miércoles, 28 de marzo de 2012

El control de los medios de difusión VI

En la década de los años veinte y principios de la de los treinta, un pionero de la Ciencia Política y de las Teorías de la Comunicación, Harold Lasswell (1902-1978) —fundador del moderno sector de las comunicaciones y uno de los analistas políticos americanos más destacados— explicaba que no «deberíamos sucumbir a ciertos dogmatismos democráticos que dicen que los hombres son los mejores jueces de sus intereses particulares. Porque no lo son. Somos nosotros, decía, los mejores jueces de los intereses y asuntos públicos, por lo que, precisamente a partir de la moralidad más común, somos nosotros los que tenemos que asegurarnos de que ellos no van a gozar de la oportunidad de actuar basándose en sus juicios erróneos». Estamos leyendo el pensamiento de esa derecha que se ha ido apropiando de los resortes más importantes del poder mundial.
Es útil agregar en este punto la afirmación del Dr. Raúl Gabás Pallás, profesor de Filosofía en la Universidad Autónoma de Barcelona, respecto a la relación entre la Escuela Americana de Teorías de la Comunicación y la experiencia nazi: «El nacionalsocialismo aprendió de América, y las técnicas de la propaganda fascista han sido aprovechadas en los medios de comunicación de las democracias occidentales». Esta afirmación contradice lo que la tradición informativa ha puesto en la conciencia colectiva respecto a la propaganda como una creación del régimen alemán. Ellos sólo fueron unos muy buenos alumnos de las investigaciones estadounidenses, pioneras en la materia.
Sigamos avanzando. Le recuerdo al lector lo dicho respecto a la intención que ya se encontraba en los Padres Fundadores. Hoy deberíamos llamar “Estado totalitario” o “Estado militar” a la denominada democracia, con lo que se comprendería con claridad el estado de cosas del orden global.
Volvamos a Chomsky: «Las relaciones públicas constituyen una industria inmensa que mueve, en la actualidad, cantidades de dinero que oscilan en torno a un billón de dólares al año y, desde siempre, su cometido ha sido el de controlar la opinión pública, que es el mayor peligro al que se enfrentan las corporaciones. Tal como ocurrió durante la Primera Guerra Mundial, en la década de 1930 surgieron de nuevo los grandes problemas: una gran depresión, unida a una cada vez más numerosa clase obrera en proceso de organización institucional. En 1935, y gracias a la Ley Wagner, los trabajadores consiguieron su primera gran victoria legislativa, a saber, el derecho a organizarse de manera independiente, logro que planteaba dos graves dificultades. En primer lugar, la democracia estaba funcionando bastante mal: el rebaño desconcertado estaba consiguiendo victorias en el terreno legislativo, y no era ese el modo en que se suponía que debían ir las cosas; el otro problema eran las posibilidades cada vez mayores del pueblo para organizarse. Los individuos deben estar atomizados, segregados y solos; no puede ser que pretendan organizarse, porque, en ese caso, podrían convertirse en algo más que simples espectadores pasivos».
Nos encontramos nuevamente con la fina ironía de Chomsky. No hay dudas, como señala, de que para esta mentalidad conservadora es inaceptable la organización social en defensa de sus derechos, puesto que si hubiera muchos individuos de recursos limitados agrupados para intervenir en el juego político, perderían su estatus de espectadores y pasarían a representar el papel de participantes activos, lo cual pone en peligro todo el edificio que montaran las clases dominantes. «Por ello, el poder empresarial tuvo una reacción contundente para asegurarse de que esa había sido la última victoria legislativa de las organizaciones obreras, y de que representaría también el principio del fin de esta desviación democrática de las organizaciones populares. Y funcionó. Fue la última victoria de los trabajadores en el terreno parlamentario y, a partir de ese momento —aunque el número de afiliados a los sindicatos se incrementó durante la Segunda Guerra Mundial, acabada la cual empezó a bajar— la capacidad de actuar por la vía sindical fue cada vez menor».
Todo ello fue el resultado de campañas bien planificadas y ejecutadas para lo cual se gastaron enormes sumas de dinero. Para ello se dedicó todo el tiempo y el esfuerzo que fueran necesarios: «en cómo afrontar y resolver estos problemas a través de la industria de las relaciones públicas y otras organizaciones, como la National Association of Manufacturers (Asociación Nacional de Fabricantes), la Business Roundtable (Mesa Redonda de la Actividad Empresarial), etcétera. Y su principio es, y sigue siéndolo, reaccionar en todo momento de forma inmediata para encontrar el modo de contrarrestar estas desviaciones democráticas».
Continúa más delante: «La primera prueba se produjo un año más tarde, en 1937, cuando hubo una importante huelga del sector del acero en Johnstown, al oeste de Pensilvania. Los empresarios pusieron a prueba una nueva técnica de destrucción de las organizaciones obreras, que resultó ser muy eficaz. La cuestión estribaba en la idea de que había que enfrentar a la gente contra los huelguistas, por los medios que fuera necesario. Se presentó a los huelguistas como destructivos y perjudiciales para el conjunto de la sociedad, y contrarios a los intereses comunes, que eran los del empresario, los del trabajador o del ama de casa, es decir, “todos nosotros”. Queremos estar unidos y tener cosas como la armonía y el orgullo de ser americanos, y trabajar juntos». Pero resulta que estos huelguistas “malvados”, que además son “subversivos”, sigue ironizando nuestro profesor, arman lío, rompen la armonía y atentan contra “el orgullo de América”, pero “no se lo permitiremos”.

