domingo, 29 de junio de 2014

El capitalismo y la felicidad humana IX



Me resulta muy interesante seguir la línea de sus investigaciones y las conclusiones a las que llega. Además, es un buen ejemplo en el que podemos encontrar cómo el modo de plantear el problema lo va acorralando hasta llegar a un punto en el cual encuentra con lo que en realidad debía saber desde el comienzo. Tal vez pueda sorprender lo que estoy aseverando, por ello presento la siguiente lectura de su pensamiento:
Leí a Bentham durante mis estudios de grado y me pareció desde entonces obvio que las mejores sociedades son aquellas en las cuales la mayor cantidad de gente posible es más feliz y que, por ende, las políticas públicas deberían estar diseñadas para lograrlo. Estudié economía porque creo que es la única disciplina que piensa en términos de los beneficios que pueden obtenerse si uno hace una cosa en vez de otra, pero siempre me pareció muy limitada la visión que ofrecía respecto de qué hace a la gente feliz. Sin embargo, recién en estos últimos años, cuando tomé contacto con los avances en la neurología, todo me cerró, porque ahora se encontró el área del cerebro en que la gente experimenta la felicidad, y el concepto de electromagnetismo de esas zonas está directamente relacionado con lo que la gente dice respecto de sentirse o no feliz. Por fin podemos pensar en la felicidad como un fenómeno objetivo y estudiarlo en términos de políticas públicas. (subrayado RVL)
Detengámonos en los subrayados que propongo: está investigando la felicidad de la gente dentro de la ciencia económica, siendo ésta la ciencia que se especializa en los modos de lograr el mayor lucro posible para el capital invertido. Es la única disciplina que piensa en términos de beneficios, pero no dice qué se entiende por beneficios, lo cual deja en suspenso un tema que no cuestiona. Por lo que conserva el sentido burgués: beneficio=más dinero.
Su gran hallazgo es la neurología que le suministra el saber en qué parte del cerebro se aloja la sensación de felicidad. Pero la sensación es la recepción de un estímulo exterior; según el diccionario de la Academia: «Impresión que las cosas producen por medio de los sentidos». Con lo cual, al parecer, se cierra el circuito de su razonamiento: el cerebro se excita ante una sensación satisfactoria producida por un aumento en la cantidad de dinero recibido. ¡Albricias! ¿Es necesario hacer una investigación científica para descubrir en el marco de la sociedad burguesa lo que cualquier ciudadano de a pie le hubiera respondido a nuestro investigador?
Sin embargo, como él mismo afirma según sus investigaciones empíricas, cuando la distribución del dinero supera el límite de las necesidades básicas y se empieza a igualar el nivel de ingresos, agregar más dinero no va acompañado por un aumento de la satisfacción (sugiero volver a leer la cita de la nota anterior). Entonces lo que satisface es la diferencia en más respecto de un otro ¿esto es la felicidad? En todo caso es la que ofrece la cultura competitiva individualista burguesa.
Tal vez, unos datos biográficos nos permitan comprender mejor cómo y por qué Richard Layard piensa de este modo. Nuestro investigador es en realidad Peter Richard Grenville Layard - Baron Layard, de Highgate en el distrito londinense de Haringey, miembro de la Cámara de los Lores del Reino Unido. ¿Qué nos dice esto? En mi opinión, sometiéndome al riesgo de la crítica de los buenos lectores, diré: piensa desde su cómoda aristocracia y su necesaria distancia de clase respecto de las conductas del ciudadano burgués, desde donde investiga y saca conclusiones: el valor superior que ofrece la felicidad es el dinero.

