domingo, 9 de diciembre de 2012

Reflexiones sobre la esperanza I



Vivimos tiempos poco favorables para detenernos a pensar sobre la esperanza. La propuesta de intentarlo puede aparecer como extemporánea, si es que existe algún tiempo adecuado para ello. La paradoja de la esperanza es que ella se torna imprescindible cuando a pesar de que todo nos empuja al descreimiento. Si en este mundo se anunciaran buenos augurios, no se haría sentir como algo necesario. Es posible que el poeta alemán  Friedrich Hölderlin (1770-1843) haya querido advertirnos algo con aquellas palabras: «Allí donde está el dolor, está también lo que lo salva». Apelando a ese intento, que puede parecer desmoralizante, internémonos en estas reflexiones.
Los tiempos no ayudan, ya quedó dicho. Los medios concentrados de información nos brindan una catarata de datos y hechos que avalan la filosofía del desaliento, del desánimo, que ellos nos proponen, muchas veces disfrazada de información. Se podría sintetizar en aquellas duras palabras de Discepolín: “El mundo fue y será una porquería”. No intento quitarle razón a aquel sutil y penetrante pensador de la realidad cotidiana, puesto que fue el denunciante de una época en que nuestro país, arrollado por la crisis mundial de los treinta, ofrecía un panorama social desolador para los más necesitados. Su tristeza y su amargura estaban  abonadas por esa realidad. Una década después, a mediados de los cuarenta, hubo un despertar de la conciencia de los más desposeídos que sintieron aires esperanzadores en la etapa que se abría.
Nuevas frustraciones atentaron contra esos tiempos de promesas, algunas cumplidas, y se volvió a sentir que la historia miraba para otra parte, en defensa de las clases poderosas. Esa primavera del espíritu fue truncada por la fuerza de los intereses imperiales.
 En los sesenta, acompañando un despertar de los pueblos del Tercer Mundo, las llamas brotaron de los rescoldos, y aquella esperanza se fortaleció con la utopía de un mundo mejor. Sin embargo los golpes militares intentaron arrancar de cuajo aquellos intentos. El precio fue terrible, pero no consiguieron extirpar los mejores sentimientos agazapados en espera de un tiempo más propicio.
Pero hoy soplan nuevos vientos que nos anuncian la posibilidad de vivir una etapa mejor. América Latina está recuperando una historia que se anunciaba en esas décadas pasadas, de la que pueden extraerse muy interesantes y útiles enseñanzas. En aquel tiempo, brilló una esperanza que se trastrocó en este escepticismo de las últimas décadas. ¿Por qué?; ¿qué había que ya no hay?; ¿qué alimentaba esa esperanza que después desapareció? A partir de los años sesenta, sin que esto pretenda ser un tiempo preciso y, tal vez, como resultado de diversas circunstancias históricas —triunfo de la Revolución Cubana, el proceso de descolonización de posguerra, las manifestaciones de los estudiantes estadounidenses por el retiro de las tropas de Vietnam, el estallido de los estudiantes franceses de Mayo del 68, etcétera—, en América Latina sectores importantes de la juventud universitaria, pero no sólo de allí y no sólo los jóvenes, encarnaron una conciencia esperanzadora.
Ésta alentaba a emprender vuelo para pensar que había llegado el momento de tomar el "comando de la Historia", someterla así a la voluntad de los pueblos, imponerle sus objetivos y hacerla avanzar al ritmo que le quisieran imprimir hacia un mañana preñado de utopías. Es decir, la certeza de que se podía y se debía ser protagonista de la Historia.
Se mostraba, entonces, un modo de entender el compromiso histórico y social, aunque hubo muchos  apresuramientos, muchos errores y se tomaron caminos equivocados. Sin embargo, una fuerte cuota de idealismo encendía el corazón de aquellos jóvenes que coloreaba lo mejor del alma humana. La entrega, el servicio a los más necesitados, el sacrificio, los sueños y el  horizonte que prefiguraban delante de sus ojos nos hablan, aún hoy, de una etapa llena de sueños y utopías. En esos tiempos, la preocupación por los otros era una condición de época que invadía el alma de aquellos que no podían sustraerse del padecimiento ajeno.
Pero, para que no aparezcan estas reflexiones como un canto romántico e ingenuo, desapegado de las duras realidades que una parte nada despreciable del planeta padece, comenzaré analizando algunos impedimentos que se presentan ante la mirada de quienes tienen dificultades para asumir una esperanza fácil. Trataré de mostrar todos los obstáculos que hoy se cruzan en el camino de la esperanza posible, para luego hablar sobre ella.
Hablar de la esperanza debe ser entendido como la necesidad de abordar un elemento fundamental de la política, aquel que nos proyecta hacia un mañana mejor, sin lo cual todo se sumerge en una especulación intrascendente.

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