domingo, 25 de marzo de 2012

El control de los medios de difusión V

La mirada de Lippmann, con capacidad de penetración, nos permite comprender cuáles son, según él, todas las piezas del aparato de dominación estadounidense, hoy globalizado. La maquinaria del sistema de comunicación, que no se reduce sólo a los medios: «Así, tenemos un sistema educacional, de carácter privado, dirigido a los hombres responsables, a la clase especializada, que han de ser adoctrinados en profundidad acerca de los valores e intereses del poder real, y del nexo corporativo que este mantiene con el Estado y lo que ello representa. Si esos hombres “calificados” pueden ascender hasta allí, podrán pasar a formar parte de la clase especializada. Al resto del rebaño desconcertado básicamente habrá que distraerlo y con dirigir su atención a cualquier otra cosa. Habrá que asegurarse de que permanecen todos en su función de espectadores de la acción, liberando su carga de vez en cuando en algún que otro líder de entre los que tienen a su disposición para elegir».
Muchos otros han desarrollado este punto de vista, agrega Chomsky, bastante convencional entre los hombres y mujeres de la derecha estadounidense: «el destacado teólogo y crítico de política internacional Reinhold Niebuhr (1892-1971), conocido a veces como el teólogo del sistema, gurú de George Kennan y de los intelectuales de Kennedy, afirmaba que la racionalidad es una técnica, una habilidad, al alcance de muy pocos: solo algunos la poseen, mientras que la mayoría de la gente se guía por las emociones y los impulsos. Aquellos que poseen la capacidad lógica tienen que crear ilusiones necesarias y simplificaciones acentuadas desde el punto de vista emocional, con objeto de que los bobalicones ingenuos vayan más o menos tirando. Este principio se ha convertido en un elemento sustancial de la ciencia política contemporánea». Muy duras palabras que provocan la necesidad de reflexionar sobre todo ello. Forman hoy parte del ideario del Tea Party .
Pero si la sociedad del Norte ha acabado siendo más libre y democrática, y esto es lo que ha sucedido desde la posguerra, es porque se fue perdiendo aquella capacidad de dirigir el rebaño hacia la meta prefijada. La contraofensiva conservadora de los ochenta en adelante recurrió a esta doctrina pero sin manifestarlo abiertamente. Por ello, vuelve a recurrir a las técnicas de propaganda. La lógica es clara y sencilla, Chomsky la sintetiza con estas palabras: «la propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al estado totalitario. Ello resulta acertado y conveniente dado que, de nuevo, los intereses públicos escapan a la capacidad de comprensión del rebaño desconcertado». La disciplina que tomó a su cargo la tarea de propagar “las ideas correctas” fue la ciencia de las Relaciones Públicas. Esta carrera fue presentada como “el estudio de los modos y normas de comunicar amablemente los contenidos de la cultura de una empresa”. Todavía podemos oír entre nosotros a jóvenes que quieren estudiar esa carrera, con total ingenuidad. Esta es otra muestra de la capacidad de encubrir los verdaderos propósitos.
Dice Chomsky: «Los Estados Unidos crearon los cimientos de la industria de las relaciones públicas. Tal como decían sus líderes, su compromiso consistía en controlar la opinión pública. Dado que aprendieron mucho de los éxitos de la Comisión Creel [Comisión creada por Woodrow Wilson] y del miedo rojo[al comunismo], y de las secuelas dejadas por ambos, las relaciones públicas experimentaron, a lo largo de la década de 1920, una enorme expansión, y se obtuvieron grandes resultados a la hora de conseguir una subordinación total de la gente a las directrices procedentes del mundo empresarial». La situación llegó a tal extremo, que en la década siguiente los comités del Congreso estadounidense empezaron a investigar el fenómeno. De estas pesquisas proviene buena parte de la información de que hoy disponemos para investigaciones como la presente.
«Las relaciones públicas constituyen una industria inmensa que mueve, en la actualidad, cantidades que oscilan en torno a un billón de dólares al año y desde siempre su cometido ha sido el de controlar la opinión pública, que es el mayor peligro al que se enfrentan las corporaciones». Esto permite a comprender ahora por qué las grandes corporaciones comenzaron a comprar medios de comunicación, fenómeno que se acentuó a partir de la década de los ochenta.

