domingo, 30 de diciembre de 2012

Reflexiones sobre la esperanza VII



Desde otra mirada sobre problema, aunque no tan «científica» pero comprometida con el dolor de los que sufren, la Comisión de Consumo de Ecologistas en Acción sostiene en otro informe:
La desvergüenza de los ricos hacia los pobres parece no tener techo. La explotación de los países va más allá de las materias primas o de ciertas manufacturas; también alcanza lo meramente ornamental, como, por ejemplo, las flores. Un alto porcentaje de las flores de los EE.UU. y de Europa proceden de Colombia. En 1993, este país exportó a los países ricos 130 millones de toneladas. En los alrededores de Bogotá, trabajan 50.000 seres humanos en 450 empresas dedicadas a la floricultura. El 80% de esos trabajadores son mujeres. Trabajan a destajo, en cuclillas, soportando un calor sofocante. Se les paga el jornal mínimo, y sus empresarios no se molestan en pagar sus seguros sociales: la que no trabaja se va, la que se enferma no cobra.
Pero como todo tiene una explicación, podemos leerla:
Los empresarios se escudan en la competencia. Los EE.UU. compran el 80% de la producción, y es un cliente exigente, quiere flores baratas y perfectas; si el precio le parece alto o la calidad baja, amenaza con irse a comprar a Costa Rica. Para mantener una producción de tales características se necesitan, en el ecosistema de la sabana colombiana, 74 kilos de plaguicidas por hectárea y año y un elevado y creciente volumen de agua. Los plaguicidas envenenan a las trabajadoras, el suelo y las aguas subterráneas; y el agua se hace cada vez más escasa y más nociva. Los pueblos próximos a las plantaciones reciben agua tres veces por semana, y cada vez de peor calidad. Cualquier modificación que implique mejoras para los trabajadores y para la naturaleza se traducirá en aumento de los costos; y entonces el gran cliente, los EEUU, cambiará de  proveedor.
Que el consumo cotidiano de los ricos del norte —y hasta el suntuario— está sostenido por el sufrimiento de los que trabajan en el sur parece más que evidente, aunque esta evidencia parece no estar disponible para muchos que no oyen o no quieren oír. No sólo el bajo costo de los bienes se logra sobre la salud y la vida de los pobres, sino que, además, se está convirtiendo en una amenaza para el futuro de nuestro planeta. Parecería exagerado, y que se intenta convertir el tema en macabro, pero no es así. Para recurrir a un organismo de cuyas intenciones no puede sospecharse, leamos las conclusiones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que dedicó su informe anual correspondiente a 2008, a Consumo y Desarrollo Humano. En el documento, queda demostrado que:
A pesar de que el gasto del consumo mundial había pasado de 1,5 billones de dólares, en 1900, a 24 billones, en 2000, los beneficios, en cuanto a calidad de vida, que de ello pudieran derivarse, sólo alcanzan a una pequeña parte de la población mundial, la que vive en los países ricos y que equivale, aproximadamente, sólo al 20% de esa población.
Ello nos muestra, una vez más, cuál es el resultado del modelo de desarrollo que imponen desde el Norte, con aceptación de una porción nada despreciable de aquella gente crédula e ingenua: «una extraordinaria desigualdad, y su tendencia a incrementarse con el paso de los años. Este  estudio aporta algunos otros datos reveladores». Confirma que el consumo, entendido como un medio que contribuye al Desarrollo Humano, es hoy a todas luces una falacia. Afirma el informe que el consumo:
Debería aumentar la capacidad y enriquecer la vida de la gente sin afectar negativamente el bienestar de otros, debería ser tan justo con las generaciones futuras como con las actuales, y debería servir para estimular a individuos y comunidades vivaces y creativas. Pero para lo que realmente está sirviendo el modelo actual de consumo es para destruir la base ambiental de los recursos y para exacerbar las desigualdades.
