viernes, 30 de septiembre de 2011

La sociedad libre contra las sociedades naturales

Tal vez, no sea tan evidente el malabarismo argumental de Locke y lo que persigue con su laberinto silogístico; por ello, vamos a detenernos un momento y a repasar lo que nos está proponiendo. Un poco de historia. El triunfo de la revolución burguesa ha introducido, en la legislación, el criterio de la igualdad de todos los seres humanos ante la ley. Esta igualdad se desprende de un derecho natural que exige que se respete esa dignidad del hombre que, por su solo nacimiento, lo coloca en un plano de igualdad con el resto de sus congéneres. Este hecho es irrefutable e irreversible. Es una bandera revolucionaria que se enarboló tras la derrota del imperio de los “derechos divinos”.
Ahora bien, el triunfo de la revolución burguesa ha logrado ser parte de los beneficios de la expansión imperial inglesa. Esta expansión de carácter imperial se lanza a la conquista de las “tierras libres”, es decir aquellas que no pertenecen a un estado organizado constitucionalmente con una autoridad y una justicia que preserve e imponga la vigencia de los “derechos humanos”, según se ha institucionalizado en las naciones que han accedido al “estado civil”. Este estado está perfectamente descrito, prescrito y establecido en los países centrales (Inglaterra, Francia) que se convierten en paradigmas de ese modelo de estado. Todos aquellos que no reúnen las condiciones necesarias para ser considerados miembros del estado civil, todavía se encuentran en el “estado de naturaleza”, librados a las luchas por la defensa de los derechos individuales, por medio de la fuerza privada.
Hemos podido ver en notas anteriores cuáles eran las condiciones en que se desenvuelve la vida en el “estado de naturaleza”, según las describe el propio Locke. Como la propiedad privada es un derecho establecido legalmente en el “estado civil”, los otros “estados”, por ser etapas previas en la evolución histórica, no han accedido a este nivel de organización política. Al encontrarse en un estado natural, sin ley, sin autoridad, sin juez, cada uno es dueño y responsable de lo que tiene, y debe defenderlo con sus propias fuerzas. Otra de las dificultades que se le presenta al hombre perteneciente al “estado civil” es que, en esas “formas naturales”, tampoco existe una reglamentación de la propiedad privada, por lo que se encuentra en la necesidad de defenderse de cualquier ataque a su persona o a sus bienes.
Además, la carencia de una ley que fije y reglamente el funcionamiento de la propiedad no permite saber cómo comportarse en esos casos. Viendo que los habitantes de esos países no ejercen legítimamente la posesión de los bienes naturales (animales, tierras, ríos, etc.) y estos se encuentran entonces en “estado de libre disponibilidad”, es fácil comprender que cada uno pueda apropiarse para sí de lo que “no es de nadie” en ese “estado de naturaleza”. Aquí se presenta una situación legal que es necesario analizar detenidamente.
El giro que toma la argumentación, llegado a este punto, puede ser sorprendente, pero no puede negarse que su argumentación está construida con solidez. El estado de naturaleza, por su carencia y vacíos en el ordenamiento legal, hace que los conflictos puedan aparecer a cada momento. Si bien Locke no avala lo que Hobbes sostiene acerca de que el “estado natural” es de “guerra de todos contra todos”, debe admitir que la lucha aparece con frecuencia, a causa de la anarquía reinante. Si recordamos que cada quien tiene el derecho y la obligación de defenderse, el hombre del “estado civil”, encontrándose en tierras de “estado de naturaleza”, se ve forzado a defenderse ante los ataques que puede recibir de aquellos que no aceptan el imperio de las normas del estado jurídicamente organizado. Es decir, aquellos que atentan contra la ley civilizada —que es una ley para todos los hombres del mundo que viven en forma “civil”, una ley “universal”— se convierten en delincuentes, opositores a las formas civiles.
Aparece acá, argumentativamente, quiénes son los culpables de los conflictos, luchas o estados de guerra, originados en la tozudez, en la intemperancia, en la prepotencia que exhiben al oponerse a las leyes universales de los “estados civiles” que representan las formas jurídicas modernas, por las que se rigen esos estados. Su negativa promueve la guerra.

