domingo, 29 de septiembre de 2013

Subjetividad posmoderna y el buen vivir I



La crisis que estamos atravesando, como tantas de las que han azotado la historia del hombre, provoca un malestar que merece ser analizado con la mayor profundidad posible. La actual tiene un recorrido cuyo comienzo puede colocarse, para su mejor estudio, en un tiempo que inicia la segunda posguerra mundial. Este punto de partida —es necesario dejarlo expresado— es arbitrario, no es más que un recurso para acotar la fluidez del tiempo histórico entre hitos que nos permitan encuadrar el objeto por analizar y definir. Haber elegido ese comienzo sólo es una determinación válida para el hombre occidental, que debe quedar afirmado como el lugar desde el cual me propongo reflexionar e invitar a hacerlo. Para aclarar aun más esa definición histórica y espacial, un señalamiento perceptible en cuanto a lo enunciado es el siguiente: muy probablemente, un chino o un aimara que se detuvieran ante un planteo similar fijarían comienzos diferentes, lo tratarían de una manera distinta, y sus conclusiones serían otras. Nadie puede escapar al condicionamiento impuesto por su época y su situacionalidad.
Lo presentado anteriormente significa que la propuesta tiene una referencia inmediata en el hombre de la modernidad occidental por coexistir con una etapa de descomposición que perturba las dimensiones sociales, culturales, políticas, económicas. Todo ello pesa sobre su conciencia, lo sepa o no. Las consecuencias se manifiestan en todos, aunque esto se exteriorice como una enorme variedad de historias personales y colectivas. La mirada psicologizante las convierte en un conjunto disperso de biografías. La mirada sociologizante las sumerge en una complicada estructura en las que desaparecen las subjetividades. Otro tanto podría decirse de los estudios económicos, políticos, culturales, etc.
El intento de estas notas es pensar el problema por abordar con una mirada holística, abarcadora, incluyente, que comprenda las perspectivas mencionadas sin sobredimensionarlas pero sin ignorar sus particularidades. A ello debo agregar que me propongo —en la medida en que el tema no exija precisiones conceptuales— no apartarme de un lenguaje accesible a nuestro ciudadano de a pie, pues para él escribo, con él quiero comunicarme, dialogar y ofrecerle algunas explicaciones a mi alcance. Pero, sobre todo, mi intención es llevarlo hacia una reflexión que se puede sintetizar con estas palabras que han recorrido el mundo: «Otra vida es posible».
Las aristas que el tema presenta son múltiples; dicho de otro modo, el problema asume la forma de un poliedro. Esta es una dificultad que no debo esconder, no soslayar dentro de la investigación, para expresar las limitaciones impuestas por la pretensión de una explicación definitiva, de modo tal que logremos un acercamiento posible, necesario, útil, para pensar y repensar nuestras vidas insertas en ese cuadro de crisis. Esa cercanía no intenta quedarse en la descripción que pinte un cuadro claro, que, sin embargo no logre levantar la mirada hacia un horizonte prometedor de un mundo mejor. Quiero decir que el análisis de los problemas presentados no ocultará situaciones dolorosas, como las que nos informan los medios de comunicación diariamente (más todo lo que no se dice o se distorsiona) ni precipitará en abismos que nos sumerjan en un crudo escepticismo.
La propuesta contiene un intento de una actitud esperanzadora, sin que ésta conduzca a engaños, al suavizar la intensidad y gravedad de lo que sucede, sin ignorar las posibles ironías descreídas del lector al hablar de esperanza en medio de tanto escepticismo. Quiero precisar que la esperanza es también un modo de mirar y comprender, un modo que no impide el buen conocimiento, del mismo modo que la actitud aparentemente neutra, o la escéptica, o la pesimista también lo hacen. Son actitudes opuestas a la mía, ante las cuales tomo posición; son modos y actitudes que definen una forma de vida, un compromiso y una voluntad diferentes.
En el camino por recorrer, recurriré a la ayuda de aquellos que han estudiado y reflexionado sobre el tema, y al cuidado en la selección por la seriedad avalada por sus trayectorias, sus publicaciones, sus pertenencias académicas. Apoyados en ellos, iré dando los pasos posibles que nos vayan ofreciendo una inteligibilidad de estos temas muy difíciles, pero imprescindibles para un mejor conocimiento del mundo actual y de nuestra situación en él.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La Doctrina Social de la Iglesia y el pensamiento político moderno XV