miércoles, 25 de junio de 2014

El capitalismo y la felicidad humana VIII



Hemos llegado al momento de esta investigación que reclama el segundo tema del título, la felicidad humana, y su derecho a ocupar un espacio adicional a lo dicho en páginas anteriores. No se me escapa — convencido de que me acompaña el ciudadano de a pie— que el abordaje se ve entorpecido por la cuantiosa bibliografía sobre la new age y la autoayuda personal, que se sumergen en propuestas de soluciones individuales.
En el contexto de las reflexiones manifestadas, la intención apunta hacia las condiciones socio-institucionales y/o culturales y/o educativas, todo ello en su acepción más amplia, que posibilitan una vida vivible y satisfactoria para muchos o que la impiden. La indagación sobre el capitalismo aportó una serie de preguntas y de posibles respuestas que intentaron desbrozar el camino hacia planteos superadores de los escollos encontrados.
En otro trabajo mío ya citado: La subjetividad posmoderna y el buen vivir[1], el tema de la felicidad aparece estrechamente ligado al buen vivir, que debe ser diferenciado del proyecto burgués del vivir bien: la armonía y la paz interior no son compatibles con la idea del confort que se adquiere en el mercado. También allí me hice cargo de las dificultades con las que la vida moderna nos obstaculiza ese logro. Es decir, la propuesta de los pueblos originarios parte de un marco cultural comunitario muy lejano de nuestras condiciones actuales sumergidas en una cultura consumista. Dentro de ella, la felicidad se presenta como la posibilidad de comprar todo lo deseable, sin reparar en la incidencia condicionante del aparato publicitario que nos bombardea.
Sin embargo, dentro del tipo de vida en la que se desenvuelve nuestra cotidianeidad, debemos intentar saber qué tipo y cuánto de felicidad es posible alcanzar. Y en estos menesteres se halla Richard Layard[2] (1934), economista egresado de la Universidad de Cambridge, profesor emérito de Economía y director- fundador del Centro para la Performance Económica. Parte de una conclusión muy lógica: «El objetivo último de la economía y de la política de cualquier país decente debería ser el trabajar en pro de la felicidad de sus habitantes». Uno puede pensar que hay un grado importante de ingenuidad en semejante afirmación, salvo por el uso del condicional: debería, implícitamente sugerente de que no se manifiesta así en la actualidad.
Tal y como sostiene en su libro La felicidad: lecciones de una nueva ciencia (2005), el progreso de la felicidad nacional debería considerarse un objetivo político, estudiado y evaluado tan concienzudamente como el crecimiento del PIB. En este libro, cuenta cómo, por primera vez, se puede medir la felicidad de una población de una manera objetiva. Afirma con un algo de ironía «Los resultados de décadas de encuestas y escaneos cerebrales muestran que, una vez pasado el nivel de subsistencia, lo que nos importa de verdad es si el pasto del vecino es más verde que el nuestro». De esas investigaciones observa lo siguiente:
Obviamente, para quienes viven con menos del sueldo mínimo un aumento en el ingreso contribuye a la felicidad. Lo vemos en los países pobres y vemos también que los países ricos son más felices que los pobres. Pero una vez que se supera ese punto, lo que la gente quiere es un mayor ingreso en comparación con los demás. Esto significa que si el país entero se vuelve más rico, no aumenta la felicidad de sus habitantes porque todos se volvieron más ricos y entonces no aumenta su ingreso relativo. Tenemos muchísima evidencia empírica que lo prueba, como las encuestas donde la gente declara cuán contenta se siente y que podemos cruzar con los datos respecto de su ingreso y el ingreso de su vecindario, su ocupación y todo lo necesario para ver qué es y qué no es importante.


[1] Se puede consultar en la página www.ricardovicentelopez.com.ar .
[2] Economista británico, director de programas del Centro para el Desempeño Económico de la London School of Economics. Su carrera se centró en la reducción del desempleo y la desigualdad.

