miércoles, 29 de febrero de 2012

¿Sólo el Gobierno contra Clarín? VII

Voy a cerrar esta serie de notas proponiendo una respuesta a la pregunta que las encabeza. Aun a riesgo de ser un poco repetitivo, creo necesario aclarar algunos aspectos que están a la vista de muchos, varios de ellos, ya tratados en estas notas, aunque no aparezcan en los medios de comunicación concentrados. Denominaré a la propuesta de estas notas como una especie de des-infantilización de la conciencia política del “ciudadano de a pie”. Es probable que les resulte hasta insultante a algunos, pero pido una tolerancia mayor para poder explicarme.
Tomaré un ejemplo clásico: la palabra “poder” está asociada en el imaginario público a la existencia del Estado, por ello se habla de los tres poderes. La Revolución francesa mostró la existencia de un cuarto poder, que enfrentaba a esos tres: el poder de la prensa. Esto quedó establecido como una verdad inconmovible a lo largo del siglo XX. El tratamiento de estos conceptos encontró el aval de muchos intelectuales y de gran parte de los medios internacionales.
En el libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, publicado en 1916, su autor Vladimir Lenin (1870-1924) denunciaba la presencia de un poder extra-nacional que funcionaba internacionalmente por encima de los Estados nacionales, para lo cual aportó una gran cantidad de información. Esto fue corroborado por muchos investigadores de las más diversas corrientes de pensamiento, y hace tiempo que se habla de la existencia de multinacionales sin que asombre a nadie. Lo llamativo es que, al separar la esfera de lo económico de la de lo político, se sigue hablando como si se tratara de dos poderes diferentes que no interfieren entre sí ni entorpecen el accionar de los Estados. A esto llamo “conciencia ingenua o infantil” porque no sospecha de esta existencia.
Después de las dos Grandes Guerras, este estado de cosas se profundizó, y hoy un grupo de grandes empresarios, que se reúnen todos los años en Davos, Suiza, deciden las grandes líneas del curso de los acontecimientos. Sobre ello, se puede consultar, en la página www.ricardovicentelopez.com.ar , mi trabajo “Las brujas no existen, pero…”.
Es ese el verdadero poder mundial que ningún medio menciona, y el de Davos aparece como un simple encuentro de amigos. Es ese poder el que controla la comunicación mundial y el que decide qué debe saberse y qué no. Este ocultamiento o “invisibilización”, término que se utiliza técnicamente, impide que el “gran público”, bombardeado por el show business y el info-entertainment —pido perdón por el uso de inglés, pero es la denominación técnica sin traducción al castellano todavía— acceda a estos problemas, cubriéndolos con cataratas de supuesta “información”. Este entramado informativo fomenta la ingenuidad y el infantilismo.
Por estas razones, las verdaderas consecuencias de la profunda crisis internacional aparecen sólo como un traspié del sistema que va camino a ser superado. Sin embargo, se puede leer en la prensa alternativa: «Lo que hoy sucede no es más que el resultado del triunfo absoluto de la liberalización de las finanzas, que permite a la banca privada generar “productos” que ganan terreno sobre las monedas. Las multinacionales no son sólo el resultado de la súper-concentración de unas pocas compañías, sino que su éxito depende, en primer lugar, de ingenierías de fusiones y adquisiciones en base a los manejos financieros».
Esas multinacionales despliegan sus tentáculos sobre todo el planeta, con diversos resultados que dependen de la oposición que encuentren. Puede ser mayor o menor el poder, pero son omnipresentes y cuentan con la complicidad de sus socios vernáculos y del periodismo mercenario que oculta todo ello, informando, en el mejor de los casos, sesgadamente sobre la realidad de este mundo.
Llegamos entonces al grupo Clarín, que no es sólo un diario. Si se consulta wikipedia.org, se puede leer: «Es el multimedios más grande de Argentina. Conformado oficialmente en el año 1999, engloba al Diario Clarín, la empresa Artear (que produce y comercializa canal Trece, de Buenos Aires, y las señales de cable Todo Noticias, TyC Sports, Volver y Magazine, entre otras), junto con decenas de empresas como editoriales, emisoras de radio, televisión, productoras de televisión, proveedores de Internet, telecomunicaciones, imprentas gráficas, correo tradicional y servicios de tercerización». Y el dato fundamental para comprender todo lo que he publicado en estas notas es que tiene un socio estadounidense, de primera magnitud en el mundo de los oscuros negocios internacionales: el grupo inversor Goldman Sachs. Este «es uno de los grupos de banca de inversión y valores más grandes del mundo».
Entonces no estamos hablando de un diario más, sino de uno de los tentáculos de Goldman Sachs. Para perder la ingenuidad podríamos preguntarnos ¿por qué esta organización internacional de inversiones compró parte del paquete accionario del Grupo Clarín? ¿Es sólo para ganar dinero? ¿Es tan lucrativa esa inversión? ¿No hay alguna relación con el control informativo mundial? La respuesta que yo propongo es: no debe ser sólo el Gobierno, más allá de simpatías o antipatías políticas, el que se enfrente a las multinacionales, sino la mayor parte del pueblo argentino, que se define por la construcción de una nación independiente y soberana.

