sábado, 28 de abril de 2012

Reflexiones finales I

Lo investigado sobre el papel de los medios de comunicación de masas, desde la mirada penetrante de un intelectual prestigioso, con respaldos académicos internacionales, como Noam Chomsky, pone de manifiesto la importancia de abordar este tema. Pocas veces ha sido historiado, analizado e interpretado un proceso —que cubrió desde los comienzos del siglo XX hasta hoy y que ha permanecido oculto para una enorme mayoría de la población mundial— como lo ha realizado este profesor.

Si fuera necesario agregarle méritos a los públicamente ya reconocidos, debemos decir que su tarea desentrañó los mecanismos ocultos, más perversos y cínicos. Con ellos, el establishment estadounidense en primer término y, tras él, el mundial, estudió, planificó y ejecutaron un plan nefasto de sometimiento de la conciencia colectiva con el propósito de lograr la implementación de los que resultaron los aspectos peores del capitalismo. Fue necesario que todo ello discurriera sin que los ojos y los oídos de los “ciudadanos de a pie” pudieran ni siquiera sospechar de qué trataba lo que estaba ocurriendo.
Como hemos visto en las páginas anteriores, las mentes más agudas, los investigadores más inteligentes que pudieron seleccionarse e incorporarse a la tarea, sostenidos con recursos incalculables puestos a su disposición, obtuvieron éxitos resonantes que no lucieron como tales, porque estaba oculto qué se proponían. Sólo el conocimiento de los objetivos hubiera permitido valorar los logros. Todo ello se desarrolló por debajo del escenario nacional e internacional, como dignos tramoyistas de las mejores escenografías, que impiden ver los mecanismos que forjan la ilusión escénica.
El respeto académico que impone del autor del libro comentado, su documentación, la palabra textual de las citas, con el nombre de los actores, avalados por su seriedad y prestigio, impiden que el lector caiga en la sospecha de estar leyendo una novela de espionaje. El montaje mediático, realizado por manos expertas durante tantas décadas, no permitió, hasta fechas recientes, que todo ello se hiciera público y hoy sea materia de estudio de muchas universidades del mundo —para descubrir y denunciar lo perpetrado o para aprender y perfeccionar lo realizado—.
Hay en estos temas respecto de la comunicación de masas una distancia sorprendente entre lo que se investiga y se estudia en las universidades y academias, y lo que circula como información pública. El concepto que definen los estudios periodísticos como “La representación como realidad” aparece hoy en muchos textos. Dentro de los ámbitos universitarios es un “secreto a voces” que los medios construyen un relato que contiene la intención de manipular la opinión pública. Cualquier alumno de los primeros años ha estudiado y debatido sobre esta problemática. A pesar de ello, se sigue escribiendo y publicando en los medios masivos, partiendo de un concepto ya desnudado en sus falacias, “la objetividad de la información”. Y todavía, una parte importante del público lector sigue consumiendo ese relato como si nada de eso fuera una verdad compartida y demostrada.
El objetivo central de este trabajo que presento es aportar a la tarea de esclarecer a un público que se mantiene en la ingenuidad con que fue persuadido, de que estar “informado” es tener conocimiento sobre algo. Si consultamos el Diccionario de la Real Academia encontramos: «La información se expresa mediante un complemento con “de” o “sobre”, con el sentido de “hacer saber algo a alguien”». Si nuestra curiosidad da un paso más y se dirige a la etimología, nos enteramos de que, en su origen latino, “forma” es “figura o imagen”; la palabra “formar”, seguida del sufijo “-ción” indica “producir forma”; si le agregamos el prefijo “in-” que indica una “dirección hacia adentro”, da lugar al significado de “poner una forma en la mente de otro” que da la idea de una “manipulación” cuando debemos hacernos cargo de la acepción que se abre a partir de “figura” cuya acción es “configurar”. Es realmente sugestivo pensar en estos significados, después de haber recorrido las páginas anteriores. ¿Cuánto de ello no es lo que se plasma en la investigación que he revisado?







