miércoles, 30 de abril de 2014

La democracia en peligro X



El paso investigativo nos habilita a entrar en el siglo XX. Un ingreso nos ofrece la famosa frase “América para los americanos”, convertida en la “Doctrina Monroe”, aunque fue elaborada por el presidente John Quincy Adams (1767-1848), sexto presidente de los Estados Unidos (1825-1829). Sin embargo, la razón originaria de esta doctrina apuntaba a notificarles a las potencias coloniales europeas que los Estados Unidos no tolerarían ninguna intromisión de ellas en esta parte del planeta. Lo que en un principio parecía era una proclama anticolonialista terminó siendo un pretexto para todas las intervenciones imperialistas en el continente, desde finales del siglo XIX. La actualidad de la doctrina se percibió en una hipócrita declaración del Secretario de Estado estadounidense, John Kerry: ante la OEA dijo que "la era de la Doctrina Monroe ha terminado”. Meses atrás, el 18-4 2013, en un discurso ante el Congreso de los Estados Unidos, se había referido a América Latina como "nuestro patio trasero".
Un escritor  y analista político boliviano, especializado en la política exterior estadounidense, Juan Carlos Zambrana Marchetti, escribió el 22-4-2013 un artículo titulado ¿Por qué ofende ser llamado el patio trasero de Estados Unidos?:
La frase nos recuerda a los latinoamericanos la falsedad de la Doctrina Monroe en su pretensión de que Estados Unidos iba a proteger a Latinoamérica de los imperios europeos… Nos recuerda que Estados Unidos le añadió a su Doctrina Monroe el “Corolario Roosevelt”, con el cual se autorizó a intervenir militarmente en Latinoamérica a favor de los intereses de sus ciudadanos y corporaciones. De ese modo, “América para los americanos” pasó a ser “América para los norteamericanos”, y comenzó un período agresivo de intervención, a veces violenta y a veces velada, pero que en definitiva sometió al continente a políticas económicas abusivas que sólo favorecían a los intereses estadounidenses.
Ese intervencionismo, extendido a partir de la Segunda Guerra Mundial al resto del planeta, está escondido en las declaraciones del Secretario Kerry. Por ello, Zambrana Marchetti agrega:
Latinoamérica no quiere ser ya el patio trasero de Estados Unidos por dos razones fundamentales. La primera es por lo sensible del concepto ya que el patio trasero en Latinoamérica, en un pasado reciente, era el lugar donde la clase dominante escondía la basura, trastes viejos, y sus animales domésticos; donde vivían y trabajaban incomunicados los “criados” -versión latina del esclavo -, para que el frente de la casa pudiera mantenerse impecable para orgullo del patrón.  La segunda razón, y la más importante es que, en lo político y en lo económico, la mayor parte del continente latinoamericano ha roto ya con el esquema de dependencia de Estados Unidos y no acepta más su dominación.
Una cita más para dejar definitivamente en claro el carácter imperialista de los Estados Unidos corresponde al presidente William Howard Taft (1857-1930), que ejerció durante el período 1909-1913:
No está lejos el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen... la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro como, en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente.
Lo visto hasta acá no permite echar dudas sobre la fundamentación de las políticas del País del Norte hacia el resto del mundo. Éstas sólo se atemperaron cuando algún contendiente internacional exhibió un poder tal, que debió pensar mucho las decisiones por tomar (la Unión Soviética, antes y China, hoy).