domingo, 22 de junio de 2014

El capitalismo y la felicidad humana VII



Adopto, del doctor Jorge Beinstein, una segunda caracterización del estado actual del sistema-mundo[1]  Se trata de otra personalidad académica, cuyos antecedentes hablan por sí mismos: Doctor de Estado en Ciencias Económicas, por la Universidad de Franche Comté, Francia; especialista en Pronósticos Económicos, consultor de Organismos Internacionales y Gobiernos de varios países. Dirigió numerosos programas de investigación y fue titular de cátedras de Economía Internacional y Prospectiva, tanto en Europa como en América Latina. Actualmente, es profesor titular de las cátedras libres Globalización y Crisis, en las universidades de Buenos Aires y Córdoba (Argentina).
Este reconocido intelectual publicó un extenso artículo, Convergencias. Origen y declinación del capitalismo (mayo de 2013), cuya caracterización no permite dudas sobre la situación actual:
Hacia el final de su recorrido histórico el capitalismo se vuelca prioritariamente hacia las finanzas, el comercio y el militarismo en su nivel más aventurero “copiando” sus comienzos cuando Occidente consiguió saquear recursos naturales, sobreexplotar poblaciones y realizar genocidios acumulando de ese modo riquezas desmesuradas con relación a su tamaño lo que le permitió expandir sus mercados internos, invertir en nuevas formas productivas, desarrollar instituciones, capacidad científica y técnica. En suma construir la “civilización” que llevó Voltaire a señalar: “la civilización no suprime la barbarie, la perfecciona”. La decadencia del mundo burgués imita en cierto modo a su origen pero no lo hace a partir de un protagonista joven sino decrépito y en un contexto completamente diferente: el de la gestación era un planeta rico en recursos humanos y naturales disponibles, virgen desde el punto de vista de los apetitos capitalistas, el actual es un contexto saturado de capitalismo, con fuertes espacios resistentes o poco manejables en la periferia, con numerosos recursos  naturales decisivos en rápido agotamiento y un medio ambiente global desquiciado.
Su diagnóstico es terminante. A partir de sus conclusiones, nos exige comprometernos con las denuncias y de la perspectiva desprendida de este cuadro de situación, al que podemos agregar una trascendencia posible hacia un futuro. Llegados a este punto de nuestra investigación y una vez admitido el escenario que enfrenta la comunidad global, en el que nos estamos haciendo cargo de la situación que desafía a la comunidad humana global, debemos interrogarnos: ¿tiene sentido hablar de felicidad, o es un modo de «meter la cabeza bajo tierra, como el avestruz».
Tal vez sea necesario, entonces, discernir qué decimos con la palabra “capitalismo”. El siglo XX vivió dentro del debate de sistemas contrapuestos que pintaban el escenario internacional en blanco y negro. Ello no contribuyó con una reflexión política más profunda que distinguiera, por una parte, más de una experiencia histórica dentro del polo del denominado “capitalismo”. Por otra, había más de una experiencia, dentro del otro polo, de lo conocido como el “campo socialista”. Esta complejización conceptual habilitaba a descubrir alternativas sociopolíticas que repintaban el escenario internacional con la variada gama de los colores existentes en las particularidades culturales.
La rigidez y la pobreza analítica del esquema anterior presentaba dos cuadros contrapuestos y excluyentes: un capitalismo liberal, devenido luego capitalismo salvaje, y un socialismo burocrático, convertido en capitalismo de Estado. Ejemplo presente de esta pobreza conceptual es el caso de China y Cuba: sometidas a una revisión del sistema institucional para dar respuesta a las necesidades de su proceso, se las comienza a considerar como retrogradaciones hacia el capitalismo de mercado. En lenguaje de las izquierdas, según dicen los manuales, una traición a la Revolución Socialista; según la mirada del liberalismo capitalista, un reconocimiento del fracaso socialista.
La dificultad de no contar todavía con un bagaje analítico más fino y preciso, más la chatura del tratamiento de estos temas en los medios concentrados, dejan al ciudadano de a pie desconcertado y próximo al escepticismo. La decadencia estructural evidenciada por los académicos consultados admite una denuncia clara; pero no, un lenguaje esperanzador. El siguiente atrevimiento forma parte del intento de desplegar las conciencias hacia un futuro mejor. Ciertamente la esperanza reside en la sabiduría del pensamiento indo-hispano-latinoamericano.


