miércoles, 27 de agosto de 2014

IX.- La realidad y la versión periodística



Espero que los análisis realizados hasta ahora hayan arrojado una luz suficiente sobre un tema altamente complejo. Sin embargo, creo que todavía persisten algunas oscuridades. Después de este avance de la conciencia colectiva, el periodismo ha comenzado a adaptarse al nuevo escenario y, como consecuencia de ello, la palabra “objetividad” no aparece con tanta frecuencia, ha sido reducida al ámbito de lo que se ha dado en llamar “la crónica de los hechos”.
Crónica es el tipo de texto que debería utilizar un periodista para trasmitir lo que ha sucedido, ubicándolo dentro de un desarrollo ordenado de los hechos, respetando el tiempo y el espacio adecuado sobre lo que se está narrando. Se supone que ha dejado de lado las conjeturas o análisis y sus opiniones al respecto. Esto podría entenderse como información.
Una mirada atenta a lo que se nos ofrece como crónica nos permite detectar que se está encubriendo todo lo que se niega bajo la apariencia inocente de la crónica, aun aceptando la hipótesis de que el cronista crea que está prescindiendo de todo sesgo en la información. La palabra “crónica” tuvo un uso especial en la antigüedad, para referirse a los relatos que respetaban el orden temporal de los hechos, a pesar de que en ellas no faltaban las exageraciones y las fantasías. Parece que nuestros periodistas quedaron impresionados por la posibilidad que esto brindaba. Debe señalarse en este sentido, como para descargar del cronista parte de las culpas, que sus jefes piensan más en vender que en informar. De allí la importancia de la “primicia”, como si esto le otorgara mayor valor a la información, cuando sólo es la demostración de la competencia en el mercado entre empresas preocupadas por facturar.
La falsa importancia de la “primicia” ha empujado al cronista a informar sin revisar la fuente de sus datos ni contraponerlas con otras fuentes. De este modo, se ha perdido confiabilidad en la veracidad de lo que se informa. El ritmo de la información por la “necesidad” de ser el primero, agregado al vértigo de la cascada de datos trasmitidos, han acostumbrado al consumidor, en muchos casos —aunque cada vez son menos— a no dar importancia a la “verdad de lo informado”, y a aceptar que lo que hoy es “urgente e importante”, horas después ha desaparecido del escenario sin la menor explicación, tapado por lo próximo “urgente e importante”. La evanescencia de las cosas significativas ha banalizado de tal modo el valor de la información que ésta va cayendo en un lento descrédito. Esto no ha provocado todavía la crítica y el rechazo público, pero alguna forma de incredulidad se va posesionando de la conciencia pública.
Por la complejidad de la realidad actual, todo este juego se torna intrincado y de difícil acceso. La impronta mercantil de las empresas de información subordina el relato sobre los hechos a la necesidad de ser el que los muestra del modo más impactante posible. Tanto la prensa escrita como la radio y la televisión recurren a artilugios que atraigan la mirada del consumidor hacia aquello que impresiona en el momento, aunque poco después quede desvirtuado por otros datos que desmientan lo que se ha dicho. Tiene poca importancia ese resultado, porque se parte de la convicción de que ese público seguirá consumiendo lo que se ha convertido de información en entretenimiento. El mundo estadounidense ha creado una palabra para denominar a esta actividad: infoentertainment, ya aparecida en el léxico de los analistas en su traducción  castellana, “infoentretenimiento”.
Como señala el profesor Javier del Rey[1], doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid:
El entretenimiento como recurso mediático está caracterizado por una progresiva banalidad, cada vez más caótica en contenidos y formas, no se promueve los contenidos informativos sino la apariencia informativa, buscando sólo una recreación de la realidad, con un fin espectacular y lucrativo, ajeno al interés general. Asimismo, el afán de entretenimiento y de captación de audiencia de ciertos periodistas estrella puede provocar el abuso de fuentes anónimas (o insuficientemente identificadas) con informaciones basadas a veces en documentos inventados; en vez de verificar y contrastar y, por el contrario, fiarse de fuentes parciales, insuficientes o meramente manipuladoras.


[1] Es Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra y Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de Comunicación Política y Teoría General de la Información en la Universidad Complutense de Madrid.

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