miércoles, 21 de marzo de 2012

El control de los medios de difusión IV

Nuevamente entra en escena un personaje ya citado, Walter Lippmann, ya mencionado. Como hombre del liberalismo, propuso su tesis de “la revolución en el arte de la democracia”. Esta revolución partía de algunas premisas muy interesantes de revisar, porque vuelve a aparecer el tema de la “franqueza”. La idea central parte de la convicción de que el público «no sabe pensar y que no es prudente abandonarlo en sus ideas». Por eso afirmaba «que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que los intereses comunes esquivan totalmente a la opinión pública y solo una clase especializada de hombres responsables lo bastante inteligentes puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan».
Puede sorprender al lector que no ha incursionado en estos temas semejante afirmación como método de la democracia. Sin embargo, estas ideas sostienen el concepto de democracia que siempre manejó la clase política estadounidense, razón por la cual prestaron siempre un fuerte apoyo al desarrollo de los grandes medios para guiar la opinión del ciudadano de a pie. Avanza sobre el tema Chomsky: «Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la democracia progresiva, según la cual, en una democracia con un funcionamiento adecuado, hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que asumen algún papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la administración. Es la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un porcentaje pequeño de la población total».
A esta clase pertenecen también aquellas personas que comparten esas ideas y la pone en circulación. «Es parte de este grupo selecto, en el cual se habla primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes, fuera del grupo pequeño y siendo la mayoría de la población, constituyen lo que Lippmann llamaba el rebaño desconcertado: hemos de protegernos de este rebaño desconcertado cuando brama y pisotea. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que, según Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa».
Tantas veces los debates sobre el papel de los medios se pierden en una maraña de detalles que no logran mirar debajo del escenario, donde se puede encontrar todo lo que queda oculto a la mirada ingenua del gran público. Sigamos con Chomsky por sus conocimientos, su compromiso con la gente y su capacidad crítica en sus investigaciones. Sigamos leyendo:
«Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas. Si los individuos trataran de participar en la gestión de los asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería solo provocar líos, por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que domesticar al rebaño desconcertado, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del rebaño desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas».
Este paternalismo dicho con tanta aspereza no puede ser detectado fácilmente en nuestros medios, pero el estar alerta en la lectura de ellos puede ayudarnos en está línea. Es así que las élites políticas de los países centrales encontraron en los medios de comunicación el instrumento idóneo para el manejo de ese rebaño: «Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tengan que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita —e incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos— está relacionada con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es sirviendo a la gente que tiene el poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir, un grupo bastante reducido».