domingo, 25 de septiembre de 2011

La fundamentación de la ley

En el estado de naturaleza —si bien es un estado en el que ya existen la igualdad y la libertad—, ninguna de ellas está garantizada por una autoridad que la preserve. Por tal razón, el perfeccionamiento que le agrega el estado civil es la garantía de la defensa y la preservación de esos derechos de todos los hombres. Las palabras con las que Locke va desplegando su argumentación son las siguientes: “De la misma manera en que cada uno de nosotros está obligado a su propia conservación y a no abandonar voluntariamente el puesto que ocupa, lo está asimismo, cuando no está en juego su propia conservación, a mirar por la de los demás seres humanos y a no quitarles la vida, a no dañarla, ni todo cuanto tiende a la conservación de la vida, de la libertad, de la salud, de los miembros o de los bienes de oro, a menos que se trate de hacer justicia en un culpable”.
Nuestro filósofo considera evidente el respeto por la integridad física del ser humano, lo mismo que por sus propiedades. Ahora bien: en el estado de naturaleza: “…ha sido puesta en manos de todos los hombres, dentro de ese estado, la ejecución de la ley natural; por eso, tiene cualquiera el derecho a castigar a los transgresores de esa ley con un castigo que impida su violación”. Acá está destacando los modos del ejercicio de la justicia en la persona del culpable: “cualquier hombre tiene el derecho de castigar a un culpable, haciéndose ejecutor de la ley natural”. Préstese atención al giro que va introduciendo en su argumentación: “El culpable, por el hecho de transgredir la ley natural, viene a manifestar que con él no rige la ley de la razón y de la equidad común, que es la medida que Dios estableció para los actos de los hombres, mirando por su seguridad mutua… El crimen de violar las leyes y de apartarse de la regla de la justa razón califica a un hombre de degenerado y hace que se le declare apartado de los principios de la naturaleza humana y que se convierta en un ser dañino”.
Agrega todavía una reflexión más que corona todo su razonamiento: “… a la razón, regla común y medida que Dios ha dado al género humano, [el culpable] ha declarado la guerra a ese género humano con aquella violencia injusta y aquella muerte violenta de que ha hecho objeto a otro: puede, en ese caso, el matador ser destruido lo mismo que se mata a un león o un tigre, o cualquiera de las fieras con las que el hombre no puede vivir en sociedad ni sentirse seguro”.
Hinkelammert, comentando el argumento de Locke, sostiene, con un dejo de ironía: “Por lo tanto, el culpable debe ser destruido toda vez que es un ‘peligro para el género humano’, es un ‘degenerado’, un ‘ser dañino’ que ha atropellado ‘la especie toda’, y debe ser tratado como una fiera salvaje. Él se ha levantado en contra del género humano. Incluso, ha dejado de ser un ser humano, puesto que ha manifestado que ‘con él, no rige la ley de la razón’. Al cometer el crimen, ha renunciado hasta a sus derechos humanos. Es, en fin, un ser por aniquilar”.
En este punto, Locke muestra sus condiciones de hombre perteneciente a la revolución burguesa al poner límite al saqueo al que estaba habilitado el vencedor. No va a avalar el pillaje. En tiempos de la garantía “divina”, el rey estaba habilitado para despojar al culpable de todos sus bienes, sin más trámite. El filósofo inglés no puede aceptar este tipo de conducta; sin embargo, es necesario encontrar el argumento legal que permita algún resarcimiento por los delitos cometidos y los costos que genera el derecho violado. Sostiene, en consecuencia, que el que ha sido víctima del daño “tiene el derecho especial de exigir reparación a quien se lo ha causado”. Lo expresa con estas palabras: “La persona que ha sufrido el daño tiene derecho a pedir reparación en su propio nombre, y sólo ella puede condonarla. El perjudicado tiene la facultad de apropiarse de los bienes o servicios del culpable, en virtud del derecho a la propia conservación”. Veremos, entonces, las consecuencias de todo ello.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La libertad y sus comienzos

