domingo, 23 de septiembre de 2012

La mercancía humana II



 Continuando con el comentario de la nota anterior, agrega:
Alemania necesita –lo sabemos por su oficina de empleo– plomeros, electricistas, personal de cuidados intensivos y (algunos) ingenieros. Para estos puestos la mayoría de emigrantes está, por utilizar esa aberración ideológica que lentamente se ha ido imponiendo a fuer de repetirla, “sobre-cualificados”.
Se manifiesta en estos aspectos muy parciales y puntuales la contradicción entre la formación especializada que toda sociedad capitalista compleja necesita para funcionar y la cantidad de puestos de trabajo que esa misma sociedad puede realmente ofrecer. «En el caso alemán cuesta imaginar por qué un licenciado universitario, apellídese Cabanski o García, va a estar dispuesto a aceptar trabajar el resto de su vida cambiándole los pañales a un anciano alemán, porque sus hijos prefirieron internarlo en un asilo antes de que su decrepitud les arruinara el picnic dominical junto al lago, aunque ese sea el único trabajo que se le ofrece».
Necesidades sociales y actitudes individualistas, egoístas, debe enfrentar ese inmigrante. «Alemania es sólo para los alemanes», consigna que hace explícito que las buenas remuneraciones están reservadas para los privilegiados. La clase media alemana que todavía recibe altas remuneraciones pretende que personas de otros países de la comunidad europea se hagan cargo de tareas que ellos no están dispuesto a hacer, pero esa necesidad y esa búsqueda no disimula los prejuicios y el racismo contra los emigrantes del sur y del este de Europa que comienza lentamente a echar raíces en Alemania, una cultura tan fértil para estas actitudes en tiempos de crisis.

El concepto: capital humano
Este debate se encuadra en el significado de un concepto: capital humano, que se ha presentado en el tratamiento que las ciencias sociales vienen haciendo de temas como estos. En su último libro publicado en España, El fin del capitalismo tal y como lo conocemos, Elmar Altvater analiza este concepto y parte de la genealogía del término:
El concepto [de capital humano] fue introducido por vez primera por William Petty en el siglo XVII. Entonces la palabra pertenecía a la rama de los seguros, entonces floreciente en el capitalismo. Se debía conocer «el valor de los hombres» para poder calcular los bonos de las pólizas de seguros. También los militares utilizan el concepto de capital humano para decidir racionalmente si es más barato enviar a la muerte a los cañones o a la carne de cañón, el capital humano. Más tarde continuó la racionalización económica como “economía humana”. […] cuando todo es calculado como capital –capital real, capital inmobiliario, capital medioambiental, capital social, capital humano– el “inversor” racional puede comparar los beneficios de su inversión de capital. La racionalidad capitalista del cálculo económico en el sentido de Max Weber es ahora total: por principio todo es capital, imponiéndose así la racionalidad económica de los neoclásicos.
Todo es capital. Las personas son capital humano. Si se comete un delito en la “fuga de capitales”, dentro de esta lógica puede pensarse que el emigrar es también un modo de esa fuga convertida en capital intelectual. Nos encontramos con otra de las formas que puede conceptuarse el capital humano, entendido como la persona integral, convirtiéndose toda ella en capital humano en el sentido más crudo y más literal del término. No se exporta sólo la capacidad intelectual sino la persona humana o parte de ella. Veamos lo que nos revela nuestro periodista, según una historia que publicó el semanario Der Spiegel:
Un empresario del estado de Renania-Westfalia [Walter], debido a complicaciones renales tuvo que comenzar a someterse a diálisis, un proceso que, con el trascurso del tiempo, empeoró su estado de salud. La familia de Walter vio en televisión un reportaje sobre el tráfico de órganos. Y aquí empieza de verdad la historia. Los familiares pensaron que quizá ahí estuviera la solución para su anciano padre. Una idea bastante peculiar, porque a ninguno de sus hijos se le ocurrió donar su propio riñón en una demostración de altruismo y amor filial (de hecho, según una encuesta reciente sólo el 30% de los alemanes está dispuesto a donar órganos).

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