domingo, 18 de marzo de 2012

El control de los medios de difusión III

Para entender a los liberales del país del Norte y su modo de pensar la política a principios del siglo XX, es necesario retroceder más de dos siglos en la historia de ese país. Proclamó la primera Constitución “republicana” de Occidente el 17 de septiembre de 1787, y es necesario enfatizar lo de republicana porque eso fue. El concepto de democracia, tal como apareció con Lincoln casi un siglo después, «Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», generaba profundos temores.
Un dato poco conocido nos aporta el profesor Gargarella: «Notablemente, cabe recordarlo, la Convención Norteamericana, a diferencia de las Convenciones Constitucionales que se llevaron adelante en Francia inmediatamente después de la revolución, se celebró a puertas cerradas. De allí que los convencionales expresaran con absoluta franqueza (a veces, diría, con asombrosa franqueza) por qué defendían los arreglos institucionales que defendían».
El remarcado anterior de la palabra “republicana” se debe a la necesidad de entender que fue una constitución pensada para contraponer al Imperio británico, su conquistador, y concebida para liberarse de él. Pero además, también estaban fuertemente impresionados por el desborde de la “chusma” parisina, lo que aclara el sentido de lo que «se quería evitar para el futuro». ¿Cómo se resolvió esta “dificultad”? Nos responde el profesor: «La propuesta federalista de reorganizar el sistema institucional apareció entonces como imposible de eludir: dado el grave riesgo creado por la existencia de las facciones, y dada la imposibilidad de eliminarlas, la única alternativa disponible era la de organizar las instituciones para hacerlas resistentes frente a ellas, de modo tal de evitar que el sistema de gobierno quedase exclusivamente en manos de alguno de los diferentes grupos en que se dividía la sociedad». Nótese, una vez más, lo despiadado de la expresión “la imposibilidad de eliminarlas”.
La presencia de esos temores se convirtió en tradición en la clase dirigente, y revirtió en la teoría de la necesidad de una elite ilustrada que se hiciera cargo de la “cosa pública”, la República, lejos de ser democrática como se entendió en Francia. Dice Chomsky: «Esta teoría sostiene que solo una élite reducida —la comunidad intelectual de que hablaban los seguidores de John Dewey (1859-1942)— puede entender cuáles son aquellos intereses comunes, qué es lo que nos conviene a todos, así como el hecho de que estas cosas escapan a la gente en general».
La fina ironía de Chomsky, rayana en lo burlesco, lo lleva a hacer una comparación muy inteligente pero chocante para quien esté desprevenido: «En realidad, este enfoque que se remonta a cientos de años atrás es también un planteamiento típicamente leninista, de modo que existe una gran semejanza con la idea de que una vanguardia de intelectuales revolucionarios toma el poder mediante revoluciones populares que les proporcionan la fuerza necesaria para ello, para conducir después a las masas estúpidas a un futuro en el que estas son demasiado ineptas e incompetentes para imaginar y prever nada por sí mismas».
Si bien hay bastante de exageración, no está lejos de la realidad tal comparación cuando recordamos la experiencia soviética con su Nomenklatura —grupo de funcionarios encargado de la dirección de la burocracia estatal— y pensamos en el establishment estadounidense. Agrega: «Es así que la teoría democrática liberal y el marxismo-leninismo se encuentran muy cerca en sus supuestos ideológicos. En mi opinión, esta es una de las razones por las que los individuos, a lo largo del tiempo, han observado que era realmente fácil pasar de una posición a otra sin experimentar ninguna sensación específica de cambio. Solo es cuestión de ver dónde está el poder. Hay, incluso, un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas».
Esta convicción elitista, aristocrática en el peor connotación de la palabra, lejos de la idea aristotélica del “gobierno de los mejores”, ha llegado hasta nuestros días, aunque hoy no pueda hablarse con la franqueza de que hacían gala aquellos Padres Fundadores para decir lo que realmente pensaban.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El control de los medios de difusión II

