domingo, 28 de abril de 2013

La mediatización de las palabras VIII



Propongo ahora dar un paso más y entrarle  al problema por otra vía. Para  lo cual invitaremos ahora  a una investigadora de estos temas, la antropóloga Marta Riskin, quien lleva una larga trayectoria en el análisis de los usos de las palabras con fines muy claros, aunque escapen a la percepción del ciudadano de a pie. Sin la menor duda, nos aporta una claridad conceptual que nos resultará muy útil. Nos convoca a memorizar los efectos que provocaba, en la conciencia colectiva, el uso abusivo de un concepto atemorizador:
Tan sólo poco más de una década atrás, el “riesgo-país” escapó del vocabulario de los especialistas y, distribuido por los multimedios sobre una nación que ya no exportaba productos sino hijos, nos señaló la incompetencia, estupidez e inutilidad de nuestros esfuerzos y proyectos. Una vez cumplida la instauración del “corralito” y al ritmo de las cacerolas, la frase fue perdiendo protagonismo y emigró de las primeras planas, reducida a su verdadera dimensión de sobretasa que paga un país por sus bonos, en relación con la tasa de interés que paga el Tesoro de los Estados Unidos. Quienes registraron que la publicitada “objetividad” periodística convertía el índice económico en un “caballo de Troya” para favorecer a veintitantos clientes de títulos, alias el “mercado”, también aprendieron la diferencia entre consumir verdades ajenas y reflexionar por cuenta propia. Algunos también detectaron que la confianza y la autoestima nacional son factores que influyen en la formación de expectativas económicas, que en definitiva modelan los destinos nacionales.
Volver nuestra mirada hacia ese pasado reciente nos permite recuperar, para nuestra investigación, la capacidad que tiene la palabra manipulada, en este caso mediante la traslación de su significado específico, en el estrecho ámbito de los especialistas en finanzas, al espacio público. Como señala nuestra antropóloga, la presencia amenazante del concepto técnico en los grandes títulos de la prensa escrita, repetido en los medios audiovisuales por supuestos especialistas profesionales a lo largo de los días, la convirtió en una especie de virus latamente  contaminante para nuestra tranquilidad cotidiana. Si bien esto fue mucho más visible para quienes tuvieron la voluntad y la perseverancia de haber seguido el recorrido del tema en la década siguiente, el estallido de la burbuja inmobiliaria  en los Estados Unidos y sus repercusiones mundiales evidenciaron el manejo abusivo e interesado de las Consultoras Internacionales.
Todavía hoy el riesgo país-país mide de modo diferente la incapacidad de pago de deudas. Según los intereses de los banqueros y financistas internacionales, alcanza con ver hoy el problema en Grecia y España. Con el valor del dólar, sucede algo semejante. Partiendo de estas comprobaciones, Marta Riskin avanza:
Cuando aceptamos que los mensajes distan de ser neutrales y filtran nuestra realidad, también podemos ser capaces de elegir la dirección de nuestros esfuerzos y hasta crear nuestro propio “indicador de solvencia general”. Un índice que bien podría llamarse “confianza-país” y se construyera con variables que midan resiliencia y cultura de producción, recursos inexplorados y nivel profesional y científico, capacidad creativa y respeto de los derechos humanos, la solidaridad de las mayorías y la aplicación efectiva de la justicia social. También, por supuesto, mediría simplemente justicia; ya que la aplicación de la ley de medios otorgará a cada uno de nosotros y nosotras, la efectiva y democrática posibilidad de elegir entre “riesgo-país” y “confianza-país”.
Si hemos logrado incorporar a nuestros razonamientos estos conceptos, que pueden funcionar como herramientas para el desmontaje de las manipulaciones, nuestra razón se agudizará, se hará más sutil en la recepción de los mensajes, se reconvertirá por el adiestramiento en la utilización de la sana sospecha. Todo ello la predispone a abandonar viejas ingenuidades que habían generado conceptos tales como la objetividad de la información.

