domingo, 28 de septiembre de 2014

XVIII.- Concentración mediática = Homogeneidad



Javier Ortiz comienza a sacar conclusiones sobre el proceso descrito. La importancia de lo puesto en evidencia —aunque no sean datos muy novedosos y mucho de ellos ya son sabidos—, el orden sistemático con respecto a la exposición abre un caudal muy grande para desentrañar un tema tan enmarañado. Esto no es inocente, su complejidad está en razón directa de la dificultad de saber lo más importante sobre ellos:
Esta enorme concentración de las principales fuentes de información conduce necesariamente a una equivalente homologación de los periódicos que se elaboran con ellas. Y, si bien las grandes agencias acostumbran a utilizar un estilo de redacción aséptico, sin valoraciones explícitas ni adjetivaciones, es obvio para cualquier persona avisada que la propia selección de lo que se considera noticia y los aspectos que se resaltan dentro de ella constituyen un filtro condicionante de las valoraciones que cada periodista y cada medio de prensa en concreto, y finalmente cada persona que lee, pueden establecer con relación a los hechos relatados.
Quien haya seguido estas notas recordará que al analizar el concepto de “objetividad” hice notar que en la simple selección de lo que se va a informar y lo que no lo merece hay ya criterios valorativos. Es lo que está diciendo nuestro conferencista. El proceso de filtrado llevado a cabo en las pocas agencias internacionales define qué es lo que se puede saber y qué no debe informarse. Esto nos permite comprender por qué pocas agencias de noticias —como TeleSur, en América del Sur, cadena de televisión que promueve la integración latinoamericana y el Caribe, transmitiendo las 24 horas, y Al Jazeera, principal canal de noticias del mundo árabe y uno de los más importantes del mundo—, informan de sucesos que no existen para las grandes agencias.
Sin embargo, se ha dado otro paso que homogeneiza aún más el sistema informativo:
Hoy en día han cobrado gran importancia también los servicios llamados “sindicados”, que son agencias dedicadas a proporcionar, a los periódicos, pequeños artículos de análisis, columnas de opinión y  hasta editoriales, por extraño que esto último pueda parecer. Un gran número de periódicos locales se abastecen así hoy en día de opinión homogénea servida desde los grandes centros opinantes.
Por último, Ortiz pasa a revisar el proceso de la concentración de la propiedad, sobre el que ya hemos leído algo:
El proceso global de uniformización de la prensa diaria, y de los medios de comunicación, en general, viene dado por la importante concentración de la propiedad que ésta ha experimentado a partir de los años 70, pero muy especialmente en la década de los 90. En el mundo actual, la tendencia principal, en el terreno de los medios informativos, es la marcada por la constitución y el reforzamiento de los grandes emporios multimedia. Hablo de empresas que publican varios periódicos y revistas, que tienen canales de radio y televisión, productoras y distribuidoras de cine, editoriales de libros y sellos discográficos... Empresas que, en la actualidad, trabajan también en el mundo de la telefonía, de las comunicaciones por satélite, de la informática... Lo más frecuente es que esos poderosísimos tinglados se formen no por expansión del mercado, sino a través de un proceso de concentración de la propiedad previamente existente: las empresas mayores van absorbiendo empresas menores y se fusionan entre sí. Lo cual tiene dos efectos, y ambos extraordinariamente perversos.
El mundo global se ha apoyado en la mercantilización de todo objeto que pasa, necesaria y obviamente, por el mercado. Esto ha convertido la información en una mercancía más que, como toda mercancía, queda a disposición del “mejor postor”. Dice Ortiz:
De un lado, conduce a la reducción progresiva del pluralismo informativo y de la variedad de líneas de opinión. Estas empresas ponen a nuestra disposición, sin duda, una oferta enorme, pero sólo en cuanto al envoltorio: el contenido ideológico-político final es siempre el mismo. Es el mismo “autor último” el que se encarga de todo: de elaborar productos cultos para el público culto y productos basura para la gran masa; de dar deportes al que quiere deportes y cine al que desea cine... Incluso pueden escenificar un falso pluralismo: nada les impide, por ejemplo, elaborar mercancías de elevada religiosidad y, a la vez, porno duro. El mercado se compone de muy diversos sectores y ellos los van atendiendo uno a uno, sacando provecho de las necesidades de cada cual. Pero sus opciones ideológicas y políticas, explícitas o latentes, son invariablemente las mismas. Este efecto perverso se ve multiplicado por otro: la concentración de la propiedad conduce también inevitablemente a la oficialización de los grandes consorcios de la comunicación.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

