jueves, 28 de febrero de 2013

El periodismo y la libertad de los pueblos I



El periodista Dr. Ignacio Ramonet[1] (1943) disertó en la Habana, Cuba, con motivo de cumplirse un nuevo aniversario de la fundación del periódico El Diablo Cojuelo[2]. Este aniversario le permite al disertante contarnos algunas de las sorprendentes particularidades que envolvieron este hecho. En primer lugar, su fundador fue José Martí (1853-1895) sobre quien es necesario anotar algunas cosas, dado que la historia lo ha olvidado, salvo en Cuba. Fue un político y escritor cubano. Desde joven, se sintió atraído por las ideas revolucionarias por la independencia de su país, entonces colonia española. Tenía sólo dieciséis años cuando encaró la novedosa empresa de publicar un diario (1869). Un año después, fue condenado a seis de cárcel por su pertenencia a grupos independentistas. Realizó trabajos forzados en el penal hasta que su mal estado de salud le valió el indulto y el exilio. Nos dice el disertante:
José Martí era un joven moderno, era un joven de su tiempo, era un joven de la modernidad de su tiempo, porque en 1869, el periodismo, de hecho, estaba naciendo. Antes no había periodismo. El periodismo  industrializado, el periodismo de masas, no existía antes de los años 60. En 1869, terminaba la Guerra de Secesión en los Estados Unidos, y arranca allí la industrialización norteamericana, como se estaba desarrollando también en Inglaterra, y surge en ese momento, el periodismo moderno, el periodismo de masas. El periodismo se había inventado un siglo antes, pero era un periodismo para decenas de personas, no para miles, o decenas de miles, o centenares de miles de personas. Era un periodismo cuyas publicaciones se hacían esencialmente mediante la prensa, por eso se llama la prensa, la prensa de tipo gutembergiana, que aplastaba una hoja de papel sobre un relieve tipográfico hecho en plomo y salían unas cuantas hojas, unas gacetas, una hoja. Por tal razón, varias de esas publicaciones se llamaban La Hoja… de tal lugar: una simple hoja con dos caras y evidentemente no tenía un gran alcance.
Desde su residencia en el exilio, José Martí se afanó en la organización de un nuevo proceso revolucionario en Cuba y, en 1892, fundó el Partido Revolucionario Cubano y la revista Patria. Se convirtió, entonces, en el máximo adalid de la lucha por la independencia de su país. Dos años más tarde, tras entrevistarse con el generalísimo Máximo Gómez[3] (1836-1905) logró poner en marcha un proceso de independencia. Pese al embargo de sus barcos por parte de las autoridades estadounidenses, pudo partir al frente de un pequeño contingente hacia Cuba. Fue abatido por las tropas realistas, cuando contaba cuarenta y dos años.
La figura de este prócer cubano adquiere especial relieve por sus aportes al periodismo, por las notas que publica, pero mucho más por sus definiciones sobre la función del periodismo. Ramonet cita algunas de sus frases:
 “No merece escribir para los hombres quien no sabe amarlos”; “Si el periodismo ha de ser un culto, que lo sea a la virtud; no debe hacerse de la pluma arma de satírico, sino espada de caballeros”; “Da disgusto, da pena, creer que puede haber criaturas que por dinero, abran a los paseantes esta arca santa de los pueblos que debe ser la prensa. No hay monarca como un periodista honrado”.
Y describe después las condiciones necesarias para que el fenómeno periodismo hubiera podido desarrollarse:
Para que la prensa llegue a tener un alcance importante, hace falta que ocurran varias transformaciones importantes. Primero, que una parte importante de la población esté alfabetizada. En las sociedades mayoritariamente analfabetas, poca prensa había, sino en las grandes ciudades y en algunos barrios de las grandes ciudades. Hacía falta también que hubiese instrumentos, herramientas, que hubiese máquinas que permitiesen la edición, rápidamente, en unas cuantas horas de la noche, de miles o decenas de miles, o centenares de miles o millones, al final del siglo XIX, de ejemplares que iban a ser vendidos por la mañana y para eso hubo que inventar la linotipia, hubo que inventar la rotativa, que no existían antes.