El tema que quedó planteado ha sido estudiado de diversos modos, durante mucho tiempo, y sigue siendo todavía hoy un debate presente tanto en la práctica como en el plano teórico. No olvidemos además que tenemos una larga historia que se remonta a las revoluciones modernas de Inglaterra del siglo XVII, y Francia del XVIII. En su mayor parte, expresan este punto de vista: el temor de las elites en la conducción de los asuntos públicos ante la presencia con intenciones participativas de la “plebe”. En razón de la importancia de estos comienzos, sobre todo por las marcas que han dejado en los debates posteriores, voy a referirme a este período moderno, desde el siglo XVIII, acerca de la forma en que se desarrolla la noción de democracia, y sobre el modo y el por qué el problema de los medios de comunicación y la desinformación se ubican en este contexto.
Uno de los padres del liberalismo moderno es, sin dudas, el filósofo inglés John Locke (1632-1704), quien aborda el tema en su famoso “Segundo ensayo sobre el gobierno civil” (1690), publicado tras la victoria de la Gloriosa Revolución (1688) que proclama dos derechos fundamentales sobre los que se iría construyendo la idea de democracia: Hábeas Corpus (1679) y la The Bill of Rights (1689).
La idea de igualdad ante la ley aparecía como una enorme conquista, pero se apoyaba en una profunda contradicción política: Inglaterra ya había comenzado su expansión imperial con las correspondientes conquista coloniales. Los emigrantes ingleses estaban comenzando a asentarse en América del Norte, además de las conquistas en el Lejano Oriente.
Una de las actividades más importantes del comercio internacional inglés, por ser el más lucrativo en los siglos XVII y XVIII, era la caza y venta de esclavos africanos. El mismo Locke había invertido gran parte de su fortuna en este negocio con rentas muy importantes. Es importante dejar subrayada la simultaneidad de ambas líneas en desarrollo: la filosofía liberal y la conquista colonial basada en la esclavitud. Así comenta Franz Hinkelammert este tema: “Tomando en cuenta esta situación imperial, la urgencia de una nueva teoría política era evidente. Anteriormente, la expansión se justificaba por el derecho divino de los reyes y, como en el caso de España y Portugal, por la asignación papal de las tierras por conquistar. Pero después de la revolución burguesa que había suprimido este derecho divino de los reyes, reduciendo al rey a un rey constitucional nombrado por el Parlamento, esta legitimación de la expansión imperial había perdido su vigencia”.
La revolución burguesa requería una fundamentación y legitimación de los derechos individuales, que ya habían sido esbozados en el Hábeas Corpus y la The Bill of Rights, A partir de allí, debía justificarse la expansión colonial sin renunciar a lo ya conquistado. Estos derechos garantizaban la vida física de los hombres libres y sus propiedades, y habían transformado la autoridad en un poder al servicio de ellos. Aparece una contradicción leída desde hoy, pero que no inmutó a aquellos hombres: el trabajo forzado por la esclavitud y la apropiación de tierras a los indígenas de América del Norte no representaba ningún conflicto, era entendida como perfectamente compatible.
Esta dificultad que aparecía entre la declaración de igualdad ante la ley para todos los hombres y el poder de conquista y apropiación de parte de la burguesía, fue resuelta por Locke con un giro a la interpretación de lo que se entendía por derecho humano. Partiendo de la afirmación de que “Todos los hombres son iguales por naturaleza” era expresado de este modo como: “El derecho de igualdad que todos los hombres tienen a su libertad natural, sin estar ninguno sometido a la voluntad o a la autoridad de otro hombre”. La sorpresa para nosotros, hombres del siglo XXI, es la capacidad de sacar de la afirmación anterior la siguiente conclusión: “La esclavitud es legítima”, por lo tanto, se puede continuar con la conquista y colonización tanto de América como de la India. Veamos su argumentación.
En la misma línea de un antecesor, el filósofo también inglés Thomas Hobbes (1588-1679), sostiene que la sociedad política se ha construido sobre la superación del estado de naturaleza en el que vivían los hombres antes. El estado civil es el resultado de la necesidad de poner un orden compartido entre los hombres, sostenido por una autoridad para el cumplimiento de la ley. Se ha justificado con la siguiente simplificación: que el estado civil es un perfeccionamiento del estado de naturaleza que asegura una vida ordenada.

domingo, 18 de septiembre de 2011

La libertad y la democracia en sus diversas formas

El papel de los medios de comunicación en la política contemporánea nos obliga a preguntar por el tipo de mundo y de sociedad en los que queremos vivir, y qué modelo de democracia queremos para esta sociedad. Permítaseme empezar contraponiendo dos conceptos distintos de democracia. Uno es el que nos lleva a afirmar que en una sociedad democrática, por un lado, la gente debe tener a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de los asuntos públicos (modelo idealizado de la democracia ateniense), y, por otro, los medios de información deben ser libres e imparciales. Estaríamos frente a una definición clásica. Si se busca la palabra democracia en el diccionario se encuentra una definición bastante parecida a lo que acabo de formular. La Real Academia Española dice: “1.- Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. 2.- Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado".
Una idea alternativa, más práctica que teórica, de democracia es la que plantea que no debe permitirse que la gente se haga cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información deben estar fuerte y rígidamente controlados, aunque esto no aparezca en los debates públicos. Se desprende de los primeros ensayos históricos, tanto en Francia como en América del Norte. Quizás esto suene como una concepción anticuada de democracia, pero es importante entender que, en todo caso, es la idea predominante hoy. Debemos ubicar su tratamiento y difusión a partir de la década de los setenta con la aparición de la Trilateral Comissión (1973) [Sobre este tema puede consultarse mi trabajo “Las brujas no existen pero…” en la página www.ricardovicentelopez.com.ar, o en google]. Época en que se comienza a investigar seriamente el problema de la estabilidad y gobernabilidad de la democracia occidental. Tal vez este tipo de afirmación pueda sorprender, para lo cual debo decir que en los debates de los Padres Fundadores de los Estados Unidos en el siglo XVIII se proponía una democracia restrictiva y que a comienzos del siglo XX los liberales de ese país, con Walter Lippmann a la cabeza, lo decían sin tapujos. Fundamentaba su posición en el riesgo de los desbordes de lo que él denominó “el rebaño desconcertado”, es decir “el público-masa” sin la conducción de los “jefes de la Nación”. [Se puede consultar en la misma página “La democracia ante los medios de comunicación”].
Veamos algunas de las afirmaciones de uno de los teóricos más importante del liberalismo estadounidense, para comprender lo que pensaba cuando formó y fue parte de las “misiones propagandísticas” y reconoció posteriormente sus logros. Arguyó que lo que él llamaba “revolución en el arte de la democracia” podía utilizarse para “fabricar consenso”, esto es, “para lograr que el público estuviera de acuerdo con cosas que no quería, utilizando a tal efecto las nuevas técnicas de propaganda”. Estas técnicas eran necesarias porque, como dijo, “los intereses comunes están totalmente fuera del alcance de la comprensión de la opinión pública” y “sólo puede comprenderlos y dirigirlos una clase especializada formada por hombres responsables que tienen la inteligencia suficiente para resolver los asuntos”.
El elitismo aristocratizante de Lippmann no requería apelar a disimulos. Lo que puede sorprender a nuestra generación es que pudiera afirmarse esto respecto de la democracia, que contradice el concepto que se sigue enseñando en institutos y universidades. Lo que debemos recuperar de todo esto es que esos hombres políticos tenían presente que el modo de plantear los temas económicos, su desigual distribución, acarrearía necesariamente conflictos sociales. Por tal razón las “técnicas de propaganda” debían apuntar a “fabricar consenso” adoctrinando al “rebaño desorientado” para evitar una “estampida” de consecuencias incalculables. En palabras de hoy: naturalizar las estructuras socioeconómicas de modo que fueran aceptadas como una ley del desarrollo social o, como es común en el país del norte, como disposición divina.
El famoso y muy publicitado “self made man”, fundamento cultural del individualismo liberal, era el modo de ascender en la escala social, escala que, supuestamente, estaba a disposición de todo aquel que tuviera la capacidad y el coraje de subirla. Esos, los mejores, los triunfadores, son el modelo en el que deben mirarse y aprender todos los demás. Es así que la libertad social y política es amplia y está abierta pero premia a los “winners”, los otros no merecen que se les preste atención.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El conflicto entre la libertad de la democracia y la libertad del mercado