miércoles, 24 de abril de 2013

La mediatización de las palabras VII


Con anterioridad, recurrí a la tarea de Miguel Guaglianone como investigador independiente y analista de los medios de información, y cité el resultado y las conclusiones de su trabajo. Perdóneseme la insistencia, pero creo necesario volver a citar su opinión por la importancia y la envergadura de sus definiciones.
A un sector de consumidores de medios todavía no se les presenta con claridad el entramado de intereses que ha generado el proceso de la globalización. Por lo tanto, tampoco perciben cómo se ejerce el poder sobre la opinión pública, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo pasado. En una nota que   llamó La manipulación feroz, título que anticipa su contenido, nos brinda una serie de afirmaciones que sugiero se sean leídas detenidamente:
Cada día se va haciendo más público y notorio el hecho de que en nuestra realidad actual, los medios de comunicación constituyen la más poderosa herramienta de dominación -de mucho mayor alcance que las armas- que utilizan las elites dominantes para mantener su poder sobre las grandes poblaciones del planeta. El conglomerado de megacorporaciones (entre 10 y 12) que controlan no sólo a los medios de prensa, radio y televisión, sino también el inmenso negocio del entretenimiento y la cultura de masas (que comprende el mundo editorial, el de la música, el cine, la producción y distribución de contenidos para televisión, y maneja en todo el mundo salas de cine, de teatro, sitios de Internet y parques temáticos al estilo de los creados por Disney) es quien elabora los mensajes comunicacionales que nos bombardean diariamente.
En otro trabajo mío[1], he analizado el problema que se le presenta a la democracia frente a este entramado de poder e intereses muy concentrados. La tarea de penetración y dominación fue elaborada y planificada por especialistas de las consideradas más prestigiosas universidades de los Estados Unidos. Su aplicación fue ejecutada lenta y sutilmente a lo largo de las últimas décadas como preparación del lanzamiento, con bombos y platillos, de la cultura globalizada. Esa penetración cultural fue la pantalla que ocultó lo que realmente se estaba haciendo o, por lo menos, minimizó el impacto del plan militar de los saqueos en el Medio Oriente y norte de África. Sigamos leyendo:
En un común acuerdo de objetivos e intereses, estas mega-corporaciones (que no solo manejan lo comunicacional, sino que cubren áreas que van desde la extracción de petróleo hasta la fabricación y venta de armas) nos suministran cotidianamente una “realidad” y una visión del mundo que es la adecuada para mantener el predominio de los grandes capitales acumulados que ellas (y el resto de sus primas y hermanas)  representan, y el poder político que los acompaña. Son muchas las formas en que este sistema hegemónico impone en las mentes y corazones de la gente “su” verdad. Es complejo el sistema que se ha desarrollado para el control, y el estudio de sus diferentes facetas implica un esfuerzo para quienes tratamos de combatir este proceso. Facetas que van desde la ocultación o la deformación y falsificación de los hechos, hasta las formas más sutiles de imponer subyacentemente sistemas de valores y creencias, o que llegan hasta presentar e imponer una “realidad virtual” adecuada a los intereses de quienes manejan los hilos del poder. A través de esta red, los poderes hegemónicos imponen al mundo una cosmovisión propia, que funciona como efectivo sistema de opresión de grandes masas, han establecido el más efectivo sistema de control: lograr que los dominados piensen y vean el mundo con los mismos ojos de los dominadores.
Es probable que el lenguaje se presente como muy brutal, áspero, lacerante. Ello se debe a que hemos sido parte de los resultados de esa campaña que fue condicionando nuestras mentes. La educación recibida en el sistema escolar, en la que se nos inculcaba el respeto por la civilización occidental, por sus grandes realizaciones, sus grandes ideales, sus valores eternos nos había preparado para este logro: civilización o barbarie[2] fue el lema de nuestra formación. Una vez más, la manipulación de los significados de las palabras. 


[1] Puede consultárselo en la página www.ricadovicentelopez.com.ar La democracia ante los medios de comunicación.
[2] En la página www.reflexión-politica.com.ar/cuadernos-de-reflexiones, puede consultarse mi trabajo Civilizados y  bárbaros.