Por lo tanto, queda claro que la transformación del consumo en consumismo, como camino para mejorar la vida de los pueblos, es nada más que un argumento de los poderosos para su propio beneficio. Esto no debe ser entendido como la crítica del aumento del consumo de los más necesitados, ni como la crítica a la necesidad de exportar. Se trata de ese consumo y de esas exportaciones que se fomentan con la única y exclusiva finalidad de incrementar las utilidades de los "inversionistas", palabra mágica y fantasmagórica.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Reflexiones sobre la esperanza VI



 Propongo mirar la otra cara del consumismo para profundizar nuestra reflexión sobre el espejismo que le provoca a un sector de la población del planeta, minoritario en número pero muy publicitado. Este consumo sin freno tiene sus costos, una gran parte de lo que se compra se paga con jirones de vida. La experiencia que comentan aquellos analistas de marketing nos muestra que esa pequeña porción de la humanidad, cuya vida gira alrededor del consumismo, se encuentra con una existencia vacía cuyo único sentido se alcanza consumiendo. Trabajar para consumir, consumir para trabajar. La presión psicológica que implica este tipo de vida supone una pérdida creciente de la salud mental de las personas, y así lo reflejan las estadísticas:
La nación del mundo donde el consumismo alcanza sus más sofisticados refinamientos, los EEUU., es también la que padece la mayor cantidad de depresiones y trastornos psíquicos. Ese país, que cuenta con sólo el 5% de la población mundial, consume el 50% de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas legales que se venden en el mundo.
Los estadounidenses hacen encuestas para todo. Un estudio sobre necesidades y deseos de consumo realizado sobre esa población resulta ilustrativo al respecto. El número de personas entrevistadas que consideraban que tener una buena vida era disponer de una casa de vacaciones se incrementó, entre 1975 y 1991, un 84%; los que pensaban que tener una buena vida era poder poseer una piscina, aumentó en un 36%; mientras que aquellos que creían que una buena vida era trabajar en un oficio o profesión interesante no aumentó, sino disminuyó. Los que creían que un matrimonio feliz equivalía a una buena vida disminuyó en un 8%; la mayoría de la gente piensa y actúa cada vez más según los mandatos de la publicidad y del mercado, y muy lejos de los dictados de la razón y los sentimientos. ¿Se puede comprender, entonces, por qué los estadounidenses votan como lo hacen?
Creo en la necesidad de leer y pensar estas cosas, que nos advierten respecto del deterioro de la situación socio-económica en las últimas décadas, que debería llevarnos a preguntar por qué se fue estableciendo en gran parte de la población mundial un estado de aceptación resignada. La capacidad publicitaria de ocultar y mostrar sólo una parte ha generado una especie de estado letárgico. Por lo tanta leamos ahora un informe de La Comisión de Consumo de Ecologistas en Acción, que sostiene:
El consumismo no afecta únicamente la escala de valores o la salud mental de la humanidad, también afecta, y con una intensidad creciente, su salud física. Uno de los negocios más rentables hasta la fecha ha sido el de la industria tabacalera. Las grandes compañías han ingresado fortunas a base de convertir en adictos a millones de personas, ayudándose de la industria química y de la mercadotecnia, a sabiendas de los efectos nocivos que el tabaco ha demostrado tener sobre la salud humana. Cuando los costos sanitarios derivados del tabaquismo han hecho reaccionar a las administraciones de países como los EEUU., se ha desatado una ofensiva antitabaco que amenaza a esa industria. ¿Amenaza? No es para tanto. Las grandes firmas suelen formar parte de consorcios dedicados al sector de la alimentación, que les guardan bien las espaldas. O sea, que mientras el negocio tabacalero sufre alguna pérdida, las compañías responsables de gran parte de los 3,5 millones de muertes que al año produce el tabaco pueden estar tranquilas: la diversificación de sus negocios en los países del Norte, y el mantenimiento del negocio tabacalero en los países del Sur les garantizan abultados beneficios.