domingo, 26 de febrero de 2012

¿Sólo el Gobierno contra Clarín? VI

Después de haber constatado la distribución de la riqueza mundial de forma cada vez más inequitativa, de comprobar que los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres, debemos hacernos otra pregunta: ¿cómo lo lograron? Una primera respuesta debe contener también la frase de Marx: “Es el secreto mejor guardado de la economía”.
La riqueza se produce por la creación de bienes a través del trabajo humano, en todos los niveles de producción de insumos que, finalmente, dan lugar a una mercancía que se vende en el mercado. Elaborarla lleva una cantidad de horas de trabajo incorporado que concreta su valor. El valor de la hora de trabajo, que reviste la forma de una remuneración al trabajador, tiene un precio que, como todo bien, se define a través de la oferta y la demanda y pasa a ser parte del costo de producción de las mercancías. Esta relación, entre oferta y demanda, juega por la proporción que se establece entre ellas: a mayor oferta, menor precio; y a menor oferta, mayor precio; se invierte, de parte de la demanda: a mayor demanda, mayor precio; y a menor demanda, menor precio. Esto se denomina “ley del mercado”.
Aparece ahora la develación del “secreto mejor guardado”, que Marx definió como “el ejército industrial de reserva”. Una característica estructural del sistema capitalista es la necesidad de revolucionarse constantemente en la búsqueda de bajar los costos y mejorar la calidad. La tecnología fue la salida que encontró para el logro de ese propósito: la incorporación de la máquina mejoró notablemente la “productividad”. Recurramos a una definición de manual: «La productividad es la relación entre la producción obtenida por un sistema productivo y los recursos utilizados para obtener dicha producción. También puede ser definida como la relación entre los resultados y el tiempo utilizado para obtenerlos: cuanto menor sea el tiempo que lleve obtener el resultado deseado, más productivo es el sistema».
No es muy difícil comprender que la máquina, al entrar en los talleres de los siglos XVIII y XIX, haya desplazado al trabajador, ya que con la misma cantidad de horas producía mucho más, lo cual se traducía en un menor costo por unidad de producción. Se estableció una guerra entre las máquinas y los trabajadores, que ganaron fácilmente las primeras. Esto determinó una baja de la demanda de mano de obra, es decir, menos trabajadores. En la década de los ochenta del siglo pasado, se incorporó a esta guerra la cibernética computarizada y la robótica, provocaron una derrota irremediable para la clase trabajadora. Esta consecuencia llevó los niveles de desocupación a extremos insospechados pocas décadas antes. Se llegó a hablar, en Sociología, del “Fin del trabajo”.
Veamos este problema desde el lado del trabajador. La desocupación estructural garantiza una sobreoferta constante de trabajadores, lo que desequilibra la ecuación oferta-demanda. Marx había calculado, en el siglo XIX, que una sobreoferta del 5%, es decir, una cantidad de trabajadores desempleados en esa proporción, garantizaba mantener el precio de trabajo en un nivel rentable para el capitalista.
En un documento reciente, que fue presentado por el director general de la OIT se informa lo siguiente: «El mundo necesita crear 600 millones de empleos productivos durante la próxima década, a fin de generar un crecimiento sostenible y mantener la cohesión social. La perspectiva muestra un nuevo deterioro de la actividad económica que afectará el desempleo sumándole 200 millones de personas a nivel mundial. Además, advierte sobre la existencia de 900 millones de trabajadores que viven con sus familias por debajo de la línea de la pobreza de 2 dólares por día. La crisis del empleo se grafica en que uno de cada tres trabajadores en el mundo –cerca de 1.000 millones de personas– está desempleado o vive en la pobreza».
La consecuencia natural de todo ello la hemos visto reflejada en la pérdida de los trabajadores en la participación de las riquezas. Dicho de otro modo, en el aumento de lo recibido por las clases superiores, lo que permite afirmar que a mayor desocupación menor precio para la mano de obra, mayor rentabilidad para el capital. El secreto de la injusta distribución de la riqueza en el mundo se esconde detrás de la desocupación estructural. Hoy no sólo hay una mayor oferta de trabajadores que la que necesita el sistema, sino que se ha creado una porción muy importante, ya sin ninguna posibilidad de conseguirlo, que pasó a formar parte de la marginalidad.