[1] Periodista español, establecido en Francia, director de Le Monde diplomatique en español. Es doctor en Semiología e Historia de la Cultura por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París, y profesor de Teoría de la Comunicación en la Universidad Denis-Diderot (París-VII). Especialista en geopolítica y estrategia internacional y consultor de la ONU.
[2] El Diablo Cojuelo es un personaje legendario de la tradición castellana, también en otras literaturas (Shakespeare). Es un diablo al que, lejos de ser una forma maligna, se le representa como «el espíritu más travieso del infierno»,
[3] Fue un militar cubano de la Guerra de la Independencia, General en Jefe de las tropas revolucionarias cubanas en la Guerra del 95.

domingo, 24 de febrero de 2013

El amor en los tiempos de la globalización IX



Ya he mencionado la necesidad de abordar este tema desde las diferentes facetas que presenta, incorporando lo que puede señalarse como la dimensión institucional del tema y, también, el cuadro estructural del cual emerge. Para ello, invitamos a presentarse en estas reflexiones, aporta de su particular mirada, a una investigadora de interesante itinerario. Profesora de la Universidad de Jerusalén, Eva Illouz  pasó por la carrera de Literatura y por la academia estadounidense. Nació en Marruecos, tiene una formación francesa y una trayectoria internacional. Ha trabajado, desde hace tiempo, el cruce de las emociones románticas y sexuales con la cultura y la economía en el capitalismo tardío, lo que la coloca en otro nivel del análisis y hace particularmente interesante su pensamiento.
Introduce un concepto un tanto revulsivo para las almas románticas: el mercado del amor, dado que observa los comportamientos y las relaciones sentimentales contemporáneos como un juego de ofertas y demandas, condicionadas por las reglas imperantes que aparecen por debajo de lo que podría suponerse como la libre elección. Y así como en el mercado capitalista se presentan de modo evidente los condicionamientos padecidos por esa supuesta libertad, se permite contrastar también a las relaciones sentimentales como recibiendo fuertes influencias externas a la subjetividad originadas en el marco mercantilista de la cultura dominante. Esto lleva a Eva Illouz a afirmar que «las reglas del juego amoroso funcionan como reglas de mercado».
Lo que para Marx era la mercancía, en mis investigaciones es el amor. Lo producen y configuran determinadas relaciones concretas que circulan en un mercado donde los actores compiten en desigualdad de condiciones. En el mercado de la pareja hétero, hay mayor predisposición de las mujeres al compromiso, y las monedas de cambio son el capital erótico y la propia subjetividad. Si hace varios siglos era habitual que un hombre construyera su virilidad en torno del sufrimiento que podía sentir por una doncella, hoy en día eso es impensable. Hace años que funciona la ley del “boys don’t cry”. Y menos por una mujer. En realidad, en esta sociedad utilitaria, el dolor no sirve para nada, y hay que descartarlo cuanto antes, porque obstruye la cadena de producción de amor.
No se puede negar que el lenguaje nos golpea; sus referencias y comparaciones ingresan desde un discurso al que no estamos habituados. Tal vez lo utilice, para golpear nuestra sensibilidad, llamándonos a un despertar para asumir estas nuevas realidades, que en realidad no son tan nuevas, han ido apareciendo subrepticiamente sin ser percibidas, y hoy se presentan ante nuestra incomprensión. Cuando afirma que la ley que condiciona las relaciones sentimentales es “muchachos no lloren” lo hace motivada en la contraposición entre la subjetividad del hombre y la mujer contemporáneos con la de nuestros antepasados. Y me pregunto: ¿cuánta influencia de viejas nostalgias nos estará impidiendo pensar todo esto con mayor distancia y objetividad?
La respuesta de Illouz sobre por qué se sufre por amor es sociológica y materialista:
Toda experiencia se encuentra contenida en las instituciones y organizada en ellas: la lectura va de la subjetividad a lo colectivo. Nos pasamos horas revisando los traumas de infancia para saber qué es lo que nos hace fracasar en el amor. Pero si las condiciones están dadas por las disposiciones culturales, en realidad el terreno de las relaciones amorosas no sería un parque de diversiones, donde cada uno elige con mayor o menor felicidad su propia aventura, sino un parque bursátil donde las acciones suben y bajan según las leyes de la oferta y la demanda.
En contraposición con los “viejos sentimentalismos románticos”, el amor pasa hoy por la racionalización y el desencanto. Sostiene: «La dominante cultural es la ironía, que es lo opuesto a la intensidad». Esta afirmación es el resultado de la investigación sociológica que ha desarrollado sobre la historia de la vida emocional. En esas investigaciones, llega a algunas conclusiones: la necesidad de asumir que  «el “yo” está moldeado por las instituciones y por los modelos culturales». Al estudiar la subjetividad en este nuevo enfoque, aparecen condicionantes que no se habían detectado, según la autora.