XVII.- Las fuentes de información



En las notas precedentes hemos estado analizando los diferentes factores que inciden sobre el contenido posible de un periódico, aunque, como hemos visto, esto se repite en los otros medios: radio y televisión. Los periodistas, profesionales de la información, trabajan para un público que, en su gran mayoría, espera recibir un mensaje ideológicamente moderado. Son uno de los factores del condicionamiento, han aparecido también los anunciantes que ejercen su “poder de veto” sobre cierta información o sobre el modo de comunicarla. Pero hay más, nos dice Javier Ortiz:
Al referirme antes a las empresas de la comunicación, no he mencionado a los accionistas. Los accionistas, incluidos los minoritarios, también tienen influencia. Pondré un ejemplo referido al medio para el que trabajo. Uno de los grandes accionistas de El Mundo es Rizzoli, emporio italiano de la comunicación. El principal accionista de Rizzoli es Agnelli, propietario de la Fiat. Francamente, no imagino yo a la sección de automotores de El Mundo poniendo a crítica el último modelo puesto en la calle por la Fiat. Aunque –todo sea dicho– tampoco la veo haciendo lo propio con el último modelo de la Renault, la Opel o la Citröen, que proporcionan al periódico unos fantásticos anuncios de página entera que pagan a muy buen precio. Pero dejemos ya los condicionantes concretos de cada medio y elevemos un poco más el punto de mira, para ver de qué fuentes beben los periódicos.
Aunque pudiera parecer que los factores influyentes ya han sido descritos, hay más:
La prensa diaria en el mundo presenta, como no podía ser menos, una gran variedad, dependiendo de las tradiciones de las diversas áreas culturales, e incluso de las de cada país, de su fortaleza económica, del nivel de alfabetización de las poblaciones respectivas, etcétera. No obstante, esa variedad es más aparente que real. Se refiere más a las formas que a los contenidos. Por un lado, la progresiva desideologización de la labor periodística –entendiendo por tal la adopción de patrones ideológicos equivalentes, si no idénticos, que entronizan los postulados formales de la ideología neoliberal– y, por otro, la estandarización de las técnicas de redacción de las noticias hacen que los contenidos de los periódicos se estén uniformizando cada vez más a lo largo y ancho del mundo.
Aparece bajo otro manto la incidencia del pensamiento único que también incide en las formas de la comunicación. Javier Ortiz pasa a analizar un factor de alto poder de condicionamiento:
La labor de las grandes agencias de noticias. Sólo los rotativos más poderosos tienen una red de corresponsales propios que les permite cubrir la información potencialmente relevante a escala internacional. Esta red, de todos modos, y en el mejor de los casos, abarca únicamente las principales capitales de cada continente, lo que conlleva carencias fundamentales. Es cierto que, en casos extraordinarios, los periódicos desplazan a sus enviados especiales, pero éstos no les aseguran la cobertura del día a día. Así las cosas, todos los diarios del mundo deben nutrirse del material que les proporcionan las grandes agencias de noticias. En el mundo de hoy, hay muy pocas grandes agencias de prensa. Están Reuter, controlada por una comisión paraestatal de la Commonwealth; Asociated Press (AP), que es una cooperativa formada por los principales diarios de Nueva York; United Press International (UPI), que es de capital privado norteamericano, y France Press, de propiedad pública francesa. La vieja Tass soviética se ha fragmentado y ha perdido buena parte de la influencia que tuvo. En el ámbito internacional de habla española, la agencia española Efe cuenta con considerable acogida.
La importancia de estas agencias y el papel que cumplen en la distribución de “la noticia” no pasó inadvertido para los grandes capitales concentrados. En los últimos treinta años, la mayor parte de esas agencias fueron “fusionándose”, expresión que oculta los mecanismos de la desaparición de muchas de ellas o, simplemente, fueron compradas por las más fuertes. De tal modo, hoy quedan funcionando las pocas que cita Javier Ortiz. Aunque no es nada sencillo obtener información de la estructura de estas súper-agencias, se puede calcular que unas dos mil personas trabajan diariamente en ellas. Pero la profesión periodística también ha padecido el proceso de la “tercerización”, por lo que se puede calcular que muchos miles más de periodistas suministran noticias a las agencias.