miércoles, 25 de abril de 2012

El control de los medios de difusión XIV

Como conclusión de las propuestas del Informe, nos queda por decir algo, ya planteado en otros trabajos: las distancias entre teoría y práctica. De ello se puede decir que, una vez más, aparecen las elaboraciones teóricas que se desentienden de las relaciones políticas, económicas, sociales, culturales; en una palabra, de las “relaciones de poder”. Estas quedan ocultas tras la palabrería abstracta en la que se parapetan tantos “investigadores orgánicos”. En este caso, la conceptualización de la gobernabilidad anda por un lado, mientras la práctica discurre por el terreno real, en el que se sigue hablando de gobiernos ineficaces y sociedades ingobernables, sin profundizar las razones que provocan las “inestabilidades políticas”.
Hemos llegado al punto en el que es necesario abordar las propuestas ocultas que la Comisión Trilateral puso en tesis concretas de políticas que debían implementarse. Se apoyaban en definiciones que, unos pocos años antes, ya anticipaba Brzezinski, en el libro citado: «La nación-estado como unidad fundamental de la vida organizada del hombre ha dejado de ser la principal fuerza creativa: Los bancos internacionales y las  corporaciones transnacionales son ahora actores y planificadores en los términos que antiguamente se atribuían los conceptos políticos de nación-estado». Una vez confesado cuál era el plan para implementar, había que enfrentar el problema de una opinión pública internacional, convencida de que la “democracia liberal” era el mejor camino; de que sus instituciones, entre ellas las elecciones periódicas libres, creaban el escenario de resolución de conflictos: exactamente lo contario de las conclusiones trilateralistas.
El tema que volvía a aparecer, en ese entonces, en el debate de los representantes del establishment internacional, es el del control de esa “opinión pública”. Volver a las viejas tesis estadounidenses, ya analizadas en este trabajo, abría un camino difícil pero posible: la compra y concentración de los medios de información pública que podían desarrollar esa tarea.
La Trilateral se lanza, a partir de entonces, a la adquisición de los paquetes accionarios de las empresas de comunicación de masas, y coloca allí a varios de sus miembros en sus directorios: David Bradley, presidente de AtlanticMedia Company; Karen Elliot House, ex vicepresidenta sénior de Dow Jones & Company, y editora del The Wall Street Journal, propiedad de Rupert Murdoch; Richard Plepler, copresidente de HBO; Charlie Rose, de PBS, Servicio Público de Radio y TV de los Estados Unidos; Fareed Zakaria, redactor de Newsweek; Mortimer Zuckerman, presidente de U.S. News &World Reports.
Una de las primeras conclusiones que se puede extraer de lo afirmado hasta aquí es que, a medida que el sistema de dominación se asentaba en el plano internacional, se iba infiltrando en los grandes medios de la periferia del mundo. Para mirarlo desde nuestra perspectiva latinoamericana, se presenta de inmediato la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) con su historia, que permite comprender cómo lo que hemos visto es aplicado de diversos modos en nuestros países. Una síntesis nos ofrece el Profesor e Investigador de la Universidad Autónoma de Yucatán, México, Pedro Echeverría:
«Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) — como es bien sabido en el mundo— es la asociación de propietarios, editores y directores de diarios, periódicos y agencias informativas de América. Los integrantes de SIP no necesariamente son periodistas, son ricos empresarios y dueños de acciones de los medios de comunicación. Representan a más de 1.300 diarios y revistas. Fue creada en 1943, y tiene a su cargo al instituto de Prensa de la SIP y el Fondo de Becas de la SIP. Otorga anualmente los Premios SIP. La versión actual de la SIP es la obra de un conocido agente de la Inteligencia norteamericana, el Coronel de la Central de Inteligencia de América (CIA), Jules Dubois, famoso por ser un propagandista furibundo de la injerencia de Estados Unidos en América Latina. Sólo representa los intereses de los grandes grupos económicos propietarios de los medios informativos, engaña diciendo tener en sus manos la defensa de los periodistas y está fuertemente relacionada con los partidos políticos de derecha y fascistas del hemisferio. Como está probado hasta la saciedad, los empresarios privados de los medios de información (TV, radio, prensa) viven de los negocios —además todos ellos son multimillonarios— y les importa un bledo la “libertad de prensa o la libertad de información”».  
El Coronel Dubois fue quien más trabajó en la década de 1950 para convertir a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en una filial de la Agencia Central de Inteligencia. La SIP había nacido en La Habana en 1943, en medio de la Segunda Guerra Mundial, para enfrentar los desafíos del eje fascista liderado por Adolf Hitler. Unió entonces a medios de comunicación y periodistas del Hemisferio Occidental con tendencias políticas diferentes, y cada país tenía un voto en las asambleas de la organización.
Al concluir la guerra, los Estados Unidos insertaron a la SIP dentro de su esquema macarthista, de represión y exclusión de las fuerzas de izquierda y progresistas. Dubois citó, en Nueva York, a la asamblea de la organización, pero impidió que los medios no adictos a la furibunda campaña anticomunista participaran de ella. En esa reunión, se cambiaron los Estatutos de la SIP acordados en La Habana y ratificados por las asambleas siguientes, efectuadas en Caracas y Quito. A partir de allí, cambió el rumbo de la SIP. Desde entonces, Jules Dubois, quien presidió su Comisión de Libertad de Expresión y de Información, movió todos los hilos de ese mecanismo para que se pusiese al servicio de la política imperial de los Estados Unidos. 