miércoles, 20 de febrero de 2013

El amor en los tiempos de la globalización VIII



En el tratamiento del tema, hasta aquí, no habían aparecido las correlaciones socio-histórico-culturales, como, por ejemplo, la familia, los hijos, los parientes, etc. El análisis centrado en las vivencias del individuo, descomprometido del contexto, permite profundizar vivencias, pero nos aleja de la consideración del resto de las relaciones sociales. Una aproximación ingenua, un poco adolescente, coloca el acento en las ventajas aparentes que ofrece:
A las  relaciones a distancia se les brinda por ello la oportunidad de romper el silencio sonoro de las relaciones cercanas. Y si ambos disponen de espacios para hablar con el otro enteramente reservados al intercambio y la comunicación mutua, el amor a distancia puede incluso articular un espesor y una intensidad particulares. El hecho de que otros sentidos no distraigan de la conversación, concentrarse enteramente en la fuerza del lenguaje y/o de la contemplación, hace posible que se aborden las principales preguntas relativas al “tú y yo”.
No debemos ignorar que un modelo de individuo bastante aceptado, en lo que se ha denominado, con mucha ambigüedad, “el posmoderno” (concepto muy manoseado, que no ofrece mayores precisiones aunque lo aceptaré para caracterizarlo) se propone entablar relaciones superficiales, descafeinadas, frívolas, o faltas de compromiso, que parecieran ofrecer grandes ventajas para un programa de vida centrado en el goce. Con tono festivo, se las caracterizó con una expresión inglesa: el touch and go, un ‘toco y me voy’, aunque parezca ser más una conducta de adolescentes o posadolescentes, cuyos límites de edad hoy están muy borrosos. Este tipo de individuo no se plantea en un futuro, inexistente en su imaginario, la formación de una pareja estable que apunte a la construcción de una familia con hijos. Vive en un perpetuo presente hasta algún momento que, cuando se presente, verá… La contracara está presente, según nuestros autores:
Cuando hasta ahora se hablaba de la familia –sobre todo si pensamos en su núcleo elemental: madre, padre e hijo– se la suponía explícita o implícitamente ligada a la proximidad espacial y la convivencia directa. Esta regla no excluía fases temporalmente limitadas de separación y, como todas las reglas, conocía excepciones (las familias de marineros, por ejemplo), pero en general se daba por hecho que la relación familiar es una relación cara a cara y entraña presencia física. Es lo que revela una mirada a la historia o a la historia conceptual. Pese a las múltiples transformaciones que ha conocido el contenido del concepto a lo largo de los siglos, una nota ha permanecido invariable, a saber, la vinculación con un lugar en común. Aún más: al comienzo, este vínculo constituía el rasgo característico de la familia.
Los últimos siglos —y si tomamos como hito la Revolución Industrial Inglesa— han producido cambios sustanciales en el modelo de familia, al punto de que algunos, con mucha liviandad han hablado de la desaparición de la familia como institución fundamental de la cultura occidental. Nuestros autores, saliendo al cruce de estas afirmaciones, dicen:
Y sean cuales hayan sido las formas de vida nuevas que en las últimas décadas han ido apareciendo, vivir en el mismo lugar ha seguido constituyendo un aspecto decisivo en la concepción de la familia.
Y esta afirmación adquiere una importancia decisiva, por quienes son y por la seriedad de sus investigaciones, cuando debemos pensar con cierta rigurosidad temas como estos. Los medios de comunicación, cuyos tratamientos de este tipo de temas se caracterizan por la superficialidad y banalidad, van dejando en la conciencia colectiva una mirada menospreciativa sobre la familia, si bien no puede negarse que se han ido incorporando, a partir de la vigencia de los nuevos derechos, otras variedades de familia (homosexual, monoparental, etc.). Sostienen un poco más adelante:
Pese a ello, la nota esencial de que una familia tiene que vivir bajo el mismo techo, la premisa de un lugar, una relación cara a cara e interacción directa, nunca ha sido realmente cuestionada
Para cerrar estas notas quiero decir que, a pesar de que debemos enfrentar un mundo convulsionado, pareciera poder afirmarse, sin temor a graves errores, que en la constitución de la subjetividad de la persona sana, madura, que desarrolle lo mejor su espiritualidad, lo más humano de lo humano, hay valores que conservan toda su vigencia. Y esto no es poca cosa.