[1] Esta categoría de pensamiento es un aporte del académico estadounidense Immanuel Wallerstein (1930); fue Director de Estudios Asociados en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (École des Hautes Études en Sciences Sociales) en París, y fue Presidente de la Asociación Sociológica Internacional.

miércoles, 18 de junio de 2014

El capitalismo y la felicidad humana VI



Los debates y las investigaciones del Club de Roma continuaron. En 1992, veinte años después de la publicación original del informe sobre Los límites del crecimiento,  se publicó una nueva versión  a la que se le incorporaron nuevos datos y nuevas conclusiones, su título adquirió un tono de mayor gravedad: Más allá de los límites del crecimiento, en la cual se afirmaba que «la humanidad ya había superado la capacidad de carga del planeta para sostener su población». Veintidós años después, en el 2004, se publica la versión más actualizada e integral que recuperaba las dos versiones anteriores, con un título que parecía demostrar bastante cansancio: Los límites del crecimiento: 30 años después:
En esta publicación se aborda la discusión sobre el imparable crecimiento de la población mundial, el aumento de la producción industrial, el agotamiento de los recursos, la contaminación y la tecnología. Entre otras cosas se  señala que: no puede haber un crecimiento poblacional, económico e industrial ilimitado en un planeta de recursos limitados. En 2012 se edita en francés el libro Les limites à la croissance (dans un monde fini), última edición de Los límites del crecimiento. En esta edición los autores disponen de datos fiables en numerosas áreas (el clima y la biosfera, en particular), según los cuales ya estaríamos en los límites físicos. La conclusión por tanto es menos polémica y los autores no tienen ningún problema para mostrar, mediante el instrumento de la huella ecológica, que el crecimiento económico de los últimos cuarenta años es una danza en los bordes de un volcán que nos está preparando a una transición inevitable. Además se dedican dos capítulos para proponer posibles transiciones que deben ser rápidas, apoyados en ejemplos, para evitar el temido colapso. Los autores destacan la importancia de las inversiones que tendrán que comprometerse con la necesaria transición hacia una sociedad que consuma recursos sostenibles.
Después de hacerse cargo de toda esta información se presenta el riesgo de caer en un escepticismo incurable. Pero no debe ser esa la actitud a asumir. Ello demostraría una inconciencia fatal y una voluntad de suicidio colectivo (de lo cual ya aparecen síntomas claros) aunque todo esto funcione en un nivel profundo de nuestras conciencias, esa negación nos posibilita seguir, como pronostica un viejo dicho “seguir bailando en la cubierta del Titanic”.
Una reflexión necesaria en este punto requiere volver con una mirada crítica sobre el contenido del importante y meduloso informe del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Corro con todos los riesgos de que un lector atento ponga en duda mi capacidad y calificación para osar tan temeraria aventura, sobre todo dada la importancia y prestigio de la institución que lo realizó. Diré, con la modestia que pueda estar a mi alcance, que creo que sólo con una actitud emancipadora de los saberes dominantes se podrá abrir un camino que, sin ignorar de ningún modo los datos de los Informes, abra una brecha por la cual vislumbrar una alternativa posible.
En este punto voy a introducir en el ruedo a Mateo Aguado cuyos avales de académico e investigador me cubren en esta osadía. Es Licenciado en Biología por la Universidad Complutense de Madrid (UCM); Maestría Universitaria en Cambio Global por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo; Maestría en Medio Natural, Cambio Global y Sostenibilidad Socio-ecológica por la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA); e Investigador del Laboratorio de Socio-Ecosistemas de la Universidad Autónoma de Madrid. Nos encontramos con la opinión de un especialista quien publicó un artículo que tituló Algunas ideas sobre capitalismo e indignación (febrero 2013) ante el cual debemos tomar nota que introduce un concepto en el análisis que no aparece en el Informe del MIT: capitalismo:
No sólo estamos ante una crisis económica, financiera, social y ecológica, sino que nos encontramos fundamentalmente ante la crisis sistémica del capitalismo, un modelo cuya única razón de ser es el crecimiento económico ilimitado y el consumo social en masa que lo alimenta. Somos seres finitos que vivimos en un planeta finito. Rescatar la lógica de nuestra finitud acomodando nuestras acciones a las leyes de la termodinámica y a la biosfera en la que habitamos significará -más pronto que tarde- romper con el predador sistema que hemos engendrado.