martes, 21 de febrero de 2012

¿Sólo el Gobierno contra Clarín? V

Antes de seguir avanzando debemos incursionar en lo que Carlos Marx denominaba «el secreto mejor guardado de la economía» que me atrevo a expresar así: « ¿Por qué los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres?». Décadas atrás, si hubiéramos recurrido a algo que suena hoy a arqueología, al periodismo serio de izquierda, hubiéramos podido encontrar críticas al capitalismo. Pero hace ya tiempo este sistema parece haber sido “santificado” por la “Santa Sede de las Finanzas”, por lo que cualquier crítica corre el peligro de la excomunión y el correspondiente infierno: quedar excluido de los negocios.
Desde los inicios de la década de los ochenta, comenzó a percibirse una tendencia mundial hacia una distribución cada vez más injusta de la riqueza producida en el planeta. La brecha que se iba abriendo comenzó a ser medida por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que denunciaba que la distribución mostraba dos rasgos riesgosos: uno, era entre países ricos y países pobres; el otro, que esa brecha comenzaba a producirse en los países centrales entre clases ricas y clases pobres. El papa Juan Pablo II, en una denuncia de este fenómeno, lo denominó “la existencia de un cuarto mundo”.
Los noventa, con la imposición del Consenso de Washington y su expansión, llamada luego “globalización” —que fue el dominio de una doctrina socioeconómica, el neoliberalismo—, se intentó demostrar que “no había otro camino posible” y que “había un solo tipo de problemas y para ellos una única solución”: el “pensamiento único”. Este fue el período de la consolidación de un capitalismo financiero, concentrador y depredador, que centralizó en unas pocas manos el manejo de los asuntos del mundo. Este enorme poder se expandió sobre los medios de comunicación de masas para controlar el flujo de la información y sus contenidos, tema sobre el que ya he escrito antes.
Creo que ahora, con lo expuesto, ya estamos en condiciones de comenzar a juntar todas las figuras de este enorme rompecabezas y plantearnos algunas respuestas. Sin embargo, vamos a dar un paso más: analicemos el resultado de la gran injusticia, que va en aumento; la polarización extrema en la distribución de la riqueza ha tenido una derivación nueva: el movimiento "Occupy", que se está expresando en muchas grandes ciudades del globo. En los Estados Unidos, se ha definido como “el 99% de la gente que enfrenta al 1% de los multimillonarios”. Algunos estudios serios, publicados en las redes informales, dan cuenta de este fenómeno con investigaciones avaladas por metodologías científicas.
Empecemos por el que realizó hace unos meses la Oficina de Presupuesto del Congreso de los Estados Unidos. Su objetivo fue analizar la profundización de «la brecha entre la selecta minoría de ultrarricos y el resto de la población norteamericana». Es importante basarnos en ese informe, porque aparece allí una muestra de una situación que desborda hacia gran parte del mundo de hoy y que de algún modo nos amenaza. El periodista Eduardo Anguita lo resume de este modo:
«En Estados Unidos, desde 1982 hasta fines de 2010, los ingresos globales –deducidos los impuestos– crecieron un 62%. En el 20% más pobre de la población norteamericana, los ingresos crecieron un 18%, mientras que en el 1% más rico el incremento fue del 275%. El 19% más rico (corresponde al segmento siguiente de la escala) obtuvo un 65% de incremento de los ingresos. El famoso “americano medio” incrementó sus ingresos en un 37%. Es decir, el 80% de la riqueza producida fue a manos del 1% de supermillonarios».
Estos datos se reflejan claramente en quiénes son los candidatos republicanos, todos pertenecientes a ese 1% de los supermillonarios. Mitt Romney, ya mencionado en la nota anterior, es un supermillonario, «su riqueza la hizo con fondos de inversión especulativa, y sus declaraciones juradas consignan que sólo contribuyó al fisco en el orden del 15%, porque sus negocios son considerados “inversión” y no ganancias; que, en ese caso, debería haber tributado el 35%», un modo legal de evadir impuestos.
Un segundo estudio de la Escuela Económica de París, un centro de investigación dirigido por personalidades como el indio Dr. Amartya Sen o el norteamericano Dr. Joseph Stiglitz, ambos académicos en Harvard y Columbia, investigó los ingresos de los hombres y mujeres más ricos del planeta y llegó a resultados similares. Es decir, que mientras los supermillonarios incrementaron casi el 100% sus ingresos, nueve de cada diez del resto sólo mejoraron sus ingresos en menos del 20%.