domingo, 17 de febrero de 2013

El amor en los tiempos de la globalización VII



Salgo al cruce de algún lector que pueda decirme: «¿Qué tiene todo esto de malo? Cada cual vive como quiere y como puede. ¿Quién tiene derecho a juzgar las conductas de los otros? Hemos avanzado lo suficiente como para hacer con nuestras vidas lo que nos plazca». Debo contestarle que le reconozco el derecho a pensar así, pero que no lo comparto totalmente. La libertad es un tesoro humano, el fundamento de nuestras diferencias en el reino animal, pero esa libertad debería ser utilizada en la construcción de un mundo justo y equitativo que le otorgue a cada persona todas las posibilidades para decidir cómo quiere vivir.
Amigo lector, ¿cree usted que este mundo de hoy las ofrece, que todos tienen a su alcance el hacer lo que desea? ¿No encuentra usted impedimentos serios para alcanzar una vida feliz, compartible, que satisfaga esos deseos? No niego que una parte (pequeña) de la población del planeta pueda lograr el ingreso en ese mundo feliz (aunque tengo mis dudas); pero…, y la inmensa mayoría ¿puede lograrlo? ¿No habrá allí escollos estructurales que impiden al acceso a esa mayoría? Por otra parte, la aparente felicidad de que disfrutan algunos, según hemos estado viendo, ¿no será el resultado de las limitaciones para percibir algunos resultados patológicos a que dan lugar esas nuevas formas de relación social y sentimental?
Los autores comentan, mordazmente, la disparidad de comentarios relacionados con los temas que han ido apareciendo y que recogen al respecto:
Tales diagnósticos encierran sin duda un núcleo de verdad: el amor a distancia no descansa únicamente en la separación entre amor y sexualidad, sino también entre amor y vida cotidiana. El amor a distancia es como el sexo sin tener que lavar después la ropa de cama, como comer sin fregar los platos, como un tour en bicicleta sin sudor ni dolor de piernas. ¿Quién echaría ahí algo de menos?
El abanico de experiencias que muestra la vida cotidiana, en esta etapa de la cultura moderna, permite tomar conocimiento de la amplia gama de variaciones personales, de historias y biografías disímiles, que no pueden ignorarse dentro del cuadro analizado. Insisto aquí en la necesidad de aguzar el ojo para diferenciar, dentro de él, las patologías, que en algunos casos aparecen y de las cuales la consulta terapéutica ha dado prueba, y excluirlas como tipos de vida aceptables:
Caracteres difíciles, personas que han estado solas durante mucho tiempo y les resulta muy difícil la convivencia,  celos, infidelidades, machismo, distintos criterios a la hora de educar, incompatibilidades, diferencias culturales, problemas económicos que resultan en discusiones y problemas cotidianos, desempleo y su repercusión a todos los niveles son los principales conflictos que suelen darse en las parejas.
Como un comentario que propone una síntesis transitoria para ir dando un marco de valoración a lo ya visto, sostienen:
Pero el amor a distancia no es la receta de la felicidad eterna, ni traslada a sus cultivadores a la Isla de los Bienaventurados, mientras la mayoría de las parejas de nuestro entorno se enfanga en sus rutinas. No pueden pasarse por alto los peligros a los que lo expone quedar exonerado de la vida cotidiana. Por ejemplo, que el autorretrato no nos presente a nosotros mismos, sino una versión corregida de nuestra persona. O, a la inversa, el peligro de transfigurar al compañero, de elaborar una imagen idealizada de él que no aprobaría el test de la realidad. Desde este punto de vista, amar a distancia equivale a aprender a soñar. El amor a distancia es el amor de un yo festivo por un otro festivo, purificado de la banalidad de la vida cotidiana. Cuando uno no tiene que entenderse con su compañero en las normas relativas al orden doméstico o en las terribles dificultades asociadas a las visitas familiares, se libera de numerosas obligaciones. Pero cuando solo se vive fragmentariamente al otro, y muchos aspectos de su vida solo se conocen a través de sus narraciones –o lo que es lo mismo, cuando múltiples conflictos potenciales quedan ocultos– falta el aterrizaje. Y la fantasía puede llegar demasiado lejos. El amor a distancia puede ser engañoso.

