación de cada uno a su propia vocación o para cumplir con la norma de la comunidad. Pero la ética protestante fue socavada, no por el modernismo, sino por el propio capitalismo. El más poderoso mecanismo que destruyó la ética protestante fue el pago en cuotas o crédito inmediato. Antes era necesario ahorrar para poder comprar. Pero con las tarjetas de crédito se hizo posible lograr satisfacciones inmediatas. El sistema se transformó por la producción y el consumo masivos, por la creación de nuevas necesidades y nuevos medios de satisfacerlas. La ética protestante había servido para limitar la acumulación suntuaria, pero no la acumulación del capital. Cuando la ética protestante fue apartada de la sociedad burguesa, sólo quedó el hedonismo, y el sistema capitalista perdió su ética trascendental.
Es una muy interesante tesis para pensar algunos cambios del capitalismo de comienzos del siglo XX. Aunque su manifestación más desaforada se dio en la segunda posguerra. Un sistema industrial que producía a toda marcha para proveer a la guerra debió encontrar otro modo de ubicar su producción y debió conseguir que el modelo de hombre tradicional relativamente austero de antes del conflicto, se convirtiera en un voraz consumidos siempre insatisfecho. Sugiero recordar aquí lo señalado por Erich Fromm en notas anteriores. Agrega Bell:
El hedonismo, la idea del placer como modo de vida, se ha convertido en la justificación cultural, si no moral, del capitalismo. Y en el ethos liberal que ahora prevalece, el impulso modernista, con su justificación ideológica de la satisfacción del impulso como modo de conducta, se ha convertido en el modelo de la imago cultural. Aquí reside la contradicción del capitalismo. En esto ha terminado el doble vínculo de la modernidad.
Que esta sea la contradicción del capitalismo nos habla de las limitaciones de sus tesis. Escribe desde un Estados unidos que comienza a salir del estado de bienestar del New Deal , sin grandes problemas sociales todavía, con el convencimiento de que ese era un piso para la sociedad norteamericana. Estaba muy lejos de imaginar las consecuencias del terremoto neoliberal de los republicanos. A pesar de ello nos da bastante material para pensar la deriva del sistema capitalista, sus idas y venidas, sus crisis y sus posibles superaciones. Afirmaciones como: «Lo que define a la sociedad burguesa no son las necesidades, sino los deseos. Los deseos son psicológicos, no biológicos, y son también ilimitados. En una sociedad moderna, el motor del apetito es un nivel de vida cada vez mayor y la diversidad de productos que tanto contribuyen a dar esplendor a la vida. Pero es también, por su énfasis en la ostentación, un implacable despilfarro de recursos». Se le podría sugerir la aclaración de que se refiera a la sociedad burguesa del siglo XX, que había abandonado ya el ascetismo de los siglos anteriores. Si bien hay mucho más que discutirle en su tesis, el tema de la explotación, del imperialismo y otros detalles no le parecen preocupar.
Nos es suficiente lo leído para poder pensar el problema de una posible superación de los problemas actuales. Lo medular que tenemos que rescatar es el énfasis puesto en torno al tema cultural, y allí debemos concordar con Bell: la mención al despilfarro de recursos adquiere hoy una centralidad dentro del problema que no la tenía en la década de los setenta, puesto que ya está claro que se juega allí la sobrevivencia del planeta como mundo biológico. Un despilfarro que va acompañado por una pésima distribución de la riqueza.

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