Cierro esta serie de notas, que tuvo la intención de aportar al debate político serio las poco conocidas enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia que le agregarían profundidad y densidad. Se puede encontrar en ellas un intento de ir al fondo de los problemas de los hombres y mujeres de este mundo, en caso de ser incorporada como una vertiente más del pensamiento social y de la filosofía política moderna.
El profesor Doctor Demetrio Velasco Criado, docente de Pensamiento Político en la Universidad de Deusto, que depende de la Compañía de Jesús, además es miembro del Consejo de Dirección de Iglesia Viva y miembro de Justicia y Paz. Escribió un folleto sobre este tema que tituló, con mucha ironía, La propiedad ¿es un robo? que publicó Cristianismo y Justicia de Barcelona, una institución de investigación y difusión del pensamiento cristiano. Si el lector se ha extrañado, a lo largo de estas notas, de tanta referencia institucional a la pertenencia de la Iglesia de personas, editoriales y universidades, es que creí necesario avalar los textos, sus contenidos y sus afirmaciones, como pertenecientes al nudo central del pensamiento cristiano y firmadas por autores de esa pertenencia religiosa. Esto, al ciudadano de a pie, puede resultarle sorprendente por la poca publicidad que tienen, y radica allí el intento mío.
Dije con mucha ironía puesto que recupera una frase del anarquista francés Pierre-Joseph Proudhon[1] (1809-1865), que en su tiempo escandalizó a la burguesía, de un libro cuyo título era ¿Qué es la propiedad? Y en cuyas páginas aparecían frases como: «la propiedad es un robo», y otras menos conocidas como la «propiedad es imposible». El profesor inicia su texto con la afirmación siguiente:
El derecho de propiedad privada, tal como se ejerce y legitima hoy en nuestras sociedades, es un escándalo para la razón moral y para la fe cristiana. El que se pueda ser propietario de recursos ilimitados, sin graves reparos legales y morales, cuando una gran parte de la población mundial carece de lo necesario para vivir, es un hecho que refleja la “dialéctica criminal” que rige nuestro mundo. Pero, si esta situación es gravísima, no lo es menos la legitimación ideológica de la misma, que pretende presentarla como “normal” e incluso como “razonable”. ¿Cómo ha sido posible afirmar, durante siglos, que el derecho de propiedad privada es un derecho natural y sagrado al que se subordinan y del que dependen todos los demás derechos humanos, por fundamentales que sean?
Estas palabras que, como dije antes, pueden sorprender al lector poco informado, forman parte de la médula de las prédicas del profeta de la Palestina Jesús de Nazaret. Por tal razón el profesor agrega:
Solamente, conociendo las raíces histórico-ideológicas de las que se sigue alimentando lo que vamos a llamar “el imaginario propietarista”, podremos saber cómo deslegitimarlo y cómo hacer viable una forma de apropiación y dominio de los recursos más acorde con la dignidad humana y más respetuosa del ecosistema que nos acoge. Una mirada a la praxis de Jesús nos ayudará en dicho empeño. Entre las innumerables definiciones del ser humano, hay una que está latente en toda la historia del pensamiento, al menos del occidental: la de “animal propietario”. La connatural indigencia del ser humano para poder subsistir por sí mismo, se refleja en la necesidad de apropiarse de las cosas que lo rodean, con la ayuda de los demás o a sus expensas. El instinto de apropiación se evidencia cada día en la forma en que el niño, indefenso y carencial aprende a vivir y expresarse con las palabras “mío” y “mía”. Todas las disciplinas del saber humano han resaltado esta dimensión antropológica básica, que bien podemos calificar como un existencial humano.
Anota al pie de página, para una  mejor comprensión del párrafo: «Se llama existencial a un rasgo que –aunque no pertenece a la esencia o a la definición de un ser, está presente en todos los miembros de esa definición. Ej.: en el caso del hombre: la risa, o la sexualidad». Continúa:
Y, como ocurre con otros existenciales humanos (el poder o la sexualidad), también la propiedad ha mostrado ser un arma de doble filo. A la vez que se manifiesta como una forma ineludible de realización humana, puede convertirse, y se convierte, en una amenaza tanto para uno mismo como para los demás y para la misma naturaleza que lo acoge como huésped. Por eso, la cuestión de la propiedad ha sido siempre problemática y ha necesitado ser pensada y legitimada.
Creo que es necesario poder pensar desde esta sabiduría la crisis en la que hoy nos vemos sumergidos, hacia un mundo más humano.


