domingo, 28 de agosto de 2011

Quién es el controlador supremo

Ahora comenzamos a acercarnos al oculto controlador supremo. Hemos visto que quien compra los espacios publicitarios ejerce una gran presión sobre el medio, puesto que su rentabilidad depende de ese ingreso. Por otra parte, debemos recordar lo que dejé afirmado en mi anterior artículo, de esta misma serie de notas, “La concentración de medios”.
Las últimas décadas del siglo pasado introdujeron una novedad en el mundo del periodismo o, dicho en términos más actuales, en el mundo de los medios masivos de comunicación: la propiedad de ellos concentrada en pocas manos que concuerdan con las de las grandes multinacionales. Se ha producido un entramado de tal magnitud —cuyos tejidos se entremezclan y se superponen—, que convierte el seguimiento de esos hilos de propiedad en un laberinto inextricable. Esta particularidad no es una consecuencia fortuita; es el modo de ocultar a los verdaderos artífices del manejo del escenario internacional, en esta última fase de lo que se dio en llamar “globalización”. El vocablo más aséptico que hace referencia a ellos es “los inversores”.
Conviene señalar en esta etapa la necesaria búsqueda de las formas internacionales institucionalizadas, en las cuales se expresan los personajes que concentran ese poder internacional. Esas organizaciones se mueven en una especie de semi-superficie, nada sencilla de detectar, pero no por ello menos perceptible en su eficacia. Remito a la lectura de un trabajo en el cual he descrito parte de este intrincado y confuso mecanismo . La existencia de esas organizaciones no debe entenderse como una instancia homogénea en la que se acuerdan políticas claras y uniformes. Por el contrario, allí también se da la lucha de intereses contrapuestos que convierte esos encuentros en verdaderos campos de batalla. La competencia inter e intra mega-empresas constituye la esencia misma del capitalismo. La caza de empresas de esa magnitud, o la fusión entre ellas, es una actividad constante y omnipresente en el escenario internacional, agravado en las últimas décadas por el corrimiento de los capitales hacia el negocio especulativo financiero.
Entonces, debemos ahora proponernos descifrar el complejo juego dentro del cual se desenvuelve la actividad comunicacional. Lo que debe quedar subrayado es que aquella forma idealizada del periodismo como el Cuarto Poder, “la voz de los que no tienen voz”, la instancia emergente de la Revolución francesa que se erigía como “el control del Poder”, se ha convertido hoy en un instrumento muy vigoroso al servicio del capital concentrado. Para que esto sucediera, fue necesario el proceso que se empezó a gestar, con más virulencia a partir de la Segunda Guerra Mundial, época de debilitamiento de la capacidad política de los Estados nacionales por la incidencia del peso del “mercado”. Este actor, descendiente de la “mano invisible” del siglo XIX, que armonizaba el juego de los concurrentes, fue reconociendo la presencia de actores poderosos que alteraron ese juego libre. La monopolización y la cartelización de la producción y el comercio, que abrió el camino a la gran concentración del capital internacional, alteró profundamente el juego de la política en todos los niveles.
Este nuevo escenario debe ser analizado detenidamente, puesto que nada es posible comprender, en las últimas décadas, sin la incorporación de estos actores globales, actores cuyo poder ejerce un control que no reconoce antecedentes en la historia de la humanidad. Este crecimiento exponencial del poder internacional, que hace palidecer al de los grandes imperios de la historia, fue acompañado por un ocultamiento ideológico, político y cultural cuyo instrumento más eficaz fue la comunicación de masas. Se agregó a ello la prédica de una ideología encubridora que justificaba todo bajo la apariencia de un liberalismo que había abandonado sus raíces originarias. Este liberalismo entendía que la libertad se ejercía en la supuesta libre elección dentro del mercado, lo que la constreñía a una simple decisión de compra que efectuaba el “homo económicus”.

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