El comienzo de este tipo de maniobras para operar sobre la opinión pública alcanzó éxitos notables, como señala Chomsky, y esto se tradujo en un el entusiasmo por estos procedimientos de personajes que se llamaban a sí mismos “liberales” pero que no escondían su visión elitista de la estructura social.
«Estos se mostraban muy orgullosos, como se deduce al leer sus escritos de la época, por haber demostrado que lo que ellos llamaban los miembros más inteligentes de la comunidad, es decir ellos mismos, eran capaces de convencer a una población reticente de que había que ir a una guerra mediante el procedimiento de aterrorizarla». Esta inteligencia se había verificado al manipular a “la clase media trabajadora”, definición que abarca a la gran mayoría de la población estadounidense según se definían a sí mismos, y lo siguen haciendo hoy —téngase en cuenta que en los Estados Unidos se afirma que no tienen diferencias de clases—, adoctrinándolos con ideas impuestas a través de la propaganda. Esa eficacia quedaba demostrada al convencer a los sectores pacifistas de la población, gran mayoría entonces, reticentes a cualquier aventura guerrera. La Guerra de Secesión había terminado en 1865 con un saldo de más de un millón de bajas y eso era una herida muy profunda en la memoria colectiva.
¿Cómo lograron este cambio en el público? La lectura de ello nos mostrará que muchas cosas de aquellos tiempos han adquirido una capacidad de sobrevivencia sorprendente. Volvamos a Chomsky: «Los medios utilizados fueron muy amplios. Por ejemplo, se fabricaron montones de atrocidades supuestamente cometidas por los alemanes, en las que se incluían niños belgas con los miembros arrancados y todo tipo de cosas horribles que todavía se pueden leer en los libros de historia, buena parte de lo cual fue inventado por el Ministerio británico de propaganda, cuyo auténtico propósito en aquel momento —tal como queda reflejado en sus deliberaciones secretas— era el de dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo». Retenga el lector esta afirmación que, para muchos “ciudadanos de a pie” parece de ciencia ficción.
El plan estaba pensado en dos niveles: «la cuestión clave era la de controlar el pensamiento de los miembros más inteligentes de la sociedad americana, quienes, a su vez, diseminarían la propaganda que estaba siendo elaborada y llevarían el pacífico país a la histeria propia de los tiempos de guerra». El resultado fue altamente exitoso y dejaba como enseñanza algo importante: «cuando la propaganda que dimana del estado recibe el apoyo de las clases de un nivel cultural elevado y no se permite ninguna desviación en su contenido, el efecto puede ser enorme». Ésta es la lección que aprendieron después Hitler y muchos otros, y cuya influencia ha llegado a nuestros días.
Es indudable que una operación política como ésta, novedosa para la época, debía generar repercusiones respecto a la capacidad de torcer el rumbo de la opinión pública, instrumento de poder muy importante del juego democrático. Aparece en este escenario un hombre muy significativo para las décadas siguientes.
Era parte de un grupo formado por teóricos liberales y figuras destacadas de los medios de comunicación que quedó directamente marcado por estos éxitos. Quien sobresalía fue Walter Lippmann (1889-1974), escritor y periodista estadounidense, egresado de Harvard, importante analista político como también un extraordinario teórico de la democracia liberal. Su aporte como ensayista y teórico del liberalismo se puede encontrar en su libro Una teoría progresista sobre el pensamiento democrático liberal. Paralelamente y como resultado de sus relaciones políticas, participó de las “comisiones de propaganda”, sobre cuya experiencia elaboró su tesis de lo que él llamaba “la revolución en el arte de la democracia”. Consistía en las técnicas de propaganda que «podían utilizarse para fabricar consenso, es decir, para producir en la población, mediante las nuevas técnicas, la aceptación de algo inicialmente no deseado».
Lo que puede sorprendernos es que pudiera afirmar, sin “ruborizarse”, lo que hoy se hace pero no se dice respecto a las manipulaciones de la información pública. Afirma Chomsky: «Pensaba que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como él mismo confirmó, los intereses comunes no son comprendidos por la opinión pública. Solo una clase especializada de hombres responsables, lo bastante inteligentes, puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan».