domingo, 22 de abril de 2012

El control de los medios de difusión XIII

Llegados a este punto, creo necesario recordar qué nos hemos propuesto y, en función de ello, dónde nos encontramos. El tema del título, “El control de los medios de difusión”, requiere una explicación acerca del porqué el dominio mediático se manifestó de manera más intensa a partir de la década de los setenta. Pues bien, hacia allí vamos.
Desde esa década, y como reverberaciones últimas de los resultados de las dos Grandes Guerras, la conciencia colectiva había iniciado un proceso de politización generalizada que se podía observar desde las manifestaciones de reclamos de derechos, hasta los procesos armados revolucionario. Las clases dominantes percibían un peligro real en el horizonte futuro que amenazaba con la pérdida del control político de las relaciones internacionales. La existencia de la Unión Soviética, de China y de Cuba socialistas agravaba el diagnóstico.
La creación de la Comisión Trilateral, como ya quedó dicho, fue un intento de encontrar respuestas posibles a lo que se miraba como una marejada que se iba extendiendo por todo el planeta. Un cuarto de siglo le quedaba al XX para su final, y se consideró necesario diseñar, programar y ejecutar políticas que torcieran el rumbo de los procesos en marcha. Es en este contexto que se publica, en 1975, su informe titulado "La crisis de la democracia. Informe sobre la gobernabilidad de las democracias", que colocaba sobre la mesa del debate las denominadas «disfunciones que presentaban entonces los regímenes democráticos que los hacía difícilmente gobernables».
En una investigación sobre el tema, titulada “Gobernabilidad y gobernanza”, la Dra. Ericka N. Estrella Díaz, profesora de la Universidad Autónoma de Querétaro, México, con una aguda mirada sobre el Informe de la Comisión, afirma: «Así pues, lo que en realidad se define en este reporte es el proceso de ingobernabilidad, el cual se define como la pérdida de autoridad gubernamental que puede experimentar un Estado a consecuencia de los problemas ocasionados por un “aumento de las demandas sociales frente a una capacidad financiera e institucional constantes o incluso en detrimento en algunos casos”. Es decir, de acuerdo con este informe, la crisis existente en los regímenes democráticos se debía a un exceso de democracia o de participación ciudadana, ya que — en base a la tesis formulada en el susodicho informe—como consecuencia del aumento de las expectativas sociales de los ciudadanos, también aumentaron las demandas de estos hacia el gobierno; sin embargo, los recursos del estado, para dar respuesta a estas demandas, han disminuido, lo cual genera frustración en la ciudadanía, generando así una crisis entre los gobiernos y sus sociedades».
La Dra. Estrella hace evidente que la preocupación por el informe, es decir, de los directores de la Comisión Trilateral, no es acerca del tema teórico de la “gobernabilidad”, que suena a abstracción académica, sino la detección de un problema político, como ya hemos visto. Continúa: «Ahora bien, según la tesis sostenida en este informe, esta incapacidad de respuesta por parte del gobierno para con las demandas sociales de su comunidad, se debe a que su sistema político-administrativo tradicional se encuentra superado por el acelerado progreso de la tecnología y la complejización de la estructura social. Por lo cual, este informe asevera que tanto una mayor participación ciudadana como una mayor intervención del Estado sólo harían más ingobernables a los Estados. En razón a esto, los autores del informe sostienen que la solución reside en la tecnocratización de las esferas gobernantes; es decir, dar la conducción del Estado ya no a políticos, sino a actores sociales como las empresas, asociaciones y algunas instituciones que representen a los principales grupos de interés, de manera que como representantes de los principales grupos de la sociedad, serán capaces de conciliar más fácilmente las diferencias que surjan entre los miembros de la sociedad».
Si traducimos esto al castellano de un “ciudadano de a pie”, deberemos decir: La tesis central del informe de la Comisión Trilateral, apunta a la incapacidad de la política para manejar los conflictos sociales, lo cual indica la necesidad de entregar los gobiernos a los “técnicos especializados”. Éstos, que son los representantes de “los principales grupos de interés” —léase empresas multinacionales o consultoras internacionales—, son los más capacitados para «excluir la participación ciudadana de la gestión de la “cosa pública” en pro de la concentración del poder en unos cuantos tecnócratas».
Un segundo señalamiento que nos ofrece es el siguiente: «Los autores del Informe de la Comisión Trilateral consideran los grupos, organizaciones, localidades, naciones, regiones y seres humanos. No nos parece casual, ni olvido involuntario, el hecho de que no aparezcan las “clases sociales” en ese universo relacional. El Informe ignora que la relación esencial que en última instancia califica y define la gobernabilidad de un sistema social dado es la relación inter-clases sociales» (subrayado del autor). No hablar de “clases sociales” es ignorar la injusta distribución de las riquezas, problema que está en la base de la tal “gobernabilidad” o, como propone nuestra autora, la “ingobernabilidad” que resulta de las demandas sociales insatisfechas.
Se percibe, en el Informe, lo que después se desplegaría con toda su virulencia: las líneas fundamentales del proyecto neoliberal que se institucionalizaría con el Consenso de Washington, a partir del cual el dominio sobre gobiernos e instituciones académicas fue muy severo.