miércoles, 15 de febrero de 2012

¿Sólo el Gobierno contra Clarín? IV

Quiero abordar el tema de la omisión y el ocultamiento de información que ya fue tratado antes, para lo cual ahora acudo a la opinión de un personaje autorizado. Me refiero a Robert Reich, ex Ministro de Trabajo de Bill Clinton, profesor de la Universidad de California, lo cual ya define su perfil. Por lo pronto, no es un comunista. En plena campaña electoral de su país, sale al ruedo a denunciar algunos aspectos que no solo no se mencionan en los discursos políticos, sino que tampoco aparecen en la prensa internacional ni en la de muchos países, incluido el nuestro.
El debate de campaña en los Estados Unidos está planteado, según él, alrededor del tema de “la libre empresa” y el problema de “tomar riesgo para ganar”. Para el público estadounidense, según la información que recibe, no existe la crisis fenomenal que lo envuelve. Menciona entonces a Mitt Romney quien está lanzado a la campaña. Registra como antecedente que «siendo Gobernador de Massachusetts anunció su candidatura para la Presidencia de los EE.UU. por el Partido Republicano, en 2008, y después la retiró. Ahora vuelve a presentarse sosteniendo la importancia de “la libre empresa”: «como el modo de alcanzar el éxito a través de “trabajar duro y asumir riesgos” [...] asumir el riesgo es el modo de crear empleos, crear opciones y expandir la libertad». Este discurso es compartido por los candidatos de ambos partidos, lo que demuestra que para ellos es “una verdad indiscutible”, porque no puede dudarse de que en «esta economía, la cuestión es el riesgo. Si no se asumen riesgos, no se puede triunfar».
Robert Reich quiere mostrar la hipocresía de ese discurso, fácilmente confrontable con la realidad socioeconómica actual de su país. El deterioro que padecen la clase media y la media baja (para no hablar de la clase baja) y que no tiene solución a la vista, es un problema grave. Las salidas propuestas son las mismas que llevaron a este estado de cosas. «Un momento —dice Reich—. ¿Quiénes creen ellos que están soportando el peso de los riesgos? Su cháchara acerca de la toma de riesgos en la libre empresa está patas arriba. Mientras más se sube en la economía, más fácil es hacer dinero sin correr riesgo financiero alguno a nivel personal. Mientras más se baja, mayores son los riesgos. Wall Street se ha convertido en el centro de la empresa libre (libre de riesgos). Los banqueros arriesgan el dinero de otros. Si el asunto sale mal, de todos modos cobran sus dividendos. Y si sucede lo peor, los banqueros e inversionistas más importantes serán rescatados por el Estado con el dinero de los contribuyentes… “porque son demasiado grandes para caer”». Es muy interesante lo que dice, sobre todo por quién lo dice.
Pasa luego a denunciar hechos que deberían ser de público conocimiento y que los grandes medios ocultan deliberadamente, allá y acá. Los peores ejemplos de una empresa libre de riesgos «son los ejecutivos que amasan millones tras haber fracasado a lo grande». El tema es de tal gravedad, que asombra que no tome estado público. Esto demuestra la complicidad de los grandes medios con los altos empresarios y ejecutivos. Para hacer pública esta información, debe recurrir a su blog personal: robertreich.blogspot.com. Reproduzco sólo algunos de los casos que presenta.
«1.- Hacia finales de 2007, Charles Prince dimitió como ejecutivo del Citigroup tras anunciar que el Banco necesitaría tomar una cifra de entre 8 y 11 billones de dólares para seguir funcionando. Se retiró con una espléndida pensión de 30 millones, premios y opciones en acciones, más una oficina, un auto y un chofer por cinco años. 2. La labor de cinco años de Stanley O’Neal, como ejecutivo de Merrill Lynch, terminó aproximadamente en la misma fecha, cuando se hizo claro que Merrill necesitaba decenas de billones o ser comprada a precio de remate por el Bank of America. Recibió como recompensa, a pesar de su mala gestión, una liquidación equivalente a $U.S.162 millones. 3.- Philip Purcell, dejó Morgan Stanley, en 2005, tras una revuelta de accionistas en su contra, y se llevó una recompensa de $ U.S. 43.9 millones, más $ U.S. 250.000 al año de por vida».
Es muy difícil de entender el pago extraordinario como recompensa, pese a haber realizado pésimas gestiones, que colocaron a sus empresas al borde de la quiebra,—el tema excede a estas notas— y se extienden mucho más allá de Wall Street. «En un estudio que se hizo público hace poco, GMI, una prestigiosa firma de investigaciones que monitorea los pagos ejecutivos, analizó los mayores paquetes de liquidación recibidos por ex-ejecutivos fracasados desde el 2000». Reproducirlo haría muy extensa esta nota, pero los pocos ejemplos vistos, que pueden multiplicarse enormemente, hablan de un extraño pacto que hace suponer que quien se retira se lleva información confidencial que compromete al directorio y a sus accionistas. Entonces, lo que se paga es el precio del “silencio”. No se puede comprenderlo de otro modo.
Surge la pregunta obvia ¿Por qué se oculta todo esto? ¿Por qué ningún medio se encarga de hacerlo público? Arriesgo una respuesta: los intereses internacionales entrelazan empresas, Bancos, financieras, fondos de inversión y medios de comunicación, en un “pacto siniestro”.