domingo, 11 de marzo de 2012

El control de los medios de difusión I

Comienzo esta serie de notas tomando como referencia el libro de Noam Chomsky (1928), lingüista, filósofo y activista estadounidense: El control de los medios de difusión. Los espectaculares logros de la propaganda, Editorial Crítica (2000), como un pequeño homenaje de mi parte a este docente, investigador, crítico meticuloso, que se ha dedicado en estas últimas décadas a analizar el funcionamiento y el papel que cumplen los medios de información. Es profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y se ha convertido en uno de los intelectuales críticos más destacados de las últimas décadas siglo XX hasta hoy. Las notas que iré publicando tendrán a este texto como centro de mis reflexiones.
En este trabajo vuelve, una vez más sobre la que parece ser una de sus obsesiones investigativas. El título en castellano, que traduce Media control del inglés, suena de una manera ambigua en nuestra lengua: podemos preguntar ¿los medios son los que controlan o son los controlados? Sin embargo, el subtítulo ya nos da una pista de hacia dónde apunta. Si los logros de la “propaganda” son los “espectaculares”, queda claro que es el primer significado el que vale. Comienza su exposición proponiendo un tema fundamental para la vida política de las democracias occidentales:
«El papel de los medios de comunicación en la política contemporánea nos obliga a preguntar por el tipo de mundo y de sociedad en los que queremos vivir, y qué modelo de democracia queremos para esta sociedad. Permítaseme empezar contraponiendo dos conceptos distintos de democracia. Uno es el que nos lleva a afirmar que en una sociedad democrática, por un lado, la gente tiene a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de sus asuntos particulares, y, por otro, los medios de información son libres e imparciales. Si se busca la palabra democracia en el diccionario se encuentra una definición bastante parecida a lo que acabo de formular. Una idea alternativa de democracia es la de que no debe permitirse que la gente se haga cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información deben estar fuerte y rígidamente controlados. Quizás esto suene como una concepción anticuada de democracia, pero es importante entender que, en todo caso, es la idea predominante».
Se me ocurre pensar después de haber leído esto que la tan mencionada “libertad de prensa”, que encierra y oculta “la libertad de empresa”, está aferrada a la segunda alternativa. El parámetro de la importancia otorgada a este criterio como medida de la “democraticidad” — palabra que propone el politólogo italiano Giovani Sartori— queda en manos de los medios de comunicación. Nada menos.
Como la problemática está centrada para Chomsky en el análisis de la capacidad enorme y brutal señalada en el subtítulo Los espectaculares logros de la propaganda, comienza a historiar sus orígenes modernos:
«Empecemos con la primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno. Ocurrió bajo el mandato de Woodrow Wilson. Este fue elegido presidente en 1916 como líder de la plataforma electoral Paz sin Victoria, cuando se cruzaba el ecuador de la Primera Guerra Mundial. La población era muy pacifista y no veía ninguna razón para involucrarse en una guerra europea; sin embargo, la administración Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto. Había por tanto que hacer algo para inducir en la sociedad la idea de la obligación de participar en la guerra. Y se creó una comisión de propaganda gubernamental, conocida con el nombre de Comisión Creel, que, en seis meses, logró convertir una población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo lo que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y salvar así al mundo. Se alcanzó un éxito extraordinario que conduciría a otro mayor todavía: precisamente en aquella época y después de la guerra se utilizaron las mismas técnicas para avivar lo que se conocía como Miedo Rojo. Ello permitió la destrucción de sindicatos y la eliminación de problemas tan peligrosos como la libertad de prensa o de pensamiento político. El poder financiero y empresarial y los medios de comunicación fomentaron y prestaron un gran apoyo a esta operación, de la que, a su vez, obtuvieron todo tipo de provechos».