miércoles, 18 de abril de 2012

El control de los medios de difusión XII

La Trilateral fue una pionera de lo que se llamó después el “pensamiento único”, que adquirió legitimidad a partir del Consenso de Washington (1989) y de la globalización. El gobierno de James Carter (1976-1980) había incorporado en su momento el discurso de la Comisión Trilateral. Fundada en 1973, su presentación fue lanzada en mayo de 1975, en Kyoto (Japón). Ésta fue la primera sesión plenaria de la Comisión, y los delegados asistentes representaban a las empresas bancarias, comerciales e industriales más poderosas del planeta, originarias de esas tres áreas geográficas. Según la retórica de sus principios, «todos los pueblos forman parte de una comunidad mundial, que dependen de un conjunto de recursos. Están unidos por los lazos en una sola humanidad y se encuentran asociados en la aventura común del planeta Tierra... La remodelación de la economía mundial exige nuevas formas de cooperación internacional para la gestión de los recursos mundiales en beneficio tanto de los países desarrollados como de los que están en vías de desarrollo... El propósito de la Comisión es construir y fortalecer la asociación entre las clases dirigentes de Norte América, Europa Occidental y Japón.... La Comisión Trilateral, como entidad privada, es un intento para moldear la política pública y construir una estructura para la estabilidad internacional en las décadas venideras» (subrayado del autor).
En el mismo año, Brzezinski declaraba, en un tono que se mostraba como muy ético y solidario, que «La Comisión Trilateral espera que, como feliz resultado de la Conferencia, todos los gobiernos participantes pondrán las necesidades de interdependencia por encima de los mezquinos intereses nacionales o regionales». Al año siguiente, le decía a la prensa: «En nuestros días, el Estado-Nación ha dejado de jugar su papel» (Entrevista con el New York Times el 1-8-1976). Con mucha mayor crudeza y por lo tanto con mayor claridad, Rockefeller definía su cometido: «Se trata de sustituir la autodeterminación nacional que se ha practicado durante siglos en el pasado, por la soberanía de una elite de técnicos y de financistas mundiales» (subrayado del autor). No dejaba dudas sobre lo que se proponían hacer, reconozcamos que era sincero.
Las preocupaciones sobre la inestabilidad del capitalismo encontraron en la “Trilateral” un espacio adecuado para el estudio de esta problemática. Según el Dr. Luis Aguilera García, abogado y politólogo, reconocido estudioso del tema de la gobernabilidad, en su trabajo Gobernabilidad y gobernanza: cinco tesis a la luz del capitalismo neoliberal del siglo XXI, sostiene:
«Existe coincidencia en la bibliografía al apuntar el origen de los estudios acerca de la gobernabilidad de los sistemas sociales, adjudicados a la primera mitad de los 70, con el conocido Informe de la Comisión Trilateral. Este Informe fue publicado en 1975, y tuvo como centro el tratamiento de la categoría referida. La convocatoria para la elaboración de este informe está motivada por las profundas convulsiones que venían apareciendo tanto en los centros del poder imperial como en su llamada periferia, lo cual surge como colofón de sucesos políticos, económicos y militares que mostraban la verdadera esencia del imperialismo mundial. La guerra de Viet-Nam, el escándalo Watergate, la crisis económica que abatía desde los primeros años de los 70 a los grandes centros del poder mundial, unido a ello la crisis del estado de bienestar, la irrupción de regímenes fascistoides militaristas en América Latina y el avance de las fuerzas de izquierda y del bloque socialista, conducían a un severo cuestionamiento de la legitimidad de las estructuras y sujetos del poder político en los países centrales del imperialismo” (subrayados del autor).
Si bien las dificultades que presenta la “gobernabilidad” no son un fenómeno nuevo, merece recordarse que “El Príncipe”, del florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527), fue escrito como una serie de consejos para mantener el poder —en términos de la politología actual: la gobernabilidad—. Afirma el Dr. Aguilera García: «Fenómenos de pérdida de protagonismo, de inestabilidad recurrente, de crisis económicas lacerantes, llevaron a mediados de los 70 a buscar nuevos caminos de afianzamiento del poder. Así vino al mundo la Comisión Trilateral y con ella se gestó toda la concepción de la "gobernabilidad democrática", conjunto de concepciones y mecanismos dirigidos a estabilizar el dominio imperialista mundial» (subrayados del autor).
Agrega más adelante: «"Gobernabilidad" aparece en la literatura con el trilateralismo para dar cuerpo conceptual al proyecto político del neoliberalismo. Desplaza la concepción del “estado de bienestar”, cuando este se considera fracasado. Es decir, como categoría, la gobernabilidad nace en los predios de la práctica del neoliberalismo, y nace además, para contribuir a fundamentar y diseñar la visión neoliberal del estado y la política» (subrayados del autor).