domingo, 27 de abril de 2014

La democracia en peligro IX



El paso siguiente — es imprescindible estudiarlo— nos permitirá explicar el origen de la configuración del escenario internacional actual. Para ello, debemos hacer algo de historia, y analizar un concepto fundamental, no fácil de comprender hoy.  Sin embargo, en él radica la explicación de muchos hechos políticos de la globalización. Este concepto un tanto olvidado (¿ocultado?) es el que se refiere al Destino manifiesto de los Estados Unidos. Buscando sus primeros registros, podemos leer una expresión de la ministra puritana del siglo XVII, Sofi G. (cuyos datos no se registran en los documentos), en la época en que comenzaban a poblar la América del Norte los primeros colonos y granjeros llegados desde Inglaterra y Escocia. En su mayoría, profesaban el puritanismo calvinista. Ella escribía en 1630:
Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a entablar, legalmente, una guerra con ellos así como a someterlos.
Otra mención de ese concepto aparece en 1839, en un artículo publicado en la revista Democratic Review, de Nueva York. Su autor, el periodista John O’Sullivan, fundamenta en la misma línea argumental la necesidad de demostrar que el pueblo estadounidense estaba elegido por Dios para expandirse a lo largo de toda América del Norte:
Por todo el continente que nos ha sido asignado por la Divina Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.
Lo determinante de su posición se sostenía en el mandato divino:
No es una opción para los norteamericanos, sino un destino al que éstos no pueden renunciar porque estarían rechazando la voluntad de Dios. Los norteamericanos tienen una misión que cumplir: extender la libertad y la democracia, y ayudar a las razas inferiores… La nación americana ha recibido de la Providencia divina el destino manifiesto de apoderarse de todo el continente americano a fin de iniciar y desarrollar la libertad y la democracia. Luego, debe llevar la luz del progreso al resto del mundo y garantizar su liderazgo, dado que es la única nación libre en la Tierra.
Las ideas de este periodista no eran nuevas, pero llegaron en un momento de gran agitación nacionalista y expansionista en la historia de los Estados Unidos. Fueron adoptadas bajo esa frase que el propio O’Sullivan acuñó, el Destino manifiesto, y se convirtió en la justificación político-religiosa básica del expansionismo norteamericano. El momento de aplicar esa concepción había llegado en la disputa por los territorios mexicanos, por cuya posesión entabla una guerra con México, de 1846 a 1848. Laura Garza Galindo, periodista de investigación de La Jornada de México, escribe el 31-5-2003 sobre el “Destino manifiesto”:
La expansión territorial y la concepción imperialista de Estados Unidos se asientan en el siglo XIX. En 1803 el presidente Thomas Jefferson compra Luisiana y Florida… A lo largo de ese siglo, compran o pelean con otros países; no sólo en la propia América del Norte desplazan a sus pueblos indígenas, esclavizan o guerrean entre ellos, sino también salen a lugares lejanos y, con estrategias amigables o no, se apoderan lo mismo de Puerto Rico, que de Cuba, Panamá, Hawaii, Alaska, Filipinas, Islas Vírgenes, entre otros ejemplos… Lo esencial es que desde su origen como nación, la obsesión de Estados Unidos ha sido encontrar la perfección social mediante un triple compromiso: con la divinidad (cumpliendo con el destino impuesto por Dios), con la religión (observando una moral intachable) y con la comunidad (defendiendo su libertad, su seguridad y su propiedad). A lo largo de su historia, los políticos de esa nación han invocado el favor de Dios en sus discursos y han insistido en la ‘misión trascendente’ que tienen la obligación de cumplir.

miércoles, 23 de abril de 2014

La democracia en peligro VIII



En las páginas anteriores, he trazado un cuadro general, político, económico y cultural con breves pinceladas, para estar en condiciones de introducirnos en el objeto central de esta breve investigación. Podemos sintetizarla de este modo: las revoluciones modernas —la francesa y la inglesa del siglo XVIII— abrieron el camino que facilitaría un reordenamiento político-institucional, con la propuesta de incorporar la ciudadanía en el debate de los temas nacionales. Recuperando la vieja tradición aristotélica, el resultado de ese proceso se denominó “democracia” (de demos = pueblo; cratos = gobierno). Esta innovación de la sociedad moderna prometió un abanico de posibilidades, sostenido por los valores expresados con las tres banderas de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Sin embargo, contemporáneamente en la Inglaterra de aquel siglo, sin la posibilidad de suponer las consecuencias, se estaba promoviendo una revolución de los modos de producir, conocida después como la Revolución Industrial. Ambas revoluciones contenían en germen elementos contrapuestos que se harían sentir en el siglo siguiente. Estas contradicciones marcarían y distorsionarían los sueños libertarios que habían inflamado muchos corazones. Los movimientos de trabajadores socialistas denunciaron, en sus comienzos, estas dificultades que dos siglos después sintetizó Lester C. Thurow. Aunque  ya citadas, vuelvo a proponer la lectura de estas palabras, para comprender esta contradicción:
La democracia y el capitalismo tienen muy diferentes puntos de vista acerca de la distribución adecuada del poder y la riqueza. La democracia aboga por una distribución absolutamente igual del poder político, “un hombre, un voto”, mientras el capitalismo sostiene que es el derecho de los económicamente competentes expulsar a los incompetentes del ámbito comercial y dejarlos librados a la extinción económica. La eficiencia capitalista consiste en la “supervivencia del más apto” y las desigualdades en el poder adquisitivo.  
La comprobación de que la democracia y el capitalismo tenían una diversidad de objetivos ya estaba insinuada a comienzos del siglo XIX, y necesariamente debía dar lugar a un enfrentamiento de clases que puso en evidencia los problemas, limitaciones y mezquindades de la cultura burguesa.  La sociedad industrial no podía armonizar los modos de la democracia con los del mercado capitalista. Podemos afirmar, entonces, que la cuestión tema de la gobernabilidad propuesta por la Comisión Trilateral como un problema que emergía en la década de 1970, era, en realidad, una nueva complicación intrínseca al capitalismo, existente en su propia estructuración social desde el origen.
La democracia de fines del siglo XIX atenuó estas contradicciones y les ofreció un camino parlamentario para su tratamiento. La incorporación de representantes de los trabajadores y las leyes sociales que fueron sancionando parecieron atenuar los conflictos. Esto se producía fundamentalmente en los países centrales. Sin embargo, una instrumentación del comercio internacional, basado en la división internacional del trabajo, logró la extracción de riquezas que fluirían hacia ellos. Estas atenuaron los reclamos salariales pero agudizaron la explotación de los países de la periferia.
Las dos grandes guerras hicieron olvidar y postergar el análisis de esta problemática. A partir de los cincuenta, como ya hemos analizado, el Estado de Bienestar fue un buen paliativo que logró metabolizar el problema por tres décadas (los treinta gloriosos). Las siguientes colocaron nuevamente el tema sobre la mesa del análisis político y económico, visto en páginas anteriores.
Ahora estamos en mejores condiciones para abocarnos a la investigación sobre cómo fue evolucionando el tratamiento de este problema y de cómo se ha propuesto resolverlo desde las usinas del pensamiento neoconservador. Comencemos a pensar el porqué del título de estas notas que denuncian el peligro corrido hoy por la democracia: ésta ya no es funcional a los intereses del capital concentrado, puesto que se ha llegado al convencimiento de que la contradicción entre sociedad democrática y sociedad de mercado (capitalismo) es insoluble en los términos actuales.