domingo, 21 de abril de 2013

La mediatización de las palabras VI



Si la preocupación de países europeos por la defensa de sus propias culturas ha sido tan tenaz hasta que fueron derrotados en los foros internacionales, debemos reflexionar sobre ¿por qué ellos no se avinieron a las imposiciones de la Organización Mundial del Comercio mientras tuvieron fuerzas? ¿Qué tipo de bienes estaban defendiendo y por qué razón? La muy fuerte influencia de los medios concentrados en nuestra América no permite que este tipo de debates emerja en el espacio público. Las distorsiones que introducen los medios en la conciencia colectiva, con sus modos y estilos generan un tipo de sensibilidad, de gustos y de  preferencias se puede percibir en cómo desdibujan el perfil de la cultural nacional. La comedia italiana ya citada, Un americano en Roma, pinta con rasgos estereotipados un personaje que ha sido víctima de ese tipo de distorsiones por la presencia masiva de esa cultura invasora, a punto tal que no se reconoce ya como italiano. Se siente un “americano”; sin embargo, todo denuncia en él a un italiano de la llamada Ciudad Eterna.
Estamos entonces, nuevamente, ante el fenómeno de la alienación. Esta palabra, que fuera usada por los investigadores sociales y culturales en la década de los 60, es uno de los conceptos “desaparecidos” por el sistema de dominación imperante. La Academia de la Lengua define la palabra alienación con cinco acepciones, dos de las que hacen referencia al tema que tratamos. Dice: «alienación: proceso mediante el cual el individuo o una colectividad transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de su  condición»; y también: «Estado mental caracterizado por una pérdida del sentimiento de la propia identidad». Podemos ver esta otra definición que le da otro matiz: «Alteración temporal o permanente de la razón y de los sentidos; pérdida de la personalidad, la identidad o las ideas propias de una persona o de un colectivo debido a la influencia o dominación de otra u otras: la alienación que provoca la publicidad consumista».
Ya estamos en condiciones de comprender cuáles son las consecuencias de un proceso de despersonalización cultural que desfigura los valores culturales propios al presentarlos como despreciables. Esto se ha expresado en afirmaciones de décadas pasadas: “Quien no sabe inglés es un analfabeto”, frase acompañante de una publicidad comercial que enuncia sus ofertas en inglés. Esto no significa que no deba aprenderse esa lengua. Pongo el acento sobre el tema tratado en notas anteriores[1], respecto de las enormes deficiencias que muestra una parte importante de la población en el manejo del castellano, conocimiento previo para estudiar otro idioma; caso contrario, no se aprende otra lengua: se reemplaza la propia.
El escritor uruguayo Miguel Guaglianone se muestra preocupado por el papel que juegan los medios de comunicación en el centro de este asunto:
El proceso por el cual los medios masivos de comunicación influyen y condicionan a sus receptores, ha llegado a ser un sistema integrado de alienación mundial. El poder de los medios masivos de comunicación para determinar opinión en el público no es una novedad. Ya a principio del siglo XX, William Hearst fue capaz de crear -con su cadena de periódicos- una guerra con Cuba. En la década de los 30 del mismo siglo, Joseph Goebbels sistematizó las transmisiones radiales para adoctrinar al pueblo alemán en la visión expansionista-imperialista de los nazis. Después de la Segunda Guerra Mundial, los triunfantes EE.UU., con el advenimiento de la televisión, difundieron e impusieron en el mundo su “american way of life”, a la vez que expandían globalmente el mercado de los productos de consumo masivo que definían ese modo de vida.
No obstante haber colocado como punto de partida para esta investigación la década del 50 del siglo pasado, debo agregar que la del 80 significó un gran salto cualitativo en el crecimiento del poder y de la  utilización de esos medios al servicio de un proyecto que se consolidó como plataforma de lanzamiento global del neoliberalismo. Sigamos leyendo:
La acumulación de capital y poder en manos de un número decreciente de grandes corporaciones transnacionales interrelacionadas, así como el desarrollo tecnológico de las comunicaciones por satélite, capaces de cubrir el globo terrestre, apoyados en la proliferación de los sistemas informatizados, han ido creando una red alrededor de todo el planeta, controlada y abastecida por un reducido número de transnacionales de la “información” y el “entretenimiento”.



[1] Véase en el blog www.pensandodesdeamerica.blogspot.com la serie de notas El valor de las palabras.