miércoles, 7 de marzo de 2012

¿Sólo el Gobierno contra Clarín? IX

Para una parte del público de nuestro país, parte muy difícil de cuantificar puesto que no tenemos un instrumento que mida la “opinión pública” con precisión y claridad, la serie de notas que publiqué con anterioridad puede no ser del todo aceptables. Y esto es comprensible dado que, a pesar del inconveniente señalado, la intuición nos dice que la incidencia de la presión de esos medios concentrados es importante todavía. No sólo por lo que publican sino, y esto está largamente estudiado, por cómo se presenta la información.
Por tal razón voy a presentar el siguiente comentario y análisis de la investigación realizada por Federico Corbiére, Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), Especialista en Gestión y Planificación del Periodismo (UBA), cuya dedicación al tema lo habilita a escribir, con seriedad y responsabilidad:
«Una década atrás, Argentina conoció la peor crisis institucional que arrasó con las ilusiones de no pocos jóvenes nacidos en democracia. También dejó 38 muertos sólo en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Por entonces, los poderes fácticos [empresas multinacionales, p. ej.] no eran los cuestionados sino las instituciones y los políticos ajenos a sus intereses. El caso de los sobornos por el Proyecto DNI y las cuentas, también suizas, no ocuparon la tapa de los principales matutinos de circulación nacional. Recién ahora –a instancias de una investigación de la SEC norteamericana y el FBI– aquellos millonarios sobornos silenciados, llegaron a las portadas de Clarín y La Nación».
Esto nos coloca en la pista de qué se publica y qué se calla, y cómo cada una de estas decisiones encubre compromisos, relaciones, e intereses específicos. Sin olvidar que lo que está en la tapa de un periódico, dice por las palabras utilizadas, pero más dice por el tamaño de éstas y por como están colocadas. Un ejemplo paradigmático extremo fueron siempre las tapas del diario Crónica. Continúa Corbiére: «Tales omisiones son la síntesis de una práctica común de presiones y contubernios de las corporaciones mediáticas. El miedo a los medios, por su capacidad de influenciar a la opinión pública, fue signo de una época que con la iniciativa parlamentaria que declara Papel Prensa un “servicio de interés público” está llegando a su fin. La única empresa productora de papel nacional (utilizable para el bobinado de rotativas) tiene como principal accionista al Grupo Clarín, con el 49% de sus acciones, y como socios minoritarios al diario La Nación y al Estado nacional».
Nos encontramos ahora con un tema que, a primera vista, parece extraño y ajeno a lo que se viene diciendo. El ocultamiento, durante décadas, de la importancia de ejercer un monopolio sobre la producción de un insumo fundamental, que representa una parte muy importante del costo de publicación de un periódico, según la cantidad y precio al que se ofrezca en el mercado, define un control muy severo y preciso sobre toda publicación que represente una competencia. De este modo, para la necesidad de sobrevivencia de esas publicaciones la cantidad de insumo y su precio se convertían en una “espada de Damocles” que amenazaba con la quiebra o terminaban siendo compradas por el grupo dominante. Esto permite comprender por qué tantas publicaciones tradicionales de nuestro país pertenecen hoy al Grupo Clarín.
Avanza nuestro investigador: «Mientras la adquisición de Papel Prensa está siendo investigada como delito de lesa humanidad por el oscuro traspaso de acciones del grupo Graiver, en marzo de 1977, a sus accionistas privados, Clarín volvió a insistir en usar su tapa para cuestionar las instituciones con una cita del artículo 32 de la Constitución Nacional, que señala: “El Congreso federal no dictará leyes que restrinjan la libertad de imprenta o establezcan sobre ella la jurisdicción federal”».
La utilización aviesa de los argumentos constitucionales, avalados por la supuesta autoridad académica de “constitucionalistas”, pertenecientes a grandes Estudios Jurídicos de los que son clientes estos medios, le permiten señalar lo siguiente: «El Dr. Gregorio Badeni, es mencionado como cita de autoridad para defender la libertad de prensa. Sin embargo éste olvida la reforma de 1994 y la parte dedicada a los “nuevos derechos y garantías”, donde su artículo 42 promueve la defensa de la competencia y el control de los monopolios naturales y legales”».
Como prueba de los resultados del manejo monopólico “exitoso en sus negocios” pasa a describir la composición actual del grupo: «Sólo en gráfica, Clarín es dueña de Arte Gráfico Editorial Argentino (AGEA), Olé, La Razón y, junto a La Nación, de la Compañía Inversora en Medios de Comunicación (CIMECO), controlante de los diarios La Voz del Interior (Córdoba) y Los Andes (Mendoza), además de revistas menores como Genios y Elle, entre otras. Clarín posee, como principal premio de sus buenos oficios en tiempos autoritarios, dos empresas claves: Artes Gráficas Rioplatense, con la cual intentó imponer junto con la Editorial Tinta Fresca su modelo pedagógico en las escuelas; y da su “toque de atención para la solución argentina de los problemas argentinos” con la distribuidora Impripost. Entiéndase: producción de papel, cadena de distribución y consumo, sólo en una rama de su estructura comercial, complementaria en forma de conglomerado con señales televisivas, Internet y cable».
Insisto en preguntar, como lo hice en la nota anterior: ¿Está claro?