domingo, 20 de abril de 2014

La democracia en peligro VII



Quiero continuar en el análisis de esos modos y conceptos — aparentemente neutros, utilizados por Wikipedia en la descripción del proceso globalizador—, que pueden encontrarse en las diversas formas publicadas  que circulan en las instituciones ya mencionadas (academias, universidades, centros culturales, etc.). Este modo de apariencia ingenua, propuesta y fundamentada por la intelectualidad de los países centrales, es reproducido en las naciones dependientes, por lo general, sin una mirada crítica de sus consecuencias. Agrego, incorporando la reflexión crítica, que el vocablo “globalización” debería ser utilizado como verbo; no, como sustantivo: el verbo exige el uso de la persona gramatical involucrada en la acción descripta. Este acto acarrea la necesidad de la pregunta: ¿Quién globaliza? ¿Quién es globalizado? De este modo, la globalización pierde su aparente condición de fuerza telúrica, cósmica, climatológica o de fuerza histórica neutra, y deja en claro cuáles son los intereses ocultos tras este modo de presentarlo. Continuemos leyendo y pensando la definición propuesta por la página consultada:
En lo económico, se caracteriza por la integración de las economías locales en una economía de mercado mundial, donde los modos de producción y los movimientos de capital se configuran a escala  planetaria (Nueva Economía). Así, cobran mayor importancia en el rol de las empresas multinacionales y la libre circulación de capitales, junto con la implantación definitiva de la sociedad de consumo.
El ordenamiento jurídico también siente los efectos de la globalización y se ve en la necesidad de uniformizar y simplificar procedimientos y regulaciones nacionales e internacionales, con el fin de mejorar las condiciones de competitividad y seguridad jurídica, además de universalizar el reconocimiento de los derechos fundamentales de la ciudadanía.
En lo cultural, se caracteriza por un proceso que interrelaciona las sociedades y culturas locales con una cultura global (“aldea global”). Al respecto, existe divergencia de criterios sobre si se trata de un fenómeno de asimilación occidental o de fusión multicultural.
Se presenta como una integración de las economías; sin embargo, los términos y las reglas de esa integración se debaten en el seno de la Organización Mundial del Comercio, en la cual imperan los intereses de las multinacionales. La libre circulación de capitales está avalada por dos instituciones financieras: Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional. Nos ha tocado padecer sus planes, y hoy demuestran con toda claridad lo que pretenden en Grecia, Italia, España, etc.
 Menciona la universalización de los derechos de la ciudadanía: nos preguntamos, entonces, “¿Se incluye a los inmigrantes maltratados y expulsados de los países centrales”? Asimismo, agrega que este proceso de integración exige uniformizar y simplificar procedimientos para esos logros. Y respecto de la cultura, no queda claro si es una actitud imperial del Occidente capitalista o una fusión multicultural, lo que parece un debate libre, aunque siempre bajo el predominio de la cultura moderna noratlántica.
El artículo termina con una consideración sobre cómo debe calificarse todo este proceso globalizador: la valoración positiva o negativa de este fenómeno, o la inclusión de definiciones alternas o características adicionales para resaltar la inclusión de algún juicio de valor, pueden variar según la ideología del interlocutor. Esta consideración se debe al gran entusiasmo despertado por el fenómeno globalizador en algunos sectores; en otros, ha despertado un profundo rechazo (antiglobalización), aunque también se han manifestado posturas eclécticas y moderadas.
Dejo aquí expresado que no le atribuyo mala intención al artículo de la enciclopedia internética. Sólo intento subrayar la actitud ingenua y no comprometida con que aborda sus análisis, actitud  no ajena a muchos académicos y profesores universitarios.