domingo, 12 de febrero de 2012

¿Sólo el Gobierno contra Clarín? III

Hasta ahora, nos encontramos con que el espacio público está bastante lejos de ser el lugar de la “verdad” y que, por otra parte, la conciencia ciudadana de nuestro país está comenzando a recelar sobre los contenidos de la información masiva. Prueba de ello es la información que nos brinda el Instituto Verificador de Circulación: Clarín vendía, en 2004, un promedio de 411.000 ejemplares diarios; hoy, su venta descendió a 290.243. La caída de ventas de los grandes medios puede verse en otras partes del mundo, por lo menos en el occidental.
Retomemos el hilo anterior de la exposición. Si nos sumamos al debate respecto de la libertad de expresar ideas, el supuesto necesario es que esas ideas contengan verdad o verdades. Si este supuesto no fuera compartido, como hemos visto, todo el debate queda librado a un juego de engaños, más o menos ingeniosos, como para que el receptor los acepte, pero cuyo resultado sería necesariamente falso. Hoy, me atrevo a decir, hemos dado un gran paso en el sentido de exigir una información más veraz.
Entonces, si aceptáramos, aunque más no sea provisoriamente, que la verdad es la concordancia entre lo que se dice de algo y ese algo como tal, estamos muy cerca del concepto de “objetividad”. La “verdad” como tal, como concepto, no es una expresión que sea utilizada habitualmente en la información pública. Se habla, por lo general, de “ser objetivo”, términos que aparecen en la expresión periodística como casi sinónimo. En la Argentina, hay todavía, de parte del periodismo de los medios concentrados, una resistencia a abandonar ese criterio de “hablar con objetividad”, tema tratado anteriormente.
Un artículo de un joven filósofo, periodista y docente de la UBA, nos propone algunas reflexiones que quiero incorporar a esta serie de notas. Me refiero a Dante Augusto Palma, que presenta como una contradicción el hecho de que «en las facultades de comunicación es acción habitual realizar ejercicios de deconstrucción de los discursos que dejan en evidencia los intereses ocultos detrás de la aparente neutralidad del periodista, los medios dominantes en la actualidad no renuncian a reivindicar para sí una épica de la opinión libre, desinteresada y amante de la verdad por la verdad misma». Equivale a decir que un estudiante de periodismo aprende que la objetividad es un logro altamente dificultoso; sin embargo, cuando entra a trabajar en uno de los grandes medios, se ve obligado a olvidar lo sabido y se coloca en la posición de “señor de la verdad”. Es evidente que mantener su trabajo lo exige, pero el problema no deja de ser problema.
A pesar de que, como he señalado, hoy se enfrenta a un público que comienza a demandar otro tipo de información no se ha alterado el modo de informar. Esto no significa que deba exigírseles a los periodistas que sean objetivos, independientes, neutrales. Hasta no hace tanto tiempo, sostiene Palma,: «el clima de denuncia con nombre propio ha trastrocado aquel espacio de reserva moral indignada que el periodista supo ostentar en momentos de crisis de representación política». Lo que ha cambiado, parece, es: «que se ha ganado la batalla cultural y que ya nadie podrá volver a leer un diario con tanta ingenuidad».
Entonces, asienta su posición: «Por mi parte, creo que no tiene sentido hablar sin más de neutralidad, independencia y objetividad. Si bien se trata de una problemática interesantísima, ha habido críticas demoledoras a la pretensión objetivista que las primeras décadas del siglo XX habían heredado del positivismo del siglo XIX. Si el hombre no puede aprehender hechos sociales completamente liberado de su subjetividad, evidentemente, el periodismo no debiera basar su legitimidad social en una supuesta asepsia desinteresada».
Se interna luego en el debate que se ha dado hace poco entre el “periodismo militante” y el “periodismo independiente”, al que considera mal planteado, suponiendo que no haya malas intenciones. Sin entrar en ese debate — no es la intención de estas notas—, conviene rescatar su afirmación acerca de: «la imposibilidad de hablar desde un lugar de neutralidad y señalo que todo acercamiento a la realidad está teñido siempre por una carga ideológica y subjetiva». Así las cosas, sin embargo, «es todavía posible, desde allí, construir un espacio de especificidad de la labor periodística». Por lo menos sería exigible la veracidad: desde la honestidad, la buena fe y la sinceridad.
La imposibilidad de objetividad se basa en: «una limitación de lo humano y, en tanto tal, completamente involuntaria, por la cual todo individuo debe tener conciencia de que aquello que considera real está atravesado por un conglomerado que incluye límites cognitivos, idiomáticos, ideológicos y religiosos, por mencionar sólo algunos de los niveles que constituyen a cada sujeto». Este es un buen punto de partida para sumarnos al debate planteado y poder tener buenas posibilidades de avanzar.