domingo, 4 de marzo de 2012

¿Sólo el Gobierno contra Clarín? VIII

Amigo lector: he presentado una forma sencilla de entender un poco cómo funciona la telaraña que se expande por sobre el planeta en una red de negocios de cualquier tipo. Dentro de esa red, como un instrumento de control de la opinión pública, están los grandes grupos mediáticos. Habíamos quedado en que lo que se ha presentado como una disputa entre Gobierno y Clarín debe ser pensado dentro de este cuadro mayor de salvajes intereses internacionales. El último eslabón de nuestro recorrido nos dejó frente al Grupo Goldman Sachs. Intento pintar con trazo grueso, caso contrario demandaría miles de hojas, de qué se trata esa institución. Comencemos por consultar la Wikipedia:
El Grupo Goldman Sachs (The Goldman Sachs Group, Inc.) o simplemente Goldman Sachs (GS) es uno de los grupos de inversión más grandes del mundo. Tiene cerca de un siglo y medio de existencia. Durante la crisis financiera de los Estados Unidos de 2008 y ante la posibilidad de enfrentar la bancarrota, el 21-9-08, Goldman Sachs recibió autorización de la Reserva Federal (FED) para dejar de ser un Banco de inversión y convertirse en un Banco comercial. Fue el detonador de la crisis financiera global.
El 16-4-10 la Comisión del Mercado de Valores de los Estados Unidos acusó a Goldman Sachs de fraude con las hipotecas subprime (“basura”). Desde entonces, nos hemos enterado de que tuvo un papel central a la hora de ayudar a Grecia a ocultar el déficit presupuestario de su gobierno a la Unión Europea, los mercados financieros y la opinión pública en general.
Carlos Enrique Bayo, redactor-jefe de “Internacionales”, del diario Público, de España, nos ofrece esta reflexión: «Tan obsesionados andamos con la deuda soberana, la crisis del euro y la recesión del ladrillo, que nos hemos olvidado de los que están mucho peor que nosotros: los mil millones de personas que cada día se acuestan con hambre. Pero pocos saben que uno de los principales motivos de ese sufrimiento mundial –y de que cinco millones de niños mueran por malnutrición cada año en el Tercer Mundo– es la ingeniería financiera con la que los “tiburones” de Wall Street transformaron los mercados de materias primas en una ruleta bursátil, para seguir enriqueciéndose. En realidad, a los primeros que se les ocurrió tan estupenda idea fue a los banqueros neoyorquinos de Goldman Sachs, quienes, ya en 1991, crearon un nuevo instrumento especulativo, un índice de 18 productos alimenticios básicos para que los operadores de Bolsa pudieran también jugar en lo que hasta entonces era un mercado especializado».
No puede ponerse en duda la inteligencia creativa de los altos funcionarios de ese Banco, por los logros que nos señala: «El resultado fue tan espectacular como ignorado por políticos y ciudadanos: en sólo cinco años, las posiciones de los fondos en el mercado de materias primas pasaron de 13.000 a 317.000 millones de dólares. Esa tremenda multiplicación especulativa buscaba, por supuesto, que los precios de esos productos básicos se disparasen, para obtener pingües beneficios con los astronómicos márgenes entre lo que se paga a los agricultores (fijado de antemano e invariable) y lo que se acaba cobrando a los consumidores».
El Dr. José Nun escribe en el diario La Nación (31-1-2012) un análisis comparativo de cómo se intentó resolver la crisis de 1929/30 con lo que se está haciendo hoy, con el siguiente comentario: «Las crisis de 1929/30 y la actual son el fruto de procesos salvajes de acumulación capitalista. Por ejemplo, desde los años 70 hasta ahora, el capital de Goldman Sachs, una de las grandes corporaciones con fuerte responsabilidad en las dos crisis, aumentó más de 1400 veces. Tanto que una de las soluciones principales que permitieron salir de la de 1929/30 fue una disminución considerable de la desigualdad, si bien con características muy distintas, según el lugar. No hay que olvidarse, por ejemplo, que en los Estados Unidos el presidente Roosevelt terminó aumentando los impuestos a los ricos, en un 90%. Pero no es esto lo que está ocurriendo ahora en los países desarrollados. Peor aun: mediante los planes de ajuste que se vienen aplicando crecen la pobreza y la desigualdad en nombre de una supuesta "austeridad expansiva" que profundiza la crisis y malencubre el enorme poder que conservan los culpables del desastre. Para seguir con el ejemplo, tanto los Secretarios del Tesoro de Clinton y de Bush como los actuales Primeros Ministros de Grecia o de Italia han sido ejecutivos de Goldman Sachs. Por eso, el futuro se vuelve más impredecible que nunca, y despierta tanta aprensión».
Europa está asistiendo hoy a un desfile de nuevas caras en primera línea política y económica. El público se ha encontrado de frente con los rostros de Mario Draghi, Lucas Papademos y Mario Monti, los nuevos líderes del Banco Central Europeo, el Gobierno griego y el Ejecutivo italiano, respectivamente. Se trata de tres economistas de más de sesenta años, con formación en prestigiosas universidades estadounidenses y con un perfil bajo que facilita el consenso en torno a sus nombramientos: los tres han sido funcionarios de Goldman Sachs. ¿Está claro? Espero haber podido responder a la pregunta inicial.