Se puede sospechar, con mucho riesgo de que
uno se deje llevar por los propios prejuicios, que este tipo de relaciones está
sostenido por un entramado sentimental muy tenue. La apertura de múltiples
relaciones parece atentar contra la solidez de ellas, que se ven siempre
tentadas, por lo que hemos visto, por la posibilidad de que aparezca una
“oportunidad mejor”. Las limitaciones que impone la distancia, la probable o
supuesta frialdad del medio tecnológico permite suponer cierta inestabilidad de
la relación y un riesgo posible de una vida breve. Por ello dicen al respecto
los autores: «Funda por ello especiales oportunidades y, paralelamente, adolece
de una especial fragilidad».
Insisto en las limitaciones que debo reconocer
me impone mi pertenencia a la generación de los cuarenta, mi cultura familiar,
mis recuerdos de las pibas del barrio, de los asaltos, de las “picardías”
adolescentes (pálidas ingenuidades ante las prácticas de hoy). Todo ello me
inhabilita a juzgar —con mis valores, sin por ello abandonarlos— los modos
sociales que hoy se presentan como nuevas posibilidades. La necesidad de
intentar el análisis aséptico, para no incurrir en las mismas conductas que
reproché a mis mayores, que “no entendían el cambio de los tiempos”, me obligan
a ser muy prudente. Este tema tiene muchas aristas de difícil abordaje, pero
ello no debe impedir el intento de comprender la vida sentimental de las
generaciones actuales. Volvamos a la investigación:
La unidimensionalidad de sus
recursos sensoriales puede significar vida breve, muerte rápida. En una cultura
como la occidental, en la que el encuentro físico inmediato y el contacto
corporal desempeñan un papel esencial en el amor, el amor a distancia es
difícilmente sostenible a largo plazo. El lugar “puro” del amor a distancia es
la voz, el relato que tiene noticia de los paisajes de sentido interior del
interlocutor y se adentra en ellos, con otras palabras, el que domina el arte
de la intimidad: hacer perceptible la cercanía en la distancia. Aquí “arte”
debe entenderse en el sentido literal de la palabra. La intimidad de la voz
vive del intercambio del autorretrato narrado en el que el otro o la otra se
hace presente.
El esfuerzo por internarse en los vericuetos
del alma de los practicantes del amor a distancia los lleva a describir la
relación, así pactada, en una especie de obra teatral , en la cual los actores elaboran y asumen sus personajes
respetando el “arte de la interpretación”. Son lo que el relato dice, sin que
los interlocutores tengan otro recurso que la fe en esa “verdad” para
permitirles mantener la relación. En este punto, la investigación ofrece una
faceta sorprendente al buscar modelos socio-históricos en los cuales encasillar
los perfiles psicológicos de los actores de estos juegos:
Con todo, el amor a
distancia geográfica posee un carácter monacal, monjil, conventual. Permanece
en lo abstracto, pues su lugar son los correos electrónicos, Facebook, los sms
y Skype. El puro amor a distancia, el “solo” amor a distancia, es difícilmente
practicable para los que no son monjes ni monjas. Para las personas normales
tienen que darse regularmente oasis de sensualidad directa que involucren todos
los sentidos, de “hartazgo de amor”. Y para los otros momentos necesitan
rituales y símbolos que recuerden una y otra vez, redescubran, sostengan y
afiancen lo común. Puede que el concepto de “intimidad a distancia” suene muy
romántico, pero es una forma de romanticismo que se alimenta de las sobrias
virtudes de la regularidad, la fiabilidad, la planificación. La intimidad a
distancia depende de acuerdos estables, del sostenimiento del vínculo interior
(por ejemplo, hablar por Skype todas las tardes, verse cada seis meses). Y
puede fracasar.
Aporta nuevos argumentos que no ayudan a la
defensa de esta modalidad.
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