Partamos ahora de la decepción que envolvió a la conciencia colectiva de una parte importante de los ciudadanos que habitaban el área del sistema democrático occidental, en las últimas décadas del siglo pasado. El conflicto social de las sociedades modernas no es un fenómeno novedoso, pero se vio acentuado en ese tiempo. Después de los “años gloriosos”, como denominaron en los países centrales a los de la vigencia del Estado de Bienestar, la década de los setenta fue el comienzo de un giro cuya bisagra fue el acceso a los gobiernos de Gran Bretaña y de los Estados Unidos, de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, respectivamente. Ambos conformaron un tándem que significó un retroceso en el campo de las conquistas sociales garantizadas por el Estado Social que, a partir de entonces, fue mostrado como una rémora para el progreso económico. Este retroceso agudizó el conflicto social y dejó al desnudo el avance de los intereses del capital concentrado sobre una distribución del ingreso, más o menos equitativa y, fundamentalmente, sobre los ingresos de los trabajadores.
Ese nivel de conflicto fue analizado por el Doctor Lester Thurow, Profesor de Economía Política y Decano de la Sloan School del Instituto Tecnológico de Massachusetts, autor de una importante bibliografía de temas económicos y sociales, al señalar, como una de las contradicciones más graves del capitalismo, la que se plantea entre «el mercado, como forma de asignar los bienes, y la democracia, como modo de asegurar la igualdad». El mercado promueve la «competencia y el triunfo de los mejores». Dentro de él, quien demuestre tener las mejores capacidades y las mayores habilidades se impondrá en la búsqueda de maximizar el beneficio. El otro, el perdedor, se verá desplazado y finalmente derrotado: «dentro del mercado, cada individuo vale por el dinero que posee». En oposición a ello, «la democracia pretende garantizar la igualdad de todos los ciudadanos». Por tal razón, se genera una tensión de muy difícil trámite que expone con estas palabras:
La democracia y el capitalismo tienen diferentes puntos de vista acerca de la distribución adecuada del poder. La primera aboga por una distribución absolutamente igual del poder político, “un hombre, un voto”, mientras el capitalismo sostiene que es el derecho de los económicamente competentes expulsar a los incompetentes del ámbito comercial y dejarlos librados a la extinción económica. La eficiencia capitalista consiste en la “supervivencia del más apto” y las desigualdades en el poder adquisitivo. Para decirlo de la forma más dura, el capitalismo es perfectamente compatible con la esclavitud... En una economía con una desigualdad que crece rápidamente, esta diferencia de opiniones acerca de la distribución adecuada del poder es como una falla de enormes proporciones que está por deslizarse.
Cabe subrayar lo enfático de la afirmación en un hombre perteneciente a lo más granado del establishment estadounidense y cuyo pensamiento apunta a la defensa del sistema.
Otro aspecto interesante del análisis de Thurow es que atribuye la desigualdad creciente al capitalismo en tanto tal, pero no a una patología de su desarrollo actual. Completa este pensamiento con la siguiente frase: «La mayor desventaja del capitalismo es su miopía. Tiene intrínsecamente un horizonte de corto plazo». Cuando Thurow dice “capitalismo”, creo que deberíamos leer “capitalismo estadounidense” hoy en plena globalización, lo cual proyecta estas contradicciones sobre el resto del planeta, ya incorporado a este capitalismo internacional.
Otra personalidad del capitalismo globalizado es el financista George Soros, especulador financiero, inversionista y activista político, de origen húngaro y nacionalidad estadounidense, actualmente, es presidente del Soros Fund Management LLC y del Open Society Institute, cuya mirada sobre este escenario está teñida por una prolongada y exitosa experiencia en el mundo de los negocios. Sobre el tema que venimos tratando, dice:
Está muy extendida la suposición de que la democracia y el capitalismo van de la mano. Lo cierto es que la relación es mucho más compleja. El capitalismo necesita a la democracia como contrapeso, porque el sistema capitalista por sí solo no muestra tendencia alguna al equilibrio. Los dueños del capital intentan maximizar sus beneficios. Si se les dejase a su libre arbitrio, continuarían acumulando capital hasta que la situación quedase desequilibrada... El fundamentalismo del mercado pretende abolir la toma de decisiones colectivas e imponer la supremacía de los valores del mercado sobre los valores políticos y sociales... Lo que necesitamos es un equilibrio correcto entre la política y los mercados, entre la elaboración de las reglas y el acatamiento de las mismas.
Puede causar sorpresa el que se exprese en estos términos, exhibiendo una pintura desnuda del mundo en el que se mueve. Lo importante es que podemos, a través de las citas de hombres pertenecientes al capitalismo globalizado, avanzar en la comprensión de los graves problemas que hoy enfrentamos, sobre todo la relación entre el capital y la libertad.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El liberalismo clásico