lunes, 16 de abril de 2012

El control de los medios de difusión XI

El sistema de poder se enfrenta, desde hace unas décadas, con una serie de dificultades que es necesario resolver para recuperar un tema importante que la politología reciente ha designado la “gobernabilidad”. Este concepto aparece definido como «La capacidad de una sociedad para enfrentar positivamente los retos y oportunidades que se le plantean en un momento determinado». No es sorprendente que en las últimas décadas se haya impuesto este tema como un problema académico, derivado de la sucesión de crisis que a partir de los setenta se abatieron sobre el planeta. En lo referente a la crisis política, que no tuvo la exposición mediática de las crisis económico-financieras, es necesario detectar la capacidad del sistema informativo para mantenerla invisibilizada. Una razón muy importante, según mi criterio, es que ponerla en debate arrastraría un cuestionamiento al sistema capitalista en su totalidad que en aquella había adquirido una nueva virulencia. Dado este tema como eje para pensar, propongo una digresión, dentro de la línea de desarrollo de estas páginas, para aclarar esta encrucijada histórica, denominada antes “el síndrome de Vietnam”, aunque era mucho más que eso.
Aquella certeza de que las críticas y cuestionamientos al sistema capitalista eran una especie de sarpullido adolescente comenzaba a resquebrajarse. Los que sostenían, como actitud tranquilizadora, que nada serio estaba sucediendo y lo expresaban burlonamente: “De jóvenes, incendiarios y de grandes, bomberos”, o con una frase atribuida al político conservador británico Winston Churchill (1874-1965): “Quien no ha sido socialista a los veinte, es un insensato; quien sigue siéndolo después de los cuarenta, es un estúpido”, empezaban a inquietarse.
La conciencia de que en los sesenta y comienzos de los setenta se estaba dirimiendo la continuidad del sistema indujo al establishment del Norte a conformar un comité de “notables” para abordar el tema. Había llegado la hora de contener la marea, de obligarla a replegarse. La década de las revoluciones dejó grandes enseñanzas a los dueños del mundo. Repuestos éstos de las pérdidas y desgastes de las dos guerras, más las luchas por la liberación de los pueblos periféricos, comenzaron a pensar en cómo encarrilar el cuarto final del siglo XX. Se crea entonces la “Comisión Trilateral”, con el objetivo de acordar políticas entre los tres grandes grupos capitalistas (Estados Unidos, Europa y Japón) para definir el curso del último cuarto de siglo, ante lo que consideraban como amenazas ciertas —la Unión Soviética y las luchas revolucionarias— que provocaban un desorden perjudicial para la estabilidad internacional.
Tal vez, pueda ser iluminador analizar la propuesta del presidente de los Estados Unidos, James Carter, de comienzos de los años setenta: la vigencia de un “Nuevo Orden Internacional”. Este “orden”, que venía planificándose desde fines de la década anterior, contiene germinalmente el proceso que derivó en lo que se conoció después como la “globalización”. En 1973, en Tokio, el célebre banquero David Rockefeller (1915) convoca a financistas, representantes de las empresas multinacionales y representantes de centros de estudio e investigación privados y lanza la “Trilateral Commission”. Esta Comisión tuvo como primer presidente a un profesor de la Universidad de Columbia, Zbigniew Brzezinski (1928), quien después pasó a ser Asesor de Seguridad y Política Exterior del Presidente Carter.
En un artículo suyo, publicado en la revista Foreign Affaire, en 1970, expone su visión de este “Nuevo Orden Mundial”: «Se hace necesaria una visión nueva y más audaz: la creación de una comunidad de países desarrollados que puedan tratar de manera eficaz los amplios problemas de la humanidad. Además de los Estados Unidos de América y de Europa Occidental, debe incluirse a Japón (...) Un consejo formado por miembros de los Estados Unidos, Europa Oriental y Japón, que fomente encuentros regulares entre los jefes de gobierno, pero también entre personalidades menos importantes, sería un buen comienzo».
En un libro de su autoría, Entre dos edades: el papel de los Estados Unidos en la era tecnotrónica (1970) este profesor de la Universidad de Columbia , ya argumentaba de este modo: «El empuje tecnológico y la riqueza económica de los Estados Unidos permiten expandir el sentido del concepto de libertad e igualdad, pasando de lo formal y exterior a las órbitas de lo personal e interior de la existencia social del hombre (...) podría construir un marco social para la síntesis de las dimensiones exterior e interior del hombre (...) [la finalidad] es la construcción y el fortalecimiento de la comunidad estable de naciones desarrolladas (...). [Pensaba] formar, al principio, sólo un consejo consultivo de alto nivel para la cooperación internacional, que congregaría regularmente a los Jefes de Gobierno del mundo desarrollado para discutir problemas comunes».
No creo que exija mayor esfuerzo leer, en estas palabras, el anticipo de lo que sería, en su etapa de plena realización, la globalización. Esta nueva estructuración del planeta debía ser acompañada por un “Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación”, como pocos años después, en el Seminario Dag Hammarskjöld, de 1975, los periodistas representantes de países del Tercer Mundo dieron a conocer una declaración que afirmaba:
«El Nuevo Orden Económico Internacional requiere una nueva estructura de comunicaciones y de información mundial. Un cuasi monopolio de las comunicaciones internacionales, incluidas aquellas entre países del tercer Mundo, por parte de las empresas transnacionales, vinculado a su dominio de muchos, y su influencia en casi todos los medios de comunicación social del Tercer Mundo, es un elemento básico del actual modelo jerárquico de dominación ideológica y cultural por parte del centro».

miércoles, 11 de abril de 2012

El control de los medios de difusión X

El profesor Chomsky propone algunas reflexiones sobre la historia que narró, historia que es, a su vez, un análisis de los modos y técnicas del manejo del poder en los Estados Unidos. Sin embargo, me atrevo a interpretar, no pretende decir que estas maniobras y campañas logren totalmente sus propósitos. No se pueden negar los notables éxitos alcanzados, dados los enormes esfuerzos y recursos puestos al servicio de esos planes. También cabe reconocer que contaron con una capacidad y calidad de inteligencias, creatividades, inventivas, que hicieron escuela en el mundo. Gran parte de la publicidad que las agencias diseñan tiene, por detrás, todas esas experiencias. Es recomendable ver una serie de televisión, “Mad men”, que pinta con trazos muy vívidos a una agencia de publicidad de Nueva York, en su “día a día”, que desnuda las artimañas a las que apelan en el diseño de sus campañas. «La serie ha sido mundialmente aclamada por su autenticidad histórica, por su estilo visual, por su guion y actuaciones. Por ello, ha ganado tres Globos de Oro y nueve Emmys, y es la segunda serie emitida por cable en los Estados Unidos que ha ganado el Emmy a la Mejor serie dramática», comenta una publicación de espectáculos.
Respecto a la eficacia del manejo de las manipulaciones ya analizadas, comenta Chomsky: «El rebaño desconcertado nunca acaba de estar debidamente domesticado: es una batalla permanente. En la década de 1930, surgió otra vez, pero se pudo sofocar ese movimiento. En los años sesenta, apareció una nueva ola de disidencias, a la cual la “clase especializada” le puso el nombre de “crisis de la democracia”. Se consideraba que la democracia estaba entrando en una crisis, porque amplios segmentos de la población se estaban organizando de manera activa y estaban intentando participar en la arena política. El conjunto de élites coincidían en que había que aplastar tal renacimiento democrático de los sesenta, y poner en marcha un sistema social en el que las riquezas se canalizaran hacia las clases acaudaladas y privilegiadas».
Son interesantes las apreciaciones deslizadas a lo largo de su libro. Muestran que hablar de democracia dice algo, pero no mucho, puesto que en la práctica de los Estados Unidos se entiende por tal, algo diferente de lo que se sostiene en Europa. Se puede entender que los movimientos sociales, con sus reclamos, son un avance de la calidad democrática dada la mayor participación de la ciudadanía, como lo muestra en alguna medida la Europa de los sesenta y setenta. Sin embargo, debe tenerse en claro que no es lo que el establishment estadounidense desea imponer. «Según el criterio predominante, es un problema, una crisis que ha de ser vencida. Había que obligar a la población a que retrocediera y volviera a la apatía, la obediencia y la pasividad, que conforman su estado natural».
En el País del Norte, después de la década de 1960 se hizo todo lo posible para que esa “enfermedad”, denominada “democratización”, fuera eliminada o fuera menos virulenta. «La verdad es que uno de los aspectos centrales de dicho mal tenía un nombre técnico: el “Síndrome de Vietnam”, término que surgió en torno a 1970 y que de vez en cuando encuentra nuevas definiciones». Esta “enfermedad” se hizo pública en una manifestación de varias Universidades de los Estados Unidos en desacuerdo con la guerra de Vietnam. Esta oposición hizo más por el retiro de las tropas, que los resultados bélicos en el campo de batalla. Un intelectual reaganista, neoconservador, perteneciente a la ultraderecha del Partido Republicano, Norman Podhoretz, se quejaba de lo que llamó tiempo después, «las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar».
Esta situación de una especie de rebeldía a la norteamericana —no era nada realmente grave, pero una mayoría experimentaba dichas «inhibiciones contra la violencia, y simplemente no entendía por qué había que ir por el mundo torturando, matando o lanzando bombardeos intensivos»— tuvo muy preocupados a los políticos y empresarios ligados al Pentágono.
Agrega Chomsky, con una ironía amarga: «Como ya supo Goebbels en su día, es muy peligroso que la población se rinda ante estas “inhibiciones enfermizas”, ya que en ese caso habría un límite a las veleidades aventureras de un país fuera de sus fronteras. Tal como decía con orgullo el Washington Post, durante la histeria colectiva que se produjo durante la guerra del golfo Pérsico, “es necesario infundir en la gente respeto por los valores marciales. Y eso sí es importante. Si se quiere tener una sociedad violenta que avale la utilización de la fuerza en todo el mundo para alcanzar los fines de su propia élite doméstica, es necesario valorar debidamente las virtudes guerreras y no, esas inhibiciones achacosas acerca del uso de la violencia. Esto es el síndrome de Vietnam: hay que vencerlo”».