miércoles, 13 de febrero de 2013

El amor en los tiempos de la globalización VI



   Dejé anotado anteriormente que Ulrich Beck y Elisabeth Beck-Gernscheim investigaron, analizaron y pensaron el amor a distancia, lo habían hecho desde la experiencia socio-histórica de la Europa de fines del siglo XX y comienzos del XXI, y que ello daba a sus resultados un grado de regionalismo cultural que no debía perderse cuando se los leía, aun en plena globalización. Al haber recurrido a Erich Fromm debe recordarse esta misma advertencia, más un agregado importante: sus trabajos están separados por más de medio siglo respecto del libro que estamos analizando. Estos cincuenta años de distancia colocan en sus polos a dos Europas muy distintas (dos mundos muy distintos).
El comienzo de la segunda mitad del siglo pasado en Europa mostraba una capacidad de reconstrucción económica, con sus repercusiones en otras dimensiones sociales, que alentaba esperanzas de recuperar viejos esplendores. Si bien las heridas de la guerra no estaban totalmente cicatrizadas, no parecían ser un obstáculo en la tarea de la restauración. Sin embargo, la importante presencia cultural estadounidense, por la vía del Plan Marshall, iba tiñendo ese proceso de un tono yanqui. No era fácil dejar atrás el peso de siglos de cultura arraigada en sus orígenes modernos, pero una curva de desvío comenzaba a percibirse. Esto se manifestaba en las quejas de intelectuales que reclamaban por esa intromisión cultural. De todos modos, Europa seguía siendo todavía Europa.
Las últimas tres décadas de presencia de la cultura neoliberal, en su expansión planetaria, pasaron como un vendaval sobre el suelo cultural europeo y causaron graves daños que se pudieron percibir con claridad a comienzos de este siglo. Subrayo daños, como figura metafórica, para patentizar el cuadro humano que describen los autores que estamos siguiendo. Pensar la cultura debe ir acompañado de hacerse cargo de las implicancias que sus vicisitudes van tallando en la subjetividad de sus habitantes. Es cierto que esto no se da como un modelo estándar y que cada quien lo metaboliza como quiere y como puede, pero hay rasgos comunes que nos abren a la comprensión de la temática que analizamos.
El europeo de esta década se parece bastante poco al de los cincuenta: en aquella época, hubiera sido impensable leer las cosas que nos ofrecen los autores. La sorpresa y el horror que habrían provocado, rozarían el escándalo. Esto puede hacerse extensivo al resto del planeta, con los matices correspondientes. Un ejercicio que propongo, como para ponernos en clima de comparaciones: imaginemos a nuestros padres y/o abuelos leyendo, en aquellos años, lo que contiene este libro, y podremos tener una vivencia cercana de lo que comento. La comparación también puede ser útil en la relación entre los autores (Fromm y los Beck) para comprender la distancia que se aprecia en sus afirmaciones. Volvamos ahora al amor a distancia:
Tanto el amor cercano como el lejano tienen sus propagandistas. Unos recomiendan el amor a distancia, como terapia contra las decepciones del amor en proximidad; otros alaban las virtudes del amor en proximidad, contra las decepciones del amor a distancia. Es incuestionable, sin embargo, que el amor a distancia tiene sus ventajas, especialmente cuando los miembros de la pareja lo adaptan a sus necesidades y deseos. Hay incluso quien afirma que la cercanía no es más que un mito. La proximidad amorosa que anhelan los amantes a distancia –aseguran– no queda asfixiada por la rutina de la vida diaria. Demasiada cercanía mata el amor. La lejanía lo mantiene vivo. Descarga a los amantes de las exigencias y sobre-exigencias de tener que amarse siempre y explícitamente. Hace posible lo imposible, concilia los opuestos, cercanía y distancia, vida propia y común.
Sigamos con el ejercicio: ¿qué hubieran dicho aquellas personas al leer este texto? Es muy probable que, de haberlo comprendido, lo hubieran rechazado por antisocial, inmoral, impúdico, etc. Sin embargo, hoy estamos ante este cuadro social y, si nos molesta, nos inquieta, nos desacomoda, seguimos pensando en cómo se ha podido llegar a estas consecuencias, en caso de que no nos mostremos entregados y con los brazos caídos aceptándolo como algo inevitable. Todas esas actitudes son hoy posibles y aceptables. Esto tampoco hubiera sucedido antes.