La idea de libertad del ciudadano es un aporte del pensamiento liberal, y se impuso en el siglo XIX, tras los cambios producidos en Europa, como consecuencia de la Revolución Industrial inglesa y la Revolución Política francesa. La burguesía, que había estado varios siglos disputándoles a las clases nobles el poder, finalmente triunfaba en sus propósitos, y las ideas proclamadas por sus intelectuales comenzaban a tomar forma político-institucional.
El liberalismo es, entonces, un sistema de ideas que se expresa en el terreno filosófico, en el económico y en el político; plantea las libertades civiles, se opone a cualquier forma de despotismo, al proponer los principios republicanos. Su ofrecimiento, para modificar las ideas y prácticas políticas heredadas, postula una reorganización social que se sustente en una democracia representativa y en la división de poderes.
Los siglos de despotismo monárquico debían ser superados a partir del ejercicio de las libertades individuales, lo que conduciría al progreso de la sociedad. Esta libertad para todos los ciudadanos debía ser garantizada por el establecimiento de un Estado de Derecho, en el cual todas las personas fueran iguales ante la ley, sin privilegios ni distinciones, subordinadas a un mismo marco mínimo de leyes. Los liberales tenían una gran desconfianza a la presencia de un Estado fuerte, dada la experiencia del Estado Absoluto de las monarquías anteriores, y el despotismo padecido los mantenía alertas. Por ello, el Estado que proponían debía ser mínimo, lo suficiente para evitar y controlar los abusos de los poderosos.
El siglo XIX se presenta como el escenario en el que se irá desplegando la construcción política de esa propuesta que tiene la libertad del ciudadano como columna vertebral para su institucionalización. Esta magna tarea debería ir acompañada, necesariamente, por una educación del ciudadano que fuera consciente de lo que se estaba construyendo, para convertirse en custodio del nuevo orden social. Esta doctrina adquirió su consagración con el triunfo de la Revolución norteamericana del siglo XVIII.
Es necesario aclarar, debido a las confusiones que se han dado alrededor de este tema, que lo que se practicó fundamentalmente en ella fue el republicanismo mucho más que la democracia . No debe olvidarse que, a fines del siglo XVIII, debido a los desbordes sociales provocados como consecuencia de la Revolución francesa, aparecieron muchas dudas sobre la viabilidad de un pueblo que se hiciera responsable de las grandes decisiones políticas. Los Padres Fundadores de los Estados Unidos pusieron a buen recaudo las decisiones de la Gran Política, argumentando que no podían quedar en manos de los farmers (nuestros chacareros) las decisiones de la conducción del Estado .
El triunfo de las ideas liberales adquirió el prestigio necesario como para que pensadores e investigadores de gran parte del mundo de principios del siglo XX se hicieran eco de esta doctrina, por lo cual una importante bibliografía se fue publicando desde allí en adelante. La mayor parte del mundo occidental se fue estructurando en torno de este conjunto de principios. Las dos grandes guerras que padeció la humanidad, casi en su totalidad, así como la mayor parte de las libradas en diversas zonas del planeta, tuvieron, como banderas justificadoras, “la defensa de la democracia y de las libertades individuales”. Es evidente que estas ideas calaron muy hondo en la conciencia de los hombres pertenecientes a la cultura occidental. Sin embargo, en las primeras décadas de ese siglo —probablemente por la utilización interesada de los principios proclamados pero no respetados por parte de grupos económicos concentrados (neoliberalismo)—, provocaron la desilusión de los menos favorecidos, lo que abrió cauce a la emergencia de proyectos autoritarios.
Podemos afirmar que el resultado de la contienda en 1945, después de los enormes costos en vidas y bienes, consolidó el liberalismo político, económico y cultural, para lo que se dio en llamar el “Mundo Libre”. Lo que siguió después comenzó a mostrar la otra cara de ese liberalismo: las desigualdades económicas oscurecieron lo que se había presentado como el “reino de la libertad”, al comprobar que esta no se repartía con la igualdad prometida.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

¿De qué libertad hablamos?