domingo, 21 de septiembre de 2014

XVI.- El medio de comunicación y su público



 Creo conveniente seguir la lectura del periodista Javier Ortiz por la autoridad que tiene de analizar la ideología de los medios de comunicación de masas, atravesados por la incidencia del concepto que eligió para definirla: el pensamiento único. Para mostrar en detalle cómo se ha producido el cambio que denuncia, dice:
Antes de abordar la actual situación de los medios de comunicación a escala internacional, y para poder entenderla, me parece necesario empezar por analizar cómo son los elementos que la constituyen, esto es, los medios de comunicación en concreto, y de qué modo estos crean una situación que enmarca y, en buena medida, condiciona la labor periodística. Lo haré ateniéndome a la realidad que mejor conozco: la de la prensa diaria escrita. Tanto la prensa que sigue otra periodicidad, como la radio y, sobre todo, la televisión, tienen sus propios problemas específicos, si bien es cierto que la gran mayoría de esos problemas reproducen y multiplican los del periodismo diario escrito. Iremos, pues, de lo particular a lo general; de la célula al cuerpo.
Insisto en esta lectura porque es habitual acceder a los análisis de los investigadores, sobre lo que se ha escrito profusamente. Pero la palabra de quien ha padecido la influencia, la presión, la asfixia de esta ideología, adquiere un valor testimonial que arroja una luz muy intensa sobre el tema.  
Para poder hablar con propiedad y en profundidad, se formula la siguiente pregunta: «¿Qué es un periódico?» y su respuesta coloca sobre la mesa de debate una definición que aclara con precisión de qué se trata:
Un periódico es, antes que nada, una empresa. Algunos periodistas y muchos lectores tienden a menospreciar esta realidad. Imperdonable error. Una empresa periodística próspera puede hacer un mal diario –burocrático, aburrido, sin chispa: ha ocurrido, ocasionalmente–, pero una empresa periodística deficiente jamás podrá sustentar un buen diario: algo antes o algo después, lo hundirá. De modo que la condición primera de un periódico –es decir, su primer condicionante– le viene dado por la prioridad que debe conceder a los criterios empresariales. Es cierto que ha habido y hay periódicos que ponen por delante otros criterios, diferentes de los empresariales. Las posibilidades de sacar hoy en día con éxito un diario independiente son mínimas, por no decir nulas.
El mundo global ha colocado en el centro de su dispositivo la función de la empresa, cuyo objetivo mayor y excluyente es el lucro. Sin embargo, esta definición tan claramente expresada: un periódico es una empresa, es ocultada obsesivamente, y esto no es inocente. Si el público equiparara un periódico con la empresa Coca-Cola o la General Motors, no dudaría en pensar que lo que le dicen lo hace para vender más. Este concepto, expresado con claridad, desmoronaría la tan repetitiva consigna de “la objetividad de la noticia”. Esta se convertiría en un anuncio publicitario, como lo es en gran medida.
Continúa diciendo Javier Ortiz:
Un periódico vive –cuando vive– de sus lectores y de la publicidad. Vistas las cosas superficialmente, podría decirse que vive sobre todo de la publicidad, dado que ésta proporciona ingresos más limpios que la venta en kioscos, que hay que repartir con el kiosquero, el distribuidor, etc. Pero la publicidad, con la parcial excepción de la institucional, en realidad también depende de los lectores: los anunciantes acuden más prestos a los periódicos que tienen más y mejores lectores (entendiendo por mejores los que lo son para los anunciantes, que prefieren lectores con mayor nivel adquisitivo). Lo anterior nos lleva a otras dos conclusiones: primera, que, como suelo decir de modo deliberadamente brusco, el periodismo es ese trabajo que se hace en los huecos que deja libre la publicidad; y segunda: que no tiene nada de sorprendente que los periódicos muestren una tendencia casi biológica a no contrariar excesivamente a los grandes anunciantes.
La relación de los periódicos con los lectores es relativamente compleja, sobre todo la de los grandes periódicos. Los lectores condicionan también el periódico —aunque en menor medida de lo que lo hacen sus anunciantes—, pero éste no puede perder de vista la posibilidad de que su modo de comunicar le haga perder lectores. Cada periódico tiene un determinado público y está obligado no sólo a dirigirse a él, sino también, en términos generales, a contentarlo. Cada periódico sabe qué público es el suyo: a qué clases sociales pertenece y en qué proporciones; qué querencias ideológicas y políticas predominan en él, etc. El periódico influye sobre sus lectores, pero los lectores ponen también límites a su periódico.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