Parece una verdad de Perogrullo, pero importantes economistas escriben sesudos manuales, con los que se forman nuestros estudiantes, han "demostrado teóricamente" que la pobreza del sur no tiene ninguna relación con la riqueza de los consumistas del Norte, y los medios de comunicación repiten este discurso:
Es la capacidad para hacer negocios lo que los ha llevado a esa posición de "privilegio". En el Sur, la “indolencia de la gente”, la “poca voluntad de trabajo”, “la falta de ambiciones”, etc., son algunas de las razones que permiten comprender el estado en que se encuentran. Aquellos han acumulado riquezas sobre la base de un esfuerzo honrado y una inteligencia aplicada a sus inversiones. Sobre esto no deben quedar dudas, porque está “científicamente comprobado”.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Reflexiones sobre la esperanza V



 Pero este fenómeno no es exclusivo de los estadounidenses.  Se lo puede encontrar en otros países del mundo desarrollado.  El periódico National Post comenta que algo similar ocurre en el Canadá:
La creciente popularidad de los productos de lujo para bebés. Los precios de los cochecitos pueden alcanzar los 500 o 600 dólares canadienses hasta llegar a los 6.000 dólares, en el caso de algunos modelos. Los bolsos para pañales de marcas de diseño pueden venderse en 1.000 dólares o más.
Italia también está viviendo el auge de los artículos de lujo, a pesar de su recesión económica. El diario Corriere della Sera mostraba cómo:
Un creciente número de personas, con ingresos de 40.000 euros o más, está dispuesto a derrochar en artículos caros, como un segundo o tercer coche. Las compras preferidas incluyen jacuzzis (el año pasado se vendieron 17.000); televisores de plasma a 8.000 euros; o el home cinema (‘cine en casa’), que cuesta más de 25.000.
Estos comentarios de los periódicos o de los autores mencionados —unos entusiasmados, otros sorprendidos— dan cuenta de un mundo en el que el consumo configura la identidad personal y llena el vacío de sentido de la vida. Se "tiene" para "ser" y se "es alguien", en la medida en que se es "reconocido" como un miembro de "ese mundo". Podemos preguntarnos: ¿Cómo, y la crisis europea? La terrible respuesta es: sólo hay crisis para las clases medias hacia abajo, las de más altos consumo no la sienten.
Nosotros estamos, todavía, lejos de ese mundo o puede ser que ya no haya tanta ingenuidad. Pero, por ello, estamos a tiempo de pensar si ese "paraíso" que nos ofrecen, tiene frutos tan apetitosos como aparecen a la distancia. Debemos pensar cuál es la contrapartida de la vida en ese mundo, cuál es el precio en salud integral que se debe pagar.
Las promesas de vivir como si estuviéramos en ese primer mundo que nos muestran los medios de comunicación —que está cada vez más claro y lejos de ser un fiel reflejo de su real situación social— suponen, para muchos, que allá se está muy cerca de esa vida deseada o que ése es el paraíso terrenal. Un sector nada despreciable de nosotros sigue poniendo sus esperanzas allí. Pero ¿de qué paraíso se habla? El del Occidente primermundista sólo existe en la afiebrada imaginación de los publicistas, nada ingenua por cierto y muy mercenaria.
Sin embargo, es cierto, en alguna medida, que en la opulencia del Norte la mayoría no muere de desnutrición, esto queda reservado para las franjas de menores ingresos, pero lo hace por exceso de colesterol; por el exceso de alcohol, que sigue aumentando los accidentes automovilísticos mortales; por cómo ha aumentado el cáncer de pulmón y los infartos. No todos los habitantes de las naciones ricas pueden "disfrutar del placer de sentirse ricos", ya que la lista de excluidos del banquete va creciendo, pero este denominado "cuarto mundo" no aparece cotidianamente en los grandes medios. Allá se aplican, cada vez más, los ajustes empresariales para mejorar los balances aumentando así la renta de los accionistas. Veamos estadísticas:
En la mayor potencia industrial, Estados Unidos, se estimaba en 1999, que un 13% de la población no llegaría a los 80 años; que el 20,7% era funcionalmente analfabeta, y que el porcentaje de estadounidenses que se encontraban por debajo del nivel de la pobreza era del 19,1% [todas estas cifras son hoy más graves]. En la otra punta de la escala, los privilegiados ciudadanos que disfrutan de ingresos estables pueden estrellarse con sus automóviles, machacar su salud con dietas de plástico, y asfixiarse en nuestras ciudades, gracias a la perfecta máquina consumista.