miércoles, 8 de febrero de 2012

¿Sólo Gobierno contra Clarín? II

El argumento de la “objetividad” está estrechamente ligado a la formación de una “opinión pública acondicionada”, en el sentido que la Real Academia Española le da a este vocablo: «Atmósfera de un lugar o espacio cerrado, sometida artificialmente a determinadas condiciones de temperatura, humedad y presión, según sea deseado». Este acondicionamiento es el resultado de una larga tarea de décadas, que comenzó a dar frutos de los noventa en adelante. Entre los objetivos de este proceso estuvo el convertir lo informado por los medios en “verdad”. Esto se tradujo, durante años, en la expresión muy repetida de poner la fuente informativa como criterio de la veracidad: “Lo dijo la radio… o la TV… etc.”
Los finales del siglo XX y comienzos del XXI mostraron en esta materia un abuso exagerado de la falacia, la mentira, la tergiversación, la verdad a medias, cuyo punto culminante puede ubicarse, aunque esto sea controvertible, en el derrumbe de las Torres Gemelas, de Nueva York. Una especie de sospecha comenzó a ganar espacio en la conciencia de mucha gente, que fue acompañada de las mentiras sobre las armas (inexistentes) de destrucción masiva en Irak, los resultados de la Guerra en Afganistán, etc. Este estilo de comunicar, basado en una manipulación descarada de la información, tuvo resultados no previstos por sus mismos autores.
Un veterano columnista del diario La Vanguardia de Barcelona, Gregorio Morán, se pregunta sorprendido: «¿Hasta dónde llega la credulidad de la ciudadanía? ¿Dónde está el límite de las tragaderas de un lector? Es como una maldición que se repite con matemática regularidad». Pone como ejemplo de este abuso el siguiente comentario: «La prensa amarilla británica impresiona. No porque venda mucho, sino porque está muy bien hecha. Es verdad que parece basura, pero los reportajes están muy trabajados, hay mucha investigación detrás y además van muy bien escritos. El ex primer ministro Gordon Brown, que ha sufrido en carne propia los efectos de los tabloides ingleses, definió a esa parte notable del gremio periodístico con muy pocas palabras, casi como un titular: “Unos delincuentes sin escrúpulos”». La prensa amarilla, o el amarillismo en la prensa, dice, es un tema recurrente en el gremio periodístico, aunque tratado siempre de una manera peculiar: «Los “amarillos” siempre son los otros».
Cuando busca una explicación de lo que sucede con la prensa, Morán dice algo que puede resultar sorprendente, pero entra en las consecuencias señaladas, el público masificado lee poco: «Algo que lleve letra impresa es difícil que sea de masas. Incluso los semanarios más leídos, lo son porque se componen de fotografías, y los textos se limitan a ilustrar las imágenes. Por eso triunfó la radio en su momento y por eso ahora arrasa la televisión. No exige ni el más mínimo esfuerzo; hasta el telecomando funciona con un dedo y sin moverse del sitio. En otras palabras, la prensa amarilla plantea algunos interrogantes que no pueden despacharse con frases hechas, y uno de ellos, fundamental, es el de la opinión pública».
Formula una pregunta retórica: «¿Se puede manipular a la opinión pública de la misma manera, es decir, con la misma facilidad, desde una prensa amarilla que a través de una cadena televisiva?» La respuesta, según él, es “no”, por las especificidades de cada medio. Por eso dice: «Yo creo que el impacto de la pantalla es muy superior, y apenas si hay distancia entre lo que se ve y el impacto que produce. Si bien puede no haber ningún problema con la prensa basura de masas, sí lo hay con la televisión basura, y aquí es cuando entramos en el meollo del asunto. Si existe una prueba contundente de la fragilidad —por no decir inexistencia de opinión pública crítica— es la existencia de la televisión basura y las falsedades manifiestas en las informaciones, que luego se extienden a la prensa en general».
Sin embargo, en Gran Bretaña se dio un caso esperanzador, claro que al precio de haber traspasado con holgura los límites de tolerancia del público: el empresario internacional Rupert Murdoch, magnate de los medios de comunicación, se vio obligado a cerrar el diario londinense News of The World por maniobras delictivas en el manejo de la información. La denuncia del diario The Guardian provocó un cambio de la opinión pública a partir de demostrar que los Murdoch habían traspasado los límites de la legalidad en la mayor de las impunidades, y todo se vino abajo. «El laborista Tom Watson, una de las víctimas favoritas de los medios de comunicación británicos de Murdoch, lo expresó de manera contundente: “La repulsa de la ciudadanía es la que ha logrado el cierre del dominical. Una victoria para la gente decente”».