XV.- Medios de comunicación y pensamiento único



 En Valencia, España, el periodista Javier Ortiz (1948-2009) pronunció una conferencia titulada ¿Qué es eso del pensamiento único? y comenzó con esta afirmación:
No llevo ya la cuenta de las veces que he pronunciado esta conferencia en los últimos seis o siete años. Pero nunca ha sido exactamente la misma. A medida que ha ido transcurriendo el tiempo, me he visto obligado a corregirla para pintar la realidad con tintes más y más oscuros.
Sus palabras comunican con mucha claridad cómo veía percibía lo que estaba sucediendo con el problema de los medios informativos, mientras avanzaba, como una peste que se extendía cada vez más, esa ola oscura que otro periodista, Ignacio Ramonet, Director de Le Monde Diplomatique y docente de la Universidad La Sorbona de París, había denominado “El pensamiento único”.
Javier Ortiz había padecido la persecución franquista, pero nunca abandonó su modo de pensar, que expresó en diversos medios de su país. Refiriéndose a ese concepto, dijo:
Algunos damos ese nombre a la ideología del neoliberalismo económico. Una ideología que defiende no ya la supremacía de la propiedad privada, sino su superioridad moral; que es hostil por principio a la intervención del Estado y a la regulación de las relaciones sociales y que ve con entusiasmo y patrocina el actual proceso de globalización de la economía, de la que este concepto participa. Aunque sus consecuencias principales se expresen en los planos económico y social, el pensamiento único no sólo tiene recetas económicas: es toda una concepción del mundo, que entroniza el individualismo más exacerbado y recela de cualquier planteamiento colectivo.
Su mayor esfuerzo estuvo encaminado a intentar poner en claro este mensaje, para evitar la expansión de un modo de pensar que se filtra subrepticiamente en la conciencia colectiva, que anula en gran parte la posibilidad de mirar críticamente la realidad global y sus consecuencias. Su experiencia en el periodismo le permitió advertir cómo se introducía en los medios de comunicación lo que estaba denunciando: «El pensamiento único es una ideología, un modo de ver la realidad política, económica y social, pero se niega a presentarse como tal. Aquellos que lo sustentan no creen que el suyo sea un modo de ver el mundo, sino el único modo sensato de verlo. Para ellos, quien no considera la realidad a su manera es, sencillamente, o un idiota o un insensato, si es que no un embaucador».
Si antes dije “subrepticiamente” es porque se encuentra allí el mayor peligro que encierra. Se presenta como la verdadera manera de reflejar “la realidad” y no admite que haya otro modo aceptable de hacerlo; por ello subraya con firmeza cómo ven a los que simplemente difieren en su modo de pensar. Continúa:
Los medios de comunicación están, prácticamente en su totalidad y a escala internacional, dominados por el pensamiento único. Lo cual no quiere decir que sean clónicos, hay diferencias que los separan, en buena medida determinadas por sus diversos planteamientos empresariales. A lo que me refiero es a que su ideología de fondo ha alcanzado un grado de homogeneidad desconocido en el pasado. Una homogeneidad apenas separada no ya por intereses de clase contradictorios, sino incluso por intereses nacionales en conflicto. Pero, para llegar a la situación actual, ha sido necesario recorrer un largo camino. Para llegar a lo superlativo, ha habido que pasar previamente por lo grande.
En otro trabajo, (www.ricardovicentelopez.com.ar), me he detenido a analizar este tipo de liberalismo que encarna el pensamiento único, cuyo origen debe ubicarse en los comienzos de la década de los setenta, pero adquiere su fuerza mayor una década después. Su capacidad para introducirse en diferentes dimensiones de la vida social se debió, sin duda, al proceso de concentración de los medios en pocas manos internacionales. La propiedad que se concentró en formas empresariales internacionales posibilitó el despliegue de una importante campaña publicitaria con la que se logró ganar esa patente de “verdad indubitable”. Esa campaña no perdonó los ámbitos universitarios del Primer Mundo, a partir de los cuales adquirió “valor científico”. Esta simultaneidad de su difusión fortaleció el propósito de manipular la conciencia colectiva, ganando así una batalla cultural que se mantiene en gran parte.