domingo, 8 de abril de 2012

El control de los medios de difusión IX

Algunos datos más de este señor “tan importante”, Edward Bernays, que exhibe en su muy larga carrera varios “éxitos” políticos al servicio de la Central de Inteligencia Americana (CIA).
Volvamos a Chomsky: «Fue el encargado de dirigir la campaña de relaciones públicas de la United Fruit Company, en 1954, cuando los Estados Unidos intervinieron militarmente para derribar el gobierno democrático de Guatemala, e instalaron en su lugar un régimen sanguinario de escuadrones de la muerte, mantenido hasta nuestros días a base de repetidas infusiones de ayuda norteamericana, cuyo objeto es evitar algo más que desviaciones democráticas vacías de contenido. En estos casos, es necesario hacer tragar por la fuerza una y otra vez programas específicos para cada caso, aplicados a lo que la gente se muestra contraria, ya que no tiene ningún sentido que el público esté a favor de programas que le son perjudiciales».
Se puede comprender la importancia que adquirió su asesoramiento profesional allí donde fue llamado a intervenir, puesto que si es exigible una propaganda amplia y general, también se requiere un conocimiento específico de cada caso, como todo cirujano sabe, y éste fue un “cirujano de masas”. Lo sobresaliente de sus logros es que fue capaz de convencer a mucha gente de que lo inaceptable para sus intereses se convirtió en aquello que aceptó. Preguntémonos acerca de tantas campañas presenciadas, y hasta aceptadas sin mucha oposición, desde aquella frase «Hay que pasar el invierno» hasta «un dólar y un peso tienen el mismo valor» lo que desató aquella fiebre del “deme dos”, hasta «el que depositó dólares recibirá dólares». Sin embargo, conviene destacar que no parece que nuestro pueblo sea tan sometido como el de los “Homero Simpson”.
Nuestro autor nos ofrece un ejemplo: «Los programas de la era Reagan eran abrumadoramente impopulares. Los votantes de la victoria arrolladora de Reagan en 1984 esperaban, en una proporción de tres a dos, que no se promulgaran las medidas legales anunciadas. Si tomamos programas concretos, como el gasto en armamento, o la reducción de recursos en materia de gasto social, etcétera, prácticamente todos ellos recibían una oposición frontal por parte de la gente. Pero en la medida en que se marginaba y apartaba a los individuos de la cosa pública y estos no encontraban el modo de organizar y articular sus sentimientos e intereses, o incluso de saber que había otros que compartían dichas ideas, los que decían que preferían el gasto social al gasto militar —y lo expresaban en los sondeos, tal como sucedía de manera generalizada— daban por supuesto que eran los únicos con tales ideas disparatadas en la cabeza. Nunca habían oído estas cosas de nadie más, ya que había que suponer que nadie pensaba así; y si lo había, y era sincero en las encuestas, era lógico pensar que se trataba de un “bicho raro”. Desde el momento en que un individuo no encuentra la manera de unirse a otros que comparten o refuerzan este parecer y que le pueden transmitir la ayuda necesaria para articularlo, acaso llegue a sentir que es alguien excéntrico, una rareza en un mar de normalidad».
De esta manera se ha logrado que, aun aquellos que no comparten el mensaje sean reducidos a un estado psicológico tal, que los lleva a poner en duda lo que ellos piensan, y terminan sometidos al peso de la “opinión pública”. Así pues, hasta cierto punto se alcanza el ideal, aunque nunca de forma completa; el éxito total es un límite inalcanzable, ya que hay instituciones que no se han logrado deslegitimar o destruir. Ofrece Chomsky el ejemplo de las iglesias de su país: «Buena parte de la actividad disidente de los Estados Unidos se producía en las iglesias por la sencilla razón de que ellas resistían». La comparación siguiente es muy ilustrativa para cuando veamos el estado de cosas existente entre nosotros: «Por ello, cuando había que dar una conferencia de carácter político en un país europeo era muy probable que se celebrara en los locales de algún sindicato, cosa harto difícil en América ya que, en primer lugar, estos apenas existían o, en el mejor de los casos, no eran organizaciones políticas. Pero las iglesias sí existían, de manera que las charlas y conferencias se hacían con frecuencia en ellas: la solidaridad con Centroamérica se originó en su mayor parte en las iglesias, sobre todo porque con su prédica contrarrestaban el mensaje».