[1] Filósofo político y revolucionario francés, y, junto con Bakunin y Kropotkin uno de los padres del pensamiento anarquista.

domingo, 22 de septiembre de 2013

La Doctrina Social de la Iglesia y el pensamiento político moderno XIV



La poca lectura que los textos de Carlos Marx han merecido en las últimas décadas exige ser un poco rigurosos con las expresiones doctrinarias de este autor, sobre todo cuando durante el siglo XX se lo ha citado tanto, pero sólo para decir en su nombre contenidos distorsionados de sus textos, sesgados, mutilados, con lo cual se lo hizo aparecer sosteniendo las más diversas afirmaciones. Ya en vida del autor se vio obligado a desmentir teorías que se le atribuían. En una de sus tantas humoradas le dijo por carta a su editor, que le reprochaba contradecirse en sus textos: «lo único que puedo decirle es que yo no soy marxista». Pero la ironía de Marx no logró impedir que se siguieran acumulando disparates en su nombre, mucho más, claro está, tras su muerte en 1883.
Por ello creo importante atenerme a sus textos. Las críticas que realizó a ciertos modos de argumentar, partiendo de un punto originario mítico, que negaban la verdad del proceso histórico, denunciaba el resultado de una operación de encubrimiento, muchas veces por ignorancia, de temas que de ser explicados con claridad deslegitimarían instituciones claves del sistema de propiedad, fundamentalmente, la propiedad burguesa capitalista. En este sentido, uno de los que ha investigado el modo de producción capitalista, el profesor de Teología Moral de la Universidad de Edimburgo, Adam Smith (1723-1790), ofreció una explicación con la doctrina del valor-trabajo. Sin meternos de lleno en esta doctrina sólo enunciaré brevemente que postula que es el trabajo el origen del valor de toda mercancía, el trabajo social en todas sus formas, por lo que sin trabajo no habría agregación de valor a los materiales naturales. Si nos remontamos al inglés John Locke (1632-1704) podemos encontrar una argumentación que legitima la propiedad sólo como producto del trabajo humano:
Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores sirvan en común a todos los hombres, no es menos cierto que cada hombre tiene su propia propiedad. Nadie, fuera de él mismo, tiene derecho alguno sobre ella. Podemos afirmar también que el esfuerzo de su cuerpo y la obra de sus manos son auténticamente suyos. Por eso, siempre que alguien saca alguna cosa del estado en que la Naturaleza lo produjo y lo dejó, ha puesto en esa cosa algo de su esfuerzo, le ha agregado algo que es propio suyo; y por ello la ha convertido en propiedad suya. Habiendo sido él quien ha apartado de la condición común en que la Naturaleza colocó esa cosa, ha agregado a ésta, mediante su esfuerzo, algo que excluye de ella el derecho común de los demás.
Debemos ubicar a Locke en su época para comprender que su discurso se enuncia como defensa del hombre burgués (pequeño artesano, agricultor, comerciante, etc.) ante los abusos sobre la propiedad de parte de la nobleza. Lo sustancial de su afirmación es que el trabajo es la fuente del derecho a la propiedad, por lo que agrega:
Siendo, pues, el trabajo o esfuerzo propiedad indiscutible del trabajador, nadie puede tener derecho a lo que resulta después de esta agregación [su trabajo], por lo menos cuando existe la cosa en suficiente cantidad para que la usen los demás.
La segunda mitad del siglo XVIII será escenario del gran salto de la producción: de la artesanal a la industrial. Ese artesano al que hace referencia Locke correrá diferentes suertes: unos se convertirán en obreros asalariados de la fábrica propiedad del que se convirtió en capitalista.  Entonces, esa doctrina no tendrá cabida en las nuevas relaciones de trabajo. Por tal razón Smith, en la misma línea del pensamiento evangélico puritano, defenderá el derecho a la retribución del trabajo realizado por el valor que le incorpora ese trabajo a la mercancía. Este pensador, fallecido en 1790, no alcanza a ver los excesos que la Revolución industrial comete en la explotación de los obreros fabriles. Esto será la tarea de  denuncia de los pensadores socialistas y anarquistas.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La Doctrina Social de la Iglesia y el pensamiento político moderno XIII