miércoles, 17 de abril de 2013

La mediatización de las palabras V



El paso que vamos a dar puede despertar prejuicios escondidos, ideas esclerotizadas por la prédica machacona de los medios dominantes, y esto en especial para nuestra Argentina. Nuestra dificultad radica en que hemos padecido una sucesión de oleadas culturales (la hispánica, le británica y la estadounidense[1]) que deterioraron o menoscabaron nuestras preferencias culturales sobre todo en las capas medias portuarias, en las que ha primado la admiración por lo que llegaba de afuera “por su mejor calidad”, “por su mejor diseño y belleza”, fuera lo que fuese. Por tal razón propongo una lectura detenida y reflexiva para tomar nota de las características del problema. Corremos el riesgo de rechazar livianamente lo que propongo y caer en la trampa de opinar que la defensa de la cultura nacional es cosa de “chovinistas” o de “viejos nostálgicos”. Por ello parto de la experiencia de una cultura milenaria.
La vieja tradición cultural europea aceptó de mala gana esta penetración cultural estadounidense que amenazaba con barrer sus preferencias culturales. Comenzó a plantear en ámbitos internacionales la necesidad de poner barreras a esa industria del entretenimiento, que englobaba todas las manifestaciones del arte, sobre todo las audiovisuales. Un especialista en el tema, Francisco J. Carrillo[2] (1944), lo analiza así:
La «excepción cultural» es un concepto originariamente francés que, reconociendo la particular naturaleza de algunos bienes y servicios culturales, pretendía preservarlos de las estrictas reglas del mercado al considerarlos como sustentos de la identidad y de las especificidades culturales de un país. Se pretendía con ello considerar estos bienes y servicios como un patrimonio que va más allá de sus aspectos comerciales, ya que forman parte de los valores, contenidos y formas de vida. De ahí que se daba paso a un primer plano —utilizando un lenguaje cinematográfico— a la creatividad de los individuos y, por ende, a su traducción en lo que se ha convenido en llamar «diversidad cultural». Tal posición política significaba un importante toque de atención ante las primeras repercusiones de la mundialización y de la internacionalización de la economía y del mercado, sin escrúpulos ante esa tipología de bienes y de servicios culturales.
Me parece relevante el concepto de la excepción cultural como defensa de las producciones culturales nacionales frente a la entrada avasallante de la poderosa Hollywood. La ola neoliberal pretendía convertir todo en mercancía de libre venta en los mercados. Esta excepción intentó apartar la cultura de esa banalización comercial. Sigamos leyendo:
La mayoría de los Estados miembros de la UNESCO fueron asumiendo la gravedad de dicha «amenaza a las especificidades culturales» del planeta. Ya en 1972 los países miembros de esta organización internacional adoptan la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, considerando que «el patrimonio cultural y el patrimonio natural están cada vez más amenazados de destrucción, no solo por las causas tradicionales de deterioro, sino también por la evolución de la vida social, cultural y económica que las agrava con fenómenos de alteración o de destrucción aún más temibles».
El Dr. Lluís Bonet[3] ha investigado las peripecias y consecuencias de los debates en foros internacionales en los cuales Europa, y de modo especial Francia, se han opuesto a que los bienes culturales fueran tratados  como una mercancía más en la OMC y fuera sometida a las reglas generales del libre comercio:
La interrelación entre comercio y cultura es desde los años 90 una de las materias políticamente más sensibles y técnicamente más complejas de la agenda de la Organización Mundial del Comercio (OMC). El compromiso entre las dos grandes potencias comerciales incluyó el audiovisual y la cultura en el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (GATS), con todo lo que ello implica, dejando abierta la liberalización futura del comercio de servicios culturales. La oposición a la liberalización del comercio cultural no es, sin embargo, una preocupación exclusivamente europea. Únicamente 20 de los 143 países miembros de la OMC (de los cuales sólo 3 de la OCDE) han abierto hasta la fecha sus fronteras. Por su lado, el movimiento anti-globalización ha hecho bandera de la defensa de la cultura. Al mismo tiempo, y con el objetivo de preparar una estrategia común de cara a la Ronda del Milenio, en 1989 nació la Red Internacional de Políticas Culturales de ministros de cultura liderada por Francia y Canadá. El gobierno canadiense apoya también la creación de una Red de artistas y grupos culturales internacionales para la diversidad cultural con el objetivo de movilizar la sociedad civil.
Hoy debemos asumir que esas “batallas” se convirtieron finalmente en derrotas. Europa ha sido arrasada por el poder financiero internacional que impone sus reglas.


[1] Se puede consultar mi trabajo La cultura Homero Simpson - el modelo que propone la globalización, en la página
www.ricardovicentelopez.com.ar
[2] Licenciado en Derecho, Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología, Licenciado en Letras, Profesor Asociado de Estructura Social en la Universidad Complutense de Madrid. Escritor y académico español, ex representante de la UNESCO, consejero del Instituto Europeo del Mediterráneo, del Consejo Mediterráneo de Cultura y miembro asociado del Instituto de España.
[3] Profesor de Economía y Director de los cursos de postgrado en gestión cultural de la Universidad de Barcelona. Especialista en economía y política de la cultura.