miércoles, 4 de abril de 2012

El control de los medios de difusión VIII

En la línea de lo expresado por Chomsky, debemos pensar y repensar cuál es la finalidad, siempre perseguida, que han tenido siempre, con mayor o menor explicitación pública, los medios de comunicación en la sociedad de masas. Insisto en afirmar que la propuesta de estos comentarios al libro de Chomsky se propone abrir un debate en torno a este tema. Está tan arraigada la opinión generalizada de considerarlos una fuente confiable de información —aunque esté en decadencia—, que volver una y otra vez, de diversos modos sobre ello, es parte de lo que podríamos denominar, con un lenguaje más técnico, “una tarea contrahegemónica”. Equivale a decir que, para enfrentar campañas como las descriptas con tanto detalle por nuestro autor, se requiere una que se especialice en la develación de la verdad que las otras ocultan: «los medios de información concentrados manipulan la verdad al servicio de los intereses de una minoría».
Retomemos la lectura de las palabras de Chomsky, respecto a los objetivos del control de los medios y sus consecuencias: «La mayoría de los individuos tendrían que sentarse frente al televisor y masticar religiosamente el mensaje, que no es otro que el que dice que lo único que tiene valor en la vida es poder consumir cada vez más y mejor, y vivir igual que esta familia de clase media que aparece en la pantalla, y exhibir valores como la armonía y el orgullo americano. La vida consiste en esto. Puede que usted piense que ha de haber algo más, pero en el momento en que se da cuenta de que está solo, viendo la televisión, da por sentado que esto es todo lo que existe ahí afuera, y de que es una locura pensar en que haya otra cosa. Y desde el momento en que está prohibido organizarse junto a otros, lo que es totalmente decisivo, nunca se está en condiciones de averiguar si realmente está uno loco o simplemente se da todo por bueno, que es lo más lógico que se puede hacer».
No debemos olvidar que la gran preocupación de la élite dirigente de los Estados Unidos es la posibilidad de una reacción del “rebaño desconcertado”: «El rebaño desconcertado es un problema. Hay que evitar que brame y pisotee, y para ello habrá que distraerlo. Será cuestión de conseguir que los sujetos que lo forman se queden en casa viendo partidos de fútbol, culebrones o películas violentas, aunque, de vez en cuando, se los saque del sopor y se los convoque a corear eslóganes sin sentido, como “Apoyad a. nuestras tropas”. Hay que hacer que conserven un miedo permanente, porque a menos que estén debidamente atemorizados por todos los posibles males que pueden destruirlos, desde dentro o desde fuera, podrían empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso ya que no tienen la capacidad de hacerlo. Por ello es importante distraerlos y apartarlos».
Queda expresado un pensamiento político dominante en el establishment del gran país del Norte. Uno de los personajes más destacados de la industria de las Relaciones Públicas, austríaco y sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays (1891-1995), publicista, periodista e inventor de la “Teoría de las Relaciones Públicas”, fue un miembro importante de la Comisión Creel. En ella, aprendió bien la lección y puso manos a la obra a desarrollar lo que él mismo llamó la “Ingeniería del Consenso”, que describió como la “esencia de la democracia”. «Los individuos capaces de fabricar consenso son los que tienen los recursos y el poder de hacerlo —la comunidad financiera y empresarial— y para ellos trabajamos».
Se lo reconoce, en su país, como “el padre de las Relaciones Públicas”, y entendió perfectamente la necesidad, convertida en demanda desde la década del treinta, de desarrollar desde la ciencia un conocimiento de las masas, de su psicología, y la posibilidad una técnica para su manipulación. Trabajó para grandes corporaciones, varios presidentes de los Estados Unidos y hasta para el mismo Rockefeller. Su conocimiento fue uno de los más valorados por los grandes poderosos del planeta. Desde sus comienzos, con el presidente Woodrow Wilson manipularon al público norteamericano, como ya vimos.
Un personaje de este calibre ha pasado inadvertido para el público latinoamericano. Vale la pena reproducir lo que se dijo de él en diferentes medios internacionales: 1.- The New York Times, Estados Unidos: «El Dr. Bernays, quien originó la Ciencia de las Relaciones Públicas, tuvo clientes tan importantes como los presidentes Coolidge, Wilson, Hoover y Eisenhower, así como a personajes de la vida pública como Edison, Caruso, Nijinsky, e importantes empresas nacionales e internacionales». 2.- Revista Life, Estados Unidos: «Bernays, es considerado como una de las 100 personalidades más influyentes de nuestro siglo, junto a Martin Luther King, Robert Oppenheimer y Albert Einstein». 3.- BBC de Londres, Reino Unido: «Bernays ha sido uno de los principales arquitectos de las técnicas modernas de persuasión… Su convencimiento nacía de la creencia de que más que vender productos o bienes debía generarse una idea política de persuasión desde la propia opinión pública». Washington Post, Estados Unidos: «Es fácil decir que Edward Bernays fue el padre de las Relaciones. Públicas La gente lo ha llamado así desde hace años, y no se discute. Lo que realmente se quiere decir, sin que se hayan atrevido, es que es el padre de todos los americanos». Le Monde, Francia: «Edward Bernays fue un personaje colorido que prodigó sus consejos a numerosas empresas y orquestó un sinfín de campañas de opinión tanto en los Estados Unidos como en América Latina». El observador, España: «Edward Bernays, es capaz de cambiar el punto de vista de las personas y convencerlas de que hagan lo que se les sugiere, es una habilidad que pocos hombres tienen y muchos desearían poseer».