El siglo XX y, con mayor precisión su mitad posterior a la Segunda Guerra Mundial, nos sumergió en una lucha de ideas que situaba dos bandos contrapuestos como dos modelos: el “mundo libre” y los países del área soviética. Ese período, denominado “Guerra Fría” —por la continuidad de la guerra anterior, pero sin armas— como debate político e ideológico, nos acostumbró a pensar a partir de ciertas categorías y conceptos referidos a un contexto cuyos grandes rasgos no parecían dejar duda alguna: dos sistemas económico-políticos representaban una opción clara: capitalismo y comunismo. Fuera de ellos, sólo era posible encontrar matices que mostraban algunas “variedades sobre un mismo tema”. Cada uno de ellos ocupaba un espacio más amplio que el que correspondía a sus respectivos territorios nacionales, y estaba presentado, dentro del juego internacional, por una versión general que los sistemas de comunicación del “mundo libre” ponían a disposición de quien quisiera conocerlos. Equivale a decir: fuimos educados con una clara concepción de lo aceptable, deseable, respetable, aunque ella no había sido revisada desde una óptica crítica que nos permitiera /analizar los contenidos recibidos.
Debemos recordar que todavía no había aparecido una crítica que desenmascarara el papel que desempeñaban los medios de comunicación masivos en la transmisión de la información. Esa segunda mitad había impuesto la idea de la “objetividad periodística”, que se hacía extensiva a los discursos políticos e ideológicos que recorrían el espacio cultural del Occidente Moderno. La consecuencia de todo ello fue el cultivo de una actitud ingenua que aceptaba de buen grado todo lo que nos llegaba del mundo, y las ideas que se recibían, gozaban del respeto general de un público preparado para ello [Puede encontrarse un análisis más detallado en dos trabajos míos: La democracia y sus problemas y La democracia ante los medios de comunicación en www.ricardovicentelopez.com.ar].
El desarrollo del proceso político internacional, con la agudización de las contradicciones que comenzaron a advertirse sobre la superficie del escenario, fueron corriendo el pesado cortinado que ocultaba los mecanismos mediante los cuales se tejía el entramado informacional. La década de los ochenta y, sobre todo la siguiente, se presentaron triunfantes en la certeza de que la confrontación entre esos dos modelos mencionados había culminado con el triunfo sin apelaciones de la “democracia liberal” y el modelo económico de “mercado libre”. Un libro de dudosa calidad filosófica, pero presentado con una campaña publicitaria digna del lanzamiento de un nuevo modelo de automóvil, irrumpía en los medios elaboradores de pensamiento (los think tank) y se imponía con sus “nuevas verdades”. El título de ese libro anunciaba El fin de la historia, y su autor, Francis Fukuyama, era presentado como el filósofo del Nuevo Mundo y el revelador de una verdad que iluminaba el futuro de la sociedad global.
Para comprender mejor qué estaba oculto en la información internacional, detengámonos brevemente en la personalidad de este autor. ¿Por qué hacerlo? Porque conociéndola, podemos avanzar sobre el problema del tema de nuestro trabajo, la libertad, despejando el camino de modos de pensarla, que nos desvían de su contenido humano y de su importancia esencial.
Dado que el concepto de libertad es una bandera que izan tanto las derechas tradicionales como las izquierdas social-demócratas, nos resta saber qué intentan decir al nombrarla. La resignificación adquirida en la corriente neoliberal de pensamiento obliga a ser muy cuidadosos en su utilización, desbrozando el entramado ideológico que envuelve el tema.
La trascendencia que tuvo la implosión de la Unión Soviética y la posterior “caída del muro”, como hecho simbólico en 1989, fueron utilizadas propagandísticamente para cerrar los debates posibles acerca de qué era lo que se presentaba como camino futuro para Occidente. Es entonces cuando la figura de Fukuyama adquiere una sorprendente dimensión que excede en mucho sus calidades intelectuales como pensador político. A pesar de ello, una campaña preparada para celebrar el fracaso de la experiencia histórica del “socialismo real” lo catapultó al centro del escenario de la exposición ideológica, al aprovechar la popularidad lograda.
Conozcamos este personaje. Es un analista político y escritor, pero importa saber que fue un funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América en el gobierno de George Bush, padre (1989-1992). Bush era un representante de la derecha republicana y había sido antes Director de la Central de Inteligencia Americana (CIA), lo cual ubica a Fukuyama en una clara posición política. Fue, luego, durante la presidencia de Bill Clinton (1993-2001), el impulsor del llamado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano —cuyo título devela las intenciones imperiales de dominación, por la manera en que ellos usan este adjetivo—, considerado uno de los núcleos de pensamiento de los neoconservadores, especialmente en política exterior.
Fue uno de los firmantes fundacionales junto con Cheney, Wolfowitz, Rumsfeld o Lewis Scooter Libby, muchos de ellos de una importancia vital, durante el gobierno del presidente republicano George W. Bush. Ha sido y es, hasta hoy, un defensor de la teoría de la historia humana como lucha entre ideologías, y cuyo final histórico (1989) ha iniciado un mundo basado en la política y la economía neoliberales, que se ha impuesto a las utopías tras el fin de la Guerra Fría. Actualmente, es investigador de la Rand Corporation [La Corporación RAND (Research ANd Development) es un think tank estadounidense formado, en un primer momento, para ofrecer investigación y análisis a sus Fuerzas Armadas. Desde entonces, la organización de esta corporación ha cambiado y actualmente también trabaja en la organización comercial y gubernamental de los Estados Unidos] y catedrático de Economía Política Internacional en la Escuela John Hopkins de Estudios Internacionales Avanzados. Durante poco más de 30 años, ocupó la Dirección Adjunta de Planificación Política en el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Su currículum nos libera de mayores comentarios.
Presentadas estas consideraciones previas, podemos introducirnos en la siguiente investigación, preparados, con las advertencias previas, para ir analizando el recorrido histórico del concepto “libertad”, sus cambiantes significaciones, sus adecuaciones políticas y sociales a las diversas circunstancias históricas para, con todo ello, atrevernos a pensar en una organización institucional que garantice el máximo posible de su ejercicio, sin descuidar la ineludible solidaridad que es necesaria para atender los desfases que se presentarán en el camino de construcción de una sociedad más equitativa.