domingo, 14 de septiembre de 2014

XIV.- Información o desinformación



Un notable pensador francés, Michel Foucault[1] (1926-1984),  sostenía hace más de treinta años, que «la mayoría de los observadores afirma que está aumentando la delincuencia, pero los que más lo afirman son los partidarios de la mano dura». Lo decía respecto de Europa, pero bien podemos aceptarlo como una constante entre nosotros, debiendo decirse que es un fenómeno de la sociedad global. Insisto, una vez más, esto no significa que pueda o no haber aumentado el delito y que no constituya una enorme dificultad en la vida cotidiana. El problema es quién lo dice, cómo lo dice  y por qué.
Lo que pretendo señalar es una íntima relación entre la publicación de los delitos y la sensación que nos provocan. Tiempo atrás, buscando material para escribir un libro, Los medios de comunicación en un mundo globalizado, descubrí una vieja obra  editada en 1922, La opinión pública, cuyo autor fue luego  un prestigioso periodista estadounidense. Me refiero a Walter Lippmann[2] (1889-1974), de quien ya hablé en otra oportunidad. Viene a cuento por el tema que estamos analizando. En ese trabajo expone, como ejemplo de la capacidad de condicionar la opinión del receptor de los medios, lo que el New York Times había logrado con sus lectores.
Terminada la Primera Guerra Mundial, comenzó este periódico a publicar en sus editoriales la imagen del “Peligro Rojo” que acechaba al pueblo del Norte. Mostró en su libro, con cierto detalle, la campaña de desinformación sistemática desarrollada en esa época, y los éxitos conseguidos. El pueblo norteamericano quedó convencido del enorme peligro que significaba la existencia de la Unión Soviética, en la tercera década del siglo pasado. Lo que este autor muestra con todo detalle es que en esa época Rusia era un país semi-feudal, devastado por la guerra, muy pobre, con un pueblo hambreado y en grave peligro de sucumbir. La Revolución Bolchevique estaba lejos de haber triunfado totalmente; varios frentes de conflicto estaban en pleno desarrollo, y la victoria final se lograría varios años después.
La expresión “opinión pública” se puso de moda muy poco tiempo después y tiene origen en ese libro. Lo que resulta muy llamativo, y sobre esto debemos detenernos a pensar, es la inversión producida respecto del significado dado por Lippmann. Éste denominó con ese concepto, opinión pública, al resultado obtenido en la conciencia colectiva, lectora del New York Times, a partir de la prédica de los editoriales. La convicción del ciudadano medio respecto del inminente peligro comunista no tenía ningún asidero en los hechos reales de la Rusia de entonces. Por lo tanto, afirmaba este autor, opinión pública no es la opinión que el público se forma a partir de investigar, indagar, averiguar sobre un tema. Por el contrario, es el resultado de la intención de hacer creer algo a un público, desde la repetición machacona de la información de la campaña preparada por algún medio, con el objetivo de convencer de la existencia de una realidad ficticia; es decir, manipular la conciencia colectiva.
Lo importante de esta afirmación es la autoridad periodística de quien escribió ese libro. Un egresado brillante de la Universidad de Harvard, que durante la Primera Guerra Mundial llegó a ser consejero del 28ª presidente de los EEUU, Woodrow Wilson (1856-1924). Fue luego un importante intelectual del liberalismo estadounidense, crítico de medios y filósofo, e intentó reconciliar la tensión existente entre libertad y democracia en el complejo mundo moderno.
El uso posterior que ha tenido el concepto opinión pública no es ajeno a la necesidad de los grandes medios por hacer olvidar el sentido originario y el carácter de denuncia que tenía. Esto ocurrió, sobre todo, a partir de la Segunda Guerra Mundial, en la que se puso en evidencia que la propaganda nazi había partido de la consigna “Miente, miente…, que algo quedará”. Debo dejar asentado acá que el estudio sobre el control de la opinión pública había aparecido en los trabajos de Edward L. Bernays (1891-1995), veinte años antes en los Estados Unidos. Es precisamente entonces cuando comienza a hablarse de la “objetividad de la noticia” y del “periodista profesional”. Nos encontramos, entonces, ante un nuevo adoctrinamiento por parte de los medios. La distinción entre informar y editorializar hizo creer que el periodismo utilizaba dos modos de comunicación: a) poner en conocimiento los datos de un hecho desnudo de toda valorización, cuando se informaba y b) exponer la opinión del medio o del periodista, cuando lo hacía con carácter de editorial. Perdonen mis preguntas, pero vuelvo a hacerlo: ¿acaso hoy es realmente así?



[1] Fue un historiador de las ideas, psicólogo, teórico social y filósofo francés; Profesor en varias universidades francesas y estadounidenses y catedrático de Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France.
[2] Fue un intelectual estadounidense; periodista, comentarista político, crítico de medios y filósofo. Intentó reconciliar la tensión existente entre libertad y democracia en el complejo mundo moderno. Obtuvo dos veces el Premio Pulitzer.