La crítica del profesor Velasco Criado nos obliga a entrar en la consideración de formas alternativas de pensar la propiedad. Esto no debe ser entendido como un retornar melancólico a modelos comunitarios de las sociedades anteriores o de culturas que se desarrollaron en otro curso de la historia, como ya vimos. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII hasta el XIX en Europa se planteó el tema de la propiedad privada con debates políticos intensos. Debo decir que no lo puedo tratar acabadamente, por la extensión que supondría embarcarnos en el estudio de cómo se presentó este tema en los diversos autores. Sólo utilizare algunos de sus máximos expositores y muy brevemente para tener un primer acercamiento. Y para comenzar, es necesario decir que Carlos Marx nunca abogó por una abolición de la propiedad sin más, como lo deja aclarado en el Manifiesto Comunista de 1848:
Las condiciones que forman el régimen de la propiedad han estado sujetas siempre a cambios históricos, a alteraciones históricas constantes. Así, por ejemplo, la Revolución francesa abolió la propiedad feudal para instaurar sobre sus ruinas la propiedad burguesa. Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por otros. Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula: abolición de la propiedad privada.
Él define precisamente qué tipo de propiedad proponen eliminar y entiende que es necesario argumentar sobre la causa de tal afirmación. Por ello aclara poco más adelante:
Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia. ¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano!... Os aterráis   porque queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve décimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas nueve décimas partes!
La propiedad privada burguesa existe sobre la necesidad de la desapropiación de “las nueves décimas partes de la población”. Pocos años antes Marx había apuntado en sus cuadernos de notas, conocidos como Manuscritos de 1844, la peculiaridad con que opera el razonamiento de los economistas. «La economía política parte del hecho de la propiedad privada», equivale a decir la toma como un hecho natural de la sociedad moderna, «en realidad la describe en fórmulas generales y abstractas, que en seguida adquieren para ella valor de leyes» a partir de las cuales se sigue el estudio de la producción moderna:
No comprende estas leyes, es decir, no muestra de qué modo derivan de la esencia de la propiedad privada. La economía política no nos suministra explicación alguna acerca de la razón de la separación entre trabajo y capital.
Al no plantearse el origen del proceso que dio lugar a este estado actual de cosas en la sociedad  capitalista, como hemos vista más arriba. Por ello nos advierte:
No hagamos como el economista que, cuando desea explicar algo se coloca en un estado originario íntegramente fabricado. Esa clase de estado originario nada explica… Supone que en la forma del hecho, del acontecimiento, ya está dado lo que debería deducir de él… Así, el teólogo explica el origen del mal por el pecado original, es decir supone como un hecho, en forma histórica, lo mismo que debería explicar.
 Aguda observación y comparación de métodos por los cuales se da por cierto lo que debería ser  explicado, es decir, el origen de las cosas.