Se trabaja mucho, los que todavía conservan puestos bien remunerados, para poder lucir una tarjeta de crédito que abra las puertas de acceso al "gran consumo". Por supuesto, no importa que sus necesidades materiales básicas (alimentos, ropa, vivienda) se encuentren cubiertas, y que sus necesidades afectivas estén cada día más empobrecidas; lo verdaderamente importante es gastar, comprar, consumir sin descanso, como ya hemos visto. Como dice Eduardo Galeano, «Las cosas importan cada vez más, y las personas cada vez menos, los fines han secuestrado a los medios: las cosas te compran, el automóvil te maneja, la computadora te programa, la TV te ve».

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Reflexiones sobre la esperanza IV



 Motivó estas reflexiones un comentario sobre un libro que apareció a fines de los noventa, que analizaba el gasto del público estadounidense, y que obliga a pensar, salvando diferencias muy importantes, sobre qué pasa entre nosotros con la publicidad y el consumo: Trading Up: The New American Luxury (Gastar: el Nuevo Lujo Americano). En él se afirma que el consumidor del Norte está dispuesto, de manera creciente, a pagar más dinero (más, por encima de un precio ¡ya excesivo!) por lo que considera productos de marca. Los autores, Michael Silverstein y Neil Fiske, nos proponen un nuevo concepto de "New Luxury" (algo así como el nuevo lujo) para comprender las conductas de aquellos consumidores que convierten el precio excesivo de un producto en un símbolo de pertenencia al "mundo de los ricos" (¡otro mundo más!).
       Comentan que los bienes costosos no excluyen ningún tipo de productos, desde lo suntuario hasta los de uso cotidiano. «Una lavadora-secadora de una marca de prestigio se vende a más de 2.000 dólares, en comparación con las de las marcas convencionales, que se venden al consumidor por unos 600 dólares». Nos recuerda aquella publicidad: «Caro, pero el mejor».
Sigamos leyendo estos análisis de los investigadores del Norte para encontrar, en sus conclusiones,  pistas que nos ayuden a entender la situación de gran parte de las clases medias actuales. Los autores entrevistaron a numerosos consumidores que les aseguraron que «poseer una marca de mayor costo les hace sentirse más felices y mejores personas». Estos típicos analistas del marketing pueden comentar alborozados que:
Estados Unidos está gastando, y esto es bueno tanto para los negocios como para la sociedad… en los cincuenta años que llevamos escuchando a los consumidores, nunca hemos oído expresiones tan llenas de emoción sobre productos que, incluso los iniciados en la industria, consideran vulgares y dignos de poca atención… En otros casos, se trata de productos considerados comúnmente de lujo. Las empresas de palos de golf de alta calidad han visto cómo una compañía se elevaba hasta la posición número uno en su rubro, cuando antes no estaba ni siquiera entre las 10 primeras. Un consumidor afirmó que había pagado 3.000 dólares por sus palos de golf, en lugar de los 1.000 dólares que cuestan unos palos convencionales, porque “me hacen sentirme rico”.
Tal vez, nuestra reacción inmediata sea pensar: “¡Pobre hombre!”. Sin embargo, un paseíto por los shoppings de nuestras ciudades podrían ponernos en contacto con situaciones similares. No quiero decir que se replique exactamente el mismo tipo de conductas, pero existe un modo imitativo de pretender “ser como”. Los estudios sobre las conductas de los consumidores también abundan entre nosotros. Su conocimiento permite la manipulación de las conductas y de las preferencias. Sigamos con la lectura:
¿A qué recurren los nuevos bienes de lujo para garantizar su éxito? Se observa que normalmente se basan en las emociones y en que los consumidores tienen un lazo emocional más fuerte con ellos que con otros bienes. Esto difiere de los bienes de lujo de siempre, muy caros, basados principalmente en el estatus, la clase y la exclusividad. Además del factor emocional, los nuevos bienes de lujo deben marcar también diferencias en el diseño o la tecnología. Una vez que se convencen los consumidores de la superioridad de un producto y se forma un lazo emocional con él, están preparados para gastar en él una suma desproporcionada de sus ingresos. Esto se hace escatimando otros gastos.
