domingo, 17 de junio de 2012

El mito del mercado libre XIII



El pensador escocés, fiel a el espíritu de su época, está postulando el sentido inexorable de la historia del hombre y de los pueblos hacia un destino que  elige, dentro de ese ancho camino que es, casi, de cumplimiento obligatorio. Es la idea que contiene la explicitación del camino hacia el futuro, hacia una realización espiritual que coronará el largo trayecto necesario para conseguirlo. Hay una  certeza en todos estos pensadores que la expresan de diferentes modos, pero en todos ellos hay la esperanza de un final de grandeza. Ese final ya se vislumbraba en el horizonte del siglo XIX.
Inmerso en ese clima espiritual Smith parece detectar en todas aquellas realidades histórico-sociales que se hallan permeadas por relaciones comerciales, cuando éstas se encuentran libres del peso de cualquier forma de despotismo, la culminación de una historia natural de esas sociedades, caracterizada por la progresiva expansión de la civilización y definida ésta por oposición a la rudeza de la vida en las sociedades bárbaras:
«Civilización no es otra cosa que la disposición, por parte de los individuos, a coadyuvar en todos los esfuerzos necesarios para la articulación y reproducción de unas instituciones políticas que fomenten la causa de la libertad y que se dispongan a erradicar todas las formas de tiranía y de dominación. Lo que en definitiva está en juego en este punto, a los ojos tanto de Smith como de Ferguson, no es otra cosa que la progresiva ampliación de las libertades individuales frente al peso de los yugos, todavía vigentes, del mundo feudal y, también, frente a cualquier tipo de amenaza que pueda proceder de las formas emergentes de poder económico».
Por lo tanto lo que se puede extraer, de este modo de leer a Smith, es que su pensamiento debe ser rescatado de las manos de gran parte de los economistas posteriores. Acompañado por gran parte de la Escuela Histórica Escocesa participó de esperanzas ciertas con respecto al mundo de la manufactura y del comercio. Si bien no se cumplieron, vale la pena su relectura porque ayuda a iluminar un camino diferente hacia el futuro.
Como ya quedó apuntado, Smith como un miembro más, aunque de mayor trascendencia, de la tradición republicana, confió en el comercio y en la manufacturación de los pequeños y medianos productores, la culminación del proceso civilizatorio y el comienzo de una etapa con posibles emergentes de «una vida autónoma e independiente». Ya se percibe en él una intuición de la importancia de la posesión de los medios de producción —herramientas y pequeñas máquinas— que le garanticen su libre determinación en el mercado para que esa libertad se realice.
«El ciudadano que se acerca al comercio como dueño de los frutos de su propio trabajo ni sirve a nadie ni depende, para subsistir, de la buena voluntad del prójimo, sino de su propia iniciativa y espíritu emprendedor. Así, parte de la relevancia de la obra de Adam Smith radica en el hecho de que, en ella, y en un momento histórico en el que se empiezan a observar algunos de los resultados que traen consigo las nuevas formas de producción y de intercambio de carácter manufacturero, el pensador escocés subraya el vínculo causal que puede operar entre tales actividades y la libertad republicana. Ahora bien, todos estos autores —y en esto Adam Smith es especialmente claro— alertaron sobre los límites a los que se enfrenta todo este proyecto de fundar la república moderna en la extensión de las actividades comerciales y manufactureras cuando comienzan a presentarse un puñado de actores privilegiados que pueden hacerse con el control de mercados y economías enteras. Cuando resulta que quienes se acercan al comercio no son esos ciudadanos adueñados de los frutos de su propio trabajo de los que hablaba hace un instante, sino masas ingentes de población desposeída y sometida al arbitrio de unos pocos. Cuando ello es así y, como hemos visto, Smith es consciente de que hay serios riesgos de que ello sea así, los mercados, lejos de liberar, pueden alumbrar un verdadero reino de la dependencia generalizada, pueden convertirse en espacios de cautividad para esas grandes mayorías desposeídas, que tienen en ellos la única fuente de medios de subsistencia y que, por ello, ni pueden abandonarlos ni cuentan con posibilidad alguna de llegar a co-determinar las actividades y formas de vida que en ellos se configuran».
En definitiva, lo que hay que buscar, sostiene nuestro autor, en autores como el propio Smith no son «argumentos políticos en favor del capitalismo antes de su triunfo» como dice Albert Hirschman  con respecto a algunos autores de los siglos XVII y XVIII, sino «argumentos anteriores al triunfo del capitalismo en favor del mundo del comercio, anteriores a la gran transformación que dará lugar a la emergencia del capitalismo industrial y financiero que la contemporaneidad conocerá». Las consecuencias posteriores de los mercados imperantes, depredadores y excluyentes bajo ese capitalismo industrial y financiero, impidieron que esas posibilidades reales se materializaran. «Las aspiraciones civilizatorias de quienes, en los siglos XVII y XVIII, habían confiado en el comercio como camino del progreso y la universalización de la independencia personal materialmente fundada, se desvanecieron».

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