domingo, 5 de febrero de 2012

¿Sólo Gobierno contra Clarín? I

En estas notas, ya he tratado un tema que ha adquirido una notable relevancia, a partir de los debates cruzados entre periodistas de los medios concentrados y quienes contraatacan, acusándolos de estar al servicio de los amos del capital. Es habitual oír decir que es una pelea del Gobierno contra Clarín, de parte de aquellos que se colocan a un supuesto costado de la contienda, dando a entender que “es un problema de ellos y que no vale la pena meterse en el medio”. Debo decir que no sé cuál es el medio, pero creo que es un deber de ciudadanía sumarse a ese debate. Aun aceptando ese modo de definir el problema como si fuera “meramente político” —cuando en realidad se quiere decir, supongo yo, politiquero o partidista— tomo posición y digo que es claramente político, en el sentido más amplio y etimológico del concepto: “todo lo que pertenece a la polis” y, en tanto tal, involucra a todos los habitantes de la polis.
En consecuencia, repito, es un deber de la ciudadanía ser parte de ese debate, lo cual invierte el “derecho” a participar al convertirlo en una “obligación” de ciudadano pensante, votante y por ello elector. Se juega en ese debate un derecho que está en el fundamento de la libertad de ideas, la libertad de expresión, libertad que contiene la libertad de prensa, es decir la posibilidad de hacer conocer a la polis, al resto de los ciudadanos, nuestra opinión sobre los varios aspectos que constituyen la vida ciudadana.
Se desprende de este juego libre de las ideas la importancia que adquieren sus contenidos, por su objeto, por su intención, por el modo y la claridad con que deben expresarse esas ideas. Pero todo ello debe quedar subordinado a un valor superior que es “la verdad”. Nos encontramos, entonces, con uno de los más viejos problemas del pensamiento filosófico, que aparece también en los Evangelios, cuando Pilato le pregunta a Jesús “¿Qué es la verdad?”. Sin que esto deba entenderse en un sentido religioso, quiero colocar el problema en el centro de nuestro asunto. Para ser más preciso, aunque pueda pecar de academicista, debo decir que nos encontramos en el terreno de la epistemología, que la Real Academia Española define como: «la doctrina de los fundamentos y métodos del conocimiento científico» y cuya etimología remite a las bases sobre las cuales se asientan los conocimientos.
A pesar de que este juego pueda parecer superfluo, quiero decir que siempre es útil tener claro clarificar el origen de las palabras, para hacer un mejor uso de ellas. Veamos entonces. Platón distingue dos tipos fundamentales de conocimiento: la ciencia (episteme) y la opinión (doxa). Al primero le da el sentido más estricto de un saber debidamente fundamentado; este tipo de conocimiento no pertenece al manejo al que recurren los medios de comunicación, sino que es el que corresponde al terreno estrictamente científico, con todas las exigencias metodológicas propias.
En cuanto al segundo, la opinión la refiere a las creencias o conjeturas. Este tipo de conocimiento se fundamenta en la percepción, se refiere al “mundo sensible”. Traduzcámoslo como el “mundo de la vida cotidiana”, es decir, el de las cosas terrenales que nos rodean, y se trata de un género de conocimiento inferior para el filósofo.
Miles de años después —medios de comunicación masivos mediante, sobre todo la televisión y la función de los “movileros”—, la palabra “opinión” pasó a significar lo que cualquier persona responde, “opina”, sin la menor versación sobre el tema que se pregunte, sosteniendo sus dichos en la más pura y crasa subjetividad. Esta actitud ha generado un “derecho” nuevo para este público masificado: poder decir cualquier cosa sobre lo que se le ocurra, también llamado “libertad de opinión”. Esto ha dado lugar a la aparición de una nueva disciplina la “opinología”: el «opinólogo es un término despectivo aplicado a personas que, generalmente en los medios de comunicación, opinan sobre cualquier tema como si fueran especialistas».
Planteado en estos términos, lo dicho puede sonar a soberbio, despreciativo, con rasgos de desvalorización sobre las ideas del “ciudadano de a pie”. Debo responder a estas posibles acusaciones. En primer lugar, para quienes tengan años suficientes, merece recordarse que este fenómeno no tiene más de dos o tres décadas, es contemporáneo con el proceso de concentración de los medios de comunicación, y esta no es una mera coincidencia. Ha habido una tarea sistemática sobre lo conocido como “opinión pública” —de esto ya he hablado en notas anteriores. Puede consultarse en www.ricardovicentelopez.com.ar mi trabajo “Sociedad, política y medios”—que se podría denominar: acondicionamiento de la opinión pública o manipulación de ella, cuyos logros están a la vista: achatamiento y banalización, pérdida de la valoración de la lectura seria, desprecio por el buen uso del lenguaje o su vulgarización, etc.