Sus análisis nos muestran que no es sólo la clase más alta, los nuevos ricos, la que compra de este modo. Se ha logrado incorporar a las clases medias que encuentran en ese tipo de consumo lujoso un camino mediante el cual se pueden aproximar a sentirse incluidas en el escalón más alto: son símbolos de pertenencia.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Reflexiones sobre la esperanza III



 Entonces, nuestros viejos escepticismos dejarán paso a nuevas experiencias, sin euforias apresuradas ni fáciles encantamientos, con la prudencia necesaria para cubrir esos brotes de algunas heladas tardías que todavía se pueden precipitar. Podrán nacer esas flores que, una vez más, puedan adornar nuestra alma. ¿Será un nuevo modo de recuperar "el comando de la Historia"?
Saber que la realidad tiene un importante componente de lo que ponemos en ella al mirarla, es un primer paso para superar nuestra vieja convicción que se apoyaba en las antiguas certezas, esas que nos aseguraban que el mundo era lo que nosotros veíamos de él. Así como tantos dictaminaban ayer que un mundo mejor estaba muy cerca y era fácil, ahora, con el mismo talante podemos oír que dicen algunos que ya nada se puede conseguir. Es hora de aprender de la vieja ironía del poeta español Ramón de Campoamor (1817-1901) que nos alerta acerca de cuánto de nosotros ponemos en lo que miramos: «En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según del color del cristal con que se mira». Sin que esto nos empuje hacia el escepticismo, debemos recoger de allí la sabiduría de diferenciar los resultados de nuestra mirada pesimista o escéptica de la que nos da la mirada esperanzadora. La realidad contiene ambas posibilidades.
 Podemos comenzar por unas reflexiones del profesor de Historia en la Universidad Autónoma de Barcelona, Jaume Botey, quien nos advierte respecto de las dificultades de ser esperanzado:
El siglo XX ha sido el que mayores esperanzas y frustraciones ha generado: trajo la libertad y el reconocimiento de la dignidad de las antiguas colonias, los enormes avances en la tecnología que cambiaron e hicieron pequeño el mundo… Sin embargo, también trajo injusticias agudas: a principios del siglo XX, la distancia entre la quinta parte más rica y la quinta parte más pobre de la humanidad era de 10 a 1, y a finales de siglo era de 82 a 1… Ha sido el siglo más belicoso de la historia… Se calcula que casi 190 millones de personas han muerto de manera directa en conflictos armados… antes moría el que iba a la guerra, y hoy el objetivo principal de la acción militar es la población civil: de cada 100 muertos en guerra, 7 son soldados y 93 civiles, de los cuales 34 son niños.
Ya estoy oyendo las voces de los que me dicen ¿cómo poder ser esperanzado si ese siglo nos muestra que ha empeorado la conducta humana? Sigamos pensando, sin dejar que los malos pensamientos nos invadan.
Yo percibo un modo de llenar el vacío que dejan los viejos ideales marchitos: ceder a las tentaciones del mercado y cubrir con consumo las insatisfacciones que se ocultan. Recordemos los sueños efímeros de los noventa: comenzábamos a entrar en el Primer Mundo, lo que daba a entender que no estábamos en "ese mundo" pero que, por fin, se nos daba la posibilidad. De allí se puede deducir, sin gran esfuerzo, que de los tres mundos de los sesenta-setenta, uno se había disuelto: el segundo, el soviético. El imaginario social dejó que esta caída arrasara con el tercero. La terminología comunicacional lo ha reemplazado por un conjunto de países emergentes. Reflexionar sobre esta posibilidad de múltiples mundos nos lleva a tomar conciencia de la complejidad del orden social de estos tiempos y de la cantidad enorme de facetas que presenta.
El pertenecer a un mundo está lejos de ser un tema geográfico o cósmico; está profundamente emparentado con las culturas, los proyectos de vida (individuales y colectivos), la tabla de valores, los deseos, las ambiciones, las posibilidades de cada uno, y tantas otras cosas muy largo enumerar. Y quedaba aún otra posibilidad que nos costó percibir: junto a todos esos mundos aparecía con mayor claridad otro más, el mundo de los excluidos, de los que ya no contaban en los estudios de los investigadores.