domingo, 1 de abril de 2012

El control de los medios de difusión VII

La utilización de los medios de información para difundir los contenidos de la doctrina republicana, reelaborada para la utilización específica que de ella hacía el aparato ideológico denominado Relaciones Públicas, logró penetrar la conciencia del ciudadano medio en un país en el que se sostiene que no existen clases sociales diferenciadas y mucho menos conflictos sociales.
La investigadora estadounidense Barbara Ehrenreich afirma: “Existe ese poderoso mito de que los Estados Unidos no tienen clases”, ha sido calificada como marxista sólo por escribir que los Estados Unidos no son una sociedad sin clases. La persistencia de este mito permite comprender que pueda emitirse un mensaje con este contenido: «El ejecutivo de una empresa y el chico que limpia los suelos tienen los mismos intereses. Hemos de trabajar todos juntos y hacerlo por el país y en armonía, con simpatía y cariño los unos por los otros».
Este era, en esencia, el mensaje, nos dice Chomsky: «Y se hizo un gran esfuerzo para hacerlo público; después de todo, estamos hablando del poder financiero y empresarial, es decir, el que controla los medios de información y dispone de recursos a gran escala, por lo cual funcionó, y de manera muy eficaz. Más adelante este método se denominaba también “métodos científicos para impedir huelgas”. Se aplicó una y otra vez para romper huelgas y daba muy buenos resultados cuando se trataba de movilizar a la opinión pública a favor de conceptos vacíos de contenido, como “el orgullo de ser americano”. ¿Quién puede estar en contra de esto?: “la armonía social”. ¿Quién puede estar en contra? como en “la guerra del golfo Pérsico”, y su consigna “apoyad a nuestras tropas”. ¿Hay alguien que esté en contra? Sólo alguien completamente necio».
El ardid para lograr el apoyo masivo consistía en emitir un mensaje cuyo contenido era tan vago que, en realidad no decía gran cosa. Ofrece un ejemplo similar a éste: ¿qué pasa si alguien le pregunta si usted da su apoyo a la gente de la provincia de Buenos Aires? Se puede contestar diciendo “Sí, le doy mi apoyo”, o “No, no la apoyo”. Pero ni siquiera es una pregunta: no significa nada. Esta es la cuestión «La clave de los eslóganes de las relaciones públicas como “Apoyad a nuestras tropas” es que no significan nada, o, como mucho, lo mismo que apoyar a los habitantes de Iowa. Pero, por supuesto había una cuestión importante que se podía haber resuelto haciendo la pregunta: “¿Apoya usted nuestra política?” Pero, claro, no se trata de que la gente se plantee cosas como esta. Esto es lo único que importa en la buena propaganda. Se trata de crear un eslogan que no pueda recibir ninguna oposición, bien al contrario, que todo el mundo esté a favor. Nadie sabe lo que significa, porque no significa nada, y su importancia decisiva estriba en que distrae la atención de la gente».
La propuesta de mensaje despolitizador logra que se introduzca en la conciencia del ciudadano medio un modo de plantearse los temas sociales de modo tal que no provoque debates y que predispongan a la respuesta simple e ingenua. «Es como lo del orgullo americano y la armonía. Estamos todos juntos, en torno a eslóganes vacíos, tomemos parte en ellos y asegurémonos de que no habrá gente mala en nuestro alrededor que destruya nuestra paz social con sus discursos acerca de la lucha de clases, los derechos civiles y todo este tipo de cosas».
Cuando alguien, como Barbara Ehrenreich, se atreve a poner delante de los ojos de ese “ciudadano adoctrinado” en un modo de pensar lineal y superficial un tema que intenta problematizarlo, éste responde inmediatamente que “son comunistas”, es decir, un “antinorteamericano”, lo que puede derivar en “es un terrorista”. Sobre este suelo social así preparado, actuó el senador republicano Joseph Raymond McCarthy (1908-1957) que «Durante sus diez años en el senado, con su equipo se hicieron famosos por sus investigaciones sobre personas en el gobierno de los Estados Unidos y otros sospechosos de ser agentes soviéticos o simpatizantes del comunismo, infiltrados en la administración pública o el ejército».
Comenta Chomsky: «Todo es muy eficaz y hasta hoy ha funcionado perfectamente. Desde luego, consiste en algo razonado y elaborado con sumo cuidado: la gente que se dedica a las relaciones públicas no está ahí para divertirse; está haciendo un trabajo, es decir, intentando inculcar los “valores correctos”. De hecho, tienen una idea de lo que debería ser la democracia: un sistema en el que la clase especializada está entrenada para trabajar al servicio de los amos, de los dueños de la sociedad, mientras que al resto de la población se la priva de toda forma de organización, para evitar así los problemas que pudiera causar».