miércoles, 1 de febrero de 2012

La dudosa libertad de prensa II

El análisis que estoy ofreciendo apunta a informar, a un público no dedicado a este tipo de estudios, los métodos y técnicas con que los poderes internacionales manejan lo que llaman con toda naturalidad “El libre flujo de las informaciones”, a sabiendas de lo hipócrita y cínico del título. Debo agregar que, con diferentes características, modalidades adaptadas a cada país, y con diversas formas de camuflar estas operaciones, su influencia se extiende por todo el planeta, con las consabidas excepciones.
El General Simon Worden no oculta las intensiones de la institución a su cargo, una de las directivas dice: «En situaciones de crisis las Operaciones de Información cumplirán una función disuasoria y flexible para comunicar nuestros intereses nacionales. Las IO (Information Operations) pueden aplicarse para conseguir resultados físicos y psicológicos de apoyo a los militares». Nada nuevo en el mundo, Comenta el Dr. Romano, hace casi doscientos años, el general alemán, teórico militar, Karl von Clausewitz (1780-1831), hizo hincapié en “los aspectos morales y políticos de la guerra” y dijo ya en su famoso tratado “De la guerra” que en tiempos de conflicto “la mayoría de las noticias son falsas”. No debe ignorarse que, por lo menos, a partir de la Segunda Guerra Mundial no hubo nunca en el mundo una paz completa y duradera, por lo cual para los Estados Unidos el conflicto es permanente, aun en momentos en que no se esté disparando ni una bala. De aquí debemos sacar como una primera conclusión que el denominado “libre flujo de las informaciones” está bajo la supervisión directa o indirecta del Pentágono.
Dentro de este cuadro de situación es obligatorio, para una comprensión profunda del tema de la “información pública”, incorporar todo este tipo de datos que puede escandalizar al lector poco avisado de estos manejos. Agrega el Dr. Romano: «La Primera Guerra del Golfo iba a ser el primer conflicto bélico televisado y luego resultó ser invisible por la ausencia de imágenes del mismo. Hoy, la estrategia del Pentágono y de la Administración de George Busch, con respecto a la Segunda Guerra del Golfo ha cambiado. Haciendo gala de una prepotente sinceridad se han lanzado a la compra abierta de periodistas en distintos países para que den una versión favorable de sus tesis e intereses, sinceridad que es de agradecer. Más aún. Invitaron a 500 periodistas, elegidos por ellos, para que convivan con las tropas y presencien directamente los combates. Pero no podrán informar de todo. Se les proporcionarán 19 reglas de obligado cumplimiento periodístico. Entre ellas: *No informar de los lugares concretos donde se desarrollen las acciones. *No identificar las posiciones enemigas. *No informar de las bajas estadounidenses. *Los jefes de unidad podrán vetar o embargar los trabajos de prensa».
Los grandes diarios de los Estados Unidos no son ajenos a este tipo de manipulación de la información pública, colaboran en esta campaña de desinformación y confusión con titulares sensacionalistas y falsos rumores. La vieja afirmación: “En tiempos de guerra la primera víctima es la verdad”, no debe hacernos caer en engaños. El problema radica en el concepto “en tiempos de guerra” que nos lleva a pensar en guerras convencionales. Pero los “dueños del mundo”, como señalé antes, consideran que estamos en guerra permanente en tanto pueda sospecharse de algunos que no acuerden sumisamente con su concepción de la política internacional y de la aplicación de sus directivas. La histeria que derraman por el mundo le sirvió a la Administración Bush para limitar todo tipo de información que no aprobaran los Servicios de Inteligencia.
De lo expuesto se deduce que el tan publicitado “libre flujo de las informaciones y conocimientos” no deja de ser una cruel ironía. Viene bien recordar las palabras de Albert Einstein, su aguda inteligencia lo llevó a afirmar: «Bajo las condiciones actuales, los capitalistas privados controlan las principales fuentes de información (prensa, radio, enseñanza). Por eso es sumamente difícil y, a decir verdad, totalmente imposible en la mayoría de los casos, que el ciudadano individual llegue a conclusiones objetivas».