domingo, 15 de septiembre de 2013

La Doctrina Social de la Iglesia y el pensamiento político moderno XII



Es importante descubrir algunos de los mecanismos ideológicos que la sociedad occidental moderna  ha puesto en marcha para encubrir la desigual distribución del producto del trabajo social. Volvamos a Elizalde Hevia:
El capitalismo ha configurado un imaginario anclado en la creencia en la escasez como la condición dominante en el ámbito de la economía y desde allí ha contaminado todos los ámbitos de la existencia humana. Al considerar la escasez como un principio casi equivalente al principio de realidad, los seres humanos nos vemos obligados, casi compulsivamente, a acumular todo aquello que teñimos con el atributo de la escasez, y a defender lo acumulado haciendo uso de todos los recursos de los cuales disponemos. En la sociedad capitalista llega a ser considerado casi anormal o patológico el compartir, cuando la emoción del compartir fue una condición constitutiva de la evolución de nuestra condición de primates a humanos.
Mediante este mecanismo ideológico, que funcionó como fundamento de toda la ciencia económica, se logró  una invisibilización de estos importantes antecedentes. Amplios segmentos de la realidad quedaron ocultos para la percepción colectiva de todos aquellos recursos que por su naturaleza son abundantes y por los cuales los seres humanos no necesitan competir según Elizalde Hevia:
Sesgando por ende nuestra percepción de la realidad y destacando en ella únicamente aquellos recursos que por su naturaleza son escasos. De tal manera, incluso, se contagió con el atributo de la escasez a los recursos que abundan, y aún más, también a los que para crecer requieren de manera imprescindible ser compartidos. Operó de tal modo un verdadero enmascaramiento de la realidad, un proceso de ideologización y de creación de una falsa conciencia.
Es así que ante la mirada de los especialistas la economía capitalista ha logrado colonizar lo abundante transformándolo en escaso convirtiéndolo, entonces, en bienes que el mercado los transforma en visibles, por medio de la mercantilización privatizada. Desaparece la condición de bienes gratuitos y libres como modos de acceder a lo abundante, como lo era antes de ser mercantilizados. Esto no niega que haya bienes escasos, como afirma el autor, sino que desaparecen del campo de estudio económico los que no lo son, hasta que puedan aparecer como bienes transables.
Este ha sido el mecanismo institucional necesario para permitir que se llevasen a cabo aquellos cambios fundamentales en la vida social. Nos encontramos frente a la condición necesaria para el inicio y desarrollo que Elizalde Hevia define como:
Los procesos de acumulación en gran escala, y el surgimiento del capital, que se constituyó así en la más enorme fuerza transformadora de la existencia del hombre que ha operado en la historia. Ello implicaba la necesidad de producir una ruptura total de las formas de organización de la convivencia humana reguladas por la búsqueda de la simetría y la cooperación, y la violación de la escala humana en las relaciones entre los seres humanos. Esta ideología de la escasez pintó la realidad de tal modo que empujó a los hombres hacia la competencia en vez de la cooperación, al logro del lucro y del beneficio por sobre la minimización del riesgo, a la búsqueda de certezas en el tener por encima del ser.
Por su parte el Dr. Demetrio Velasco Criado, profesor de Pensamiento Político en la Universidad de Deusto[1], en Hacia una visión cristiana de la propiedad muestra su indignación por los modos ideológicos e institucionales y denuncia como se manejan conceptos y criterios legitimantes:
El derecho de propiedad privada, tal como se ejerce y legitima hoy en nuestras sociedades, es un escándalo para la razón moral. El que se pueda ser propietario de recursos ilimitados, sin graves reparos legales y morales, cuando una gran parte de la población mundial carece de lo necesario para vivir, es un hecho que refleja la “dialéctica criminal” que rige nuestro mundo. Pero, si esta situación es gravísima, no lo es menos la legitimación ideológica de la misma, que pretende presentarla como “normal” e incluso como “razonable”. ¿Cómo ha sido posible afirmar, durante siglos, que el derecho de propiedad privada es un derecho natural y sagrado al que se subordinan y del que dependen todos los demás derechos humanos, por fundamentales que sean?


[1] La Universidad de Deusto es una universidad privada regida por la Compañía de Jesús, ubicada en el distrito de Deusto de la ciudad de Bilbao y en San Sebastián, País Vasco.