domingo, 4 de septiembre de 2011

El manejo de la información para la imposición de políticas


Debemos hacer una especie de alto en el camino para repensar toda la información analizada.
Ese tipo de información, tal cual hemos estado leyendo, puede generar en el lector algún grado de desconcierto. Recuperemos aquí las palabras del notable pensador francés Edgar Morin , quien nos advierte del problema que hoy ha causado el cúmulo de información circulante por el mundo: «A medida que el volumen de información aumenta a ritmo vertiginoso, se obstaculiza el proceso que convierte la información en conocimiento. Con el poder de pensamiento de las computadoras, pareciera que podemos manejar cualquier volumen de información sin ninguna dificultad. Pero esta situación encierra otro problema: la selección, clasificación y sistematización de esa información exige un marco teórico que no está al mismo nivel que los datos que la componen».
Morin nos está colocando frente a un “señor problema”, muy lejano de ser sencillo. La tesis que circulaba en los años 60 respecto de cómo funciona una dictadura para sostener su gobernabilidad, debiendo apelar al ocultamiento de la verdad del sistema, es la que está en el núcleo argumental de la novela 1984, de George Orwell (1903-1950) , cuya referencia a la Unión Soviética es evidente. Este método del empleo de los medios de comunicación para crear una falsa realidad aletargaba a la opinión pública para mantenerla lejos de la verdad. Actualmente, muchos analistas proponen el concepto de “sociedad orwelliana” al establecer ciertos paralelismos entre la sociedad actual y el mundo descrito en la novela. Sugiere que estamos comenzando a vivir en una sociedad controlada en su dimensión comunicacional. Morin agrega sobre el particular: «La visión unilineal, fragmentaria, del conocimiento que aporta este tipo de información no es inofensiva: tarde o temprano desemboca en acciones ciegas y arrastra consecuencias incontrolables».
Partiendo de este análisis, incorporemos lo que antes cité del mismo autor, respecto de cómo «se obstaculiza el proceso que convierte la información en conocimiento» por las características que ha mostrado el manejo de la información en las últimas décadas, en la que el «ritmo vertiginoso» y el «volumen de información» se convierten en una catarata de datos imposible de metabolizar por la mente humana. Esta comprobación permitió alterar la vieja tesis de sólo ocultar y tergiversar la información, porque este método termina siendo descubierto ya que no puede evitar que la falta de libertad haga estallar el sistema (piénsese la implosión de la Unión Soviética).
Lo que se implementó fue un modo mucho más inteligente y complejo: no ocultar toda información, sino sólo aquella que compromete mucho al sistema, y agregar a ese caudal una magnitud de datos, hechos, noticias, comentarios, análisis, de modo tal que, en el mare mágnum informativo, se pierda la capacidad de discernir lo verdadero de lo falso, lo importante de lo trivial, reducido todo a un rasero que achata.
El resultado de este método puede ser comprobado hoy en las dificultades que encuentra el “ciudadano de a pie” para formarse una idea aproximada a la verdad que le permita un juicio certero para su uso personal. La consecuencia evidente es la caída en un descreimiento que se desliza hacia el escepticismo imperante en amplias capas de la población del mundo. No es difícil comprender que, una vez llegado a este escepticismo, la aceptación del “estado actual de cosas” como inevitable aparezca como una forma de la conciencia colectiva. Y la segunda consecuencia pareciera ser el vuelco hacia posiciones de derecha que optan por aquellos que mejor saben hacer lo que el poder internacional les exige a los dirigentes del llamado “progresismo” (Europa y los Estados Unidos son hoy un laboratorio para esas experiencias). Si hay que ajustar los presupuestos del Estado en detrimento de las ventajas sociales adquiridas por las clases más desfavorecidas, entonces, para ello, que gobiernen quienes sostienen estas políticas, de manera que se pueda vislumbrar si es ese un camino posible e inmediato para salir de la crisis.
Para el logro de la aceptación de ese camino, como única salida, se requiere la aplicación de una metodología imprescindible: la desvalorización de la política como camino de solución de los conflictos actuales, y ceder a los técnicos o a los empresarios el manejo de la “cosa pública”. “Si hay que operar, que lo hagan éstos, que son los mejores cirujanos especializados”. Chile es un buen ejemplo. Esta actitud pesimista está abonada en el campo internacional por los mediocres desempeños de los gobiernos llamados “de izquierda”: la falta de una clara visión del problema, en el progresismo europeo, los ha llevado a aceptar recetas que ya han fracasado en otras partes del mundo. Hacer aquello acerca de lo que no se tiene real convicción, por la aceptación claudicante ante las imposiciones del poder financiero, no le garantiza al “ciudadano de a pie”, según parece, la capacidad para lo que “se tiene que hacer”.
A todo ello ha contribuido, en gran medida, la prédica de los grandes medios de comunicación, con el argumento, con serios ocultamientos, de que sólo hay una opción: el sometimiento al poder financiero internacional, aunque no se lo diga en estos términos.