miércoles, 16 de abril de 2014

La democracia en peligro VI



Me he detenido en estas consideraciones, porque nos permitirán comprender mejor la distinción propuesta más arriba por el doctor Denis de Moraes, respecto de ese modo de pensar las dimensiones componentes de toda cultura, más técnicamente una estructura social, como partes con cierta autonomía. El desarrollo de los procesos económico-financieros de la sociedad global no ha dado necesariamente, como resultado, iguales formas culturales, ideológicas, políticas. Por el contrario, la pretendida homogeneización ha provocado una serie de estallidos de las particularidades regionales de los pueblos en queja por la política cultural impuesta desde los centros de poder.
Un ejemplo a mano puede ser analizado en la experiencia histórica de la Comunidad Europea. Los diversos países europeos y sus formas de vida y pensamiento han resistido esa intención defendiendo sus perfiles propios; y hoy asistimos a una exigencia de liberación de algunas autonomías dentro de las viejas naciones. Aunque la Comunidad Europea se maneje con los mismos cánones, instituciones y normativas, la vida de sus pueblos se diferencia de acuerdo con sus historias: no es el mismo modo de pensar el de un italiano que de un alemán, aunque las reglas del régimen económico sean muy semejantes. Afinando más el análisis, se podrían percibir las diferencias entre un italiano del norte y otro del sur.
Definido esto, podemos avanzar en el análisis de los procesos democráticos, sus dificultades y limitaciones  ante el poder concentrado de los intereses internacionales que han diseñado un proyecto de avasallamiento de las culturas nacionales, presentado como la globalización. La cantidad de libros, artículos en revistas especializadas, notas en los medios de comunicación, a los que hay que agregar los estudios académicos filtrados en la enseñanza secundaria y universitaria, predicaron que este proceso era el resultado de las fuerzas económico-sociales del desarrollo de la historia de la humanidad. El hombre nada había hecho, ni podía hacerlo, para provocarlo o evitarlo. Se había llegado a la superación de las  fronteras que dividían artificialmente a los hombres. El mundo ya era una sola aldea global.
Propongo, entonces, la lectura que Wikipedia nos ofrece sobre este tema:
La globalización es un proceso económico, tecnológico, social y cultural a escala planetaria que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo uniendo sus mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un carácter global. La globalización es a menudo identificada como un proceso dinámico producido principalmente por las sociedades que viven bajo el capitalismo democrático o la democracia liberal, y que han abierto sus puertas a la revolución informática, llegando a un nivel considerable de liberalización y democratización en su cultura política, en su ordenamiento jurídico y económico nacional, y en sus relaciones internacionales. (subrayados de RVL)
Me permití destacar algunos conceptos que es necesario analizar: habla de unir los mercados —lo que parece un avance de la integración— y afirma después que el proceso fue producido por el capitalismo, lo cual debe ser leído como el interés de los países centrales que, no ingenuamente, intentan ocultar sus modos imperiales de manejarse en el escenario internacional.
El problema de la cultura o imaginario social, analizado antes, debe ser incorporado ahora para preguntarnos por el cómo se presenta hoy la dominación de los países centrales, en una etapa anterior conocida como colonialismo, ahora como una forma global, incorporante, una agregación de pueblos a un concierto polifónico. ¿Es esto así? ¿Es una simple anexión de características articuladas con sus individualidades a un todo orgánico? O, por el contrario, ¿es un nuevo modo del sometimiento mucho más sutil, refinado, que dificulta su detección?