domingo, 27 de julio de 2014

El capitalismo y la felicidad humana XVI



 Debo dirigirme ahora directamente a ese tipo de lector que he bautizado, sin mucha originalidad siguiendo un modo de referirse a él utilizado por otros autores: el ciudadano de a pie. Yo pongo en él la representación de millones de buenas personas honestas, sencillas, trabajadoras, que están en cierto modo encerradas dentro de una mentalidad tradicional, por ponerle un nombre bastante ambiguo pero que creo expresa un estado de la conciencia colectiva caracterizada por: a.- un apego a la verdad del sentido común; b.- ese modo de pensar acepta lo que se dice por lo que hoy se han convertido en los medios de comunicación concentrados, fuente de información de sus padres y abuelos; c.- se mantiene prudentemente alejado del pensamiento crítico porque éste representa un cuestionamiento al marco cultural que sostiene su visión del mundo; d.- ha sido educado por el sistema institucional que le ha brindado un cimiento sólido y creíble que define su posición ante el mundo.
Nada de ello está dicho como un menosprecio de su modo de ser, pretende mostrar las líneas generales que definen el pensar del ciudadano medio. Éste se muestra perturbado ante temas que ofrezcan una versión alternativa que pueden presentárseles como anticapitalistas (o hasta comunistas), ateas, irreverentes, atentatorias contra el orden establecido. El problema es que algo de esto es verdad, pero no con la valoración que esa conciencia media hace de esos modos de pensar. Él puede ser consciente de que este mundo es inequitativo, que la justicia no parece ser la norma y que el poder se ejerce en beneficio de los más ricos. Pero todo ello es una desviación moral de un sistema deseable y aceptado, basado en la libertad como valor superior. Aunque él puede aceptar que siguen faltando las otras dos banderas de la Revolución democrática: la igualdad y la fraternidad, pero no está seguro de que sean posibles de obtener en esta vida.
Entonces debo recordarle que esta investigación se apoyó en dos columnas: el capitalismo como marco cultural de esta etapa del mundo y en la felicidad humana como meta deseable para todos los habitantes del planeta. Creo que he podido mostrar las inconsistencias de un planteo que incluya esa búsqueda dentro de un sistema que concentra la riqueza y que, por consiguiente, distribuye mal.
Terminé la nota anterior con una afirmación: «¡hay que diseñar y promover otro tipo de desarrollo!» pero esto no deja de ser más que un buen deseo. Si le preguntamos a Aguado ¿cómo debe ser ese desarrollo? Nos contesta:
Pues un desarrollo poscapitalista, centrado en la felicidad de todos los seres humanos y en el respeto hacia la naturaleza (nuestro hogar al fin y al cabo). Es decir, un desarrollo más similar al que propone Bután que al que apunta el mundo occidental. No cabe duda de que esta propuesta es un referente a seguir en aras de dibujar otro tipo de sociedades y otro tipo de prioridades políticas. No cabe duda de que la iniciativa es muy interesante. Veremos si en los próximos años Bután logra sus objetivos o si, por el contrario, los empujes de la globalización neoliberal alcanzan sus fronteras y acaban por diluir su interesante cultura y cosmovisión de la vida en la peligrosa amalgama homogeneizadora del capitalismo.
Ante este camino que parece desembocar en un abismo, no hay en los tiempos cercanos alternativas viables. ¿Es esta una afirmación pesimista? Creo que no, pero siendo realista la afirmación anterior debe ser dada por válida, con la condición de que tomemos conciencia de que las soluciones exclusivamente estructurales así lo muestran. Si reconsideráramos los sabios consejos aristotélicos, debidamente actualizados y adaptados a un mundo finito, cada uno de nosotros debería comenzar a vivir dentro de la frugalidad, la moderación, la sobriedad que la finitud que la Tierra nos impone, dando cabida a la mayor parte de nuestros contemporáneos. Aparecerían entonces las dos banderas faltantes: trabajar por la igualdad privilegiando a los más necesitados, abriendo así el camino de la fraternidad (la otra bandera).
Descubriríamos que esa felicidad tan esquiva empieza a presentársenos como recompensa de una vida de servicio. Rabindranath Tagore[1] (1861-1941) dijo poéticamente: «Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría». La felicidad que se nos presenta  como inalcanzable en el mundo actual puede comenzar a formar en nuestro interior si nos convertimos en constructores de ese mundo que anhelamos.
Es posible que el ciudadano de a pie esperara algo más concreto, más tangible e inmediato. Es posible que lo haya desengañado. Pero creo que la felicidad no se conquista prontamente y de una vez para siempre, es un largo camino que dura toda la vida. A la felicidad hay que merecerla y ello conlleva una prolongada preparación. Es posible y está al alcance de la mano de todos nosotros. Hay muchos obstáculos. Sin embargo en vencerlos radica parte de su logro.
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[1] Fue un poeta bengalí, filósofo convertido al hinduismo, artista, dramaturgo, músico, novelista y autor de canciones que fue premiado con el Premio Nobel de Literatura en 1913.

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