viernes, 2 de septiembre de 2011

¿Dónde está el poder?

En una primera aproximación, un tanto ingenua, se podría afirmar que los que controlan los medios, “son los que compran el espacio de publicidad”. Sin embargo, puede decirse con certeza que éste no es más que uno de los eslabones de una cadena mayor y, además, que no es probable que esté colocado cerca de la cúspide de la pirámide.
El “comprador” es un ejecutivo que desarrolla su actividad, negociando con los encargados de los medios, al tiempo que implementa políticas aplicadas a las ventajas que desea obtener de esas transacciones. En lenguaje militar, es “un oficial a cargo” de un teatro de operaciones, pero no, “el Comandante en Jefe” de la operación. Se desenvuelve dentro de las competencias otorgadas, pero hay una estructura que ha decidido que si él está allí es porque es funcional al plan estratégico del negocio al cual no tiene acceso. Esto puede comprenderse por las innovaciones producidas dentro de la institución “empresa”.
La empresa de fines del siglo XIX mostraba, a su cabeza, a un señor (o señores) cuyos apellidos se podían leer en el nombre de la empresa: “Fulano, Mengano y Cía., Ltda.”, por lo general de propiedad de un grupo familiar; en las primeras décadas del siglo XX, apareció la “Sociedad Anónima” que, en un primer momento, repetía las palabras anteriores, pero agregaba las siglas “S. A.”, que daba a entender que había socios que podían no estar a cargo de ningún puesto en la empresa, pero que habían obtenido parte de las acciones.
La Primera Guerra apresuró el proceso de fusión del sector productivo con el sector bancario, aunque es algo que ya se venía produciendo desde finales del siglo XIX, cuando comenzaba a tener un peso decisivo el análisis financiero del negocio por sobre todo otro criterio. La cotización de acciones en las Bolsas de Comercio introdujo un nuevo personaje en el negocio: el “comprador de acciones” (partes del valor de las empresas), persona ajena a las empresas, simple inversor, y/o algún especulador. Esta situación estalló a fines de la década de los 20, en los Estados Unidos, y se conoció como “El Jueves Negro” de Wall Street (24-10-1929). Provocó una situación de verdadero pánico y la posterior crisis bancaria más grave de los Estados Unidos.
El final de la Segunda Guerra dio paso a un tiempo de bonanza, conocido como “Estado de Bienestar”, que distribuyó parte de las riquezas en beneficios sociales. Los 70 van a ser el escenario del contraataque del capital en la búsqueda del mayor lucro posible: el “comienzo del neoliberalismo” o la “revancha de las derechas”. La liquidez dineraria que se produjo a raíz de la Crisis del Petróleo (1973) inundó la escena internacional con una cantidad astronómica de dólares que requerían ser invertidos. El balance entre dinero circulante y bienes producidos saltó por los aires. Comenzaba una etapa caracterizada por el peso del capital financiero, fundamentalmente especulativo, que comenzó a operar en el mercado internacional alterando las reglas clásicas del negocio empresario. A partir de allí, las empresas se compraban y vendían sólo por la diferencia que se podía obtener en esas operaciones, subordinando todo al mero lucro. Debe entenderse aquí el peso que adquiere el inversor en las Bolsas de Comercio que podían lograr un crecimiento explosivo o declarar la quiebra de una empresa, si esto convenía más. (Recomiendo la película Wall Street I, de Oliver Stone).
Hemos llegado, en un viaje muy rápido, hasta la aparición de una forma institucional nueva en el mundo de los negocios: el holding. Una simple definición de manual dice: «Empresa que, teniendo su activo formado en su totalidad o en su mayor parte por acciones de otras sociedades, realiza actividades financieras de control y gestión del grupo de empresas en el que ejerce su dominio». Se puede afirmar que gran parte del mundo de los negocios internacionales está regido por la presencia de estos holdings (la palabra, en inglés, equivale a ‘sostener’; de allí, la metáfora: ‘sostener empresas’).
Ahora ya estamos en condiciones de responder la pregunta del principio de esta: ¿Dónde está el poder? El que controla es el “mundo de los negocios” (ahora, casi exclusivamente financieros), es decir, un conjunto exclusivo de “inversores” que definen dónde colocar su dinero, en función de una ecuación de rentabilidad máxima.